Una casa para dos – Anne Marie Winston

Garrett movió lentamente la mano de la espalda de Ana, y atravesó con ella su húmeda melena hasta alcanzar la tierna piel de aquella nuca con la que había estado fantaseando minutos antes. Ana relajó los brazos, colocándolos alrededor de su cuello, acariciándolo con sus manos mientras lo atraía hacía sí con más firmeza.

El contacto con sus curvas hizo que la respiración de Garrett aumentara de ritmo. La suave redondez de sus pechos estrechándose contra su cuerpo le hicieron sentir una intensa oleada de calor que fue en aumento mientras los labios de Ana se movían acompasadamente en una búsqueda dulcísima de los suyos. El cúmulo de sensaciones era tan excitante que Garrett no pudo evitar que un sonido de embeleso surgiera de su garganta.

Súbitamente, Ana se zafó de su abrazo, llevándose las manos a las mejillas.

—No, Dios mío. Esto es un error.

Y antes de que él pudiera siquiera formar en su cabeza un pensamiento coherente, ella salió corriendo todo lo deprisa que pudo por el camino de baldosas que llevaba a la cabana.

Garrett permaneció de pie con la vista fija en ella hasta que la vio desaparecer por la puerta.

Cuando entró en la casa, el sonido de la ducha le indicó dónde estaba Ana. Garrett limpió el pescado y lo metió en la nevera antes de ponerse ropa seca. Luego encendió el fuego de la chimenea, esperando a que ella bajara mientras trataba de pensar en qué iba a decirle. Pero antes de que estuviera preparado, la oyó bajar las escaleras.

Garrett se levantó del sillón y empezó a hablar antes de que ella hubiera descendido el último peldaño.

—Tenías razón al decir que ha sido un error. Por favor, acepta mis disculpas.

La mirada de Ana pareció nublarse, como si alguien le hubiera cerrado la puerta en las narices.

—Disculpas aceptadas —dijo sin apenas detenerse en su camino hacia la cocina.

Garrett abrió la boca, dispuesto a ir detrás de ella para decirle… ¿Decirle qué?

¿Que se moría de ganas de hacerle el amor?

¿Qué no podía apartar la mirada de aquel cuerpo tan hermoso?

En realidad, lo que él necesitaba era una mujer. Cualquier mujer. Repasó mentalmente las mujeres que había conocido durante sus vacaciones con Robin en el lago. El verano pasado había salido un par de veces con una chica cuya compañía le había resultado bastante grata. Era bonita, y aunque no habían intimado demasiado, estaba seguro de que ella no renunciaría a conocerlo más a fondo.

Bien. Mañana la llamaría. ¿Cómo se llamaba, por cierto? ¿Ellen? ¿Elaine? No, era Eileen.

Garrett sonrió. Comenzaba a sentirse mejor.

Mientras sacaba el pollo con manzanas que iba a compartir la próxima noche con Nola y Teddy, Ana se preguntó dónde estaría Garrett. Había estado todo el día muy callado y bastante distante. Cuando le dijo que tenía pensado cenar en el pueblo, Garrett había guardado silencio.

Ana había regresado de su cena con los Wilkens alrededor de las ocho, y el coche de Garrett ya no estaba. Se dijo a sí misma que no le importaba, pero el caso es que era jueves.

Siempre veían juntos el programa de los jueves por la noche. Aquel pensamiento la condujo de inmediato a otro: Estaba sentada en el sofá con Garrett, acomodada en la curvatura de su brazo. Durante la pausa publicitaria, él se volvía hacia ella y besaba sus labios mientras Ana enredaba los brazos alrededor de su cuello y… ¡Basta!

Ojalá aquel pensamiento fuera realidad. Había estado todo el día tratando de evitar pensar en lo que sí había ocurrido realmente. Su cerebro no podía borrar la inolvidable sensación de aquellos labios sobre los suyos. Unos labios suaves y cálidos, tremendamente excitantes. Recordaba con nitidez el momento en que decidió dejar de pensar para vivir aquel momento y deslizó las manos sobre el cuello de Garrett, que la tenía sujeta contra aquel territorio caliente y musculoso que era su pecho. Ana casi se desvaneció entre sus brazos, urgida por la necesidad de ofrecerse a él allí mismo.

Al recordar aquellos instantes, Ana alcanzó un grado de nerviosismo que le impidió quedarse sentada viendo la televisión, así que decidió salir a dar un paseo para despejarse. Pero en cuanto enfiló por el sendero, sus pensamientos, como una obsesión, regresaron de nuevo con fuerza.

Lo cierto era que aquella tarde en el lago había sido maravillosa. Garrett se había mostrado más cercano que nunca, y cuando surgió el tema de Robin, Ana creyó llegada la oportunidad de contárselo todo. Pero era una cobarde. Había sido incapaz de estropear aquellos momentos con su historia.

Y si se lo hubiera dicho, Garrett nunca la habría besado.

Durante su paseo en canoa, Ana había tratado por todos los medios de no quedarse mirando el músculo que se le marcaba en los brazos desnudos mientras remaba, ni en cómo la luz del atardecer formaba destellos de fuego sobre la oscuridad de su pelo negro. Lo había intentado.

Pero una vez en tierra, mientras se escurría el pelo, Ana supo con certeza que Garrett la deseaba. Solo así podía explicarse la expresión de su rostro mientras recorría todo su cuerpo con una mirada, deteniéndose en sus pechos. Garrett se las había arreglado para inmovilizarla con suavidad, haciéndole imposible protestar, ni moverse. Lo único que podía hacer era esperar su próximo movimiento sin apenas respirar.

Y entonces la había besado. Hubiera deseado que durara eternamente. Aunque ella hubiera dicho lo contrario, aquello no había sido un error. Había sido el paraíso.

¿Entonces, por qué le había dicho que parase?

Sencillamente, porque no había sido sincera con él. Y Ana sabía de sobra que en cuanto le dijera quién era, iban a estallar cohetes. Y no precisamente de bienvenida.

—Hola, querida.

Ana giró la cabeza y se encontró con la mano de la señora Davenport saludándola desde el porche de su casa. Tenía en el regazo un recipiente en el que dejaba caer el contenido de las judías que estaba pelando.

—Hola, señora Davenport —dijo Ana deteniéndose—. ¿Cómo se encuentra?

—Bien —contestó la mujer del guarda—. ¿Y usted?

—Estupendamente. ¿Cómo podría estar mal en un sitio tan maravilloso como este?

—Y al lado de un hombre tan guapo como el señor Garrett —dijo la anciana con un brillo cómplice en los ojos.

—Tener un hombre atractivo cerca siempre es un extra —replicó Ana en tono jovial.

Pero para su sorpresa, la sonrisa de la anciana se desvaneció.

—No le haga daño al chico. Ya tuvo bastante con aquella Kammy —dijo con seriedad mientras balanceaba con más fuerza la mecedora—. Era como una serpiente alrededor de su cuello. Lo único que quería era su dinero. Yo la vi ir al encuentro de otro hombre al final del camino y besarlo. Era una serpiente.

La señora Davenport amainó el ritmo de la mecedora.

—Usted es la única mujer a la que ha traído aquí desde aquello —dijo la anciana señalándola con el dedo—. Así que no le haga daño.

—No lo haré.

Tras haber soltado su discurso, la señora Davenport pareció recuperar el tono amigable.

Tras unos minutos de conversación banal, Ana dijo que ya era hora de regresar a casa.

—Sí, más vale entrar antes de que nos coman los mosquitos. Su madre solía decir que por aquí esos bichos son tan grandes que podrían llevarse a alguien volando —dijo la anciana mirándola fijamente.

Ana sintió como si la hubieran arrojado a las heladas aguas del lago.

—¿Mi… madre? ¿Conocía usted a mi madre?

—Así es. Supe que era usted su hija desde el primer instante en que la vi.

—O sea, que Robin la trajo aquí —murmuró Ana pensando en voz alta.

—La primera vez que vinieron solo había bosques —dijo la anciana entornando los ojos—. Luego regresaron, y el señor Underwood compró un trozo de terreno en el que construyó la cabana antes de que finalizara el verano. Al año siguiente pasaron todas las vacaciones aquí.

La guardesa se detuvo unos instantes antes de proseguir con su relato.

—Nunca he visto una pareja tan feliz —continuó—. Pero el siguiente verano él vino solo. Pensé que se habrían casado, pero al parecer ella lo dejó. No hemos vuelto a verla desde entonces.

Estaba claro que los Davenport no sabían que Robin ya estaba casado cuando se llevó a Janette Birch a Maine.

—Mi madre falleció —dijo Ana por toda respuesta.

—Lo siento —dijo la anciana con sinceridad—. Por favor, déjeme ir a buscar una bolsa para que se lleve algunas judías. Nunca nos las comemos todas.

Robin y su madre juntos allí, construyendo a cuatro manos la cabana del Edén. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Ana mientras enfilaba el camino de vuelta a casa. Ella había nacido a principios de abril, así que con toda probabilidad fue concebida en la cabana del Edén el verano anterior.

Garrett seguía sin venir. Mientras guardaba las judías en la nevera, Ana no pudo evitar volver a pensar en él. Le resultaba difícil creer que alguna mujer pudiera preferir a otro hombre antes que a él. Lo tenía todo. No había duda de que era guapo. Y además rico, aunque la riqueza no ocupara un lugar destacado en el libro de la vida de Ana. También tenía algo mucho más importante que el dinero: un gran sentido del humor y una inteligencia extraordinaria. Y para colmo era bueno. A pesar de cómo la había tratado al principio de su relación, sabía que era bueno.

Por eso tenía que arreglar de una vez por todas aquel asunto y decirle que era hija de Robin. Mañana sin falta se lo diría, aunque le aterrorizara pensar en su reacción. Tal vez Garrett pensara que se había estado riendo de él durante aquellas tres semanas, pero Ana esperaba que, tras el enfado, pudieran conservar una buena amistad. Nadie había conocido a Robin tan bien como él, y el corazón de Ana estaba hambriento por compartir la memoria de su padre.

—Hola.

El pulso comenzó a latirle a gran velocidad al escuchar la voz de Garrett. Ana se tomó unos segundos antes de darse la vuelta con una gran sonrisa en la cara. Necesitaba calmarse para decirle lo que quería. No esperaría hasta el día siguiente. Se lo contaría todo en aquel momento.

Ana se giró, y su enorme sonrisa se congeló en aquel mismo segundo. Garrett no estaba solo.

—Hola —dijo con timidez mirando de reojo a la mujer que lo acompañaba.

Era una chica muy rubia. Y aunque le hubiera gustado pensar que estaba teñida, lo cierto es que parecía rubia natural. Tenía además los ojos muy grandes y azules, y un rostro de porcelana.

—Ana, te presento a Eileen.

Cuando los ojos de Garrett se cruzaron con los suyos, Ana sintió un escalofrío de pánico al contemplar la frialdad que encerraban, como si no le importara lo que ella sintiese.

¿Y por qué iba a importarle? Al fin y al cabo, ella era la que estaba dejando que los sentimientos se mezclaran en aquella aventura en la que Robin los había embarcado.

Ana volvió la vista hacia la cita de Robin.

—Bienvenida a la cabana del Edén —dijo tratando de sonreír, aunque sentía el calor arrebolándole las mejillas.

—Gracias —contestó Eileen con dulzura.

—Ya estoy acabando. Me voy en un minuto —dijo Ana mientras se movía por la cocina tratando de ocultar su dolor.

—No hay prisa —señaló Garrett—. Nosotros vamos al muelle.

Garrett sacó una botella de vino de la despensa y dos copas de cristal. Luego salió de la cocina con aquella mujer, y Ana oyó cómo se cerraba la puerta principal tras ellos.

¿No podía haber dejado las cosas como estaban? ¿Por qué tenía que darle con otra mujer en las narices justo al día siguiente de lo que había ocurrido entre ellos?

Ana sintió cómo un nudo le atravesaba la garganta, impidiéndole respirar. No iba a llorar por él. Colocó los brazos alrededor del fregadero y dejó caer la cabeza, tratando de controlar sus sentimientos.

Dios mío, ¿cómo podía haber llegado a aquella situación en tan solo tres semanas? El problema no era ya que Garrett le cayera mejor o peor.

El problema era que estaba enamorada de él.

Capítulo 6

—Vuelvo en un minuto.

—Te estaré esperando —dijo Eileen entornando los ojos con coquetería.

Garrett se dio cuenta con retraso de que debía responder a la insinuación, pero solo pudo componer una especie de sonrisa antes de dirigirse a la cabana.

Su cita no había resultado ser una mala compañía. De hecho, habían pasado una velada muy agradable. La había llevado a un restaurante situado encima del acantilado, con vistas sobre la bahía, y habían compartido una botella de vino mientras charlaban.

Seguía tan guapa como la recordaba. Además, era un genio de las matemáticas, y sabía más del mercado de valores de lo que cualquiera podría sospechar.