—Lo siento. Había salido a correr. ¿Qué estás haciendo?
—Limpiar las ventanas. He echado a lavar las cortinas para que la habitación huela a fresco cuando las vuelva a colgar.
—Podemos contratar a alguien para que haga el trabajo pesado —dijo Garrett frunciendo el ceño—. No deberías hacerlo tú.
—¿Por qué no? —preguntó ella mientras se estiraba.
Ana se puso las palmas de las manos en la base de la espalda, masajeándose. Aquella postura colocaba sus pechos a una altura que parecía una invitación. Él se dio cuenta, y dejó de mirarle a la cara para concentrarse en su cuerpo. Garrett tragó saliva, y aquel gesto hizo que todo el cuerpo de Ana se estremeciera con inusitado placer.
No iba a enamorarse de él, volvió a repetirse mientras cruzaba rápidamente los brazos.
—Insisto, tal vez podríamos contratar a alguien —dijo Garrett, haciendo un esfuerzo por retomar la conversación.
—No, no podemos —interrumpió Ana—. Yo no podría hacer frente a la mitad de lo que eso costaría. Pero no te preocupes, no espero que tú hagas la mitad del trabajo. Esto es totalmente voluntario.
—Creía que habías venido aquí a trabajar en tu libro y en tus sombreros —dijo Garrett con acritud.
—No puedo estar todo el tiempo concentrada —contestó ella—. La creatividad no surge así como así, y la limpieza me ayuda a recargar baterías.
—¿Y cocinar también?
—Sí. Cuando cocino también pongo el piloto automático.
—Tal vez podríamos llegar a un acuerdo —dijo Garrett entornando los ojos—. Yo pagaré a alguien que haga el trabajo de la casa si tú inviertes ese tiempo en la cocina… y me dejas compartir el fruto de tu trabajo en ella.
Ana sintió deseos de soltar una carcajada, pero se contuvo a tiempo. Si Garrett sospechaba que se estaba burlando de él, la guerra volvería a comenzar. Su plan de ataque culinario había dado resultado.
—Me parece bien —dijo Ana mostrándole las marcas enrojecidas de sus dedos—. Mis manos te lo agradecerán.
Garrett la miró sonriendo. No se trataba de un gesto cortés, sino de una sonrisa cálida y abierta que removió todas las células del cerebro de Ana. Antes de que pudiera reaccionar, Garrett atravesó la sala y la tomó de ambas manos para ayudarla a bajar.
—Y mi estómago te lo agradecerá a ti.
Garrett no se movió del sitio. Tenía las manos de Ana entre las suyas y la miraba fijamente. La solidez y el calor de aquel tacto casi la dejan sin respiración, como si su proximidad hubiera acabado con todo el oxígeno de la atmósfera que los envolvía. Estaban tan cerca, que Ana pudo distinguir cada vello de aquel pecho que parecía irradiar una irresistible calidez.
Sintió cómo se le trababa la lengua, y enrojeció. Haciendo un tremendo esfuerzo mental, logró soltarse las manos y se dio la vuelta para recoger el cubo de agua y las bayetas que estaba utilizando.
—Eh… creo que voy a guardar estas cosas y volver al trabajo.
No se atrevió a mirarlo a la cara mientras pasaba delante de él y entraba en la cocina. Tras vaciar el cubo en el fregadero, salió fuera y puso las bayetas a secar en la cuerda. Cuando regresó, Garrett estaba de pie al lado de la mesa en la que ella había colocado una pila de revistas antiguas para tirar.
—¿Dónde encontraste esto? —preguntó con aspereza mientras señalaba con un dedo la portada de la primera de ellas.
Era una revista de moda. Una mujer vestida y maquillada a la última prometía dar desde las páginas interiores los mejores consejos sobre cómo comportarse en sociedad.
—Estaba en el baño. ¿De quién es? Porque desde luego no parece tu estilo —comentó Ana, tratando de hacerle sonreír.
El resto eran publicaciones deportivas o financieras. Pero desde que vieron aquella revista, los ojos de Garrett se habían ensombrecido, dejando en su rostro una expresión vacía como una máscara.
—Tírala.
Ana recogió la pila de revistas y se dirigió en silencio hacia la puerta.
—Era de mi ex novia —dijo en tono neutro—. Solo estuvo aquí una vez. No le gustaba este sitio.
Lo habían herido. Ana nunca había pensado en él como alguien vulnerable, y sintió una corriente de simpatía.
—Lo siento —dijo simplemente, aunque él no hubiera mencionado nada negativo.
—Así es la vida —contestó Garrett encogiéndose de hombros.
Se quedaron mirándose fijamente mientras el eco de sus palabras retumbaba en las paredes de la cocina.
—¿Te gustaría cenar conmigo esta noche? —preguntó él inesperadamente—. Odio cenar solo.
—Creí que eso era lo que querías —contestó Ana sonriendo.
—Así es. Pero Robin quería que compartiéramos este lugar, y lo cierto es que he hecho más bien poco para cumplir sus deseos.
Ana sintió de pronto la necesidad de decirle quién era, y por qué Robin la había mencionado en su testamento. Ahora se arrepentía de no haberlo hecho antes.
Pero cuando se miró en lo más profundo de sus ojos, fue incapaz de abrir la boca. El aire estaba lleno de sentimientos nuevos y frágiles, sentimientos que ella nunca había experimentado antes. No podía arruinar aquel momento.
«Pronto», se prometió a sí misma. «Se lo diré pronto».
Capítulo 5
Transcurrieron otros cuatro días más. En poco más de una semana se cumpliría el plazo de un mes.
Nueve días, y ya no tendría que volver a ver a Ana. La idea no le parecía tan atractiva como unas pocas semanas atrás.
Garrett salió de la cabana y se dirigió por el sendero hasta la orilla del lago con su caña de pescar. Allí estaba ella, en la tumbona en la que solía relajarse a aquella hora.
—Hola —dijo Garrett deteniéndose junto a ella—. ¿Algún encargo para la cena de mañana?
Ana cabeceó suavemente mientras pensaba la respuesta. Garrett no pudo dejar de notar la cascada de rizos que se balanceaba suavemente sobre su hombro. Si pensarlo, Garrett estiró la mano y los echó hacia atrás. Casi involuntariamente, sus dedos resbalaron sobre la delicada piel del hombro desnudo que la camiseta de Ana dejaba al descubierto.
—¿Qué tal un par de carpas?
La voz de Ana sonó casi ahogada por falta de respiración, pero sirvió para romper el pensamiento de Garrett sobre lo que le gustaría hacer con aquella piel.
Apartó su mano de ella a duras penas. Tocarla se estaba convirtiendo en algo muy fácil. Sus cuerpos se encontraban en la cocina, las manos se rozaban cuando agarraban el mando a distancia, y un par de veces, ella le había pedido ayuda con el ordenador. Garrett se había inclinado sobre la silla, luchando desesperadamente contra la tentación de hundir su rostro en aquella melena salvaje que olía a lavanda, y luchando con aún más ahínco por recuperar el sentido común. Tener una aventura con ella sería un tremendo error. El mayor de los errores.
—¿Quieres venir a pescar conmigo? —preguntó entonces, haciendo caso omiso a su sentido común.
Por toda respuesta, Ana lo miró durante un instante con los ojos repletos de la luz de aquella hora de la tarde, y se puso en pie.
Garrett le ofreció la mano para entrar en la canoa, tratando de no pensar en la delicadeza de aquella palma entre la suya. Luego desamarró la embarcación y se colocó en el extremo, tomando un remo con ambas manos.
Hacía una tarde preciosa. Los últimos rayos de sol saltaban juguetones sobre la superficie del lago, y un águila real sobrevoló por encima de sus cabezas hasta alcanzar la copa de un árbol. La canoa cortaba con suavidad las calmadas aguas del lago en dirección al banco de peces.
—Robin me enseñó a pescar —dijo Garrett un segundo antes de pensar en las consecuencias de introducir el tema de su padrastro en medio del silencio.
—¿De veras? —dijo Ana sonriendo abiertamente con ojos incrédulos—. No me imagino a un tipo tan elegante como Robin en camiseta y poniendo cebos.
—Todos tenemos nuestros secretos —contestó Garrett con seriedad—. ¿Cuál es el tuyo, Ana?
—Soy ilegítima —respondió ella tras una breve pausa.
Garrett no sabía qué respuesta estaba esperando, pero desde luego no era aquella. No sabía qué decir.
—Tu madre te crió sola en Inglaterra, ¿no? —preguntó con cautela.
—Sí, pero yo nací aquí. Mi padre era americano. Mi madre me dijo que había muerto antes de que pudieran casarse, pero hace poco descubrí que estaba vivo.
—¿Y tu madre lo sabía?
—Sí —dijo Ana con tristeza—. Pero él estaba casado. Al parecer, ella lo supo desde el principio, y cuando se enteró de que estaba embarazada, lo abandonó. Supongo que no quería presionarle para que abandonara a su mujer.
Decía mucho de su madre haber tomado semejante decisión, pensó Garrett. Muchas mujeres no hubieran dudado en utilizar su embarazo como un pasaporte para el matrimonio.
Garrett arrojó el ancla por la borda. Habían llegado al banco de peces. Ana no volvió a hablar, y él dejó que el silencio se instalara cómodamente entre ellos mientras lanzaba la caña.
Pescó tres ejemplares en menos de media hora, más que suficiente para la cena de dos personas. Cuando retiró el ancla, Garrett se dio cuenta de que ahora navegaban contra corriente, y aunque las aguas estaban tranquilas, tenía que remar con mucha más fuerza que antes.
—Está empezando a refrescar —dijo Ana frotándose los brazos—. A estas alturas ya debería saber que tengo que ponerme un jersey por la tarde.
—Ponte el mío.
Garrett se entretuvo durante unos segundos con la imagen de su jersey sobre el cuerpo de Ana, las mangas largas flotando al final de sus brazos, la suavidad del tejido cubriendo sus pechos…
Se puso de pie y comenzó a sacarse el jersey por la cabeza. La canoa se movió mientras realizaba la operación, y cuando se sacó los brazos de las mangas, Ana solo tuvo tiempo de exclamar:
—¡Oh, no!
Un segundo más tarde, estaban en el agua.
Estaba helada. Garrett salió a la superficie y comenzó a llamarla a gritos en cuanto el aire entró en sus pulmones.
—Estoy aquí. Estoy bien. ¡Pero este agua está congelada!
Tranquilizado por el sonido de su risa, Garrett se dedicó a atrapar la embarcación antes de que se escapara, mientras Ana se hacía con los chalecos salvavidas.
—Ha sido culpa mía —dijo ella—. He debido inclinarme demasiado hacia un lado mientras tú estabas de pie, y he desequilibrado la embarcación.
—No vale la pena volver a subirse. Tardaremos menos si vamos nadando —dijo Garrett.
Ana estuvo de acuerdo. Se colocaron cada uno a un lado de la canoa y la empujaron mientras nadaban hasta el muelle. Una vez allí, Garrett amarró la canoa mientras Ana subía por las escaleras.
—Si Robin pudiera vernos ahora… —dijo ella entre risas.
—Seguro que puede —aseguró Garrett riendo también—. Estará observándonos desde el cielo y muriéndose de la risa.
Ana le sonrió mientras colocaba su mata de pelo hacia un lado, retorciéndola con fuerza para quitarle el agua.
¿Cómo podía estar tan guapa en aquel estado? El último rayo de sol estaba a punto de desaparecer, pero Garrett todavía podía verla con nitidez. Había algo tremendamente femenino en todos sus movimientos, en la vulnerabilidad de su nuca desnuda mientras la descubría para quitar el exceso de agua. Quería besarla en aquel punto exacto, perderse entre sus rizos en busca de su cuello, tomar su hermoso rostro con las manos y levantarlo para besarla en la boca.
Garrett respiró profundamente, consciente de la aceleración de su pulso. Aquello no estaba bien. Y entonces Ana se incorporó. Su camiseta mojada se ajustaba a cada curva de su cuerpo, y aunque llevaba sujetador, Garrett pudo observar con claridad cómo sus pezones se habían transformado en dos pequeños puntos respingones.
Aquello no era justo ¿Cómo podía resistirse a tantos encantos?
Garrett levantó los ojos hacia su rostro. Ana tenía la boca entreabierta. Entonces sus miradas se cruzaron.
Estaba perdido.
—Ana…
Dijo su nombre en un susurro mientras daba un paso adelante y la tomaba entre sus brazos. Ella emitió un sonido de sorpresa mientras colocaba las palmas de sus manos contra su pecho, pero no lo empujó hacia atrás.
Se miraron fijamente durante un tiempo que les pareció eterno. Ella no apartó la mirada, y Garrett fue testigo del instante en que los ojos de Ana reflejaron que aceptaba lo inevitable. Sus pupilas se dilataron, y su respiración comenzó a agitarse del mismo modo que la suya mientras Garrett volvía a pronunciar su nombre.
—Ana… Y comenzó a bajar suavemente la cabeza.
Ana contuvo la respiración en el instante en que los labios de Garrett tocaron los suyos, y un leve gemido escapó de su garganta mientras apretaba con fuerza los dedos contra el pecho de Garrett. Pero él no sintió ningún dolor. Todos sus sentidos estaban concentrados en la suavidad de los labios de Ana bajo los suyos, moviéndose con dulzura en busca de más besos mientras él buscaba otro ángulo de su boca para seguir besándola.