—Sigo sin querer vender —dijo Ana con cuidado.
Hubo un momento de silencio. Ana sintió crecer la tensión entre ellos.
—Necesitas dinero, ¿no? —dijo él finalmente—. Pensé que querías empezar tu propio negocio.
—Así es —contestó Ana luchando por controlar el nudo que se le había formado en la garganta—. Pero este lugar se ha convertido en algo muy especial para mí. Robin quería que lo compartiera contigo.
Garrett no dijo nada.
Y de pronto, Ana se dio cuenta de que aquel era el momento perfecto, el momento que había estado evitando durante semanas. Respiró profundamente.
—La razón por la que la cabana es tan especial, es porque Robin era muy especial para mí. Era mi padre.
—Ana… —comenzó a decir Garrett.
—Era mi padre —continuó ella—. Mi madre y él se enamoraron, pero Robin no quiso dejar a su mujer porque ya estaba muy enferma. Cuando mi madre supo que estaba embarazada decidió marcharse.
—¿Cómo te enteraste de toda esta historia? —preguntó Garrett con cierta frialdad.
—Cuando mi madre supo que estaba tan enferma, escribió una carta para que nos fuera entregada a Robin y a mí a su muerte.
Ana se detuvo un instante para vencer la pena que la atenazaba.
—Cuando Robin supo que tenía una hija, estaba en la puerta de mi casa al día siguiente. Puedes imaginar lo que aquella carta supuso para mí: Yo pensaba que mi padre estaba muerto.
—Claro —murmuró Garrett.
—La señora Davenport me contó que mi madre y Robin construyeron juntos esta cabana —continuó Ana más animada.
Garrett se colocó la mano en la nuca y bajó la cabeza. Ana lo miró con expectación. Ahora entendería por qué no quería vender su parte. Y también tendría que reconocer que sus sospechas respecto a ella habían sido equivocadas.
—Traté de contártelo al principio, pero me enfadaste tanto que decidí dejarte pensar lo que quisieras. Luego lo intenté muchas veces, pero nunca era el momento adecuado, y entonces la otra noche…
—Ana —dijo Garrett con voz tan firme que la hizo detenerse—. No tienes por qué hacer esto. Si tienes tantas ganas de quedarte con la mitad de la cabana, quédatela.
Estaba confusa. ¿Qué significaba que no tenía que hacer aquello? ¿Hacer qué?
—Quiero estar contigo —dijo Garrett mirándola fijamente a los ojos—. Tu pasado no me importa. Quiero que vengas a vivir conmigo.
En un principio, Ana no entendió el significado de aquellas palabras. Pero su cerebro comenzó entonces a procesar la información, y casi se le escapó un grito cuando comprendió la terrible verdad. ¡No la creía! Por Dios santo, de todas las maneras en que había imaginado aquella escena en su cabeza, nunca se le había pasado por la imaginación la posibilidad de que él no la creyera.
—¿Ana? —preguntó Garrett, esperando una respuesta.
Se estaba muriendo por dentro. Pero no podía derrumbarse. No delante de él.
—¿Durante cuánto tiempo?
Fue la única pregunta que le vino en aquel momento a la cabeza. En realidad no le interesaba la respuesta. Ya no.
—¿Por qué tenemos que poner límites? —se preguntó Garrett encogiéndose de hombros—. Ya veremos cómo nos va.
Garrett le rodeó la cintura con el brazo mientras sus dedos acariciaban con suavidad el hueso de su cadera.
—Piensa en lo bien que te vendría. No tendrías que alquilar casa, ni buscar empleos extra. Sería el momento de empezar tu negocio. ¿Cuánto te haría falta para ponerlo en marcha?
—No quiero tu dinero —dijo ella mientras sentía cómo una daga le atravesaba el corazón.
Se zafó de su brazo con determinación y se colocó a una distancia prudencial. Tenía un nudo en la garganta que casi no le permitía hablar.
—¿Por qué estás siempre dispuesto a pensar lo peor de mí? Millones de personas han tenido una mala experiencia en el amor y no la utilizan como escudo para esconderse.
—Yo no me escondo de nada —respondió Garrett frunciendo el ceño—. Simplemente soy realista. Nos gusta estar juntos, nos divierten las mismas cosas, y en la cama somos uña y carne.
Garrett se interrumpió y miró hacia otro lado. Sus facciones se endurecieron.
—El amor no tiene nada que ver con lo que hay entre tú y yo.
Ana sintió cómo el corazón se le desintegraba literalmente en millones de pedacitos. Contempló a su amante en silencio durante un rato, el suficiente como para que sus ojos volvieran a cruzarse con los de aquel hombre. Garrett comenzó a sentirse visiblemente incómodo ante la profundidad de aquella mirada escrutadora.
—Si eso es lo que de verdad piensas, me das lástima, Garrett. Lamento que el comportamiento de tu padre y una decepción amorosa condicionen de esa manera todo tu futuro. Y lamento que estés dispuesto a arrojar por la borda todo lo que podríamos haber compartido juntos.
Ana hizo una pausa mientras se dirigía a la puerta.
—Le concedes demasiada importancia al pasado.
—No es cierto —protestó él casi chillando.
—Yo te quería —continuó Ana con voz pausada.
Las lágrimas habían comenzado a rodar por sus mejillas, pero cuando Garrett hizo amago de secárselas, lo apartó de un manotazo.
—Mis padres perdieron la oportunidad de ser felices, pero estoy segura de que yo encontraré la mía —dijo cerrando los ojos—. Qué ciega he estado.
En silencio, Ana abandonó la sala y se dirigió al vestíbulo. No estaba segura de dónde ir, pero sabía que necesitaba poner tierra de por medio.
El cuerpo de Garrett permanecía agarrotado por la tensión. Oyó cómo se abría la puerta para cerrarse inmediatamente después, y escuchó el sonido de unos pasos sobre el porche. Luego se hizo el silencio.
Garrett entró en la cocina dando un portazo, pero aquel gesto no consiguió apaciguar la rabia que lo estaba quemando por dentro. Le dolía el estómago, y las manos no le dejaban de temblar. Los pensamientos volaban en su cabeza como movidos por la fuerza de un tornado, sin darle un segundo de paz.
¿Por qué Ana le había mentido de aquella manera? No creía que fuera tan estúpida como para pensar que él iba a tragarse una historia tan rocambolesca. ¿Cómo podía haberse equivocado tanto con ella? Le había parecido distinta a las demás, pero al final había resultado quererlo por su fortuna, exactamente igual que Kammy. La pregunta era durante cuánto tiempo más fingiría estar dolida antes de volver para tomar la ayuda económica que él le había ofrecido.
Garrett se aseguró a sí mismo que además Ana estaba equivocada respecto a él. El pasado no tenía cabida en su ecuación vital. Su padre se había portado como un cerdo, pero aquello no tenía nada que ver con el presente. Nada.
Salió de la casa y se dirigió al muelle. Pero nada podía apartarle de sus pensamientos.
¿Por qué le había contado aquella historia?
Una voz dentro de él le recordó que, según la ley, los herederos directos de Robin tendrían derecho a una sustanciosa parte de su fortuna.
Exacto. Aunque él le había ofrecido su ayuda económica, estaba claro que para ella no era suficiente. Quería más. Mucho más.
Entonces, otra voz intentó abrirse paso dentro de su cabeza. Tal vez se estaba equivocando. Puede que estuviera diciendo la verdad.
Garrett desechó de inmediato aquel pensamiento. Por supuesto que no era hija de Robin. Su padrastro le habría contado una cosa así…
Pero por primera vez en años, la sombra de la inseguridad amenazaba con invadir el mundo estable que Robin había construido para él. «Te la presentaré pronto», le había dicho. «Te gustará». Garrett había leído en sus ojos que aquella mujer, quien quiera que fuese, significaba mucho para él. Había imaginado una viuda respetable, y le había parecido muy bien.
El problema había comenzado cuando la conoció y la quiso para él.
Garrett se detuvo bruscamente en medio del sendero y se sentó en una piedra, apoyando los codos sobre las rodillas mientras notaba cómo le faltaba la respiración.
Dios mío. ¿Era todo una cuestión de celos? Tuvo la incómoda sensación de que aquel era exactamente el problema.
¿Cómo se habría sentido si la mujer madura de su imaginación hubiera heredado la mitad de la cabana? Trató de pensar en ello con todas sus fuerzas. Sí, se hubiera sentido tal vez algo molesto. Pero nunca la hubiera tratado tan mal como a Ana. De eso no había ninguna duda.
Pero una mujer mayor no habría salido con que era la hija de Robin, se recordó.
Garrett permaneció sentado largo rato, contemplando los árboles salvajes que crecían en medio de las rocas que rodeaban el lago. Cuando el sendero comenzó a cubrirse de sombras, se levantó y tomó el camino de vuelta a casa.
Se dijo a sí mismo que era una buena noticia que el mes hubiera finalizado. Solo tendría que pasar una noche bajo el mismo techo que Ana antes de regresar por la mañana a Baltimore.
Pero no pasarían juntos su última noche.
Todo el aparente alivio que había tratado de sentir se derrumbó en cuanto divisó la cabana del Edén. El caso es que hubiera podido ser feliz con Ana. Conocía suficientes mujeres como para saber lo difícil que era encontrar una con la que el silencio no fuese una situación incómoda. Tampoco había conocido nunca una mujer tan generosa en la cama, tan dispuesta a vivir la pasión con intensidad, ni tan deseable. Los dos habían disfrutado de la vida en la cabana, y Garrett estaba seguro de que ella prefería aquel estilo de vida antes que un lugar más animado como Las Vegas.
Y era tan adorable que Garrett habría deseado hacer del mundo un lugar mejor solo para que nada le rompiera nunca el corazón.
Una marea de culpabilidad lo inundó entonces, obligándolo a dejar de mentirse y encarar la verdad: Eso era exactamente lo que él había hecho. Romper el corazón de Ana.
Y de paso, el suyo propio.
No podía seguir mintiéndose: Había estado celoso de su relación con Robin, porque la deseó desde el primer instante en que la vio.
Pero había más: Había empezado a enamorarse de ella mientras la iba conociendo.
Estaba enamorado de Ana.
En un instante fugaz vio con claridad lo poco que valdría su vida sin ella. Podía verse a sí mismo despertándose cada mañana con el rostro de Ana a su lado, compartiendo con ella las preocupaciones de la vida diaria. Y para su propia sorpresa, Garrett añadió a su retrato de vida cotidiana dos niñas pequeñas con los rizos salvajes de su madre.
Pero todas aquellas imágenes se desvanecieron cuando recordó el dolor que reflejaba su rostro cuando salió de la cabana. La había herido por unas razones que ahora le parecían banales y absurdas. ¿Cómo podría explicarle que no le importaban las circunstancias en que se habían conocido, que lo que quería era pasar el resto de su vida con ella?
Un escalofrío de pánico le recorrió el cuerpo mientras comenzó a correr hacia la cabana. Tenía un presentimiento terrible. Hablaría con Ana enseguida.
Subió apresuradamente las escaleras, pero ella no estaba en su cuarto. La puerta estaba abierta, y la habitación vacía. Vacía de su presencia y de cualquier objeto personal.
Garrett sintió auténtico terror mientras se obligaba a sí mismo a entrar en el estudio. También desierto. El mostrador estaba limpio, la mesa de trabajo desnuda. Su mirada se dirigió fugazmente al rincón en el que ella había colocado su máquina de coser, pero estaba tan vacío como lo había estado el día en que llegaron a la cabana.
Le ardían los pulmones, y se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Garrett aspiró profundamente.
Ana se había marchado.
Capítulo 9
Se había marchado.
Su coche ya no estaba aparcado detrás de los pinos. Garrett descendió lentamente cada peldaño de la escalera, confirmando a cada paso que ella ya no estaba. Su toalla de playa ya no colgaba sobre la cuerda, secándose a la brisa fresca. El cuenco de comida de su gata había dejado de ocupar un espacio en el rincón.
Garrett se detuvo en medio de la cocina con los brazos caídos. Se había ido, y no podía culparla por ello. Él se había comportado de forma brutal. Entró en su despacho y se sentó delante del ordenador para enviar un correo electrónico a su oficina de Baltimore. Quería que le informasen del momento exacto en que Ana Birch regresara a su casa, cualquiera que fuera la hora, mañana o tarde. Tenía que ir detrás de ella y disculparse.
Garrett levantó la vista de la pantalla del ordenador hacia el retrato de Robin, que llevaba un montón de años colgado de aquella pared. Era una de las imágenes preferidas de Garrett.
El dibujo reflejaba a su padrastro vestido con un jersey y unos pantalones de sport. Estaba sentado en una de las rocas del lago con una taza de café entre las manos. Una suave sonrisa curvaba sus labios mientras su mirada se perdía en el horizonte. Garrett lo había visto miles de veces en esa misma postura.