Una casa para dos – Anne Marie Winston

Sin darle tiempo a dejar de temblar, Garrett retiró su dedo y se colocó encima. Ana estaba caliente, y muy húmeda. Él sabía que tenía que ir despacio, pero la ternura de su piel lo impulsó a entrar en ella en un gran espasmo de placer mientras Ana continuaba sumida en la emoción de su propio éxtasis.

Ana gritó de nuevo y arqueó su cuerpo, empujando el cuerpo de Garrett hacia el suyo con firmeza, cada vez más profundamente mientras sus músculos más íntimos se combaban para darle paso.

Garrett estaba sumido en un marasmo irresistible. Sintió cómo perdía el control, y decidió renunciar a cualquier intento de contenerse para alargar aquel instante. Un minuto más tarde, Garrett apretó las caderas contra el cuerpo de Ana, arqueando la espalda con la cabeza hacia atrás mientras se vaciaba dentro de ella.

¡Dentro de ella! Instintivamente, trató de retirarse, pero su cuerpo no respondía a las órdenes de su cerebro. Incapaz de reaccionar, Garrett se dejó llevar por la deliciosa sensación de no oponer resistencia a su cuerpo.

Cuando terminó el último espasmo y ambos se dejaban caer sobre la almohada, agotados, Garrett levantó la cabeza de la almohada.

—¿Estás tomando la píldora?

La expresión del rostro de Ana le dio la respuesta antes de que abriera la boca.

—No —contestó ella cerrando los ojos—. Lo siento, no me paré a pensar.

Garrett se incorporó hacia ella y la besó en los párpados.

—Yo soy el que tenía que haber pensado —dijo con sinceridad—, pero estaba demasiado ocupado. No te preocupes. Afrontaremos las consecuencias, si las hay.

Ana abrió los ojos y lo miró fijamente.

—No puedo creer que no tengas aquí ninguna protección.

—Supongo que pensé que si carecía de los medios, tendría el sentido común de no caer.

Garrett se dio cuenta de inmediato de lo mal que habían sonado sus palabras.

—No quise decir que no te encuentre deseable —dijo mientras la besaba repetidamente hasta que consiguió que volviera a mirarlo—. Además, ya no recuerdo por qué era tan importante no dejarse llevar.

Ana pareció relajarse de nuevo y Garrett buscó su boca para besarla una y otra vez, hasta que la atrajo hacia sí, acomodando su cabeza en su hombro. Ambos permanecieron callados mientras observaban caer las hojas de los árboles a través de la ventana. Garrett no recordaba haberse sentido nunca tan a gusto.

El cuerpo cálido de Ana se arrebujaba contra el suyo. La larga melena de rizos que descansaba sobre su hombro parecía convertida en fuego bajo la luz del rayo de sol que entraba por la ventana, iluminando sus cuerpos. Garrett se sentía protector. Y también posesivo. Ahora, Ana era suya.

—¿Garrett? —susurró ella mientras recorría con suavidad la densa mata de pelo oscuro que poblaba su pecho.

—¿Mmh?

—¿Qué quisiste decir con que afrontaríamos las consecuencias si me quedara embarazada?

—No lo sé —contestó él, alertado por el tono de su voz—. Solo quería que supieras que no dejaría que te las apañaras tú sola.

—Es que yo nunca… no podría…

—Si viene un niño, será bien recibido —dijo Garrett besándola en la frente para calmar su agitación—. ¿Te parece bien?

—Siempre he dicho que si alguna vez tuviera un hijo no permitiría que creciera sin un padre, como yo.

—Al contrario que tu padre, yo no estoy casado y no voy a huir de mis responsabilidades —contestó Garrett tratando de ser delicado.

Un hijo de Ana. Un vago sentimiento de anticipación le tensó los músculos del estómago. Podía imaginar cosas mucho peores. De hecho, no podía imaginar en aquel momento algo que le apeteciera más.

Garrett acarició con dulzura su espalda de arriba abajo y luego la besó en los labios. Se suponía que había sido un beso para tranquilizarla, pero Ana había respondido a la caricia con tanta intensidad que el cuerpo de Garrett revivió sin su permiso.

—Nada de sexo hasta que hayamos ido a la tienda —dijo Garrett con supuesta firmeza.

—¿Nada… de nada? —preguntó Ana con picardía.

—No seas mala —dijo él incorporándose—. No pienso arriesgarme otra vez.

Mientras la ayudaba a levantarse, Garrett no tuvo más remedio que reconocer que los preservativos eran un artículo de primera necesidad. Hacer el amor con Ana era una adicción: Ya quería poseerla de nuevo, pero tenían que tener cuidado.

Garrett le pasó la ropa, pero Ana negó con la cabeza.

—Necesito una ducha.

—¿Para qué? —preguntó él con un gruñido—. Vamos a volver a la cama en cuanto regresemos de la tienda.

—He prometido ir a visitar a Nola y a las gemelas, ¿no te acuerdas?

Ana pasó delante de él con toda naturalidad. Resultaba adorable en su desnudez. Garrett la sujetó por la muñeca, mirándola fijamente para absorber todos los detalles que se había perdido durante la batalla. Ya sabía que tenía las piernas largas y delgadas y los pechos redondos. Lo que no había advertido antes era la belleza de sus pezones, ni la manera en que su cuerpo se encajaba sobre su cintura antes de aposentarse sobre la elegante redondez de sus caderas.

Ana lo miraba fijamente.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Eres preciosa —contestó Garrett con una sonrisa.

La expresión de Ana se suavizó. Pero, ante su asombro, los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Gracias —dijo limpiándose con el dorso de la mano—. Me ducho en un instante.

Garrett no habló mucho en el camino hacia el pueblo. Cuando Ana se había sentado en el asiento del copiloto, había enlazado sus dedos entre los suyos, inclinándose sobre ella para besarla suavemente. Ana también permanecía callada, como si tuviera miedo de estropear la nueva y frágil relación que ahora compartían.

Tenía que contarle lo de su padre. Ese día sin falta. Lo había intentado hacía unas horas, pero él la había interrumpido, y cuando comenzó a besarla, se le olvidó por completo. Pero Ana sabía que no podía callarlo más tiempo. Aquella tarde se lo contaría.

Pensar en su padre la llevó a pensar en su madre. Sintió una ola de nostalgia anegándole el alma. ¿Qué pensaría de Garrett? Ana lo miró de soslayo. Garrett también la estaba mirando.

—¿En qué estás pensando? —preguntó él.

—No en lo mismo que tú —dijo ella riendo—. En serio, me estaba preguntando qué pensaría mi madre de ti.

—Háblame de ella.

Ana se sintió halagada por el interés.

—Era una pintora excelente. Su nombre es muy conocido en los círculos de arte internacionales —dijo con un hilo de voz mientras Garrett le apretaba la mano con más fuerza—. Háblame tú de la tuya, ¿quería mucho a Robin?

—Lo adoraba —dijo Garrett con gravedad—. Creo que ella estaba más enamorada de él de lo que Robin estuvo nunca de ella.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Se portaba muy bien con ella, pero… a veces había algo así como una tristeza en sus ojos —continuó Garrett mientras se llevaba su mano a la boca para besarla—. Era un hombre maravilloso. Todavía no puedo creerme que se haya ido para siempre.

Ana tenía un nudo en la garganta. Lo único que podía hacer era estrechar su mano con más fuerza para expresarle su simpatía sin palabras. No volvieron a hablar hasta que llegaron al pueblo. Ana se sentía feliz de viajar a su lado, con su mano entre la suya. Se sentía bien con él, y suponía que el plan de Robin había funcionado en ese sentido. Vivir en el mismo espacio reducido los había hecho acostumbrarse a las pequeñas manías de cada uno, conduciéndolos hasta un grado de entendimiento que no se hubiera producido bajo otras circunstancias.

De vuelta a casa, tras haber parado en el hospital y recogido el coche de Garrett, la pareja dejó las compras en la cocina y se echaron uno en brazos del otro. Ana sintió el ya casi familiar calor de su cuerpo y la perfección con la que se acoplaba su cabeza sobre el hueco de su cuello.

—¿Quieres ir a dar un paseo en canoa? —susurró él en su oído.

Ana se estremeció con el contacto de aquellos labios sobre el lóbulo de su oreja.

—Claro.

Pero ninguno de los dos se movió. Apoyada contra su ombligo, Ana sintió crecer la intensidad del deseo de Garrett, y su propia respiración se volvió entrecortada mientras cimbreaba su cintura con suavidad alrededor de él.

Garrett sujetó su cuello con una mano y la besó largamente mientras con la otra buscaba la firmeza de sus pechos, jugueteando con uno de sus pezones hasta que Ana se estremeció de placer.

—Me parece que el lago tendrá que esperar —murmuró Garrett con agitación.

Ana buscó a tientas sobre la encimera hasta que su mano topó con la bolsa de la compra. Sacando la caja de preservativos que habían comprado, consiguió sujetarla con una mano mientras él la tomaba en brazos y la subía por las escaleras, hasta depositarla con suavidad sobre la cama de su dormitorio.

Ana abrió los brazos para recibirlo, suspirando con alivio cuando él cayó encima de ella con todo su peso,

—¡Oh, Garrett! Te…

Se detuvo antes de que se le escaparan las palabras: «te quiero».

—¿Qué decías? —preguntó él sin dejar de besarla por el cuello.

—Te… te quiero decir que me encanta como besas.

No estaba muy segura, pero tenía la impresión de que Garrett no estaba preparado para algo más profundo que una atracción física. Pero cuando supiera lo de su padre… puede que entonces se diera cuenta de que lo que compartían podría durar para siempre.

Los tres días siguientes fueron idílicos, si no pensaba en que estaban a punto de acabar. La tarde anterior a su partida, habían estado haciendo las maletas y tapando los muebles con sábanas para el largo invierno durante el que la cabana del Edén permanecería sola en medio de la nieve.

Cuando acabaron de guardar los muebles exteriores en el cobertizo, Garrett la había levantado del suelo, colocándola a su espalda como si fuera un saco.

—¡Garrett! —protestó ella riendo mientras lo golpeaba con los puños en la espalda—. ¿Qué estás haciendo?

—Voy a llevar a mi hembra a la cama.

—¿Tu hembra? Vaya, parece que hoy te sientes un poco primitivo, ¿no?

—Me siento primitivo siempre —corrigió Garrett mientras subía las escaleras—. Tú me perteneces, y quiero asegurarme de que no se te olvide.

Una vez en la habitación, Ana colocó sus brazos sobre aquellos musculosos hombros y apretó con fuerza, ofreciéndole todo el amor del que era capaz sin palabras. Instantes después, estaban desnudos rodando sobre la ancha cama.

Una hora más tarde, el sonido de un trueno los distrajo del letargo de después del amor.

Garrett volvió la cabeza y miró a través de la ventana que daba al lago.

—Parece que va a haber tormenta. Voy a subir la canoa a tierra. Si las aguas se agitan, el lago podría arrojarla contra las rocas y romperla.

Ana emitió un leve sonido de queja, pero se sentó obedientemente en la cama y comenzó a vestirse.

—Yo cerraré todas las ventanas.

Bajaron juntos las escaleras. Cuando Garrett enfilaba el camino de baldosas, se dio la vuelta para decirle:

—La puerta de atrás está abierta. No debí cerrarla bien cuando entramos.

Ana no pudo evitar que una sonrisa se dibujara en su rostro mientras lo seguía con la mirada. Garrett llevaba puestos unos pantalones cortos, y todos los músculos de su pecho y de los brazos se le marcaban cuando gesticulaba.

—Supongo que tenía otras cosas en la cabeza —continuó él—. Mira a ver si está la gata. No creo que haya salido, pero vamos a comprobarlo.

La gata. Ana sintió cómo se desvanecía su buen humor. El animal necesitaba medicación dos veces al día para recuperarse de sus heridas. Si no aparecía pronto, era muy probable que no pudiera sobrevivir.

Ana revisó todas y cada una de las habitaciones, cada esquina, cada rincón en el que podría haberse escondido. Pero no estaba en ninguna parte.

Garrett llegó en el momento justo en el que se le habían acabado los sitios donde buscar.

—No la encuentro por ningún lado —dijo sin poder contener las lágrimas.

—Lo siento. Debí asegurarme de que la puerta estaba bien cerrada —contestó Garrett sacudiendo la cabeza.

El sonido de la lluvia golpeando las ventanas lo interrumpió. Un rayo poderoso iluminó durante un instante la cabana y los pinos que la flanqueaban. Casi simultáneamente, el estruendo de un trueno hizo que Ana saltara literalmente de la silla.

—Vamos a hacer una cosa —dijo Garrett abrazándola—. Súbete al coche y conduce por el sendero, llamándola por la ventanilla.

—¿Y tú qué vas a hacer? —preguntó ella mientras buscaba las llaves de su coche.

—Voy a mirar por los alrededores de la cabana —contestó mientras se colocaba un impermeable—. Ana, prométeme que no te bajarás del coche. Estas tormentas son muy peligrosas.