Una casa para dos – Anne Marie Winston

Ana se encogió de hombros, tratando de que sus miradas no se cruzaran.

—La verdad es que no me he impuesto ningún objetivo concreto, pero he trabajado todos los días, y tengo pensados muchos diseños, así que no puedo decir que me vaya mal.

—Bien —dijo él—. ¿Puedo ver las piezas terminadas?

¿Cómo podría nadie negarle algo a aquella mirada de color azul intenso?

—Claro —dijo Ana señalando el armario—. Las guardo allí.

Garrett abrió las puertas y retrocedió unos pasos para tener una mejor perspectiva. Luego se acercó de nuevo y comenzó a tocar las texturas de los bolsos, a observar con detalle la hechura de los sombreros…

Ana contuvo la respiración. No pudo evitar reconocer que le importaba muchísimo su opinión.

—Son increíbles —dijo finalmente Garrett sonriendo—. Apuesto a que las mujeres matarían por ellos.

—¿Te gusta mi trabajo? —preguntó Ana mirándolo fijamente.

Garrett asintió con firmeza, y el corazón de Ana pareció recuperar el latido.

—Ahora entiendo por qué Robin quería que te dedicaras por completo a esto. Tu trabajo es extraordinario —dijo Garrett señalando el contenido del armario—. Deberías buscar un inversor. Así podrías montar tu propia empresa y producir a mayor escala.

—Por ahora prefiero no tener socios —contestó ella negando con la cabeza—. Ya sé que suena ridículo, pero soy muy celosa de mi trabajo.

—Si es una cuestión de dinero, yo podría… —comenzó a decir él.

—No, gracias —interrumpió Ana con voz firme—. No me sentiría cómoda aceptando dinero de ti, aunque fuera en forma de crédito.

Él no insistió, pero durante un instante, Ana pudo leer en sus ojos algo que le hizo daño. Garrett seguía creyendo que cuando Ana vendiera su parte de la cabana reuniría el dinero suficiente como para poner en marcha su propio negocio. Aunque Ana le hubiera dicho lo contrario, Garrett todavía esperaba verla sucumbir ante los encantos del dólar.

Estaba claro que no se fiaba de ella.

El sonido de un motor la sacó de sus pensamientos.

—¿Viene un coche? —preguntó en voz alta con el ceño fruncido por la sorpresa.

—Tal vez Eileen viene a devolverme mi todoterreno —dijo Garrett acercándose a la ventana que daba al sendero—. No, es un jeep negro.

—¿Un jeep negro? —dijo Ana poniéndose de pie y asomándose a la ventana.

El vehículo se había parado justo al lado de su coche. La puerta del conductor se abrió, y Ana lo reconoció al instante.

—¡Teddy!

Como si tuviera alas en los pies, bajó las escaleras y salió de la cabana en un tiempo record para encontrarse con su amigo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó en cuando estuvo a su lado—. ¿Nola se encuentra bien?

—Está perfectamente —dijo Teddy riendo—. Tal vez un poco cansada. Tenemos dos gemelas exactas.

—¿Ya han nacido? ¡Felicidades! —gritó Ana con alegría mientras lo abrazaba.

—Sí, hace apenas cuatro horas. El parto se ha adelantado varias semanas, pero están las dos perfectamente. Los médicos dicen que en unos días podremos llevarlas a casa.

—¡Qué alegría más grande! —dijo Ana—. Pero tú deberías estar en el hospital.

—Nola insistió en que viniera personalmente a contártelo —contestó Teddy sin dejar de sonreír—. Mira, te he traído unas fotos.

—Muchas gracias. ¡Qué monas son! —dijo Ana mirando las fotos con ternura—. Iré esta tarde sin falta a conocerlas.

Ana le tomó la cara entre las manos y lo besó con fuerza en la mejilla. En respuesta, Teddy le dio un abrazo de oso que consiguió levantarla del suelo durante unos segundos.

Cuando subió al jeep y encendió el motor del coche, Ana lo saludó con la mano mientras gritaba:

—¡Te veré esta tarde!

Capítulo 7

Garrett parecía haberse quedado congelado al lado de la ventana. Cuando Ana se arrojó en brazos de aquel hombre rubio, un sonido gutural surgió de su garganta sin que pudiera contenerlo.

¿Era este el hombre con el que se había estado viendo? Garrett no había perdido detalle de cómo se reían y bromeaban juntos. Y cuando Ana le sujetó la cara para besarlo y él la abrazó, pensó que ya había visto demasiado.

Decidido, comenzó a bajar las escaleras para acabar con aquel espectáculo. Pero cuando llegó a la puerta principal, esta se abrió, dando paso a una Ana exultante.

—Adivina lo qué ha pasado —dijo con euforia apenas contenida.

—¿Es este el hombre para el que has estado preparando comida las últimas dos semanas? —inquirió Garrett—. Me habías dicho que no conocías a nadie en el pueblo, pero en cuanto me doy la vuelta ya estás cocinando para un hombre.

La expresión de felicidad desapareció por completo del rostro de Ana. En un tono lo suficientemente frío como para congelar la temperatura de la habitación, comenzó a hablar.

—Sí, he estado cocinando para él. Lo conocí la primera vez que estuve en el pueblo.

Garrett pudo distinguir cómo la furia se iba apoderando de ella mientras lo miraba sin apartar la vista.

—¿Cómo te atreves? —continuó ella—. Has estado sacando conclusiones erróneas desde el primer día que me conociste. Crees que en cuanto conozco a un hombre me meto en su cama, ¿verdad? Eso es lo que realmente piensas.

Ana se acercó hasta él y levantó una mano en gesto de desprecio.

—Espera un momento —dijo Garrett sujetándola instintivamente por la muñeca—. Solo un momento.

—Ni lo sueñes —replicó Ana con determinación mientras echaba para atrás la melena de rizos.

Garrett se dio cuenta de que apretaba unas fotografías entre los dedos de la mano que él tenía prisionera. Entonces la soltó, sintiéndose un tanto estúpido.

—Ana, lo siento, yo…

Casi temblando de rabia, ella blandió las fotos delante de sus narices. Le temblaba tanto la mano que Garrett apenas pudo distinguir las imágenes, así que las tomó de sus manos para contemplarlas mejor.

—Te presento a las gemelas de mis amigos Teddy y Nola —dijo Ana apretando los dientes—. Nola no ha tenido un embarazo fácil, y yo me he ofrecido a ayudarlos, preparándoles de vez en cuando la comida.

Ana se calló de pronto.

—¿Por qué te estoy dando explicaciones? —se preguntó en voz alta mientras le arrebataba las fotos de la mano y se dirigía a las escaleras.

—¡Espera! —suplicó Garrett mientras la sujetaba del brazo.

—¡No! —respondió ella soltándose con fuerza—. Estoy harta de que me juzgues. No veo el momento de que pasen los cuatro días que faltan para no volver a verte nunca más.

Garrett se quedó parado en medio del salón mientras ella desaparecía por las escaleras. Nunca la había visto enfadada de veras hasta aquel momento, pero debió haberse imaginado que con aquel color de pelo, tenía todo el potencial para hacer saltar chispas.

Garrett se puso la mano en la nuca y echó la cabeza para atrás. «Maldita sea», se dijo. Ana tenía toda la razón. No había hecho otra cosa que juzgarla.

Subió las escaleras lentamente. La puerta de Ana estaba cerrada, y su gata estaba sentada fuera.

—¿A ti tampoco te deja entrar? —preguntó Garrett mientras llamaba a la puerta con los nudillos.

—Vete —contestó Ana al otro lado.

Tenía la voz espesa, y Garrett supo que estaba llorando. Y una vez más era por su culpa.

—Tu gata quiere entrar —dijo.

La puerta se abrió entonces solo lo justo como para que entrara el animal. Pero antes de que se cerrara de nuevo, Garrett colocó el pie. Cuando Ana se dio cuenta de la maniobra, dejó de hacer fuerza y la abrió del todo.

Estaba en el centro de la habitación, dándole la espalda.

—Estaba celoso.

Aquella confesión quedó suspendida en el aire.

Garrett atravesó la habitación hasta colocarse justo detrás de ella. Repitió entonces las palabras con más convicción.

—Estaba celoso, Ana.

—Pero, ¿por qué? —preguntó ella dándose la vuelta y mirándolo con ojos de sorpresa.

Garrett se aclaró la garganta, y estiró una mano para pasar suavemente su dedo pulgar por la mejilla de Ana mientras le secaba una lágrima.

—¿De verdad no lo sabes? Hay algo entre nosotros, Ana. Algo que se hace más fuerte cada minuto que estamos juntos. Yo sé que no debería desearte, pero estoy cansado de luchar conmigo mismo.

Mientras hablaba, Garrett sintió la fragilidad de sus mejillas bajo la presión de sus dedos. Colocó entonces el dedo pulgar sobre los labios de ella.

—Llevo mucho tiempo queriendo contarte algo —comenzó a decir Ana a duras penas.

—No. Sin explicaciones.

Garrett sintió un miedo inexplicable: las palabras destrozarían la intimidad de aquel momento. Con lentitud deliberada, inclinó la cabeza para sustituir el dedo pulgar por sus labios.

Deslizó sus brazos alrededor de ella y la atrajo hacia sí, gruñendo de satisfacción mientras su cuerpo, hambriento de deseo, se encontraba con la suavidad de sus formas femeninas.

Durante un instante, Ana permaneció dócilmente entre sus brazos, sin rechazar ni aceptar sus caricias. Pero cuando los labios de Garrett recorrieron con más fuerza los suyos y comenzó a besar con la lengua la parte superior de su boca, su postura se suavizó, fundiéndose con la de Garrett sin poder reprimir un gemido de satisfacción.

Ana abrió la boca para admitir a Garrett definitivamente en sus cálidas y dulces profundidades, y levantó los brazos, primero para que descansaran sobre sus hombros, y luego para abrazar con más seguridad su cuello.

Los besos se volvieron más profundos, convirtiendo las chispas que habían saltado entre ellos en auténticas llamaradas.

Garrett deslizó una mano sobre la elegante curva de su espalda y acarició con suavidad una de sus nalgas mientras apretaba su cuerpo encendido de pasión con más fuerza contra ella. Garrett emitió un profundo sonido de placer.

Entonces, ella levantó una pierna y la enredó con destreza alrededor de la cadera de Garrett, entregándose por completo. De pronto, él supo que aquel instante solo podía terminar de una manera. Aunque no estuviera planeado, aquel día iba a hacerle el amor a Ana Birch.

Recorrió los escasos metros que le separaban de la cama con Ana subida encima de él, y la colocó sobre el mullido edredón. Garrett exploró entonces con la lengua cada rincón, cada milímetro de su boca hasta que no quedó ningún espacio por recorrer.

Llevaba tanto tiempo deseándola… había fantaseado con su cuerpo de seda, las curvas de sus pechos, los rizos de oro entre sus piernas… Y por fin iba a ser suya. Buscó la salida de la camiseta de Ana a través de la cabeza mientras ella hacía lo mismo con la suya. Cuando la hubo sacado, Ana se acercó de nuevo a él, desabrochándose el sujetador y arrojándolo al suelo. Entonces apretó de nuevo su piel de satén contra él. Sentir sus pechos desnudos contra su torso era un placer irresistible, pero Garrett la apartó con suavidad para contemplar la belleza que acababa de descubrir. Ana tenía la piel de marfil, y el tono rosa pálido de sus pezones resaltaba sobre el conjunto. Garrett puso las dos manos sobre la tersa suavidad de aquellos montículos, concentrándose en el trabajo de sus pulgares sobre los pezones hasta que la vio cerrar los ojos de puro placer.

—Por favor… —susurró ella.

Las manos de Ana se deslizaron hacia la cremallera de sus pantalones, indicando sin palabras lo que quería. Pero en lugar de desabrocharla, sus delicados dedos se entretuvieron en explorar y acariciar la zona. Garrett se sentía morir de placer ante la intimidad de aquel tacto. A duras penas consiguió dejar los pechos de Ana para dedicarse a sus propios pantalones, consiguiendo bajarlos al mismo tiempo que su ropa interior. Los pantalones de Ana habían abandonado también su lugar de origen en algún momento.

Garrett la empujó hacia el cabecero de la cama, colocándose a su lado. Se concentró de nuevo en la dulzura de su boca, besándola hasta que ambos comenzaron a jadear. Cuando levantó finalmente la cabeza, Ana se hundió en su cuello mientras él exploraba su cuerpo, entreteniéndose en cada detalle de sus tesoros femeninos hasta que por fin dirigió sus dedos hacia el triángulo de seda que había entre sus piernas.

Ana gemía de placer en su oído mientras Garrett se adentraba con exquisita suavidad en el calor de aquel territorio, explorándolo lentamente con cada dedo de la mano. Mientras lo hacía, recorría con la boca su cuerpo, deleitándose en sus pechos. La espalda de Ana se arqueó de deseo mientras sujetaba la cabeza de Garrett con manos temblorosas. Las caderas de Ana subían y bajaban rítmicamente al compás de sus dedos. Durante uno de aquellos movimientos, Garrett introdujo el dedo corazón más profundamente, empujándolo hacia arriba. Ana emitió un sonido corto y profundo, casi un chillido, y su cuerpo entero se sacudió entre los brazos de su amante.