Un matrimonio platónico – Anne Marie Winston

Habían decidido mantener la boda en secreto. Como iba a ser muy sencilla, sin invitados, los periodistas creerían que era uno de esos arrebatos de pasión a los que eran tan dados los millonarios. Sí, definitivamente así sería más creíble.

Por mucho que insistió, Faith no le dejó ver el vestido que había elegido. ¿Quién habría sospechado que tras esa cara angelical había una vena tan obstinada?

Mientras Stone miraba el reloj por enésima vez, una mujer se acercó.

—Hola, señor Lachlan. Ya estamos aquí.

Era Clarice, la enfermera de Naomi Harrell.

—Hola, Clarice. ¿Ha visto a Faith?

—Sí, está aquí. Hemos venido juntas.

—Clarice, le presento a mi madre, Eliza Smythe.

—Encantada —sonrió la mujer—. Soy Clarice Nealy, la enfermera de la señora Harrell.

—A mi hijo le va a dar un infarto si Faith no aparece pronto.

Stone miró de nuevo su reloj.

—¿Dónde está? Tenemos que entrar ya.

—Entre usted primero. Faith y su madre irán enseguida —dijo Clarice.

Suspirando, Stone obedeció. El juez estaba de pie al fondo de la sala, muy serio. Al verlos, pareció sorprendido.

—¿Stone Lachlan y Faith Harrell?

Eliza sonrió.

—No. La novia no ha llegado todavía.

En ese momento se abrió una puertecita y Clarice salió empujando la silla de ruedas de Naomi.

A su lado iba Faith, de la mano de su madre.

Y el mundo pareció detenerse para Stone.

Mientras caminaba hacia él, tuvo que recordarse a sí mismo que debía respirar.

Faith había elegido un vestido por encima de la rodilla. Era de satén blanco, cubierto por una delicada muselina. El escote palabra de honor era muy pronunciado y, aunque intentó evitarlo, Stone no podía dejar de mirar la suave curva de sus pechos.

Llevaba el pelo sujeto por una diadema de flores… Entonces recordó el comentario sobre la realeza. Lo había hecho a propósito, para reírse de él. Y le gustaba.

En la mano llevaba un ramo de rosas de color melocotón con lilas y orquídeas que le daban un toque de color.

No se le escapó que había elegido el blanco puro para su vestido de novia. Probablemente buena idea, ya que servía para recordarle que su relación tenía límites.

Límites. Qué daría él por mostrarle los placeres del amor. Por un momento quiso pensar que aquello era real, que aquella mujer hermosa y deseable sería su esposa en todos los sentidos.

Si fuera real, aquello solo sería el principio. Podría disfrutar de los increíbles placeres de su cuerpo y dormir en sus brazos cada noche. Y algún día tendrían hijos y…

¡Hijos! Stone se dio una patada mental en el trasero.

Cuando Faith llegó a su lado, se dio cuenta de que estaba muy bien maquillada. Tenía una piel perfecta, como de porcelana. El cabello rubio rodeaba su carita como un halo y hubiera deseado tocarlo… Pero no podía hacerlo. No podía tocarla.

El juez se aclaró la garganta y Stone se dio cuenta de que la ceremonia estaba a punto de empezar.

Faith sonrió entonces, pero él no podía sonreír. Recordar que aquella no era una boda de verdad lo había deprimido por completo.

Solo era una ridícula charada a la que había tenido que recurrir para cumplir las condiciones impuestas por su madre. Era, como máximo, una inconveniencia, una interrupción en su vida y en la vida de Faith. No había nada por lo que sonreír.

Faith se puso seria y Stone se maldijo a sí mismo por idiota. La pobre solo quería contar con su apoyo… entonces se dio cuenta de que estaba parpadeando rápidamente. Tenía los ojos llenos de lágrimas…

Por instinto, tomó su mano y la apretó con fuerza.

Ella lo miró entonces, intentando sonreír y Stone casi se murió de arrepentimiento. Solo tenía veinte años, por Dios. Aquello no era lo que habría soñado para el día de su boda, aunque ella misma insistió en que fuera una ceremonia sencilla.

Sin poder evitarlo, le pasó un brazo por la cintura y la apretó contra su cuerpo. Era tan pequeña a su lado, tan suave…

Después de unas breves palabras se pusieron las alianzas y ya estaban legalmente casados.

El juez parecía muy aburrido. ¿Cuántas ceremonias como aquella celebraría cada día? Seguramente docenas.

—Puede besar a la novia —dijo entonces.

Stone iba a darle un besito en la boca… para guardar las apariencias. Pero cuando sus labios se encontraron sintió un escalofrío. Eso no podía ser, no debía ser.

Faith no tenía ninguna experiencia de la vida y no podía saber que el sexo y el amor son dos cosas diferentes en la mente de un hombre. Tenía que mantener las distancias.

De modo que, haciendo un esfuerzo para resistirse a sus encantos, le dio un besito y se apartó.

Estuvo a punto de pedirle disculpas en voz baja, pero cuando iba a hacerlo se dio cuenta de que eso le sonaría muy raro a todo el mundo.

—¿Nos vamos?

Ella asintió. No lo miraba y Stone se maldijo a sí mismo por imbécil.

No, no, no. No podía hacer nada con la hija de Randall Harrell. Era su tutor y aquel matrimonio solo era un acuerdo entre los dos.

Nada más.

Faith se despertó muy temprano a la mañana siguiente. Por un momento no reconoció la habitación, pero entonces lo recordó todo. El día anterior se había casado con Stone.

Estaba casada. Si no fuera por la alianza, pensaría que había sido un sueño. Y mientras se duchaba no podía dejar de recordar la ceremonia. La triste y corta ceremonia.

Stone estaba tan guapo con el traje oscuro… Mientras entraba en la sala, se había permitido a sí misma soñar por un momento que aquello era real.

Pero cuando lo miró a los ojos no vio nada. Ningún sentimiento. Nada de amor.

Y por primera vez tuvo que reconocer que no se había casado con él solo para cumplir parte de un trato, para devolver algo de todo lo que había hecho por su madre y por ella.

Se había casado con Stone porque, sin saber cómo, el enamoramiento infantil que sintió por él se había convertido en algo más profundo, más maduro.

Le dolía tanto que decidió no seguir examinando sus sentimientos.

En lugar de hacerlo, recordó la ceremonia. Y recordó cómo la había mirado al entrar. Sin duda, la encontraba atractiva. Y eso la alegraba porque había elegido el vestido y el peinado solo para gustarle.

Sí, durante un segundo Stone no había podido disimular que le gustaba.

Y aunque era infantil pensar que podría convertir el deseo de un hombre en un sentimiento más profundo, en el fondo de su corazón era lo que deseaba.

Quería que fuera él quien le enseñase las intimidades del amor. Quizá podría atraer sus sentimientos como podía atraer sus sentidos.

Quizá empezarían a comunicarse mejor durante la luna de miel, pensó. Aunque no la habían planeado, Stone le contó a su madre que harían un viaje de dos semanas y, aunque solo fuera para que no sospechase, seguramente cumpliría su palabra.

Cuando bajó a la cocina vio que la cafetera estaba puesta y, poco después, él entró con el periódico en la mano.

—Buenos días.

—Buenos días. ¿Has dormido bien? —preguntó Stone, sin mirarla.

—Sí, gracias. ¿Y tú?

—Bien —contestó él, sirviéndose una taza de café.

No parecía de muy buen humor, pero estaba tan guapo… No era justo que alguien estuviera tan guapo a primera hora de la mañana. Pero no era solo eso. Al mirarlo, sintió una extraña ola de ternura. ¡Era su mujer!

—Tu madre y Clarice llegarán esta tarde. ¿Vas a ayudarlas a colocar sus cosas?

—Sí, claro.

—Sé que es sábado, pero tengo que ir a la oficina.

—Muy bien. ¿Quieres que haga algo? Hasta que empiece otra vez en la universidad, voy a tener mucho tiempo libre. Podría ayudarte en el despacho…

—Tengo empleados para eso, Faith —sonrió él—. Considera estos meses como unas vacaciones.

Faith se sintió desilusionada. No soportaba estar de brazos cruzados. Y trabajar con él haría que tuvieran algo en común.

—Pero me vendría bien la experiencia y…

—Hay una cosa que podrías hacer —la interrumpió Stone.

—¿Qué?

—El salón.

—¿Qué pasa con el salón?

—Que no me gusta la decoración y quiero cambiarla. ¿Te apetece hacer eso?

—Sí, claro. Dime qué colores prefieres y…

—Confío en tu buen gusto. Bueno, debo irme. Que tengas un buen día, Faith.

—Sí, claro, lo voy a pasar bomba —murmuró ella, cuando oyó que se cerraba la puerta.

Redecorar el salón. ¿Lo había dicho en serio? Faith quería ayudarlo en la oficina. Trabajar con él sería una experiencia mucho más interesante que comprar sofás para el maldito salón.

Debería haberle dicho que le parecía insultante. La dejaba en casa con un proyecto de señora desocupada y se quedaba tan tranquilo. Cuando lo que le habría gustado era ayudarlo en los negocios. Haciendo lo que él quisiera…

Esa frase la hizo pensar algo que no debería pensar. Desde que la besó aquel sábado, desde que la hizo sentir la dureza de su cuerpo, no podía dejar de pensar en cómo sería hacer el amor con él.

También la había besado el día anterior, durante la boda. Y aunque apenas había sido un roce…

Debía admitir la verdad de una vez por todas: no se había casado con Stone Lachlan para devolverle un favor. Y no se había casado para pagar lo que le debía, ni porque hubiera prometido cuidar de su madre.

Se había casado con Stone porque estaba enamorada de él.

Faith se puso una mano en el corazón. Lo amaba desde niña, pero después de conocerlo mejor había descubierto a un hombre decente, bueno, generoso. Un poco cascarrabias y definitivamente muy mandón, pero una buena persona. Y el hombre más atractivo que había visto en toda su vida.

Menudo desastre.

Stone había dejado claro muchas veces que aquel era un acuerdo entre los dos, un matrimonio de conveniencia simplemente.

Pues él podía considerarlo un negocio, pero aquello era la guerra. Tenía un año. Trescientos sesenta y cinco días.

Y estaba segura de que, en algún momento, Stone Lachlan se daría cuenta de que también él estaba enamorado.

Tener a la madre de Faith y a Clarice en su casa no era la carga que Stone había esperado, pensaba una semana después, mientras tomaba café en la cocina. De hecho, era una bendición.

Las dos mujeres cenaban con ellos cada noche y, aunque habían protestado al principio, Stone las convenció. No quería pasar ni un minuto a solas con Faith y lo estaba consiguiendo.

Eso era lo único que podía impedir que, en un arranque de locura, llevase a su mujer al dormitorio para hacer con ella lo que quisiera durante las cincuenta y dos semanas que quedaban hasta completar aquel año de tortura.

Stone dejó escapar un suspiro. Faith se lo estaba poniendo muy difícil. Él no tenía intenciones de seducirla. Sería despreciable usarla de esa forma para dejarla después.

Y si seguía diciéndose eso diez mil veces cada día, acabaría por creerlo.

La oía por las mañanas cuando se levantaba de la cama, cuando se duchaba, cuando sacaba perchas del vestidor… Y su activa imaginación le daba todos los detalles. Sobre todo, qué llevaría puesto… o no llevaría puesto.

Siempre desayunaban juntos, por muy temprano que se levantara, y su sonrisa era lo último que veía antes de irse a trabajar.

Por la noche, lo recibía en la puerta… Era maravilloso no tener que cenar solo.

Y le gustaba verla con su madre. Faith y Naomi se querían mucho, a pesar de haber estado separadas durante tanto tiempo. Se reían, contaban historias, hacían crucigramas juntas…

Muy distinto de la relación que él mantenía con su madre. Tanto que podría ponerse celoso si lo pensaba mucho.

Seguramente todas las familias normales tenían ese tipo de relación, pero hasta que lo vio de cerca solo era un concepto abstracto.

Y gracias a Faith era una realidad. Muy dolorosa.

Ella entró poco después en la cocina.

—Hemos vuelto —lo saludó, con una sonrisa.

—¿Dónde estabais?

—En el parque. Hace un día precioso. Ya casi estamos en primavera.

—Pues dicen que va a nevar —le advirtió Stone.

—No creo que el frío dure mucho.

Clarice y Naomi habían ido directamente a su apartamento privado y estaban solos. En silencio, sin saber qué decir.

Entonces Faith se aclaró la garganta.

—¿Tienes algo planeado para hoy?

—No, nada especial. Esta noche tenemos una cena benéfica, pero hasta entonces no hay nada que hacer.

—¿Quieres que me ponga algo especial? Tengo los vestidos que compraste la semana pasada, ¿te acuerdas?

¿Que si se acordaba? Se acordaba muy bien y le hervía la sangre en las venas cada vez que la imaginaba con alguno de ellos.

—¿Por qué no te pones el azul, el del corpiño?

—Muy bien. Y ya que tienes tiempo, me gustaría enseñarte unas telas para el salón.