Un matrimonio platónico – Anne Marie Winston

Y los zapatos. Walter Steiger para los vestidos de tarde, mules bordadas de Sergio Rossi, sandalias negras de Manolo Blahnick y unas sandalias con cristales de Swarovski. Todo con bolsos a juego.

Era impresionante, pensaba Faith mientras entraban en el coche. Cuando Stone tomaba una decisión, era imposible convencerlo de lo contrario.

Fue casi un alivio ver la fachada de piedra de su nueva residencia.

La casa de Stone frente a Central Park era como la había imaginado. Y más. Mucho más. Diseño moderno mezclado con antigüedades. Flores frescas, plantas enormes, muebles de maderas nobles, cuadros de famosos pintores contemporáneos…

Todas las compras habían sido enviadas a su casa y cuando llegaron, el ama de llaves las había colocado en la habitación de Faith.

Su habitación.

No podía creer que iba a vivir allí. Que iba a dormir tan cerca de Stone.

Stone, que una hora antes le había dicho que cenarían en casa con su madre. Afortunadamente, podría ponerse uno de los vestidos que él le había regalado.

—Nos vemos abajo en… ¿media hora te parece bien? —preguntó él, mirando el reloj—. Así podremos relajarnos un poco antes de que llegue mi madre.

A Faith se le encogió el estómago. No recordaba a Eliza Smythe y solo sabía de ella lo que contaban los periódicos: que era una dura mujer de negocios y que había heredado la empresa de su padre a los veinticinco años.

Tuvo que respirar profundamente para controlar los nervios ante la idea de enfrentarse con aquella formidable mujer.

¿Y si no le gustaba a la madre de Stone?

Capítulo 3

Estaba bajando la escalera y Stone, a punto de entrar en el salón, se quedó inmóvil, mirándola.

Faith llevaba lo que a simple vista parecía un sencillo vestido negro. Pero no lo era. O, al menos, en ella no lo parecía. Era simplemente, el colmo de la elegancia.

Llevaba el pelo sujeto en un moño alto que destacaba su largo y delicado cuello. Las mangas del vestido llegaban por el codo y tenía una hilera de diminutos botones desde el pecho hasta la mitad del muslo.

Y cuando Stone vio las medias de rejilla negra y los zapatos negros de Miu Miu tuvo que tragar saliva. Nunca se había fijado demasiado en las piernas de las mujeres, pero en aquel momento no podía apartar los ojos de las de Faith.

No podía dejar de mirar sus piernas… ni sus otros atributos femeninos.

—Estás muy… guapa —consiguió decir.

Muy original, pensó.

—Gracias. He pensado que tu madre vendrá directamente de la oficina y este me ha parecido un vestido adecuado para la ocasión. Es de Ralph Lauren —sonrió ella—. Carísimo, ya lo sé.

Stone sonrió. Faith aún no se daba cuenta de que el dinero no tenía importancia para él.

—¿Quieres una copa?

—No me gusta mucho beber. ¿Vino blanco, quizá?

—¿Prefieres champán? Para celebrar nuestro compromiso.

Stone le indicó que entrase al salón y así tuvo la oportunidad de admirar… la parte trasera del vestido.

Afortunadamente, aquel matrimonio no era real, pensó, sintiendo calor en la cara y en otras partes del cuerpo. Pero empezaba a sentirse posesivo. No quería ni imaginar a otro hombre tocándola…

¿Por qué pensaba eso? No iba a pasar nada entre ellos durante aquel año porque Faith era una persona de palabra. Y no iba a pasar porque él era su tutor.

El catering que había contratado para la ocasión consistía en varias bandejas de canapés, bolitas de cangrejo y una selección de frutas, verduras y patés.

—Qué rico —comentó Faith, tomando una fresa—. Nunca he probado el champán. ¿Me va a gustar?

—Si te gusta el vino, supongo que sí —contestó él, levantando una botella de champán francés que estaba en un cubo de hielo.

Mientras la observaba morder la fresa, cerrando los labios alrededor de la fruta, Stone sintió que su pulso se aceleraba y que sus pantalones amenazaban con convertirse en un instrumento de tortura. Podía ser su tutor, pero también era un ser humano… con un sano apetito sexual.

Pero esos pensamientos eran más que inapropiados y, apresuradamente, se dio la vuelta para servir las copas.

—La verdad es que solo he bebido vino dos veces —sonrió Faith.

—Pues habrá que tener cuidado con el champán. Brindemos por un acuerdo beneficioso para los dos —dijo Stone, cuando pudo encontrar su voz.

—Por un acuerdo beneficioso —repitió ella, mirándolo a los ojos.

Pero no pudo aguantar su mirada mucho tiempo. Había un brillo en los ojos azules que no acertaba a comprender.

Stone la observó mientras tomaba su primer sorbo de champán. Al principio, se le llenaron los ojos de lágrimas, pero después soltó una risita.

—Qué rico.

—Ten cuidado, se sube a la cabeza.

—Me gusta mucho. ¿Es este uno de los beneficios de casarse con un millonario? —sonrió Faith, coqueta.

Su cuerpo reaccionó inmediatamente ante esa sonrisa. Estaba seguro de que Faith no se daba cuenta de lo que esa sonrisa podía hacerle a un hombre y tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar la copa y tomarla en sus brazos.

—Es uno de los beneficios de casarse con un hombre al que le gusta el champán.

—Ah.

—Faith, tenemos que hablar antes de que llegue mi madre.

—¿Sobre qué?

—Mi madre tiene que creer que este es un matrimonio verdadero.

—¿Quieres que aparente estar enamorada de ti?

—Pues… sí —contestó él, aclarándose la garganta.

—Muy bien.

—¿Muy bien? Puede que no sea tan fácil —le advirtió Stone—. Tú no recuerdas a mi madre… es una mujer muy lista. Así que lo mejor será que me sigas la corriente.

—Sí, señor —sonrió ella, tomando otro sorbo de champán.

Stone le quitó la copa y la dejó sobre la mesa.

—Será mejor que comas algo. No quiero que estés mareada cuando llegue mi augusta madre.

—Pero si solo he tomado media copa… —protestó Faith.

Pero dejó que pusiera paté en una galletita y abrió la boca para morderla.

Al hacerlo, rozó el dedo de Stone con sus labios y él tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar la galletita y…

Acababa de cometer un tremendo error. La sensación de los húmedos labios sobre su piel despertó una serie de imágenes eróticas que tuvo que apartar sacudiendo literalmente la cabeza.

Tendría que hacer algo para controlarse en presencia de aquella niña, tan rodeada de sensualidad como otras mujeres lo estaban de perfume.

—¡Qué rico! —exclamó Faith.

Al ver que sacaba la puntita de la lengua para pasársela por los labios, Stone tuvo que contener un aullido. Aquella chica estaba volviéndole loco.

Faith era su hermana pequeña, se recordó a sí mismo. Y aquello era un acuerdo beneficioso para los dos. Nada más.

Cumpliría las condiciones que había impuesto su madre y conseguiría la empresa Smythe. Y, de ese modo, Faith le habría pagado lo que suponía deberle. Y todos contentos.

Pero si no podía contener su hiperactiva imaginación, si no podía dejar de imaginarla debajo de él en una cama de sábanas arrugadas… al menos, podía disimular.

En ese momento sonó el timbre y Stone miró su reloj. Su madre, tan puntual como siempre.

—Prepárate —le advirtió a Faith.

—No creo que sea tan mala.

El timbre sonó de nuevo, impaciente.

—Tengo que abrir.

—Vamos, ve. No la hagas esperar y sé amable con ella.

«Sé amable con ella». Como si su madre necesitase que alguien fuera amable con ella, pensó Stone. Seguramente los hundiría en la miseria cinco minutos después de entrar.

—Buenas noches, madre —la saludó.

Eliza entró, quitándose los guantes. Era una mujer pequeña, morena, con el pelo sujeto en un elegante moño francés.

—Hola —dijo, dándole su abrigo—. ¿Te importaría explicarme qué estás haciendo?

—¿Perdona?

—¿Dónde está esa mujer con la que, supuestamente, vas a casarte? ¿Y cuánto has tenido que pagarle?

—No le he pagado nada. Y mi prometida está en el salón.

Cuando entraron, Faith tenía una sonrisa genuina en los labios.

—Hola, señora Smythe. Encantada de conocerla.

—Ojalá yo pudiera decir lo mismo. Pero te conocí, de pequeña.

—Sí, pero…

—¿Cuánto te ha pagado mi hijo por tomar parte en esta ridícula charada? —la interrumpió Eliza.

—Yo…

—Madre —intervino Stone—. Si no vas a ser amable con mi prometida, puedes irte cuando quieras. Supongo que recuerdas dónde está la puerta.

Eliza dejó escapar un suspiro.

—Disculpa que haya sido tan grosera, pero tengo la impresión de que esta rápida boda tiene mucho que ver con una propuesta que le he hecho recientemente a mi hijo.

—Tú no sabes nada de mi vida, madre.

—Es una niña —replicó ella—. Y yo no soy tonta, Stone. Si piensas que voy a creer…

—Me da igual lo que creas —la interrumpió él, tomando a Faith por la cintura—. Nos conocemos desde pequeños y he estado esperando que cumpliera la mayoría de edad para casarme con ella. Y cuando tú me hiciste la oferta, me di cuenta de que no había razones para seguir esperando. ¿Verdad, cariño?

Ella volvió la cara para mirarlo, nerviosa.

—Es cierto —murmuró, insegura.

Stone notaba que aquello estaba flaqueando e hizo lo que le pareció más convincente: besarla.

Pensaba que sería solo un besito, un roce sin importancia, pero en cuanto rozó su boca empezó a darle vueltas la cabeza.

Sus labios eran tan suaves, su lengua tan inexperta que tuvo que apretarla con todas sus fuerzas, perdido en el calor de aquella niña preciosa y deseable.

Faith levantó los brazos para enredarlos alrededor de su cuello y cuando rozó su pelo con los dedos, Stone sintió un escalofrío.

—Por Dios bendito —murmuró su madre—. Podéis dejarlo ya. Me habéis convencido.

Él tardó unos segundos en recordar que su madre estaba allí. Por un momento, por un loco momento, se había olvidado de todo.

La boca de Faith era una tortura y cuando pudo apartarse tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no llevarla con él a otra habitación y terminar lo que habían empezado.

—No estábamos intentando convencerte —dijo con voz ronca.

Y era cierto. El beso había empezado con esa intención, pero en cuanto la rozó…

Faith estaba arreglándose el vestido, con las mejillas coloradas.

—Lamento que se haya sentido incómoda, señora Smythe. Perdone, es que cuando nos besamos… En fin, Stone, supongo que tu madre querrá tomar una copa.

Él la miró, incrédulo. ¿De dónde había salido aquella pequeña actriz?

—Madre, ¿te apetece una copa de champán para celebrar nuestro compromiso?

—De acuerdo.

La cena transcurrió mejor de lo que Stone esperaba. No se separó de Faith ni un momento para evitar que su madre la acorralase y ponía la mano en su cintura de vez en cuando, acariciaba su mejilla…

Era un castigo y un placer rozar su cálida piel y se decía a sí mismo que solo estaba intentando convencer a su madre de que iba a casarse por amor. Pero no podía ignorar el placer que sentía al tocarla. Y si era sincero consigo mismo, debía reconocer que daría cualquier cosa por hacerla su mujer en todos los sentidos.

—Espero que disculpes mi comportamiento de antes, pero es que no sabía… en fin, bienvenida a la familia —estaba diciendo Eliza—. Y no me llames señora Smythe.

Faith sonrió.

—De acuerdo.

—La madre de Faith vendrá a vivir con nosotros. Sufre esclerosis múltiple y necesita que una persona la atienda veinticuatro horas al día —dijo Stone.

Eliza se volvió hacia Faith.

—Nunca conocí a tu madre. ¿Desde cuándo sufre esclerosis?

—Desde hace veinte años, pero creo que ya tenía síntomas mucho antes.

—Mi primera secretaria, que fue imprescindible para mí cuando heredé la empresa de mi padre, sufrió esclerosis múltiple a partir de los cuarenta años —dijo Eliza entonces—. Para mí fue horrible ver cómo poco a poco iba perdiendo la capacidad de moverse, de recordar cosas… Murió el año pasado —añadió, con los ojos humedecidos.

Stone se quedó de piedra. Jamás había visto llorar a su madre, ni siquiera imaginaba que pudiera hacerlo. Lo cual, suponía, era una señal clarísima de lo alejados que habían estado siempre. Pero fue ella quien se alejó. No tenía por qué sentirse culpable.

Faith le pasó una servilleta para que pudiera secarse los ojos y él no supo qué hacer. Sencillamente se quedó mirándola como si estuviera viendo a una desconocida.

—Es difícil aceptar que uno no puede hacer nada. Cuando mi padre murió, mi madre empeoró mucho.

Después de cenar, Eliza se levantó de la silla.

—Bueno, es hora de marcharme.

Stone la ayudó a ponerse el abrigo y se quedaron un momento en la puerta, mirándose. Pero ninguno de los dos dijo nada.

—Lo hemos hecho. La hemos convencido —dijo él cuando su madre desapareció—. Gracias.