Un matrimonio platónico – Anne Marie Winston

Stone se levantó de un salto.

Oh, no. No pensaba dejarse atrapar.

Faith le había dicho que estaba enamorada de él. Y saberlo era tremendamente seductor.

Pero los matrimonios de verdad eran para otra gente. Él tenía amigos que seguían enamorados de sus esposas después de muchos años. Pero también tenía amigos cuyos matrimonios habían fracasado estrepitosamente. Sus propios padres, con todo el dinero y las facilidades que tenían, no consiguieron hacerlo funcionar.

Y Stone no creía en los finales felices.

Faith había dicho que estaba enamorada de él. Y quizá era así. Pero su lado cínico, el que no lo dejaba creer en nada, decía: Qué conveniente.

Su madre estaba enferma y él podía darle los cuidados necesarios. Faith quería mucho a su madre y deseaba lo mejor para ella. ¿Le habría dicho que lo amaba solo por eso?

Quizá era así. Quizá tenía miedo de lo que pudiera pasar cuando se separasen. Quizá solo quería asegurarse de que él seguiría aportando dinero.

Pero no podía ser. Faith no era así. Era una chica íntegra, sincera, auténtica. Ella no buscaría la salida más fácil.

Había aceptado vivir con él durante un año y nada más. Pero cada vez que pensaba en el mes de marzo, cuando Faith recogiera sus cosas… No podía imaginarse sin ella. No podía imaginar su casa sin su presencia.

Antes de que Faith llegara solo era una casa elegante, una dirección para identificarlo. Por supuesto, tenía los recuerdos de su padre. Pero la suya no había sido una infancia como para tirar cohetes. Más que un hogar, aquella casa era un mausoleo. Ó, al menos, lo había sido.

Pero Faith lo había convertido en un hogar.

Cuando bajaba a desayunar, Clarice tenía el periódico preparado y un café sobre la mesa. Cuando volvía por la noche, Faith abría la puerta con una sonrisa en los labios. Le había comprado un sillón estupendo para leer delante de la chimenea y…

Y la noche anterior había sido la noche más hermosa de su vida.

Entonces, ¿por qué estaba planeando librarse de su esposa cuando terminase el año?

No lo sabía. Y pensar en ello estaba empezando a darle dolor de cabeza.

Lo que tenía que pensar era en cómo pedirle disculpas.

Y, si fuera listo, estaría pensando en algo para que Faith no fuera buscando trabajo por ahí.

Entonces se le ocurrió una idea.

No había tenido el mejor día de su vida, aunque el trabajo que Eliza le propuso era un reto muy interesante.

Pero Faith no podía dejar de pensar en lo que había pasado por la mañana con Stone.

No era justo. La noche anterior había sido más feliz que nunca en toda su vida, pero la felicidad desapareció con sus furiosas palabras.

Faith suspiró mientras entraba en casa. El amor debía hacer a la gente feliz, no desgraciada.

Cuando entró en el vestíbulo, experimentó la misma sensación que experimentaba cada día al entrar. Era su casa, su hogar…

Entonces oyó un ruido extraño y, al volverse, vio una cosa peluda que corría hacia ella resbalando en el suelo de mármol.

¡Un cachorro!

—Es para ti —dijo una voz masculina.

Stone, apoyado en el quicio de la puerta.

Faith se inclinó para abrazar a la cosita peluda.

—¿De qué raza es?

—Es un pastor alemán. ¿Te gusta?

—Es divino… divina. Tan pequeñita…

—No será pequeñita durante mucho tiempo. He pensado que sería buena compañía para ti, sobre todo cuando vas a pasear por el parque —dijo Stone, poniéndose en cuclillas—. Siento mucho lo de esta mañana, Faith.

—Stone…

—Perdóname. No es asunto mío lo que haces con tu tiempo libre.

Ella estaba atónita. ¿Qué había producido aquel cambio de actitud?

—Te perdono. Pero siento no habértelo dicho antes.

—Creo que antes estábamos… ocupados.

—Sí, es verdad.

—¿Qué nombre quieres que le pongamos?

—No sé. ¿La han visto mi madre y Clarice?

—Sí. Y se han enamorado de ella nada más verla.

Faith sonrió.

—¿Qué tal si le ponemos Mimosa?

—¿Mimosa? —repitió Stone haciendo una mueca—. ¿De verdad quieres que vaya por las calles de Nueva York con una pastor alemán que se llama Mimosa?

—Pues… no sé. ¿Se te ocurre algo mejor?

—No. Y la verdad es que Mimosa me gusta —sonrió Stone, acariciando a la cachorrilla—. ¿Eres mimosa, enana?

La perrita le dio un lametón.

—Eres un buen papá.

—Eso me estaba temiendo.

Los dos se quedaron en silencio, pensativos.

—¿Dónde dormirá? —preguntó Faith.

—Puede dormir en el salón, delante de la chimenea. Hay una buena alfombra y supongo que le gustará. Pero, por si acaso, le he comprado una canuta. Está en la cocina.

—Nunca haces las cosas a medias, ¿eh?

Cuando entraron en la cocina, Mimosa se dispuso a oler su nueva cama para ver si le gustaba. Después, como si estuviera enseñada, se metió en ella y los miró para ver si contaba con su aprobación.

—¿Has visto la hora que es? —preguntó Stone entonces, mirando el reloj.

—Sí, muy tarde.

—¿Quieres que probemos el jacuzzi juntos?

—Pero si no hemos cenado…

—Lo haremos más tarde —dijo él, estrechándola en sus brazos—. Te deseo, Faith. No he podido hacer nada en toda la mañana pensando en ti.

Ella se quedó atónita. Y tan feliz que estaba a punto de explotar. Stone le había regalado una perrita. Una perrita que no habría crecido del todo en un año. ¿Eso significaba…? Sería mejor no pensarlo.

Pero le estaba diciendo cosas que quería escuchar. Que la deseaba, que había pensado en ella todo el día.

—Yo también he pensado en ti. Pero…

No tuvo oportunidad de decirle que lo quería porque Stone selló su boca con un beso. Y luego la tomó en brazos para llevarla hasta su habitación.

Después de bañarse juntos en el jacuzzi pidieron una pizza que tomaron delante de la chimenea. Más tarde, Stone se dejó caer en el sofá y la tumbó sobre él.

—Aún sigo sin acostumbrarme al cambio de horario. Estoy agotado.

—¿El viaje ha dado resultado? —preguntó Faith.

—La verdad es que sí. Hemos solicitado permiso para abrir una factoría en Pekín. Con un poco de suerte… y con un poco de dinero para los funcionarios chinos, puede que estemos trabajando dentro de un año.

Estaba contándole cosas de su trabajo. Qué milagro.

—¿Hay mucha corrupción en China? ¿Cómo vas a controlar los costes?

—He contratado a un director europeo que conoce el mercado asiático. Una vez que estemos estabilizados, contrataré gente del país.

—Para entonces conocerás los costes del producto y sabrás si merece la pena.

—Exactamente. Pero tengo que volver a viajar la semana que viene.

—Oh, no —suspiró Faith—. ¿Dónde?

—A Dallas.

—Te echaré de menos.

—Yo también —susurró él, besándola en la frente—. Había pensado pedirte que vinieras conmigo, pero voy a estar tan ocupado que no podría atenderte.

—Creo que voy a desarrollar una fobia a tus ausencias.

—Y yo tendré que dedicarte más tiempo cuando esté en Nueva York —suspiró él—. ¿Nos vamos a la cama?

—Me parece muy bien.

—Más que bien —sonrió Stone, acariciando su trasero—. Y tú lo sabes.

La semana siguiente pasó como un rayo. Hicieron el amor cada noche y Faith estaba más radiante que nunca. Su rostro se iluminaba cada vez que entraba en una habitación y Stone estaba seguro de que a él le pasaba lo mismo. Si todos los matrimonios fueran así, no habría divorcios.

La idea lo sorprendió. Había pensado anular su matrimonio con Faith, pero ya no podrían hacerlo. Tendrían que divorciarse. La mera palabra dejaba un regusto amargo en su boca.

Aquella tarde se marchaba a Dallas y estaba haciendo la maleta.

—Se te da muy bien —sonrió Faith—. Veo que estás acostumbrado.

—La práctica lo es todo.

Cuando la vio tumbada en la cama… supo que tenía que hacerla suya una vez más antes de irse. La idea de dormir sin ella lo desesperaba.

Dejando la maleta a un lado, Stone se desabrochó el cinturón.

—¿Qué haces?

—Despedirme de ti —sonrió él, abriendo sus piernas.

Después, haciendo una mueca traviesa, le bajó el tanga y lo tiró al suelo.

—Este es mi incentivo para volver a casa lo antes posible.

Faith levantó las piernas y las puso sobre sus hombros. Eso era todo lo que Stone necesitaba. Hicieron el amor rápida, desesperadamente. Ella se mordía los labios mientras sujetaba el edredón.

Hacían el amor como dos salvajes, pero no sabía por qué. Sentía una necesidad primitiva de hacerla suya, de estampar su sello. Unos segundos después se dejó llevar, vaciándose en su interior mientras dejaba escapar un gemido ronco.

Faith se apoyó en la cama para darle un beso en los labios.

—No me gusta que te vayas.

—Lo sé, cariño —sonrió él—. Lo siento. Intentaré viajar menos.

—Eso estaría bien. Tenía la horrible impresión de que iba a pasarme las dos próximas décadas viéndote hacer la maleta.

—Faith…

Sus palabras despertaban en él un anhelo desconocido. Un anhelo que no quería admitir. Un año. Eso era todo lo que tenían.

—Te quiero —dijo ella entonces.

Stone cerró los ojos. ¿No había entendido nada? ¿Por qué insistía en decir que lo amaba?

—Sé que ahora no quieres tener hijos, pero puede que cambies de opinión uno de estos días y no me gustaría que nuestro hijo creciera viendo a su padre salir de viaje cada tres por cuatro. La pobre Mimosa, además, lo pasaría fatal. He pensado que, dentro de un par de años, podríamos comprarle un compañero y…

—¡Faith! Te he dicho que no quiero tener hijos y… ¿lo de matrimonio temporal te suena de algo?

Inmediatamente, lamentó haber hablado en ese tono. Ella lo miraba como si la hubiera abofeteado.

—Hemos compartido todo y… pensé que estábamos más cerca. Me compraste a Mimosa y pensé que eso era una señal de que querías compartir el futuro conmigo. Me has hecho el amor cada noche y pensé que era algo más que sexo. ¿Me he equivocado, Stone?

Él estaba sudando. De miedo. No quería escuchar esas palabras… pero no podría vivir si Faith lo dejaba.

—Sabías desde el principio que este era un acuerdo temporal.

Faith intentó apartarse, pero él la retuvo. Y entonces se dio cuenta de que estaba llorando.

Maldiciendo en voz baja, Stone se apartó. No quería hacerle daño, era lo último que deseaba.

—Antes te he hecho una pregunta, pero no me has contestado. Yo pensaba que hacíamos el amor, ¿me he equivocado?

No. Pero no podía admitirlo. No quería ser vulnerable.

—Déjalo, no contestes —dijo Faith entonces, dándose la vuelta.

—Ya te dije que era fácil confundir el sexo y el amor. Eres demasiado joven para entender la diferencia.

Faith se volvió entonces y lo fulminó con la mirada.

—Te equivocas —dijo con voz temblorosa—. Pero no esperes sexo cuando vuelvas a casa. Porque yo quiero encontrar a alguien que me ame, Stone.

—Espera…

Pero ella había cerrado de un portazo. Stone se dejó caer sobre la cama, con las manos en la cara. ¿Qué había pasado? Se sentía culpable, se sentía como un idiota. Le había roto el corazón cuando lo último que deseaba era hacerle daño…

Y Faith no lo perdonaría nunca.

¿Por qué? ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué no reconocía la verdad?

Debía hablar con ella. Debía pedirle perdón. Faith era muy generosa y lo perdonaría como lo había perdonado otras veces. Pero cada vez que le decía que lo amaba, él le recordaba que su matrimonio solo era algo temporal.

No quería que Faith lo dejase. No podría soportarlo. La quería toda… la quería… La quería. Quería su amor, su comprensión, la quería entera.

Entonces oyó la puerta de la calle. Stone se asomó a la ventana y la vio entrar en su coche.

Eso lo sorprendió. Entonces vio el tanga en el suelo. A menos que hubiera entrado a toda prisa en su habitación, había salido de casa sin nada debajo del vestido…

Conociéndola como la conocía, eso solo significaba una cosa… Estaba tan agitada, tan herida, que no pensó en nada.

Faith consideraba su matrimonio roto definitivamente.

El pánico que había intentado controlar lo embargó por completo. Demasiado tarde. Podía despedirse de una larga vida feliz al lado de la mujer que amaba. La había perdido por su egoísmo.

Y no le quedaba nada.

Stone canceló el viaje a Dallas, con la esperanza de que Faith lo perdonase.

Pero Faith no volvió a casa aquella noche. Stone llamó a sus amigas, con las que había vivido en el apartamento, pero nadie sabía nada.

Al día siguiente fue a trabajar sin haber podido contestar a las preguntas de Naomi y Clarice. Llamó varias veces a casa para saber si Faith había vuelto, pero siempre saltaba el contestador. Sabía que no contestaría aunque estuviese allí, pero tenía que intentarlo.

Más de una vez tomó el teléfono para llamar a un detective privado, pero no lo hizo.