Pero sabía que sus palabras caían en saco roto. Cuando la miró, sus ojos eran tan fríos como la noche.
—No recuerdo haber pedido tu opinión sobre lo que debo hacer con mi madre. Solo te he pedido que hagas un papel durante estos doce meses.
Aquello fue como una bofetada. Faith no volvió a decir nada y cuando llegaron a casa salió del coche sin esperarlo.
Y en cuanto subió a la habitación, marcó el número de Eliza.
—¡Esta casa es increíble! —exclamó Gretchen, su antigua compañera de piso—. Sigo sin poder creer que te has casado con él.
—Yo tampoco —suspiró Faith—. La verdad, a veces es un poco abrumador.
—Pero se está portando muy bien con tu madre. A Tim le daría un infarto si le digo que mi madre tendría que irse a vivir con nosotros.
—Es una situación muy diferente, Gretchen. En esta casa hay sitio de sobra.
—Sí, claro, el dinero lo arregla todo. Dinero… Ojalá no existiera —suspiró su amiga.
—Amén —sonrió Faith. Entonces se dio cuenta de que Gretchen parecía inusualmente triste—. ¿Qué te pasa?
—Nada. Tim me ha pedido que me case con él…
—¿En serio? ¿Por qué no me lo habías dicho?
—No es tan fácil. Primero tenemos que ahorrar dinero porque a Tim le gustaría comprar una casa en Nueva Jersey.
—¿Y tú no quieres?
—Me encanta la idea. Una casita rodeada de árboles, con chimenea, persianas de madera… Incluso hemos hablado de los niños, pero quiere esperar hasta que tengamos dinero suficiente. ¡Y yo estoy enamorada de ese idiota y quiero casarme con él ahora mismo!
—¿Por qué quiere esperar?
Faith pensaba que si dos personas estaban enamoradas debían casarse. ¿Qué tenía que ver el dinero?
—No lo sé.
—No lo entiendo. A veces los hombres son incomprensibles.
—Desde luego que sí —sonrió Gretchen—. Pero me parece que te estás refiriendo a un hombre en concreto.
Faith sonrió.
—Desde luego.
—¿Problemas con el magnate?
—Unos cuantos.
Si ella supiera…
—Sexo —dijo Gretchen.
—¿Qué?
—Los hombres son fáciles de manipular si usas el sexo.
—Yo no pienso usar nada para manipular a nadie —protestó Faith.
—Se supone que debes encandilarlos con una noche de éxtasis y después contarles tus problemas. Es entonces cuando están más maleables.
—Eres terrible —rió Faith—. Pero de todas formas, eso no me valdría de nada. Nosotros no…
No terminó la frase. ¿Qué estaba haciendo? No podía contarle a nadie que su matrimonio era una charada.
Su amiga se quedó mirándola con los ojos muy abiertos.
—Lo dirás de broma. ¿Tienes una relación platónica con uno de los hombres más guapos del país?
—Pues… sí, más o menos —suspiró Faith.
—¿No estás enamorada de él?
—Sí lo estoy. Pero me temo que el sentimiento no es mutuo.
—Pero si no te quiere y tú no le das unas noches inolvidables, ¿por qué se ha casado contigo?
No podía echarse atrás. Tenía que contárselo. Además, si había alguien persistente en el planeta, esa era Gretchen.
—Se casó conmigo porque se siente responsable por mí —contestó Faith. No era toda la verdad, pero sí parte—. Nuestros padres eran muy amigos y murieron juntos en un accidente. A partir de entonces, Stone se convirtió en mi tutor.
—¿Tu tutor? ¡Qué Victoriano! ¿Y por eso se ha casado contigo? No me lo creo.
—Es verdad. Por eso no tenemos… ya sabes.
—No me lo puedo creer —suspiro Gretchen, paseando por la cocina—. Mírame a los ojos y dime que si fueras feísima también se habría casado contigo.
—No sé…
—Claro que no. Ningún hombre se sacrificaría de esa forma. Te desea, Faith.
—No, no es verdad —murmuró ella, aunque no del todo convencida.
—Le gustas y está loco por acostarse contigo. Está intentando ser noble o algo así. Pero si le gustas hay esperanzas. Solo tendrás que seducirlo.
—¿Seducirlo? Estás loca.
—No, lo digo en serio. Faith, si estás enamorada de él tienes que conquistarlo.
—Eso es imposible —murmuró ella, recordando cómo la había rechazado—. Stone ha dejado muy clara cuál es su postura al respecto.
—¿No eres tú la que vino a Nueva York sin trabajo y sin dinero y los encontró el primer día? Si lo quieres de verdad, tendrás que arriesgarte.
—Esta conversación es ridícula —dijo Faith—. Venga, voy a presentarte a mi madre.
Pero las palabras de Gretchen daban vueltas en su cabeza mucho después de que su compañera de piso se hubiera marchado.
«Si le gustas, hay esperanzas». «Solo tendrás que seducirlo».
Capítulo 7
El viaje a China había durado tres días más de lo que esperaba. Cuando volvió del aeropuerto, Stone estaba agotado. Las reuniones habían tenido éxito, pero el esfuerzo de comunicar sus ideas a gente de una cultura tan diferente lo había dejado exhausto.
Y no era solo eso. Por primera vez en su vida, estaba impaciente por volver a casa. No para volver al trabajo, sino para regresar a su hogar.
Impaciente. Desde luego. Y tan nervioso que apenas atinaba a meter la llave en la cerradura. Llevaba doce días fuera de casa y le habían parecido cien.
Odiaba viajar. No, odiaba viajar solo. Pero no podía aceptar que se sentía solo porque cierta persona no estaba a su lado. Nunca habría imaginado que podría sentir aquel deseo de volver a casa simplemente porque ella estaba allí.
Nunca había pensado tanto en una mujer como para destrozar su concentración en el trabajo.
Pero Faith le hacía eso. No podía dormir pensando en ella, no podía concentrarse en lo que decía porque no dejaba de imaginar su rostro.
Y por eso quería estar de vuelta en Nueva York, porque así estaría cerca de ella.
Debía estar loco cuando se le ocurrió casarse con Faith Harrell, pensaba mientras subía las escaleras de dos en dos.
¿Cómo podía ignorar la tentación de su dulce y joven cuerpo? Era lógico que la deseara, era una reacción natural.
La puerta del dormitorio de Faith estaba cerrada. ¿Saldría para saludarlo cuando lo oyera moviéndose por la casa? Probablemente no. Tendría que esperar hasta el día siguiente.
Una noche entera sin verla. Echaba de menos los desayunos en casa… Era el único momento del día en que se veían. Casi todas las mañanas desayunaba con Faith, Naomi y Clarice.
Siempre había pensado que lo molestaría encontrarse con gente por la mañana temprano, pero no era así. Todo lo contrario.
Después de cómo había dejado las cosas con Faith podría no ser tan agradable, pero esperaba que se le hubiera pasado. Echaba de menos tenerla cerca, echaba de menos su sonrisa y oírla canturrear por lo bajo mientras iba por la casa haciendo cualquier cosa.
Pero no había habido mucho canturreo durante los últimos días, antes de irse a China. Debería haberse disculpado por lo que le dijo.
Faith tenía un buen corazón y solo quería suavizar las relaciones con su madre. Seguramente le resultaba imposible entender lo que ocurría entre ellos.
Stone entró en su dormitorio y, de repente, un grito lo hizo volverse, sobresaltado…
Y allí estaba Faith. En su habitación. Pero la puerta que la comunicaba con la suya estaba abierta.
Parecía recién salida de la ducha porque estaba envuelta en una toalla y todavía tenía la piel mojada.
Inmediatamente sintió un golpe de deseo. Llevaba tanto tiempo pensando en ella, soñando con ella… Y allí estaba, medio desnuda.
Stone temió que se diera cuenta de la reacción que eso había provocado en él.
—No quería asustarte —dijo con voz ronca.
—No pasa nada —sonrió Faith—. Me alegro de que estés de vuelta. Te he echado de menos.
—Pues… yo también, la verdad.
No podía dejar de mirarla. Estaba preciosa. Y parecía haber olvidado su enfado. Quizá lo había perdonado… No. Faith no lo perdonaría tan fácilmente.
Entonces, sin decir nada, ella se puso la mano en el nudo de la toalla y respiró profundamente. Pareció vacilar un momento, pero por fin desató el nudo y dejó caer la toalla al suelo.
Stone se quedó con la boca seca, atónito.
Era más hermosa de lo que había imaginado. Tenía los pechos altos y redondos, con unos pezones rosados que se endurecían bajo su ardiente mirada. Las piernas largas, las caderas suaves… y el triángulo de rizos rubios que escondía su más preciado secreto.
Mientras la devoraba con la mirada, ella libraba una batalla contra el pudor y la timidez.
—Hazme el amor, Stone.
Él estuvo a punto de tirarla al suelo allí mismo. La deseaba con todas sus fuerzas. Se odiaba por ello, pero así era. Sin embargo, Faith era demasiado niña.
«No es demasiado niña. Tiene veinte años», le decía una vocecita.
Pero era demasiado niña para él.
«Diez años de diferencia no es tanto», insistió la perversa voz.
—¿Stone? —murmuró Faith, dando un paso hacia él—. Se supone que tú tienes que reaccionar.
Evidentemente, no había notado su «reacción». Stone estaba sudando.
—Faith, no te muevas —dijo, dando un paso atrás, como buscando refugio detrás de la cama—. No podemos hacerlo.
—Yo creo que sí —dijo ella en voz baja—. He estado pensando mucho desde que te fuiste. Quiero que… mi primera vez sea con alguien en quien confío. Quiero que sea contigo.
—No puede ser.
Pero no podía dejar de mirar sus pechos, no podía dejar de comérsela con los ojos. Y la idea de que fuera otro hombre el primero lo ponía enfermo.
—Sí puede ser —insistió Faith, quitándose la horquilla con la que se había sujetado el pelo, que cayó como una cascada sobre sus hombros.
Stone alargó un brazo para protegerse, pero ella lo esquivó y se apretó contra su pecho.
¿Cómo iba a apartarse? Tenerla desnuda entre sus brazos, oliendo a gloria…
Sin poder evitarlo, empezó a acariciar su espalda, deslizando la mano peligrosamente hasta su trasero. Necesitaba que lo sintiera, necesitaba que sintiera su excitación para que supiera que aquello había dejado de ser un juego.
—No podremos conseguir una anulación —dijo con una voz que ni él mismo reconoció.
—Me da igual —dijo Faith, besándolo en el cuello—. ¿Cómo puede esto ser malo si los dos lo deseamos?
—No he cambiado de opinión, Faith. Sigo pensando que es un error.
Pero no era verdad. Sus caricias, su forma de mirarlo, lo que había dicho…
Stone empezó a acariciarla por todas partes, hambriento de ella. No podía evitarlo. Iba a ocurrir.
Nervioso, buscó su boca y la besó con toda la pasión que tenía escondida. Ella emitió un gemido de sorpresa ante la invasión de su lengua y Stone recordó lo inocente que era. Por fin, haciendo un esfuerzo, se apartó, respirando con dificultad. Pero no podía soltarla, le resultaba imposible.
—No puedo seguir así. No puedo seguir aparentando que no quiero hacer el amor contigo porque es en lo único que pienso. Esto es en lo único que pienso —murmuró, acariciando sus pechos.
Faith cerró los ojos y él inclinó la cabeza para chupar uno de sus pezones.
—Stone…
—Y en esto —murmuró él, deslizando la mano para buscar el triángulo de rizos entre sus piernas. Estaba húmeda, sorprendentemente preparada.
Stone introdujo un dedo en la húmeda cueva mientras con el pulgar acariciaba el suave capullo escondido entre los rizos. Faith se arqueó hacia él para disfrutar de la caricia pero después, por instinto, intentó empujarlo, quizá asustada de tan nuevas sensaciones, de su fuerza y determinación masculinas.
—No te resistas, cariño —murmuró Stone, buscando de nuevo su boca.
A pesar de haber tomado la iniciativa, Faith era una cría y el acto de entregarse a un hombre la hacía sentir vulnerable. Él siguió besándola despacio, dándole tiempo a acostumbrarse, y después volvió a acariciarla, aquella vez con más ternura, con más cuidado.
—Así, cariño. Va a ser precioso, ya lo verás…
Stone la tomó en brazos para llevarla a la cama y siguió acariciándola allí. Estaba deseando enterrarse en ella, pero era un placer descubrirla entera, encontrar sus sitios secretos y ver la reacción que eso provocaba. Pero entonces Faith se apretó contra él y supo que no iba a poder esperar mucho más.
Con manos inexpertas, ella empezó a desabrochar su camisa. Rápidamente, Stone se incorporó y se quitó camisa y chaqueta al mismo tiempo. Después se quitó zapatos y calcetines, sin dejar de mirarla.
Ella también lo miraba. Y cuando alargó la mano para ponerla entre sus piernas, Stone se quitó pantalones y calzoncillos de un tirón.
Faith abrió los ojos como platos cuando su pasión por ella quedó en evidencia.
—¿Puedo tocarte?
Stone apretó los dientes.
—Lo siento, cariño. Ahora mismo no sería buena idea. Todo terminaría antes de haber empezado.
—Entonces, esperaré.
Se tumbó a su lado, rezando para aguantar todo lo que fuera posible, pero le iba a resultar difícil.