Un matrimonio platónico – Anne Marie Winston

Y era cierto. Desgraciadamente, reaccionó así porque no quería que nadie tontease con su «esposa», no había nada personal en ello. Faith estaba muy segura de que la veía como una propiedad más.

—Tendremos que ser más cuidadosos en el futuro.

Su suegra estaba sonriendo y pensó que las fotos habrían ayudado a convencerla de que el suyo era un matrimonio real. Qué engaño.

Mientras comían, charlaron de diferentes cosas. Eliza le preguntó por su madre y Faith le confesó sus miedos sobre el futuro. Sorprendentemente, no le resultaba difícil hablar con ella.

—Al final no me has contado nada sobre tu vida de casada. ¿Te ha resultado difícil acostumbrarte? —preguntó su suegra mientras tomaban café.

—En cierto sentido —murmuró Faith—. La verdad, me aburro muchísimo. Paso casi todo el tiempo con mi madre, pero como está tan delicada tiene que descansar muchas horas.

—Pensé que estabas en la universidad. ¿Qué ha pasado con los estudios?

—Me he tomado el trimestre libre, pero pienso terminar la carrera.

No podía explicarle por qué se había tomado libre el trimestre. No sabía si ella estaría al tanto de que Stone había pagado todas sus facturas durante ocho años.

—Me parece muy bien. Los estudios son lo más importante.

—El problema es que me aburro. Le pregunté a Stone si podía ayudarlo en la oficina, pero él me dijo que decorase el salón. ¿Qué te parece?

—Muy típico de los hombres.

—Elegí las telas, contraté a un decorador y ya está. Ya no tengo nada más que hacer.

—Puede que yo tenga un trabajo para ti. ¿Te interesaría?

¿Trabajar con Eliza Smythe? Debía ser cautelosa, se dijo Faith.

—¿Qué clase de trabajo?

—Uno de nuestros contables se ha marchado dejando el departamento hecho un desastre. Ha dejado un montón de datos sin comprobar, archivos sin revisar… en fin, sería solo algo temporal, pero quizá así alivies tu aburrimiento.

—¿Y cómo sabes que soy capaz de hacer ese tipo de trabajo?

Eliza se encogió de hombros.

—Confieso que he investigado un poco. Y he descubierto que estudiabas dirección de empresas, de modo que sabrás hacerlo.

Faith no sabía si sentirse halagada o insultada.

—Estoy empezando a entender de dónde sale el carácter autoritario de Stone.

—Lamento haberte ofendido —se disculpó su suegra—. No era mi intención.

—No pasa nada. Además, me gustaría mucho hacer ese trabajo… pero tendré que preguntarle a tu hijo.

—Muy bien. Aceptes el trabajo o no, espero que podamos vernos de vez en cuando.

—Por supuesto. Y espero que la próxima vez Stone nos acompañe.

—No lo creo —suspiró Eliza.

Sus ojos estaban llenos de dolor. Sabía que Stone no le daría las gracias por meterse en la problemática relación con su madre, pero no podía ignorarla.

—Quizá con el tiempo, se suavice.

Su suegra suspiró de nuevo.

—Mi hijo piensa que lo abandoné y tiene razón. Cuando mi padre murió, yo tenía solo veinticinco años. De repente, me convertí en la propietaria de una empresa muy importante… que estaba luchando para mantenerse a flote, algo que mi padre nunca me había contado. Pero yo estaba decidida a conservar Smythe para mi hijo. Quizá debería haber contratado a alguien, pero en aquel momento pensé… no sé, pensé que era mi destino, que era mi obligación —intentó sonreír Eliza, aunque sus ojos tenían un brillo sospechoso—. O quizá me digo eso para sentirme mejor, no estoy segura.

—Yo creo que fue una buena decisión. La empresa funciona a las mil maravillas.

La presidenta de Smythe se encogió de hombros.

—Pero mira lo que he sacrificado. Mi matrimonio se rompió por culpa de eso… Debería haberme llevado a Stone después del divorcio, pero el niño no quería separarse de su padre… y no me pareció justo hacerlo pasar por una brutal demanda de custodia. Por supuesto, tampoco se me ocurrió que mi marido haría todo lo posible para que no pudiera verlo. Y cuando me fui de esta casa, el juez lo vio como una dejación de mis deberes de madre.

Faith se quedó atónita. Stone pensaba que su madre no lo quería. Durante todos aquellos años pensó que lo había abandonado porque no le importaba.

—¿Tú querías verlo más a menudo?

—Por supuesto, pero cuando mi marido consiguió la custodia sin batalla por mi parte puso muchos límites para que lo viera. No solo eso. A veces tenía que venir a buscarlo y, sorprendentemente, el niño no estaba en casa. Con el paso del tiempo, para Stone mis visitas eran un estorbo, así que dejé de venir —murmuró Eliza, sacudiendo la cabeza—. Siento mucho no haber sido una presencia importante en la vida de mi hijo, pero la vida no me lo puso fácil.

Después de decir eso miró su reloj, temblorosa.

—Gracias por contármelo —murmuró Faith.

—Muchas gracias a ti. Gracias por invitarme a comer, de verdad. Pero tengo que volver a la oficina.

—Espero que podamos comer juntas alguna otra vez.

—Yo también. Y hazme saber si estás interesada en el trabajo. No es solo para que estés ocupada. De verdad necesito que alguien eche un vistazo a todos esos papeles.

—Te llamaré a finales de semana —prometió Faith—. Y no sabes cómo te agradezco la oferta.

Dos días más tarde, estaba bajando a desayunar cuando oyó que Stone la llamaba. Parecía alarmado, algo inusual en él, y Faith salió corriendo.

Lo encontró en la cocina, con su madre. Pero Naomi estaba tumbada en el suelo. Parecía consciente, pero no podía levantarse.

—¡Mamá! —exclamó, poniéndose de rodillas—. ¿Qué ha pasado?

—Por lo visto, iba a levantarse de la silla para tomar un vaso y sufrió un espasmo muscular —dijo Stone.

—Dios mío…

—No te muevas, voy a buscar el teléfono —la interrumpió él. Unos segundos más tarde volvía con el teléfono inalámbrico y una manta—. Menos mal que estábamos en casa. Podría haber estado tirada en el suelo durante horas…

—¿Dónde está Clarice? ¿Y por qué has querido levantarte sin pedir ayuda, mamá? —preguntó Faith, intentando controlar los nervios.

Clarice solo se tomaba libres los domingos y, aún así, apenas salía un par de horas.

—La he mandado a comprar unas cosas —contestó su madre—. Quería que trajese algo para desayunar y…

—¿Cómo estás, te duele algo?

—No se mueva, señora Harrell. Voy a llamar a una ambulancia.

—No, no llames a una ambulancia. Estoy bien…

—Tengo que llamar al médico, Naomi. Tendrán que comprobar si se ha hecho daño.

Clarice volvió poco después y se llevó tal susto al verla en el suelo que tuvieron que consolarla entre los dos. Poco después llegaba una ambulancia privada y Clarice, Stone y Faith esperaron en el pasillo del hospital mientras el médico la examinaba.

Media hora más tarde, entró en la sala de espera.

—Su madre está sufriendo un incremento en los espasmos musculares y eso me preocupa. Es importante que empecemos con la terapia lo antes posible. Nadar, hacer ejercicios especiales… No puede estar sola ni un momento.

—¿Y qué podemos hacer nosotros?

—Pueden hacer dos cosas: contratar a un fisioterapeuta especializado en esclerosis múltiple o ingresarla en una residencia que cuente con los medios necesarios.

Faith había temido aquel momento durante años. Y el momento había llegado. Pero la idea de ingresar a su madre en una residencia de ancianos la aterrorizaba.

—Eso no será necesario —dijo Stone—. Si puede recomendarnos a algún fisioterapeuta especializado y algún enfermero que pueda estar con ella las veinticuatro horas…

Cuando el médico salió de la sala de espera, Clarice se levantó de la silla, suspirando.

—Creo que ya no me necesitan. Yo no sé cómo ayudar a la señora Harrell con esos ejercicios.

—No pienso dejar que se marche —sonrió Stone, apretando su mano—. A menos que quiera hacerlo, claro. Naomi depende de usted, y también Faith y yo. Si se queda, estará encargada del personal que contratemos. Sigue siendo muy necesaria, Clarice.

Faith se dio cuenta de que la mujer estaba al borde de las lágrimas.

—Gracias —dijo por fin—. Muchísimas gracias. No tengo familia y, la verdad, quiero mucho a la señora Harrell. No me gustaría nada tener que dejarla.

—Y a nosotros tampoco que te fueras —murmuró Faith, abrazándola—. Ahora somos una familia.

Clarice fue la primera en entrar en la habitación para visitar a Naomi y Faith se detuvo un momento en el pasillo para hablar con Stone.

—Agradezco mucho tu ayuda, pero sé que no contabas con esto cuando llegamos a… nuestro acuerdo. Son muchos gastos y…

—Por favor, Faith. Déjalo. Esos gastos no significan nada para mí.

—Pero es demasiado… No creo que tu padre quisiera cargarte con nosotras para el resto de tu vida.

Stone la abrazó entonces con ternura.

—Tu madre es importante para mí. Ella y Clarice han hecho que mi casa sea más… un hogar.

Faith se apartó para mirarlo a los ojos. Parecía completamente serio.

—Gracias.

No sabía qué decir, pero se tragaría su orgullo para que su madre pudiera vivir lo que le quedaba de vida con dignidad. Llevarla a una residencia le habría roto el corazón.

—No me des las gracias. De verdad. Tenerla en casa es, en realidad, un acto egoísta por mi parte.

—Sí, ya… Eres un buen hombre, Stone —murmuró Faith, acariciando su cara.

Estuvieron media hora con su madre. Se había roto un hueso de la muñeca, pero nada más. Solo había sido un buen susto. Al día siguiente le darían el alta.

Clarice decidió quedarse a dormir en el hospital y no hubo forma de convencerla. Insistía en que estaba acostumbrada y que Faith no podría dormir en el sillón, de modo que Stone y ella fueron al aparcamiento.

—Por cierto, no te he dicho cuánto me gusta el salón. Ha quedado precioso.

—Pero si apenas he cambiado los muebles… Los que eligió tu madre son una preciosidad.

—Sí, y han durado más que ella.

—No sé si esa fue su decisión —murmuró Faith.

No sabía cómo se lo tomaría, pero debía compartir la versión de Eliza sobre su pasado.

—¿Qué más da? Eso ya no importa.

—Sí importa, Stone. A ella le importa. No quería dejarte, pero tu padre pidió la custodia y Eliza no quería que te vieras envuelto en una demanda. Siempre quiso formar parte de tu vida, pero no la dejaron.

—Y supongo que te contó eso durante el almuerzo.

—Exactamente.

Esperaba que Stone dijera algo más, pero evidentemente se negaba a hablar del pasado.

—Estábamos hablando del salón.

—Me alegro de que te guste cómo ha quedado —suspiró Faith—. Y ahora que está terminado, no tengo nada que hacer. Pero seguro que hay algo en tu oficina que yo podría…

—No hay nada, Faith. Pero quería pedirte otra cosa —la interrumpió Stone—. He recibido varios regalos de boda en el despacho y hay muchos más en casa. ¿Te importaría enviar una nota a todo el mundo dando las gracias? Yo te daré las direcciones.

—No hace falta. Las tengo en el ordenador —replicó ella, irritada—. Pero pensé que podríamos hacer algo juntos.

—No tengo tiempo, lo siento. El sábado me marcho a China para un viaje de nueve días.

—¡A China!

Era increíble que no se lo hubiera dicho antes. ¿Cuándo pensaba contárselo, el último día?

—Quiero comprobar si es posible abrir una factoría de las industrias Lachlan en Pekín.

—¿Las industrias Lachlan en Pekín?

—Eso es. El mundo se ha convertido en un mercado global, Faith. Y quiero que Lachlan esté en todos los países importantes. Nuestra factoría en Alemania produce acero para el mercado europeo y una en Pekín serviría para vender en Japón y el resto de Asia.

—Ahora entiendo por qué la gente dice que tienes el toque de Midas. No dejas de buscar formas de mejorar el negocio.

—Eso es lo que hay que hacer si quieres seguir estando arriba. Siempre hay que buscar nuevas oportunidades.

—Cuando heredes la empresa de tu madre, ¿cómo vas a llevar las dos?

Inmediatamente la expresión de Stone se volvió helada. Ocurría cada vez que mencionaba a su madre.

—Pienso fusionarlas para no tener que mover muchas pelotas al mismo tiempo.

La explicación sonaba ensayada, pero Faith se dio cuenta de que aquello no era solo un negocio para él.

Algunas de las piezas del rompecabezas que era su marido empezaban a encajar. No quería la empresa Smythe porque fuera un buen negocio ni porque fuera una tradición familiar.

La quería para controlar lo que no pudo controlar de niño, la quería para controlar la desintegración de su familia y, de una forma simbólica, volver a unir lo que se había roto.

Se preguntó entonces si sabría que algunas cosas ya no tenían arreglo.

—Fusionar las dos empresas es una idea interesante, pero no te ayudará a resolver tus diferencias con tu madre. Tienes que sentarte a hablar con ella —dijo Faith.