Un feliz acontecimiento – Eliette Abécassis

Estaba emocionada de verlo. ¿Qué había hecho? ¿Cómo habíamos llegado a esto? ¿Por qué estaba en casa de mi hermana adonde mi madre venía todos los días con distintos pretextos? ¿Por qué me sentía rechazada?

Él no parecía emocionado. Se hubiera dicho que algo estaba roto. Venía ver a la niña, no a mí. Casi ni me habló. No tenía ojos más que para el bebé. La miraba sonreír, coger los objetos, llorar y consolarse con sus peluches, comer haciendo muecas de sorpresa o de disgusto, arrugando la naricita…

Entendí que había venido por ella. Todo su corazón era para la niña. Por ella había dejado la galería y sus principios. En ese momento ya no sabía qué pensar. Por ella lo había perdido todo, lo había puesto todo en duda. Acudía al menor de sus deseos. Le daba todo sin contar nada. Me quedé allí, detrás de él, mirando cómo la miraba, cómo la tomaba en brazos, cómo jugaba con ella, entre la ternura y la rabia, el despecho amoroso y la dignidad materna.

¿Y si dejáramos de decir que el bebé es una persona? Nos han dicho demasiado que es un persona y es tal vez por eso por lo que nos pone tanto en cuestión. Es el tercer elemento que, como en la novela de Simone de Beauvoir, destruye la pareja. Pero si nos interesáramos más bien en la pareja, el bebé tal vez se portaría mejor puesto que podría vivir con su padre y con su madre, y no en pareja con uno de los dos solamente. Han inventado el bebé haciendo creer que ocupa un lugar en la sociedad y ahora lo está ocupando todo. Pero, ¿quiénes son “ellos”? ¿Quién se lo ha inventado? Naturalmente Rousseau preconizando la lactancia, y luego Dolto dándole voz, y Winnicott, y Bruner… Todos los psicólogos de la infancia que insisten en hacernos creer que el bebé es una persona. Y, sobre todo, el doctor Freud nos hizo sentir culpables con el bebé demostrando que todo se decide antes de los tres años. Fue él quien puso la corona en la cabeza de “Su Majestad el Bebé”. En demanda constante, se ha convertido en el rey que reina sobre todos los subditos. Y con él viene el séquito de miserias: nos costó diez años deshacernos de nuestros padres y están de vuelta campando a sus anchas. Nos costó diez años reconocer nuestros deseos y ahora estamos bajo el reino absoluto y tiránico de su deseo. Flotábamos en las altas esferas intelectuales o sentimentales y ahora estamos pendientes de sus eructos.

Tenía ganas de ver a Nicolas, de hablar con él, simplemente de abrazarlo, pero ya no me atrevía. Sufría muchísimo. Sufría con su presencia. Sufría con su ausencia. Sufría con su sufrimiento.

Pensaba en el antes.

Antes, es decir, en otra vida.

Antes, era una persona. Una mujer. Una niña. De manera alternativa. Luego, sólo una madre.

Después ya no hablaba de nada, ya no hablaba más que del cuerpo y sus cosas. Nos dicen que lo mantengamos derecho, fino, opaco, inocente, y sobre todo liso, y de pronto, todo se desmorona. Está fofo, enorme y cubierto de estrías. Nos dicen que lo escondamos, y de repente invade la vida entera. Nos dicen que hagamos deporte, y régimen, y de pronto engorda diez kilos.

Nos dicen: trabaje todo el día, gane dinero, que es la llave de su libertad, y de repente, ya no puedo trabajar, ya no puedo hacer nada, aprendo a no hacer nada, y me siento culpable y me excluyo de la sociedad. No me queda más que el grupo de las mujeres nodrizas.

Antes era guapa, tenía los ojos de la juventud. Desde ahora, lo veo todo con distancia. Antes era libre y despreocupada, ahora soy responsable. Antes era idealista. Me he convertido en realista. He cambiado de categoría existencial, he cambiado las referencias del espacio y el tiempo, he cambiado el a priori de la percepción, he dejado a un lado todos mis sueños.

Antes, estaba enamorada. Después, nuestra relación fue imposible. Había una barrera entre nosotros, una barrera física infranqueable, y esa barrera era Léa. El tercer elemento era el bebé. Era ella, el hijo de nuestro amor, el destructor de nuestra pareja.

Al final, me dijo en el umbral:

—¿Cuándo volvéis a casa?

Lo dijo con paciencia, sin nerviosismo.

Sin embargo, me sentía herida por su actitud y me aferré a mi orgullo, así que le contesté que no quería volver, que los problemas entre nosotros aún no se habían solucionado. De hecho, me habría gustado que insistiera, que suplicara, que se pusiera de rodillas, que me pidiera perdón. Pero no dijo nada. Me miró, con aire ausente. Con la mirada endurecida.

Después de que Nicolas se fuera, me quedé con la niña en brazos.

Vi una cana en su pelo rubio. Era mía. Envejecía y mientras mi niña se despertaba a la vida. Mi bebé era la nueva fuerza y yo era la antigua. Mi vida se había acabado. Pensé en Nicolas, que ni siquiera me había mirado. Había cumplido mi misión, podía acabar de una vez. La ventana estaba ahí, abierta delante de mí. No tenía más que dar un paso. Estaba tentada, me sentía aspirada hacia el vacío. Con sólo dar un paso todo se habría acabado.

Capítulo 31

Dejé a la niña en la cuna; ésta levantó la mano y me la tendió. No me dejaba marcharme. Me retenía. ¿O tal vez era yo la que no se podía soltar de ella?

Llamaron a la puerta. El corazón me dio un vuelco… Si era Nicolas, le diría que volvía a casa, ya mismo, sin condiciones, o si no, me tiraba por la ventana, seguro.

Pero no era Nicolas. Era la nueva canguro que acababa de llegar. Con el lío de vida que tenía, había olvidado completamente que había quedado con ella. Se llamaba Parvati, era india y tenía dos niñas pequeñas. Parecía una persona dulce y era creyente. Creía en Buda. Escuchaba mantras. Tal vez tenía razón. Tal vez había que entregarse a otra cosa en vez del propio hijo para poder elevarlo y elevarse con él.

Estaba leyendo un librito que hojeé: según el budismo existen cuatro verdades nobles. El sufrimiento, la causa del sufrimiento, es decir, el deseo egoísta, el cese del sufrimiento, es decir, el Nirvana, y la vía del Justo Medio.

El nacimiento es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento; estar unido a lo que se ama es sufrimiento, estar separado de lo que se ama es sufrimiento, no tener lo que se desea es sufrimiento; en resumen: los cinco conglomerados del apego son sufrimiento. ¿Cuál es la noble verdad sobre el fin del sufrimiento? Es el cese completo, la extinción total del deseo del que es preciso liberarse con el fin de estar liberado.

El disfrute de los sentidos sigue siendo la mayor y única felicidad del hombre; es innegable que existe una especie de felicidad en la espera, en la plenitud y el recuerdo de esos placeres pasajeros, pero son ilusorios y temporales. Sí, según Buda, la ausencia de apego es una felicidad aún más grande.

Sin embargo, estaba ligada a ella y a él. Mi compañero, el padre de mi hija, y ella, mi pequeña: entre nosotros se había tejido un vínculo sólido. No tenía nada que ver con la pasión amorosa. Era algo visceral y evidente, natural y original. Algo orgánico y que no se puede desarraigar.

¿Tal vez el amor era eso?

Capítulo 32

Los hermanos Costes han animado todo París. Con paciencia y uno a uno, han ido recuperando unos cuantos locales en puntos estratégicos de la capital insuflándoles la onda de Nueva York, con música, ambiente aterciopelado, y camareras con vestiditos negros o pantalones negros ceñidos, sirviendo sin sonreír platos minimalistas a su imagen y semejanza.

Vi a Florent allí, de punta en blanco, moviendo la pierna al compás. Llevaba un traje oscuro y elegante, una camisa de rayas vivas, y le brillaban los ojos. Pidió dos copas, me ofreció una, brindó por el niño y luego por la infancia. Hablaba de todo y de nada, y era encantador.

Según él, el problema es que los padres quieren hacer callar al bebé y que se vuelva bueno como un bebé ideal. Pero la pulsión de vida que se manifiesta a través del hijo es la que fuerza a que su familia se ponga en duda, que deba escribir otro capítulo, y porqué no, que cambie de vida si es necesario. Lo importante es estar de acuerdo con el propio deseo, y conocerlo sin dejarse invadir por la culpabilidad.

—¿No está de acuerdo?, Barbara. ¿Sabe que está usted muy guapa esta noche?

—Gracias, Florent. Pero no me siento especialmente guapa en este momento.

—Mire, en mi gabinete estoy acostumbrado a ver madres jóvenes con la autoestima por los suelos, así que creo que es importante reconstruir la propia imagen.

¿Y por ese motivo se consagra a ellas y las saca a cenar diciéndoles que son guapas?

—No, Barbara. A decir verdad, usted es la primera mujer después de mi ex por la que siento… conexión, por no decir… fascinación. Hábleme de usted. ¿Es feliz, Barbara?

Pregunta trampa. Todos los hombres la hacen cuando quieren saber si una mujer ocupada está de todos modos un poco libre. ¿Es usted feliz? En suma era una litote que significaba: ¿está usted enamorada? Sí, buena pregunta, Florent. ¿Qué es la felicidad? ¿Es estar enamorado y tener un hijo? En la vida hay momentos tan intensos que uno no se pregunta nada. Pero la mayoría de las veces, cuando uno se pregunta eso, es que no es feliz. Hay felicidades increíbles, absolutas, que desaparecen, y hay felicidades tranquilas y discretas que saben instalarse en el salón alrededor de una taza de té. También son momentos de felicidad.

—¿Ha vuelto a ver a su compañero? —prosiguió sin esperar a que yo respondiera.

—¿A Nicolas? Sí, lo he vuelto a ver.

—¿Y?

—Nada… No pasó nada. Por ahora es un statu quo.

—Si me permite que le dé un consejo, y si quiere saber mi opinión, Barbara…

—A ver…

—Sobre todo, no precipite las cosas. Tómese un poco de tiempo. Entiendo muy bien su desconcierto, pero mire —añadió tomándome la mano—, como profesional puedo demostrarle que la vida está llena de sorpresas… Hay tribus en el Tibet que ni siquiera saben lo que es el concepto de matrimonio. Tienen hijos pero cada uno vive por su lado… Cada cual tiene que inventar su vida, sin preocuparse de los códigos establecidos por la sociedad. No diga nada, y déjese llevar…

No dije nada más porque Florent me estaba dando un beso en los labios…

No muy lejos de nosotros, estaba cenando Anthony, el amigo de Nicolas.

Capítulo 33

Esa noche, mientras estaba cerrando la puerta del taxi, ya no entendía nada de lo que me estaba pasando. Me había sentido bien con Florent. Cuando me tomó la mano sentí que mi corazón se incendiaba… Había sido como antes, mientras que yo ya creía que cualquier llama se había apagado en mí para siempre. ¿Qué iba a decir Nicolas cuando se enterara de que había cenado con aquel hombre? Estaba segura de que Anthony se lo contaría enseguida. ¿Y el beso? De forma inequívoca, había habido un beso.

De hecho, esa noche me había sentido mujer, por primera vez desde hacía tiempo, desde el parto. Me sentía mujer como no lo había sentido nunca antes. Antes creía que ser mujer era tener un hijo y darle el pecho; pero me daba cuenta de que para pasar por una mujer y no por un animal, había que esconder ese estado, no decir o no mostrar que se está dando el pecho, que se está embarazada, que se da a luz, que se pasa por una episiotomía. Todo eso no participa del Eterno Femenino. Incluso Nicolas ya no me miraba como a una mujer cuando daba de mamar. Me dormí pensando en Florent e imaginándome en sus brazos. Era un sueño muy dulce.

Al día siguiente por la mañana, al mirar mi teléfono móvil no me extrañé al encontrar un mensaje de mi compañero. Me decía que lo sabía todo. Así pues, ya lo había sustituido. Era innoble. Estaba decepcionado. Estaba enfadado. Quería recuperar a su hija. Venía a buscarla esa misma noche.

Empecé a preparar las cosas de la niña a regañadientes. En el fondo de mí sentía cómo subía una excitación. Así pues, ¿era libre? ¿Libre de salir, de seducir, de ver a Florent, de ir al cine, a bailar, de ir a cenar a restaurantes, de irme de viaje? Tenía ganas de hacerlo todo a la vez. Estaba excitada como una adolescente a quien le dan permiso hasta medianoche.

Mientras le daba el pecho a Léa, me dije que tal vez era la última vez, puesto que si la pequeña se iba a casa de su padre, necesariamente estaría destetada. Como si lo hubiera entendido, Léa giró la cabeza cuando le puse el pecho en la boca. Estaba de morros. Se me encogió el corazón. ¿Cómo podía destetarme? ¿Cómo me iba a privar de darle el pecho?