Tiempos interesantes (Mundodisco, #17) – Terry Pratchett

—¿Sabes una cosa? —dijo Ridcully—. Creo que sí he entendido algo de todo eso. Algunas de las palabras más cortas, seguro.

—Oh, es perfectamente simple —dijo el tesorero en tono jovial—. Hemos mandado el… perro ese a Hunghung. A Rincewind lo hemos mandado a otro sitio. Y a esta criatura la hemos traído aquí. Es como en Pasar el Paquete.

—¿Lo ves? —le dijo Ridcully a Stibbons—. Estás usando un lenguaje que puede entender el tesorero. Que lleva toda la mañana persiguiendo la rana seca.

El Bibliotecario entró dando tumbos en el salón llevando un atlas enorme a cuestas.

—Oook.

—Por lo menos puedes enseñarnos dónde crees que está nuestro hombre —dijo Ridcully.

Ponder se sacó del sombrero una regla y un par de compases.

—Bueno, si suponemos que Rincewind estaba en medio del Continente Contrapeso —dijo—, entonces solamente tenemos que trazar…

—¡Oook!

—Le aseguro que solamente iba a usar lápiz…

Eeek.

—Lo único que tenemos que hacer es imaginar, ¿de acuerdo?, un tercer punto equidistante de los otros dos… esto… que a mí me parece que está en alguna parte del Océano Periférico, o probablemente más allá del Borde…

—No me imagino a esa cosa en el mar —dijo Ridcully, echando un vistazo al cadáver recientemente laminado.

—En ese caso, debe de venir de la otra dirección…

Los magos se congregaron.

Allí sí que había algo.

—Ni siquiera está bien dibujado —dijo el decano.

—Eso es porque nadie está seguro de que exista realmente —dijo el prefecto mayor.

Flotaba en medio del mar y era un continente pequeño para tratarse del Mundodisco.

—«XXXX» —leyó Ponder.

—Solamente lo llaman así en el mapa porque nadie sabe cómo se llama en realidad —dijo Ridcully.

—¿Y lo hemos enviado allí? —preguntó Ponder—. ¿A un sitio que ni siquiera estamos seguros de que exista?

—Oh, ahora sabemos que existe —dijo Ridcully—. Tiene que existir. Está claro. Y tiene que ser una tierra bastante rica, si las ratas crecen tanto.

—Voy a ver si puedo traerlo de… —empezó a decir Ponder.

—Ah, no —dijo Ridcully con firmeza—. No, muchas gracias. La próxima vez podría ser un elefante el que nos pasara volando por encima, y esas cosas salpican a lo bestia. No. Dejad en paz al pobre tipo. Tendremos que pensar en otra cosa.

Se frotó las manos.

—Yo ya tengo ganas de cenar —dijo.

—Ejem —dijo el prefecto mayor—, ¿Creen que hemos hecho bien al encender la mecha antes de enviar esa cosa?

—Ciertamente —dijo Ridcully mientras todos se alejaban—. Nadie podrá decir que no lo hemos devuelto exactamente como nos llegó.

Hex soñaba tranquilamente en su sala.

Los magos tenían razón. Hex no podía pensar.

Todavía no existían palabras para lo que podía hacer.

Ni siquiera Hex sabía lo que era capaz de hacer.

Pero lo iba a averiguar.

La pluma chirrió y pasó dejando manchas por una hoja nueva de papel y trazó, sin ninguna razón en particular, un calendario del año coronado por un dibujo más bien anguloso de un sabueso, de pie sobre las patas traseras.

El suelo era rojo igual que en Hunghung. Pero mientras que la arcilla de allí era tan rica que dejar una silla en el césped significaba que para el anochecer uno ya tenía cuatro arbolitos, el suelo de aquí era de una arena que parecía haber enrojecido como resultado de cocerse durante un verano de un millón de años.

Había puñados esporádicos de hierba amarillenta y grupos bajos de árboles de color verde grisáceo. Pero lo que había por todas partes era calor.

Esto era especialmente notable en el estanque que había bajo los árboles de caucho fantasmagóricos. Estaba humeando.

Una figura emergió de entre las nubes, quitándose con aire distraído las partes quemadas de su barba.

Rincewind esperó a que su mundo personal hubiera dejado de girar y se concentró en los cuatro hombres que lo estaban mirando.

Eran negros, tenían líneas y espirales pintadas en la cara y debían de llevar entre todos medio metro cuadrado de tela.

Había tres razones por las que Rincewind no era racista. Había ido a parar a demasiados sitios demasiado de repente como para desarrollar aquella clase de mentalidad. Además, si lo pensaba a fondo, la mayor parte de las cosas realmente terribles que le habían pasado se las habían hecho gente bastante pálida con roperos enormes. Estas eran dos de las razones.

La tercera era que aquellos hombres, que ahora se levantaban desde su posición semiacuclillada, estaban todos apuntando a Rincewind con lanzas, y hay algo en la imagen de cuatro lanzas que te apuntan a la garganta que causa un respeto sin fin y que hace aparecer espontáneamente la palabra «señor» en la mente.

Uno de los hombres se encogió de hombros y bajó la lanza.

—Buenos días, colega —dijo.

Aquello dejaba la cosa en solamente tres lanzas, lo cual era una mejora.

—Ejem. Esto no es la Universidad Invisible, ¿verdad, señor? —dijo Rincewind.

Las otras lanzas dejaron de apuntarlo. Los hombres sonrieron. Tenían unos dientes muy blancos.

—¿Klatch? ¿Howondalandia? Parece Howondalandia —dijo Rincewind en tono esperanzado.

—A esos colegas no los conozco, colega —dijo uno de los hombres.

Los otros tres se congregaron a su alrededor.

—¿Cómo lo llamamos?

—El Colega Canguro. Calma y tranquilidad. Hace un momento era un canguro y ahora es un colega. Los colegas antiguos dicen que estas cosas pasaban todo el tiempo, en la época del Sueño.

—Pensaba que iba a tener mejor pinta que eso.

—Sí.

—Solamente hay una forma de saberlo.

El hombre que parecía ser el líder del grupo avanzó hacia Rincewind con la clase de sonrisa que se usa con los imbéciles y con la gente que lleva pistolas, y blandió un palo.

Era plano y tenía una curva en el centro. Alguien había invertido bastante tiempo en hacerle unos dibujos muy bonitos con puntitos de colores. Por alguna razón, Rincewind no se sorprendió en absoluto de ver una mariposa entre ellos.

Los cazadores lo miraron expectantes.

—Esto, sí —dijo—. Muy bueno. Muy buena artesanía, sí. Interesante efecto puntillista. Es una pena que no encontraras un trozo de madera más recto.

Uno de los hombres dejó su lanza, se puso en cuclillas y cogió un tubo largo de madera, cubierto de los mismos dibujos. Se puso a soplarlo. El efecto no era nada desagradable. Sonaba como sonarían las abejas si hubieran inventado la orquestación sinfónica.

—Ejem —dijo Rincewind—. Sí.

Era obviamente una prueba. Le habían dado un trozo de madera doblada. Tenía que hacer algo con ella. Estaba claro que era muy importante. Iba a…

Oh, no. Iba a decir algo o a hacer algo, ¿verdad? Y luego ellos dirían, sí, tú eres el Gran Colega o algo así, y lo arrastrarían con ellos y aquel sería el principio de otra Aventura, es decir, un periodo de horror y cosas desagradables. La vida estaba llena de trucos como aquel.

Bueno, aquella vez Rincewind no iba a picar.

—Me quiero ir a casa —dijo—. Quiero volver a la biblioteca donde tenía una vida tranquila. Y no sé dónde estoy. Y no me importa lo que me hagáis, ¿de acuerdo? No voy a tener ninguna clase de aventura ni a ponerme a salvar el mundo otra vez y no me podéis engañar para que lo haga con misteriosos trozos de madera.

Cogió el palo y lo tiró lejos de él con toda la fuerza que le quedaba.

Ellos se quedaron mirando cómo se cruzaba de brazos.

—No pienso jugar —dijo—. Me planto.

Ellos seguían mirando. Y ahora también estaban sonriendo hacia algo que tenía detrás.

Él notó que se estaba enfadando bastante.

—¿Me entendéis? ¿Me estáis escuchando? —dijo—. Es la última vez que el universo engaña a Rincewi…

Notes

[1] La gente siempre se confunde un poco con esto, igual que en el caso de los milagros. Cuando alguien se salva de una muerte segura gracias a una extraña concatenación de circunstancias, se dice que es un milagro. Pero por supuesto, cuando alguien muere por culpa de una serie absurda de acontecimientos —ese aceite derramado justo ahí, esa valla de seguridad rota justo aquí— entonces también tendría que ser un milagro. Solamente porque algo no es agradable no quiere decir que no sea milagroso.

[2] Habitualmente de unos quince centímetros de diámetro.

[3] La gente se pregunta cómo funciona esto, ya que sería muy improbable que un elefante terrestre pudiera llevar una carga giratoria durante cualquier espacio de tiempo sin sufrir graves quemaduras por la fricción. Pero uno también podría preguntarse por qué no chirría el eje de un planeta, o por qué se termina el amor, o qué ruido hace el color amarillo.

[4] Que es como la Lógica Difusa, pero un poco menos.

[5] Todas las lecciones virtuales tenían lugar en el aula 3B, una sala no localizable en ningún plano de la universidad y que además se consideraba de tamaño infinito.

[6] Una política adoptada por casi todos los gestores y varios dioses importantes.

[7] Como por ejemplo «¡Au!, ¡aaaargh!», «¡Devuélveme mi dinero, canalla!» y «¿A esto le llamas castañas? ¡Yo las llamo bolas de carbonilla, ni más ni menos!».

[8] Y a menudo con la frase «Un hijo de puta al que conviene no cabrear, y yo no he dicho eso».

[9] Los bedeles de la Universidad Invisible. Famosos entre el profesorado por la dureza de sus cráneos, su cerrilidad ante las explicaciones razonables y su profunda convicción de que el lugar se hundiría sin ellos.

[10] Salvo durante condiciones de inundación extrema resulta tremendamente difícil navegar por el Ankh, y los equipos de remo de la universidad compiten corriendo por la superficie del río. Esto suele ser bastante seguro siempre que no se queden mucho tiempo en un mismo sitio, y, por supuesto, el río les corroe las suelas de las botas.

[11] Al menos eso era cierto. Rincewind podía pedir piedad a gritos en diecinueve idiomas, y simplemente gritar en otros cuarenta y cuatro.**

** Esto es importante. Los viajeros inexpertos pueden pensar que «¡Aaaargh!» es universal, pero en Betrobi quiere decir «intensamente divertido» y en Howondalandia quiere decir, según la situación, «Me gustaría comerme tu pie», «Tu mujer es un hipopótamo enorme» y «Hola, piensa el señor Gato Púrpura». Hay cierta tribu en particular que tiene una reputación temible de crueldad simplemente porque, tal como ellos lo ven, los prisioneros parecen estar gritando: «¡Deprisa! ¡Más aceite hirviendo!».

[12] Que toma su nombre del mago Sangrit Heisenberg y no del famoso Heisenberg a quien se conoce por haber inventado la que posiblemente sea la mejor cerveza del mundo.

[13] Seguía habiendo cierta confusión en torno a este punto.

[14] ¡NIÑOS! Solamente los magos muy tontos con sinusitis grave hacen esto. La gente sensata va a un recinto cerrado con cuerdas desde el que pueden mirar cómo un hombre muy protegido, a lo lejos, enciende (con ayuda de un palo muy largo) algo que hace «fsst». Y así luego pueden gritar «Hurraaa».

[15] El nombre que se da en Ankh-Morpork al Continente Contrapeso y las islas que lo rodean. Significa «lugar de donde viene el oro».

[16] En realidad, sería el septuagésimo tercero en admitirlo.

[17] Como el Plato de Cosa Marrón Brillante, el Plato de Cosa Naranja Crujiente y Brillante, y el Plato de Bultos Blancos y Blandos.

[18] Según los libros de historia. Sin embargo, junto con el resto de jóvenes alumnos, Rincewind había buscado esperanzadamente «higuín» en el diccionario y había descubierto que se trataba de «un bollo pequeño con grosellas negras dentro». Aquello significaba que o bien el idioma había cambiado un poco con el paso de los años o que realmente había algo terrible en colgar a un hombre usando una pasta para el té.

[19] Una perspectiva sombría, sobre todo cuando los caballos no paran de hundirse.

[20] Cuando uno está en una isla desierta, sus apetitos se pueden confundir un poco.

[21] Mucho más adelante, Rincewind tuvo que ir a terapia por esto. La terapia incluía a una mujer guapa, una bandeja enorme de patatas y un palo grande con un clavo.

[22] «Tus pies serán cortados y enterrados a varios metros de tu cadáver para que tu fantasma no pueda caminar.»

[23] Excepto en carteles con textos como «Se vusca — Muerto».

[24] El único sonido que la Horda había oído en templos era la gente gritando: «¡Infiel! ¡Ha robado el Ojo Enjoyado de… tu mujer es un hipopótamo enorme!».

[25] «Cuchillada amiga», como se la conoce formalmente.

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