Tiempos interesantes (Mundodisco, #17) – Terry Pratchett

Uno de los sirvientes levantó la tapa de un plato.

—Pero hacedme caso y no comáis este cerdo —dijo—. Está envenenado.

El chambelán giró sobre sus talones.

—¡Puerco insolente! ¡Morirás por esto!

—Es Rincewind, ¿verdad? —dijo Cohen—. Se parece a Rincewind…

—Tengo mi sombrero por aquí —dijo Rincewind—. Me lo tuve que meter dentro de los pantalones…

—¿Envenenado? —dijo Cohen—. ¿Estás seguro?

—Bueno, a ver, era un botellín negro y tenía una calavera y unos huesos cruzados pintados y cuando la inclinó empezó a echar humo —dijo Rincewind mientras el señor Saveloy lo ayudaba a ponerse de pie—. ¿Sería esencia de anchoas? Yo creo que no.

—Veneno —dijo Cohen—. Odio a los envenenadores. Son la peor especie. Moviéndose a hurtadillas, echando porquería en el papeo de la gente…

Miró con ira al chambelán.

—¿Has sido tú? —Miró a Rincewind y señaló con el pulgar al chambelán encogido de miedo—. ¿Ha sido él? ¡Porque si ha sido él le voy a hacer lo mismo que les hice a los Locos Sacerdotes Serpiente de Start, y esta vez voy a usar los dos pulgares!

—No —dijo Rincewind—. Ha sido alguien llamado lord Hong. Pero todos se lo han quedado mirando sin hacer nada.

Un chillido se elevó del lord chambelán. Se tiró al suelo y a punto estuvo de besar los pies de Cohen hasta que se dio cuenta de que aquello habría tenido más o menos el mismo efecto que comerse el cerdo.

—¡Piedad, oh ser celestial! ¡Somos todos peones en las manos de lord Hong!

—¿Y qué tiene lord Hong que es tan especial?

—¡Es… un hombre elegante! —farfulló el chambelán—. ¡No pienso decir ni una palabra en contra de lord Hong! ¡Ciertamente no me creo eso de que tiene espías por todas partes! ¡Larga vida a lord Hong, eso digo yo!

Se arriesgó a levantar la vista y se encontró la punta de la espada de Cohen justo delante de sus ojos.

—Sí, pero ¿a quién tienes más miedo ahora mismo? ¿A mí o a ese lord Hong?

—Eh… ¡A lord Hong!

Cohen levantó una ceja.

—Estoy impresionado. Espías por todas partes, ¿eh?

Examinó la Gran Sala y su mirada se posó en un jarrón muy grande. Fue tranquilamente hasta el mismo y levantó la tapa.

—¿Estás bien ahí dentro?

—Esto… sí… —dijo una voz procedente de las profundidades del jarrón.

—¿Tienes todo lo que necesitas? ¿Un cuaderno de sobra? ¿Un orinal?

—Esto… sí…

—¿Te gustarían, oh, digamos, unos doscientos litros de agua hirviendo?

—Esto… no…

—¿Prefieres morir antes que traicionar a lord Hong?

—Esto… ¿puedo pensármelo un momento, por favor?

—Ningún problema. En cualquier caso el agua tarda un poco en hervir. Así pues, descansen, ar.

Volvió a poner la tapa.

—¿Un Tío Grande? —dijo.

—Se llama Un Río Grande, Gengis —dijo el señor Saveloy.

El guardia volvió a la vida con un murmullo.

—Vigílame este jarrón y si se vuelve a mover hazle lo que yo le hice una vez al Nigromante Verde de la Noche, ¿de acuerdo?

—No sé qué le hicisteis, señor —dijo el soldado.

Cohen se lo explicó. Un Río Grande sonrió encantado. Del interior del jarrón vino el ruido de alguien intentando no vomitar.

Cohen regresó tranquilamente al trono.

—Contadme pues algo más sobre lord Hong —dijo.

—Es el gran visir —dijo el chambelán.

Cohen y Rincewind se miraron.

—Exacto. Y todo el mundo sabe —dijo Rincewind— que los grandes visires son siempre…

—… unos hijos de puta totales e integrales —dijo Cohen—. No sé por qué. Dales un turbante con un pincho en el medio y su comosellame moral desaparece. Yo siempre los mato nada más verlos. Ahorra tiempo a largo plazo.

—Ya me pareció a mí que tenía algo sospechoso en cuanto lo vi —dijo Rincewind—. Escucha, Cohen…

Emperador Cohen, si no te importa —dijo Truckle—. Nunca he confiado en los magos, no señor. Nunca he confiado en ningún hombre que lleve vestidos.

—Rincewind es buen tipo… —dijo Cohen.

—¡Gracias! —dijo Rincewind.

—… pero un mago jodidamente inútil.

—Resulta que acabo de arriesgar el pellejo para salvarte, muchas gracias —dijo Rincewind—. Mira, tengo unos amigos en el bloque de celdas. ¿Podrías… emperador?

—Más o menos —dijo Cohen.

—Temporalmente —dijo Truckle.

—Técnicamente —dijo el señor Saveloy.

—¿Quiere eso decir que puedes llevar a mis amigos a un sitio seguro? Creo que lord Hong ha asesinado al viejo emperador y quiere echarles a ellos la culpa. Confío en que no pensará que estén escondidos en las celdas.

—¿Por qué en las celdas? —quiso saber Cohen.

—Porque si yo tuviera la oportunidad de alejarme de las celdas de lord Hong lo haría —dijo Rincewind con fervor—. Nadie en su sano juicio volvería dentro si creyera que tiene una posibilidad de huir.

—Muy bien —dijo Cohen—. Willie el Chaval, Un Tío Grande, id a reunir a un puñado de tus hombres y traed aquí a esa gente.

—¿Aquí? —dijo Rincewind—. ¡Yo quería que estuvieran en algún lugar seguro!

—Bueno, aquí estamos nosotros —dijo Cohen—. Podemos protegerlos.

—¿Y quién te va a proteger a ti?

Cohen no hizo caso de aquello.

—Lord chambelán —dijo—. No espero que lord Hong esté disponible pero… en la corte había un tipo con nariz de tejón. Un cabrón gordo, con un sombrero grande de color rosa. Y una mujer flaca con una cara que parecía un gorro lleno de chapas.

—Deben de ser lord Nueve Montañas y lady Dos Arroyos —dijo el lord chambelán—. Esto… ¿no estáis enfadado conmigo, oh señor?

—Dioses del cielo, no —dijo Cohen—. De hecho, caballero, estoy tan impresionado que te voy a dar responsabilidades extra.

—¿Señor?

—Catador de comida, para empezar. Y ahora vete y tráeme a los otros dos. No me ha gustado nada su pinta.

Un momento más tarde trajeron a Nueve Montañas y Dos Arroyos. El simple instante en que desviaron la mirada desde Cohen hacia la comida intacta habría pasado completamente desapercibido a quienes no lo estuvieran esperando.

Cohen les hizo una señal jovial con la cabeza.

—Coméoslo —dijo.

—¡Mi señor! ¡Yo he desayunado mucho! ¡Estoy lleno! —dijo Nueve Montañas.

—Qué lástima —dijo Cohen—. Un Tío Grande, antes de que te marches acércate a nuestro amigo el señor Nueve Montañas y hazle sitio para que pueda desayunar otra vez. Y lo mismo con la señora si no oigo a nadie masticar en los próximos cinco segundos. Un buen bocado de todo, ¿entendido? Con mucha salsa.

Un Río Grande desenvainó la espada.

Los dos nobles miraron fijamente los montículos brillantes.

—Yo creo que tiene buena pinta —dijo Cohen en tono amigable—. Tal como lo estás mirando tú, cualquiera pensaría que tiene algo de malo.

Nueve Montañas se metió cautelosamente un trozo de cerdo en la boca.

—Extremadamente bueno —dijo ininteligiblemente.

—Ahora trágalo —dijo Cohen.

El mandarín tragó.

—Maravilloso —dijo—. Y ahora, si su excelencia me excusa, voy…

—Nada de prisas —dijo Cohen—. No queremos que te metas accidentalmente los dedos en la garganta ni nada de eso, ¿verdad?

Nueve Montañas hipó.

Luego volvió a hipar.

Pareció que le empezaba a salir humo de debajo de la túnica.

La Horda se echó a cubierto justo cuando la explosión eliminaba una sección del suelo, una parte circular del techo y la totalidad de lord Nueve Montañas.

Un sombrero negro con un emblema rojo se quedó un momento girando en el suelo.

—A mí me pasa lo mismo con las cebolletas encurtidas —dijo Vincent.

Lady Dos Arroyos estaba de pie con los ojos cerrados.

—¿No tienes hambre? —preguntó Cohen.

Ella asintió.

Cohen se reclinó hacia atrás.

—¿Un Tío Grande?

—Se llama «Río», Cohen —dijo el señor Saveloy, mientras el guardia avanzaba pesadamente.

—Llévala contigo y métela en una de las mazmorras. Asegúrate de que no le falte de comer, ya me entiendes.

—Sí, excelencia.

—Y el señor Chambelán aquí presente puede bajar a la cocina otra vez y decirle al chef que esta vez él va a compartir nuestra comida y además él será el primero en comer, ¿de acuerdo?

—Por supuesto, excelencia.

—¿A esto lo llamas vida? —espetó Caleb, mientras el lord chambelán se escabullía—. Esto es ser emperador, ¿no? ¿Ni siquiera puede uno confiar en su comida? ¡Lo más probable es que nos asesinen mientras estamos en la cama!

—No te imagino a ti asesinado en tu cama —dijo Truckle.

—Sí, porque nunca estás en ella —dijo Cohen.

Fue caminando al jarrón enorme y le dio una patada.

—¿Estás apuntando todo esto?

—Síseñor —dijo el jarrón.

Hubo risas. Pero tenían un ribete de nerviosismo. El señor Saveloy se dio cuenta de que la Horda no estaba acostumbrada a aquello. Si un verdadero bárbaro quería matar a alguien durante una comida lo invitaba a él y a todos sus secuaces, los hacía sentarse, los emborrachaba hasta que se dormían y luego hacía salir a sus hombres de sus escondites para que los masacraran instantáneamente de forma directa, honorable y sin tonterías. Era completamente justo. La estratagema de «emborracharlos y masacrarlos a todos» era el truco más viejo del manual, o lo habría sido si los bárbaros se molestaran en escribir manuales. Cualquiera que picara le estaría haciendo un favor al mundo al ser aniquilado en los postres. Pero por lo menos en la comida se podía confiar. Los bárbaros no envenenaban la comida. Uno nunca sabía cuándo le iba a hacer falta algo que llevarse a la boca.

—Perdonad, vuestra excelencia —dijo Seis Vientos Benéficos, que había estado mirando—. Creo que lord Truckle tiene razón. Ejem. Yo conozco un poco de historia. El método correcto de sucesión es avanzar hasta el trono vadeando un mar de sangre. Eso es lo que lord Hong está planeando hacer.

—¿En serio? Un mar de sangre, ¿eh?

—O escalando una montaña de cráneos. Es otra opción.

—Pero… pero… yo creía que la corona imperial se pasaba de padres a hijos —dijo el señor Saveloy.

—Bueno, sí —dijo Seis Vientos Benéficos—. Supongo que eso podría ocurrir en teoría.

—Dijiste que en cuanto estuviéramos en lo alto de la pirámide todo el mundo haría lo que le dijéramos —le dijo Cohen al señor Saveloy.

Truckle miró a uno y luego al otro.

—¿Vosotros dos planeasteis esto? —dijo en tono acusador—. ¿Conque de esto se trataba, eh? ¿Todo eso de aprender a ser civilizado? ¡Y al principio de todo dijiste que iba a ser un robo espectacular! ¿Eh? ¡Yo creía que íbamos a robar un montón de cosas y largarnos! ¡Saqueo y pillaje, así se hacen las cosas…!

—Oh, saqueo y pillaje, saqueo y pillaje. ¡Ya estoy harto de saqueo y pillaje! —dijo el señor Saveloy—. ¿Es que solamente sabéis pensar en saqueos y pillajes?

—Bueno, antes también solía haber violaciones —dijo Vincent, nostálgico.

—Odio decirte esto, pero ahí tienen razón, Profe —dijo Cohen—. Luchar y saquear… es nuestro trabajo. No me gusta todo este asunto de las reverencias y rasparse las rodillas. No estoy seguro de estar hecho para la civilización.

El señor Saveloy puso los ojos en blanco.

—¿Tú también, Cohen? ¡Sois todos unos… zopencos!. —dijo en tono cortante—. ¡No sé ni para qué me molesto! ¡O sea, miraos bien! ¿Sabéis lo que sois? ¡Sois leyendas!

La Horda se apartó un poco. Nadie había visto nunca a Profe perder los nervios.

—Que viene de legendum, que significa «algo que está escrito» —dijo el señor Saveloy—. Libros, ¿sabéis? Leer y escribir. Lo cual por cierto viene a ser tan ajeno a vosotros como la Ciudad Perdida de Ee…

Truckle levantó la mano, un poco nervioso…

—Precisamente yo descubrí una vez la Ciudad Perdida de…

—¡Cállate! Lo que digo… ¿qué estaba diciendo?… sí… vosotros no leéis, ¿verdad? ¿Nunca aprendisteis a leer? Pues habéis malgastado la mitad de vuestras vidas. Podríais haber acumulado perlas de sabiduría en lugar de esas piedras preciosas de pacotilla. ¡Y menos mal que la gente lee sobre vosotros y no os conoce cara a cara porque, señores, son ustedes una decepción total!

Rincewind se quedó mirando fascinado y esperó a que alguien le cortara la cabeza al señor Saveloy. Pero no parecía que aquello fuera a pasar. Posiblemente estaba demasiado enfadado para que lo decapitaran.

—¿Que han hecho ustedes realmente, caballeros? Y no vengáis con joyas robadas y lores demoníacos. ¿Qué habéis hecho que sea real?

Truckle volvió a levantar la mano.

—Bueno, yo una vez maté a los cuatro…

—Si, sí, sí —dijo el señor Saveloy—. Mataste esto y robaste aquello y derrotaste a los aguacates gigantes antropófagos de algún otro sitio, pero… todo eso son… cosas. ¡No es más que papel de pared, caballeros! ¡Cosas que no cambian nada! ¡Que no importan a nadie! En Ankh-Morpork he dado clase a niños que creen que sois mitos. Eso es lo que habéis logrado. No se creen que existierais alguna vez. Creen que alguien se os inventó. Son ustedes relatos, caballeros. Cuando muráis no se enterará nadie, porque la gente cree que ya habéis muerto.

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