Tiempos interesantes (Mundodisco, #17) – Terry Pratchett

—¿Rincewind?

—¿Sí? ¿Qué?

—Me siento mucho mejor ahora que estás aquí.

—Asombroso.

Rincewind estaba disfrutando de la comodidad de la pared. Era pura y simple piedra. Sentía que podía apoyarse en ella.

—Parece que todo el mundo tiene una copia de tu libro —dijo—. Es un documento revolucionario. Y me reafirmo en lo de «copia». Parece que se dedican a hacer cada uno su copia y pasarla por ahí.

—Sí, se llama samizdat.

—¿Qué quiere decir eso?

—Viene de la expresión «es amistad». Quiere decir que les pasas copias a tus amigos de confianza. Oh, cielos. Creí que sería un simple entretenimiento. No se me ocurrió que la gente se lo tomaría en serio. Confío en que no esté causando demasiadas molestias.

—Bueno, tus revolucionarios todavía están en la fase de los carteles y los eslóganes, pero no creo que eso vaya a contar para mucho si los atrapan.

—Oh, cielos.

—¿Cómo es que sigues vivo?

—No lo sé. Creo que se habrán olvidado de mí. Eso suele pasar, ya sabes. Es por el papeleo. Alguien da la pincelada equivocada o se olvidan una línea. Creo que pasa mucho.

—¿Quieres decir que hay gente encarcelada y nadie se acuerda de por qué?

—Oh, sí.

—¿Entonces por qué no los liberan?

—Supongo que existe la sensación de que deben de haber hecho algo. En conjunto, me temo que nuestro gobierno deja algo que desear.

—Como por ejemplo un gobierno nuevo.

—Oh, amigo. Te pueden encerrar por decir esas cosas.

La gente dormía, pero la Ciudad Prohibida no dormía nunca. Las antorchas parpadeaban toda la noche en los grandes burós mientras los asuntos incesantes del Imperio se tramitaban sin pausa.

Y aquello implicaba básicamente, tal como había dicho el señor Saveloy, desplazamiento de papeles.

Seis Vientos Benéficos era ayudante de administrador de distrito del distrito del Langtang, y su trabajo no solamente se le daba bien sino que también lo disfrutaba. No era un hombre retorcido.

Cierto, tenía el mismo sentido del humor que un estofado de pollo. Cierto, tocaba el acordeón para distraerse, le disgustaban intensamente los gatos y tenía la costumbre, tras la ceremonia del té, de limpiarse el labio superior con la servilleta de tal modo que había hecho a la señora Vientos Benéficos cometer asesinatos imaginarios de forma regular a lo largo de los años. También guardaba el dinero en un bolsito de cuero y siempre lo contaba con gran meticulosidad al comprar algo, sobre todo si había cola detrás.

Pero por otro lado, era amable con los animales y hacía donativos pequeños pero regulares a la caridad. Daba con frecuencia sumas moderadas a los mendigos de la calle, aunque siempre las anotaba en el cuadernillo que llevaba encima para acordarse de visitarlos más adelante de forma oficial.

Y nunca le quitaba a la gente más dinero del que tenían.

También se daba el caso, poco habitual en la gente que trabajaba por las noches en la Ciudad Prohibida, de que no era un eunuco. Los guardias no eran eunucos, por supuesto, pero se había subsanado el problema clasificándolos como mobiliario. Y se había descubierto que los funcionarios de Hacienda también necesitaban de todas las facultades a su disposición para combatir las artimañas del campesino medio, que tenía una tendencia lamentable a evitar pagar impuestos.

En el edificio había gente mucho más desagradable que Seis Vientos Benéficos, y por tanto fue solamente su suerte adversa la que hizo que su puerta de papel y bambú se abriera para revelar a siete eunucos viejos y de aspecto extraño, uno de ellos sentado en un artilugio con ruedas.

Ninguno hizo una reverencia, ya no digamos ponerse de rodillas. ¡Y eso que él no solamente llevaba un gorro rojo oficial, sino también un distintivo blanco en el mismo!

Cuando los hombres entraron tranquilamente en su despacho como si fueran sus dueños, se le cayó el pincel de las manos. Uno de ellos empezó a hacer agujeros en la pared y a farfullar en galimatías.

¡Eh, las paredes están hechas de papel! ¡Eh, mirad, si te chupas el dedo las puedes atravesar! ¿Lo veis?

—¡Voy a llamar a los guardias y haré que os azoten a todos! —gritó Seis Vientos Benéficos, con su temperamento ligeramente moderado por la edad extrema de sus visitantes.

¿Qué ha dicho?

Ha dicho que va a llamar a los guardias.

Oooh, sí. ¡Por favor, dejadle que llame a los guardias!

No, todavía no queremos que eso pase. Actúen con normalidad.

¿Quieres decir que le cortemos la garganta?

Me refiero a un tipo de normalidad más normal.

Eso es lo que yo llamo normal.

Uno de los ancianos se puso delante del funcionario estupefacto y le dedicó una amplia sonrisa.

—Perdónenos, supremo… oh, cielos, ¿cómo se dice?… ¿vela de carretilla?… ¿roca inmensa?… ah, sí… venerable señor, pero creo que nos hemos perdido un poco.

Un par de los ancianos se dedicaron a pasearse alrededor de Seis Vientos Benéficos y empezaron a leer, o por lo menos a intentar leer, el texto en el que había estado trabajando. Le quitaron de la mano una hoja de papel.

¿Qué pone aquí, Profe?

—A ver… «El primer viento del otoño agita la flor del loto. Siete Leños Afortunados debe pagar un cerdo y tres [algo que parece un hombre con cuatro brazos agitando una bandera] de arroz bajo pena de que le den abundantes golpes en la [algo más bien estilizado, no lo puedo descifrar]. Por orden de Seis Vientos Benéficos, Recaudador de Impuestos, Langtang».

Entre los ancianos se produjo un cambio sutil. Ahora todos estaban sonriendo, pero de una forma que no le tranquilizó nada. Uno de ellos, que tenía unos dientes que parecían diamantes, se inclinó hacia él y dijo, en agateano mal hablado:

—¿Eres recaudador de impuestos, señor Placa en el Gorro?

Seis Vientos Benéficos se preguntó si sería capaz de llamar a la guardia. Aquellos ancianos tenían algo que resultaba terrorífico. No eran nada venerables. Eran horrorosamente amenazantes y, aunque no veía que llevaran ningún arma, tenía la helada certeza de que no sería capaz de pronunciar más que una sílaba antes de que lo mataran. Además, se le había secado la garganta y se había mojado los pantalones.

—No tiene nada de malo ser recaudador de impuestos… —graznó.

—Nunca hemos dicho eso —dijo Dientes de Diamante—. Siempre nos gusta conocer a recaudadores de impuestos.

—Los recaudadores de impuestos están entre nuestra gente favoritísima —dijo otro anciano.

—Nos ahorran un montón de trabajo —dijo Dientes de Diamante.

—Sí —dijo un tercer anciano—. Quiere decir que no hace falta ir de casa en casa matando a todo el mundo para quedarse sus cosas de valor, solamente hay que matar al…

—¿Caballeros, puedo hablar un momento con ustedes?

El orador era el viejo con un poco de cara de cabra que no parecía tan desagradable como los demás. Los hombres terroríficos se congregaron a su alrededor y Seis Vientos Benéficos oyó las sílabas extrañas de una tosca lengua extranjera.

¿Cómo? ¡Pero si es un recaudador de impuestos! ¡Están para eso!

¿Mande?

Una base fiscal firme es el fundamento de un gobierno sólido, caballeros. Confíen en mí, por favor.

Lo he entendido todo hasta «una base fiscal».

En cualquier caso, matar a este esforzado recaudador fiscal no nos reportará ningún beneficio.

Estará muerto, a eso le llamo yo un beneficio.

La cosa siguió así un rato. Seis Vientos Benéficos se llevó un sobresalto cuando el grupo se separó y el hombre de la cara de cabra le lanzó una sonrisa.

—Mis humildes amigos están sobrecogidos por vuestra…variedad de ciruela… pequeño cuchillo para cortar algas… presencia, noble señor —dijo, y cada una de sus palabras recibía la protesta de las vigorosas gesticulaciones de Truckle tras su espalda.

¿Y si le cortamos solamente un trozo?

¿Mande?

—¿Cómo han entrado aquí? —preguntó Seis Vientos Benéficos—. Hay muchos guardias muy fuertes.

—Ya sabía yo que nos perdíamos algo —dijo Dientes de Diamante.

—Nos gustaría que nos enseñara usted la Ciudad Prohibida —dijo Cara de Cabra—. Yo me llamo… señor Tubo Relleno, creo que es así como lo dirían ustedes. Sí, Tubo Relleno, estoy bastante seguro…

Seis Vientos Benéficos echó un vistazo esperanzado hacia la puerta.

—…y estamos aquí para aprender más sobre su maravillosa… montaña… variedad del bambú… ruido del agua corriente al atardecer… caray… civilización.

Tras su espalda, Truckle estaba demostrando enérgicamente al resto de la Horda lo que él y los Jinetes Esqueléticos de Bruce el Huno le hicieron una vez a un recaudador de impuestos. Los movimientos amplios de los brazos en concreto ocuparon toda la atención de Seis Vientos Benéficos. No entendía las palabras pero, en cierto sentido, no le hacía falta.

¿Por qué le estáis hablando así?

Gengis, estoy perdido. No existen mapas de la Ciudad Prohibida. Necesitamos un guía.

Cara de Cabra se volvió al recaudador de impuestos.

—¿Tal vez te gustaría venir con nosotros? —le preguntó.

Afuera, pensó Seis Vientos Benéficos. ¡Sí! ¡Puede que haya guardias ahí fuera!

—Un momento —dijo Dientes de Diamante, mientras el recaudador asentía—. Coge un pincel y escribe lo que te digo.

Un minuto más tarde se habían marchado. Lo único que quedaba en el despacho del recaudador era un papel lleno de correcciones que decía lo siguiente:

«Las rosas son rojas, las violetas son azules. Siete Leños Afortunados debe recibir un cerdo y todo el arroz que pueda llevar, porque ahora es Un Campesino Afortunado. Por orden de Seis Vientos Benéficos, Recaudador de Impuestos, Langtang. Socorro. Socorro. Si alguien lee esto, me ha hecho prisionero un eunuco maligno. Socorro».

Rincewind y Dosflores yacían en sus celdas separadas y hablaban de los viejos tiempos. Por lo menos Dosflores hablaba de los viejos tiempos. Rincewind intentaba hacer una grieta en la piedra con una brizna de paja, ya que era lo único que tenía a mano. Tardaría varios millares de años en producir algún efecto, pero esa no era razón para rendirse.

—¿Es que aquí no nos dan de comer? —preguntó, interrumpiendo el flujo de reminiscencias.

—Oh, a veces. Pero no es como la comida maravillosa de Ankh-Morpork.

—De veras —murmuró Rincewind, raspando la pared. Un trocito minúsculo de argamasa parecía a punto de moverse.

—Nunca olvidaré el sabor de las salchichas del señor Escurridizo.

—La gente no lo olvida.

—Una experiencia irrepetible.

—Con frecuencia.

La paja se rompió.

—¡Mierda y demonios! —Rincewind se reclinó—. ¿Por qué es tan importante el Ejército Rojo? —preguntó—. O sea, son un hatajo de críos. ¡No son más que un incordio!

—Sí, me temo que las cosas se han confundido un poco —dijo Dosflores—. Hum. ¿Has oído la teoría de que la Historia funciona por ciclos?

—Una vez vi un dibujo en uno de los cuadernos de Leonardo Da Quirm… —empezó Rincewind, intentándolo de nuevo con otra brizna de paja.

—No, quiero decir… que gira… como una rueda. Que si te quedas en el mismo sitio todo sucede otra vez.

—Ah, vale, eso. ¡Mierda!

—Bueno, mucha gente lo cree por aquí. Creen que la Historia vuelve a empezar cada tres mil años.

—Podría ser-dijo Rincewind, que estaba buscando otra brizna de paja y no escuchaba realmente. Al cabo de un momento asimiló las palabras—. ¿Tres mil años? Un poco corto, ¿no? ¿Todo, todo? ¿Las estrellas y los océanos y la vida inteligente evolucionando a partir de licenciados en bellas artes, todo ese rollo?

—Oh, no. Eso son… cosas. La historia propiamente dicha empieza con la fundación del Imperio por parte de Un Espejo de Sol. El primer emperador. Y su sirviente, el Gran Hechicero. En realidad es una simple leyenda. Es la clase de cosa que se creen los campesinos. Miran algo como la Gran Muralla y dicen: algo tan maravilloso solamente se puede crear mediante la magia… Y el Ejército Rojo… lo más probable es que fuera solamente un cuerpo bien organizado de combatientes entrenados. El primer ejército de verdad, ya sabes. Lo único que había antes eran turbas desorganizadas. Eso es lo que debió de ser. Nada de magia. El Gran Hechicero no podría haber construido… lo que creen los campesinos son tonterías…

—¿Por qué, en qué creen?

—Dicen que el Gran Hechicero hizo cobrar vida a la tierra. Cuando todos los ejércitos del continente se enfrentaban a Un Espejo de Sol el Gran Hechicero… hizo volar una cometa.

—A mí me parece lógico —dijo Rincewind—. Cuando hay guerra alrededor, tómate el día libre, ese es mi lema.

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