Tiempos interesantes (Mundodisco, #17) – Terry Pratchett

Este es el decimoséptimo peor día de lo que llevo de vida, pensó.

Ser golpeado hasta la inconsciencia en bares era bastante corriente. Si sucedía en Ankh-Morpork entonces uno tenía muchos números de despertar tirado en el Ankh y echando de menos todo su dinero. O bien, si algún barco tenía que zarpar para un viaje largo e impopular, encadenado a algún imbornal sin más opción durante los dos años próximos que surcar los mares[19]. Pero por lo general el que te golpeaba quería mantenerte con vida. El Gremio de Ladrones era muy puntilloso con el tema. Tal como decían: «Golpea demasiado fuerte a un hombre y solamente podrás robarle una vez. Golpéale con la fuerza justa y podrás robarle todas las semanas».

Si ahora estaba en lo que le parecía ser un carro era porque alguien quería mantenerlo con vida por alguna razón.

Le gustaría que no se le hubiera ocurrido aquello.

Alguien le quitó el saco de la cabeza. Un semblante espantoso se lo quedó mirando.

—¡Me gustaría comerme tu pie! —chilló Rincewind.

—No te preocupes. Soy una amiga.

Fuera la máscara. Detrás había una mujer joven, con una cara redonda, una nariz respingona y muy distinta a todos los demás ciudadanos del lugar que Rincewind había visto hasta entonces. Y era, se dio cuenta, porque la joven lo estaba mirando fijamente. La ropa que llevaba, aunque no su cara, la había visto por última vez sobre el escenario.

—No grites —dijo.

—¿Por qué? ¿Qué me vas a hacer?

—Te habríamos dado una bienvenida adecuada pero no había tiempo. —Se sentó entre los fardos que había en la parte de atrás del carro bamboleante y lo examinó con ojo crítico—. Cuatro Gran Sandalia dijo que llegaste a lomos de un dragón y que aniquilaste a un regimiento de soldados.

—¿Ah, sí?

—Y que luego hiciste magia sobre un anciano venerable y se convirtió en un gran guerrero.

—¿Ah, sí?

—Y que le diste carne de verdad, aunque Cuatro Gran Sandalia solamente pertenece a la clase pung.

—¿Ah, sí?

—Y llevas tu sombrero.

—Sí, sí, tengo mi sombrero.

—Y aun así-dijo la chica—, no pareces un Gran Hechicero.

—Ah. Bueno, lo que pasa es…

La chica tenía un aspecto tan frágil como una flor. Y sin embargo acababa de sacarse, de alguna parte de los pliegues de su vestido, un cuchillo pequeño pero perfectamente funcional.

Rincewind había adquirido instinto para aquellas situaciones. Aquel no era probablemente el momento idóneo para negar su Gran Hechicería.

—Lo que pasa es… —repitió—… que… ¿cómo sé que puedo confiar en ti?

La chica pareció indignada.

—¿Es que no tienes unos poderes mágicos asombrosos?

—Oh, sí. ¡Sí! ¡Claro! Pero…

—¡Di algo en idioma mágico!

—Esto… Stercus, stercus, stercus, moriturus sum —dijo Rincewind con la vista clavada en el cuchillo.

—«¿Oh excremento, voy a morir?»

—Esto… es… un mantra especial que digo para hacer aumentar los flujos mágicos.

La chica se calmó un poco.

—Pero hacer magia requiere mucho esfuerzo —dijo Rincewind—. Volar a lomos de dragones, convertir mágicamente a ancianos en guerreros… Solamente puedo hacer un número limitado de esas cosas sin tomarme un descanso. Y ahora mismo estoy muy débil debido a las tremendas cantidades de magia que acabo de usar, mira por dónde.

Ella lo miró todavía con una sombra de duda en los ojos.

—Todos los campesinos creen en la llegada inminente del Gran Hechicero —dijo—. Pero en palabras del gran filósofo Ly Tin Wheedle, «cuando muchos esperan a un poderoso corcel pueden verle cascos a una hormiga».

Ella le echó otra mirada calculadora.

—Cuando estabas en el camino —dijo— te postraste delante del inspector de distrito Kee. Podrías haberlo abrasado con fuegos terribles.

—Estoy esperando el momento adecuado, espiando el territorio, no quiero estropear mi tapadera —balbuceó Rincewind—. Esto… No es bueno desvelar mi naturaleza de entrada, ¿verdad?

—¿Estás usando un disfraz?

—Sí.

—Es muy bueno.

—Gracias, porque…

—Solamente un gran mago se atrevería a adoptar el aspecto de un pedazo tan patético de humanidad.

—Gracias. Esto… ¿Cómo sabes que yo estaba en el camino?

—Te habrían matado allí mismo si yo no te hubiera dicho lo que tenías que hacer.

—¿Tú eras el guardia?

—Tuvimos que alcanzarte deprisa. Fue pura suerte que te viera Cuatro Gran Sandalia.

—¿Tuvimos, en plural?

Ella no hizo caso de la pregunta.

—Solamente son soldados provinciales. En Hunghung no me habría salido bien. Pero puedo interpretar muchos papeles. —Guardó el cuchillo, pero a Rincewind le dio la impresión de que no la había convencido de que lo creyera, solamente de que no lo matara.

Decidió probar suerte.

—Tengo un baúl mágico con piernas —dijo, con una nota de orgullo—. Me sigue a todas partes. Ahora mismo parece que se ha perdido, pero es un artilugio asombroso.

La chica lo miró con cara de palo. Luego extendió una mano de aspecto delicado y lo hizo ponerse de pie.

—¿No será —preguntó— algo parecido a esto?

Apartó las cortinas de la parte trasera del carro.

Dos baúles trotaban por el polvo junto a ellos. Tenían un aspecto más gastado y barato que el Equipaje, pero se notaba que eran de la misma especie, si es que el término podía aplicarse a los accesorios de viaje.

—Esto… Sí.

Ella lo soltó. La cabeza de Rincewind golpeó el suelo.

—Escúchame —dijo—. Están pasando muchas cosas malas. Yo no creo en los grandes hechiceros, pero hay otra gente que sí, y a veces la gente necesita creer en algo. Y si esa otra gente muere porque tenemos un hechicero que no es tan grande, entonces ese hechicero va a tener muy mala suerte. Puede que seas el Gran Hechicero. Si no lo eres, te sugiero que estudies mucho para hacerte grande. ¿Me he explicado con claridad?

—Esto… sí.

Rincewind había afrontado la muerte muchas veces. A menudo había de por medio espadas y armaduras. En esta ocasión solamente había involucrada una chica guapa y un cuchillo, pero de alguna forma se las había apañado para ser una de las peores veces. Ella se reclinó en su asiento.

—Somos un teatro itinerante —dijo—. Resulta práctico. A los actores Noh se les permite desplazarse.

—¿Ah, no? —dijo Rincewind.

—No me entiendes. Somos actores Noh profesionales.

—Venga, si no lo habéis hecho tan mal.

—Gran Hechicero. El «Noh» es una forma simbólica no realista de teatro que emplea un lenguaje arcaico, gestos estilizados y acompañamiento de flautas y tambores. Tu fingimiento de estupidez es magistral. Tanto que podría imaginarme que no estás actuando.

—Perdón, ¿cómo te llamas?

—Bonita Mariposa.

—Ejem… ¿Sí?

Ella lo fulminó con la mirada y se alejó hacia la parte delantera del carro.

El vehículo siguió su avance traqueteante. Rincewind estaba tumbado con la cabeza dentro de un saco que olía a cebolla y se dedicó a maldecir metódicamente a todo. Maldijo a las mujeres con cuchillos y a la historia en general, al profesorado de la Universidad Invisible, a su Equipaje ausente y a la población del Imperio Ágata. Pero en aquel momento, en lo alto de la lista estaba quien fuera que hubiese diseñado aquel carro. A juzgar por su tacto, la persona que había creído que aquella madera áspera y llena de astillas era la superficie adecuada para un suelo era también la persona que pensaba que «triangular» era una buena forma para una rueda.

El Equipaje acechaba desde una zanja, observado sin mucho interés por un hombre que sujetaba un búfalo de agua con una cuerda.

Se sentía avergonzado, desconcertado y perdido. Estaba perdido porque todo lo que le rodeaba le resultaba… familiar. La luz, los olores, el tacto de la tierra… Pero sentía que le faltaba un propietario.

Estaba hecho de madera. La madera es sensible a esas cosas.

Uno de sus muchos pies trazó ociosamente un contorno en el barro. Era un dibujo aleatorio y desdichado, familiar para cualquiera que haya tenido que estar de pie delante de una clase y recibir una bronca.

Por fin llegó a lo más parecido que puede llegar la madera a una decisión.

Lo habían regalado. Había pasado muchos años recorriendo tierras extrañas, conociendo criaturas exóticas y saltando una y otra vez sobre ellas. Ahora volvía a estar en el país donde una vez había sido árbol. Por tanto, era libre.

No era la secuencia de pensamiento más lógica del mundo, pero no estaba mal para alguien que solamente podía pensar con los nudos de la madera.

Y había algo que tenía muchas ganas de hacer.

—Cuando estés listo, Profe, ¿vale?

—Lo siento, Gengis. Estoy terminando…

Cohen suspiró. La Horda estaba aprovechando el descanso para sentarse a la sombra de un árbol y contarse entre ellos mentiras sobre sus hazañas, mientras que el señor Saveloy estaba de pie encima de una roca mirando por una especie de instrumento de fabricación casera y haciendo garabatos en sus mapas.

Ahora los pedazos de papel gobernaban el mundo, pensó Cohen. Estaba claro que gobernaban aquella parte del mundo. Y Profe… bueno, Profe gobernaba a los pedazos de papel. Puede que no tuviera madera de héroe tradicional, a pesar de su profunda creencia en que había que clavar a todos los directores de colegio a la puerta de un establo, pero el tipo era increíble con los pedazos de papel.

Y hablaba agateo. Bueno, lo hablaba mejor que Cohen, que lo había aprendido de forma improvisada. Decía que lo había aprendido con un libro viejo. Decía que era asombroso la de cosas interesantes que había en los libros viejos.

Cohen se encaramó penosamente a su lado.

—¿Qué estás planeando exactamente, Profe? —preguntó.

El señor Saveloy miró con los ojos fruncidos la ciudad de Hunghung, apenas visible en el horizonte polvoriento,

—¿Ve usted esa colina que hay detrás de la ciudad? —dijo— ¿Ese montículo enorme y redondo?

—Me recuerda al túmulo funerario de mi padre —dijo Cohen.

—No, tiene que ser una formación natural. Es demasiado grande. Hay una especie de pagoda encima, según veo. Interesante. Más tarde tal vez le eche un vistazo más de cerca.

Cohen escrutó aquella colina redonda y grande. Era una colina redonda y grande. No lo estaba amenazando y no parecía valiosa. Fin de la saga por lo que a él respectaba. Había asuntos más urgentes.

—La gente parece estar entrando v saliendo de la ciudad exterior —continuó el señor Saveloy—. El asedio es más una amenaza que una realidad. Así que entrar no tendría que ser un problema. Por supuesto, entrar en la mismísima Ciudad Prohibida será mucho más difícil.

—¿Y si matamos a todo el mundo? —preguntó Cohen.

—Es buena idea, pero poco práctica —dijo el señor Saveloy—. Y susceptible de despertar comentarios. No, mi metodología actual se fundamenta en el hecho de que Hunghung está a una distancia considerable del río y sin embargo tiene casi un millón de habitantes.

—Se fundamenta, claro —dijo Cohen.

—Y la geografía local no es la adecuada para los pozos artesianos.

—Sí, ya me parecía a mí, ya…

—Y notarás que no hay ningún acueducto a la vista.

—No hay acueductos, no —dijo Cohen—. Probablemente se han ido volando al Eje a pasar el verano. Hay pájaros que lo hacen.

—Lo cual me hace dudar de la leyenda de que ni siquiera los ratones pueden entrar en la Ciudad Prohibida —dijo el señor Saveloy, con un vago indicio de petulancia—. Sospecho que un ratón podría entrar en la Ciudad Prohibida si pudiera contener la respiración.

—O ir montado en uno de esos aguadultos invisibles —dijo Cohen.

—Muy cierto.

El carro se detuvo. Le quitaron el saco de la cabeza. En lugar del rallador de queso que Rincewind esperaba en secreto, la vista consistía en un par de caras jóvenes y preocupadas. Una de ellas era femenina, pero a Rincewind le alivió ver que no pertenecía a Bonita Mariposa. Esta parecía más joven e hizo pensar un poco a Rincewind en patatas[20].

—¿Cómo estáis? —preguntó, en morporkiano vacilante pero reconocible—. Lo sentimos mucho. ¿Estáis mejor ahora? Os hablamos en idioma de ciudad celestial de Ankh-Mor-Pork. Idioma de libertad y progreso. ¡Idioma de Un Hombre, Un Voto!

—Sí —dijo Rincewind. Le pasó flotando por la memoria una imagen del patricio de Ankh-Morpork. Un hombre, un voto. Sí—. Lo conozco. Está claro que es él quien vota. Pero…

—¡Suerte Adicional al Cometido del Pueblo! —dijo el muchacho—. ¡Avance Juicioso! —Parecía que lo hubieran construido con ladrillos.

—Perdonad —dijo Rincewind—. ¿Pero por qué… una linterna de papel que se usa en las ceremonias… una bala de algodón… me rescatasteis? Uh, es decir, cuando digo rescatar, supongo que quiero decir: ¿por qué me atizasteis en la cabeza, me atasteis y me trajisteis a donde sea que estemos? Porque lo peor que me podía haber pasado en la posada era un par de bofetadas por no pagar el almuerzo…

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