Soul Music (Mundodisco, #16) – Terry Pratchett

—¿Cómo dices? —replicó Susan.

El ovillo rodó sobre sí mismo, se incorporó y extendió dos alas desastradas. La rata dejó de darle patadas.

—Soy un cuervo, ¿vale? —dijo—. El cuervo es uno de los pocos pájaros que pueden hablar. Lo primero que te dice la gente en cuanto te ve es: «Anda, pero si eres un cuervo, venga, di las palabras con la N y la M…». Si me dieran un penique cada vez que me lo sueltan, ahora sería…

IIIC…

—De acuerdo, de acuerdo. —El cuervo encrespó las plumas—. Eso de ahí es la Muerte de las Ratas. Fíjate en la capucha y la guadaña, ¿eh? La Muerte de las Ratas, sí señor. Una figura muy importante en el mundo de las ratas.

La Muerte de las Ratas hizo una pequeña inclinación.

—Suele pasar mucho tiempo debajo de los graneros y en cualquier sitio donde alguien haya dejado un plato de salvado condimentado con estricnina —explicó el cuervo—. Es muy concienzudo, créeme.

IIIC.

—Perfecto —dijo Susan—. ¿Y qué es lo que quiere de mí? Yo no soy una rata.

—Muy perspicaz por tu parte —dijo el cuervo—. Mira, yo no pedí hacer esto. Estaba dormido encima de mi calavera, y de pronto me encuentro con que la Muerte de las Ratas me tiene cogido por la pata. Siendo un cuervo, como ya he dicho, soy un pájaro oculto por naturaleza…

—Disculpa —le interrumpió Susan—. Sé que esto es uno de esos sueños, así que quiero asegurarme de que lo entiendo. ¿Has dicho que… estabas dormido encima de tu calavera?

—Oh, no en mi propia calavera —repuso el cuervo—. La calavera pertenece a otro.

—¿A quién?

Los ojos del cuervo giraron locamente en sus cuencas. Nunca conseguía que los dos ojos miraran en la misma dirección. Susan tuvo que resistir el impulso de moverse de un lado a otro para seguirlos.

—¿Y cómo quieres que lo sepa? No vienen con una etiqueta pegada —dijo el cuervo—. No es más que una calavera. Mira… yo trabajo para un mago, ¿de acuerdo? Allá abajo en la ciudad. Me paso el día sentado encima de la calavera y grazno «craj» a la gente…

—¿Porqué?

—Porque un cuervo sentado encima de una calavera y graznando «craj» es una parte tan necesaria del modus operandi de la magia como las velas que gotean cera y el viejo caimán disecado que cuelga del techo. ¿Es que no sabes nada o qué? Yo pensaba que eso es algo que sabe cualquiera que sepa algo de algo. Caramba, un mago como es debido seguramente preferiría no tener botellas llenas de sustancias verdes burbujeando antes que dejarse sorprender sin su cuervo sentado encima de una calavera y graznando…

¡IIIC!

—Mira, con los humanos hay que ir paso a paso —dijo el cuervo hastiado. Un ojo volvió a clavarse en Susan—. Las sutilezas nunca han sido lo suyo, créeme. Las ratas nunca discuten cuestiones de naturaleza filosófica cuando están muertas. De todas maneras, soy la única persona que conoce de por aquí que puede hablar…

—Los humanos pueden hablar —observó Susan.

—Ya, desde luego —convino el cuervo—, pero el quid de la cuestión con los humanos, lo que podrías llamar una característica crucial, es que no están predispuestos a verse despertados en plena noche por una rata esquelética que necesita un intérprete con urgencia. Y en todo caso, los humanos no pueden verle.

—Yo puedo verle —dijo Susan.

—Ah. Me parece que acabas de poner el dedo justo en el centro, la parte esencial y el punto capital de todo el asunto —dijo el cuervo—. La llaga, como se suele decir.

—Oye —dijo Susan—, solo me gustaría hacerte saber que no me creo nada de todo esto. No creo que exista una Muerte de las Ratas encapuchada que va por ahí con una guadaña.

—Está delante de ti.

—Esa no es razón para creérmelo.

—Caramba, ya veo que se te ha educado como es debido —dijo el cuervo con acritud.

Susan bajó la mirada hacia la Muerte de las Ratas. Un suave resplandor azulado le brillaba dentro de las órbitas.

IIIC.

—El caso es que se ha vuelto a ir —dijo el cuervo.

—¿Quién?

—Tu… abuelo.

—¿El abuelo Lezek? ¿Cómo puede haberse vuelto a ir? ¡Está muerto!

—Me refería a tu… ejem… ¿otro abuelo? —dijo el cuervo.

—No tengo…

Las imágenes surgieron del barro acumulado en el fondo de la mente de Susan. Algo acerca de un caballo… y había una habitación llena de susurros. Y una bañera, que parecía encajar en algún lugar. Y los campos de trigo también venían incluidos en todo aquello.

—Esto es lo que pasa cuando la gente intenta educar a sus hijos —dijo el cuervo—, en vez de decirles las cosas.

—Yo pensaba que mi otro abuelo también estaba… muerto —confesó Susan.

IIIC.

—La rata dice que tienes que ir con él. Es muy importante. —dijo el cuervo.

La imagen de la señorita Trasero se alzó como una valquiria dentro de la mente de Susan. Aquello no tenía absolutamente ningún sentido.

—Oh, no —dijo—. Ya debe de ser medianoche. Y mañana tenemos examen de geografía.

El cuervo se quedó con el pico abierto.

—No es posible que digas eso —dijo.

—¿Realmente esperas que acepte instrucciones de una… una rata huesuda y de un cuervo parlante? ¡Me vuelvo a la escuela!

—No, tú no te vas —dijo el cuervo—. Nadie que tenga una gota de sangre en las venas se iría ahora. Si te fueras ahora, nunca descubrirías cómo son las cosas realmente. Solo conseguirías recibir una educación.

—Pero es que no tengo tiempo —gimoteó Susan.

—Ah, tiempo… —dijo el cuervo—. El tiempo es una mera costumbre. Para ti, el tiempo no es una característica particular de las cosas.

—¿Cómo…?

—Eso tendrás que averiguarlo, ¿no crees?

IIIC.

El cuervo empezó a dar saltitos.

—¿Puedo decírselo? ¿Puedo decírselo? —graznó. Sus ojos se volvieron hacia Susan—. Tu abuelo… —empezó a decir— es… ta-tata CHÁN…la M…

¡IIIC!

—Algún día tiene que enterarse —dijo el cuervo.

—¿Lampiño? ¿Mi abuelo es lampiño? —exclamó Susan—. ¿Me habéis sacado de la cama en plena noche para hablar de problemas capilares?

—¡No estaba diciendo lampiño! Iba a decir que tu abuelo es… tatataCHAN… la M…

¡IIIC!

—¡De acuerdo! ¡Pues hazlo a tu manera!

Susan retrocedió mientras la rata y el cuervo discutían.

Luego se recogió la falda del camisón y echó a correr; salió del patio y cruzó la extensión de césped mojado. La ventana seguía estando abierta. Encaramándose al alféizar de la ventana que había debajo de la suya, Susan consiguió agarrarse a la repisa, impulsarse hacia arriba y entrar en el dormitorio. Se metió en la cama y se tapó la cabeza con las sábanas…

Pasado un rato cayó en la cuenta de que aquella no era una reacción inteligente. Pero, aun así, dejó que las sábanas siguieran donde estaban.

Soñó con caballos y carruajes y un reloj sin manecillas.

—¿Crees que podríamos haberlo llevado mejor?

¿IIIC? ¿«TatataCHÁN…» IIIC?

—Pues no sé cómo esperabas que se lo dijera. ¿«Tu abuelo es la Muerte»? ¿Así, tal cual? ¿Dónde está el sentido de la oportunidad? A los humanos les encanta el drama.

IIIC observó la Muerte de las Ratas.

—Con las ratas es diferente.

IIIC.

—Bueno, supongo que ya está bien por hoy —dijo el cuervo—. Generalmente los cuervos no son nada nocturnos, ¿sabes?

—Se rascó el pico con una pata—. ¿Solo te ocupas de las ratas, o también de los ratones, conejillos de indias, comadrejas y similares?

IIIC.

—¿Y los jerbos? ¿Qué me dices de los jerbos?

IIIC.

—Caramba, caramba… Eso sí que no lo sabía. ¿La Muerte de los Jerbos, también? Me asombra que consigas alcanzarlos encima de esas ruedas de ardilla que…

IIIC.

—Como quieras.

Están las personas del día y las criaturas de la noche.

Y es importante recordar que las criaturas de la noche no son simplemente las personas del día yéndose a acostar muy tarde porque piensan que así están a la moda y son más interesantes. Cruzar la frontera requiere mucho más que un montón de maquillaje y una complexión enclenque.

La cuestión hereditaria puede ayudar, naturalmente.

El cuervo se había criado en la Torre del Arte, aquella mole en sempiterno desmoronamiento y tapizada de yedra junto a la Universidad Invisible, allá en la lejana Ankh-Morpork. Los cuervos son unos pájaros inteligentes por naturaleza, y las filtraciones mágicas, que siempre tienen cierta tendencia a exagerar las cosas, habían hecho el resto.

No tenía un nombre. Normalmente los animales no se molestan en recurrir a los nombres. El mago que creía ser su dueño lo llamaba Dijo, pero eso se debía únicamente a que no tenía absolutamente ningún sentido del humor y, como les ocurre a la mayoría de las personas sin sentido del humor, se enorgullecía de ese sentido del humor del que en realidad carecía.

El cuervo voló de regreso a la casa del mago, se coló por la ventana abierta y se posó, como siempre, encima de la calavera.

—Pobre cría —se compadeció.

—El destino es así —dijo la calavera.

—No la culpo por tratar de ser normal. Dadas las circunstancias.

—Sí —dijo la calavera—. Personalmente, yo creo que nunca hay que perder la cabeza por nada.

El propietario de un silo de grano en Ankh-Morpork había organizado una especie de redada. La Muerte de las Ratas podía oír a lo lejos los gañidos de los terriers. Iba a ser una noche atareada.

Resultaría demasiado difícil describir los procesos mentales de la Muerte de las Ratas, o incluso estar seguros de que tenía alguno. Estaba empezando a tener la sensación de que no habría debido implicar al cuervo en el asunto, pero los humanos conceden mucha importancia a las palabras.

Las ratas no piensan demasiado en el futuro, salvo en términos generales. En términos generales, el pequeño esqueleto estaba muy, muy preocupado. No había esperado tener que hacer frente a la educación.

Susan pasó la mañana siguiente sin tener que volverse inexistente. El examen de geografía consistió en la flora de las llanuras Sto,[3] las principales exportaciones de las llanuras Sto,[4] y la fauna de las llanuras Sto.[5] Una vez dominado el denominador común, el resto era coser y cantar. Las jovencitas tenían que colorear un mapa, una tarea que requería montones de verde. El almuerzo consistió en Dedos de Muerto y Budín de Globos Oculares, un lastre muy sano para la actividad de la tarde, que era deporte.

Aquellos eran los dominios de Lirio de Hierro, de quien se rumoreaba que levantaba pesas con los dientes y se afeitaba, y cuyos gritos de aliento mientras galopaba con paso atronador a lo largo de la línea de lanzamiento tendían a adoptar la naturaleza de «¡Pillad bien esa pelota, pandilla de florecitas!».

La señorita Trasero y la señorita Delcross dejaban cerradas sus ventanas durante las tardes en que había partido. La señorita Trasero leía textos de lógica con una concentración feroz y la señorita Delcross, ataviada con su idea de una toga, practicaba la euritmia en el gimnasio.

Susan sorprendía a la gente por ser buena en los deportes o, al menos, en algunos de ellos. Hockey, lacrosse y pelota base, ciertamente. Cualquier juego donde le pusieran un palo en las manos y tuviera que hacerlo oscilar, decididamente. La visión de Susan avanzando hacia la portería con una expresión calculadora en sus ojos hacía que la guardameta perdiera la fe en todos los protectores acolchados y se tirase al suelo mientras la pelota pasaba como una exhalación a la altura de su cintura, emitiendo un zumbido.

Una prueba más de la estupidez general del resto de la humanidad, pensaba Susan, era que, aun siendo manifiestamente una de las mejores jugadoras de la escuela, nunca la seleccionaban para formar parte de los equipos. Incluso las chicas gordas y con granos salían elegidas antes que ella. Era irritantemente irracional, y Susan nunca consiguió entender por qué.

Les había explicado a las otras chicas lo buena que era, y demostrado su habilidad, y hecho hincapié en lo estúpidas que eran por no escogerla. Por alguna razón exasperante, aquello no parecía surtir ningún efecto.

Esa tarde decidió cambiar la clase por un paseo autorizado. Era una alternativa admisible, siempre y cuando fuera acompañada de otras chicas. Normalmente iban a la ciudad y compraban pescado frito un poco pasado acompañado con patatas en una tienda algo pestilente del callejón de las Tres Rosas. La señorita Trasero consideraba que los fritos no eran nada sanos y por tanto las chicas los compraban fuera de la escuela a la menor ocasión.

Las chicas tenían que salir en grupos de tres o más. El peligro, según la experiencia hipotética de la señorita Trasero, nunca acechaba a unidades de más de dos.

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