Soul Music (Mundodisco, #16) – Terry Pratchett

Las cuerdas se habían quedado inmóviles. Hay millones de acordes. Hay millones de números. Y todo el mundo se olvida del que es un cero. Pero sin el cero, los números no son más que aritmética. Sin el acorde vacío, la música no es más que ruido.

La Muerte tocó el acorde vacío.

El latido se hizo más lento. Y empezó a debilitarse. El universo siguió girando, con cada uno de sus átomos. Pero el remolino no tardaría en llegar a su fin y los bailarines mirarían a su alrededor y se preguntarían qué hacer a continuación.

¡Todavía no es el momento para ESO! ¡Toca alguna otra cosa!

NO PUEDO.

La Muerte señaló a Buddy con la cabeza.

PERO ÉL SÍ QUE PUEDE.

Arrojó la guitarra hacia Buddy. El instrumento pasó a través de él.

Susan corrió hacia allí, la recogió del suelo y se la tendió a Buddy.

—¡Tienes que cogerla! ¡Tienes que tocar! ¡Tienes que hacer que la música empiece de nuevo!

Rasgó frenéticamente las cuerdas. Buddy torció el gesto.

—¡Por favor! —gritó Susan—. ¡No te desvanezcas!

La música aulló dentro de su cabeza.

Buddy consiguió asir la guitarra, pero se quedó mirándola como si nunca la hubiera visto antes.

—¿Qué ocurrirá si no la toca? —preguntó Odro.

—¡Todos moriréis entre los restos del carro!

Y ENTONCES LA MÚSICA MORIRÁ, dijo la muerte. Y LA DANZA LLEGARÁ A SU FIN. TODA LA DANZA.

El enano fantasmal tosió.

—Se nos va a pagar por esta actuación, ¿verdad? —dijo.

TENDRÉIS EL UNIVERSO.

—¿Y cerveza gratis?

Buddy se llevó la guitarra al pecho. Sus ojos se encontraron con los de Susan.

Alzó la mano y tocó.

El acorde resonó por el barranco, y sus ecos trajeron de vuelta armónicos extraños.

GRACIAS, dijo la Muerte. Dio un paso adelante y cogió la guitarra.

Se movió con súbita rapidez y la estrelló contra una roca. Las cuerdas se separaron y algo se alejó, acelerando hacia la nieve y las estrellas.

La Muerte contempló los restos con cierta satisfacción.

ESO SÍ QUE ES MÚSICA CON ROCAS DENTRO.

Chasqueó los dedos.

La luna se alzó sobre Ankh-Morpork.

El parque se hallaba desierto. La luz plateada fluía sobre los restos del escenario, el barro y las salchichas a medio consumir que indicaban el lugar donde había estado el público. Aquí y allá arrancaba algunos destellos a las trampas para el sonido hechas pedazos.

Pasado un rato, un poco de barro se incorporó y escupió un poco más de barro.

—¿Crash? ¿Jimbo? ¿Escoria? —dijo.

—¿Eres tú, Noddy? —preguntó una forma triste que colgaba de una de las pocas vigas que quedaban del escenario.

El barro sacó un poco más de barro de sus orejas.

—¡Sí! ¿Dónde está Escoria?

—Creo que lo tiraron al lago —dijo.

—¿Crash está vivo?

Se escuchó un gemido procedente de debajo de un montón de escombros.

—Lástima —dijo Noddy con sentimiento.

Una figura surgió de entre las sombras, chapoteando.

Crash salió de los escombros, mitad arrastrándose y mitad cayendo.

—Tenéif que afmitir —farfulló, porque en algún momento de la actuación una guitarra le había dado en los dientes— que efo ha fido Múfica Con Rocaf Dentro…

—De acuerdo —dijo Jimbo, y se descolgó de su viga—. Pero la próxima vez, gracias de todas formas, preferiría probar con el sexo y las drogas.

—Mi papá dijo que me mataría como se me ocurriese tomar drogas —replicó Noddy.

—Si tienes cerebro, di simplemente «no» —dijo Jímbo.

—Hablando del tema, Escoria, eso es tu cerebro. Está justo encima de ese bulto de ahí.

—Oh, qué bien. Gracias.

—Yo me pido un analgésico —afirmó Jimbo.

Un poco más cerca del lago, un montón de tela de saco resbaló hacia un lado.

—¿ Archicanciller?

—¿Sí, señor Stibbons?

—Me parece que alguien me ha pisado el sombrero.

—¿Y qué?

—Que todavía lo llevo en la cabeza.

Ridcully se incorporó, aliviando el dolor en sus huesos.

—Venga, muchacho —dijo—. Vayamos a casa. No estoy seguro de que me siga interesando tanto la música. Es un mundo de hercios.

Un carruaje traqueteaba por el serpenteante camino de montaña. Subido al pescante, el señor Clete fustigaba a los caballos.

Satchelmouth se puso de pie entre tambaleos. El borde del risco se hallaba tan próximo que podía mirar directamente hacia la oscuridad.

—Ya he tenido de lejos mucho más que suficiente de esto —gritó, y trató de hacerse con el látigo.

—¡Estese quieto! ¡Así nunca conseguiremos alcanzarlos! —le gritó Clete.

—¿Y qué? ¿A quién le importa? ¡A mí me gustaba su música!

Clete se volvió. Su expresión era terrible.

—¡Traidor!

El puño del látigo golpeó a Satchelmouth en el estómago. Retrocedió tambaleándose, intentó agarrarse al extremo del carruaje y cayó.

Su brazo extendido encontró lo que parecía una rama delgada en la oscuridad. Satchelmouth se balanceó frenéticamente sobre el vacío hasta que sus botas encontraron un punto de apoyo en la roca y su otra mano se cerró sobre un poste roto de la valla.

Tuvo el tiempo justo de ver cómo el carromato continuaba en línea recta. El camino, por su parte, describía una curva cerrada.

Satchelmouth cerró los ojos y se agarró con todas sus fuerzas hasta que cesaron los últimos alaridos y crujidos y chasquidos. Cuando volvió a abrirlos, fue con el tiempo justo de ver cómo una rueda envuelta en llamas rebotaba hacia el fondo del cañón.

—Caramba —dijo—, ha sido una suerte que… hubiera… alguna… cosa…

Satchelmouth miró hacia arriba. Y más hacia arriba.

SÍ. LO HA SIDO, ¿VERDAD?

El señor Clete se incorporó entre las ruinas del carruaje, que estaba claramente muy incendiado. Se dijo que había tenido suerte al haber sobrevivido a aquello.

Una figura vestida con una túnica negra caminó a través de las llamas.

El señor Clete la miró. Nunca había creído en aquella clase de cosas. Nunca había creído en nada. Pero si hubiera creído, entonces habría creído en alguien… más grande.

Bajó la mirada hacia lo que hasta entonces creía que era su cuerpo; se dio cuenta de que podía ver a través de él y de que se estaba desvaneciendo.

—Oh, cielos —dijo—. Jat. Jat. Jat.

La figura sonrió e hizo girar su diminuta guadaña.

IIIJ, IIIJ, IIIJ.

Mucho más tarde bajó gente al fondo del cañón y separó los restos del señor Clete de los restos de todo lo demás. No había gran cosa.

Se dijo que podría ser un músico… había un músico que huyó de la ciudad o algo por el estilo… ¿no era así? ¿O aquello no tenía nada que ver? En cualquier caso, ahora estaba muerto. ¿Verdad?

Nadie prestó ninguna atención a las otras cosas. Los restos tendían a congregarse en el cauce seco del río. Había un cráneo de caballo, y unas cuantas plumas y abalorios. Y algunos trozos de guitarra, quebrados como una cáscara de huevo. Aunque sería difícil decir qué era lo que había salido volando de allí.

Susan abrió los ojos. Sintió viento en el rostro. Había un brazo a cada lado de ella. Los brazos la estaban sosteniendo al mismo tiempo que sujetaban las riendas de un caballo blanco.

Se inclinó hacia delante. Las nubes desfilaban rápidamente, muy por debajo.

—Muy bien —dijo—. ¿Y ahora qué ocurrirá?

La Muerte guardó silencio durante un instante.

LA HISTORIA TIENDE A ENDEREZARSE. SIEMPRE LA ESTÁN REMENDANDO. SIEMPRE HAY ALGUNOS PEQUEÑOS CABOS SUELTOS…

ME ATREVERÍA A DECIR QUE ALGUNAS PERSONAS TENDRÁN UNOS CUANTOS RECUERDOS CONFUSOS ACERCA DE UNA ESPECIE DE CONCIERTO EN EL PARQUE. PERO ¿QUÉ IMPORTA ESO? ESTARÁN RECORDANDO COSAS QUE NO OCURRIERON.

—¡Pero ocurrieron!

TAMBIÉN.

Susan bajó la mirada hacia el oscuro paisaje. Aquí y allá se veían las luces de granjas y aldeas pequeñas, donde la gente seguía adelante con su vida sin tener idea de lo que en esos momentos pasaba inadvertido, muy por encima de sus cabezas. Susan les envidió.

—Así que —dijo—, sólo para comprenderlo bien, ya sabes… ¿Qué le ocurriría a la Banda?

OH, PODRÍAN ESTAR EN CUALQUIER PARTE. La Muerte lanzó una mirada a la nuca de Susan. TOMEMOS AL MUCHACHO, POR EJEMPLO. TAL VEZ ABANDONÓ LA GRAN CIUDAD. TAL VEZ SE MARCHÓ A OTRO SITIO. SE BUSCÓ UN EMPLEO PARA PODER LLEGAR A FIN DE MES. ESPERÓ EL MOMENTO ADECUADO. LO HIZO A SU MANERA.

—¡Pero esa noche tenía una cita en el Tambor!

NO SI NO FUE ALLÍ.

—¿Puedes hacer eso? ¡Su vida debía terminar! ¡Dijiste que tú no puedes dar vida!

YO NO. TÚ TAL VEZ SÍ.

—¿Qué quieres decir?

LA VIDA SE PUEDE COMPARTIR.

—Pero él… se ha ido. No es que haya muchas probabilidades de que vuelva a verlo.

SABES MUY BIEN QUE LO HARÁS.

—¿Cómo sabes tú eso?

SIEMPRE LO HAS SABIDO. LO RECUERDAS TODO, IGUAL QUE YO. PERO TÚ ERES HUMANA Y TU MENTE SE REBELA POR TU PROPIO BIEN. PERO SIEMPRE HAY ALGO QUE SE FILTRA, SIN EMBARGO. SUEÑOS, TAL VEZ. PREMONICIONES. SENSACIONES. ALGUNAS SOMBRAS SON TAN LARGAS QUE LLEGAN ANTES QUE LA LUZ.

—Me parece que no he entendido nada de lo que acabas de decir.

BUENO, HA SIDO UN DÍA MUY LARGO.

Más nubes pasaron por debajo de ellos.

—¿Abuelo?

SÍ.

—¿Has vuelto?

ESO PARECE. TRABAJO, TRABAJO, TRABAJO.

—¿Así que yo puedo dejarlo? Me parece que no se me daba muy bien.

SÍ.

—Pero… acabas de infringir un montón de leyes…

PUEDE QUE A VECES SOLO SEAN PAUTAS GENERALES.

—Pero aun así mis padres murieron.

YO NO PODRÍA HABERLES DADO MÁS VIDA. SOLO HUBIESE PODIDO DARLES LA INMORTALIDAD. ELLOS NO CREÍAN QUE MERECIERA LA PENA PAGAR EL PRECIO POR ELLA.

—Creo… que sé a qué se referían.

PUEDES VENIR DE VISITA CUANDO QUIERAS, NATURALMENTE.

—Gracias.

SIEMPRE TENDRÁS UN HOGAR ALLÍ. SI LO QUIERES.

—¿De veras?

MANTENDRÉ TU CUARTO EXACTAMENTE IGUAL A COMO LO DEJASTE.

—Gracias.

TODO REVUELTO.

—Lo siento.

APENAS SE VE EL SUELO. PODRÍAS HABERLO ORDENADO UN POCO.

—Lo siento.

Las luces de Quirm brillaban debajo de ellos. Binky tomó tierra suavemente.

Susan contempló los oscuros edificios de la escuela que la rodeaban.

—¿Así que… también… he estado aquí todo el tiempo?-dijo.

SÍ. LA HISTORIA DE LOS ÚLTIMOS DÍAS HA SIDO… DIFERENTE. LOS EXÁMENES TE SALIERON BASTANTE BIEN.

—¿ Ah, sí? ¿Quién se presentó a ellos?

TÚ.

—Ah. —Susan se encogió de hombros—. ¿Qué nota saqué en Lógica?

SACASTE UN NOTABLE.

—Oh, venga ya. ¡Yo siempre saco sobresaliente!

TENDRÍAS QUE HABER REPASADO MÁS.

La Muerte se subió a la silla de montar.

—Espera un momento —se apresuró a decir Susan. Sabía que tenía que preguntarlo.

¿SÍ?

—¿Qué pasa con eso de… ya sabes… cambiar el destino de un individuo es cambiar el mundo?

A VECES EL MUNDO NECESITA CAMBIAR.

—Oh. Ejem. ¿Abuelo?

¿SÍ?

—Ejem… el columpio… —dijo Susan—. El que hay abajo en el huerto. Quiero decir que… estaba muy bien. Un buen columpio.

¿DE VERAS?

—Simplemente era demasiado joven para apreciarlo.

¿REALMENTE TE GUSTÓ?

—Tenía… estilo. No creo que nadie más haya tenido nunca uno igual.

GRACIAS.

—Pero… todo esto no cambia nada, sabes. El mundo sigue estando lleno de personas estúpidas. No usan sus cerebros. No parecen querer pensar con claridad.

¿A DIFERENCIA DE TI?

—Al menos yo hago un esfuerzo. Por ejemplo… si he estado aquí durante los últimos días, ¿quién está en mi cama ahora?

ME PARECE QUE SALISTE A DAR UN PASEO A LA LUZ DE LA LUNA.

—Oh. Bueno, de acuerdo entonces.

La Muerte tosió.

SUPONGO QUE…

—¿Cómo dices?

YA SÉ QUE REALMENTE ES UNA TONTERÍA…

—¿El qué?

SUPONGO QUE… NO TENDRÁS UN BESO PARA TU ANCIANO ABUELO, ¿VERDAD?

Susan lo miró.

El resplandor azul se desvaneció gradualmente en los ojos de la Muerte, y mientras la luz moría aspiró la mirada de Susan y la arrastró hacia el interior de las cuencas y la oscuridad que había más allá…

… la cual seguía y seguía, por siempre. No había ninguna palabra para referirse a ella. Incluso «eternidad» era una idea humana. Darle un nombre le daba una longitud; de acuerdo, era una longitud muy larga. Pero aquella oscuridad era lo que quedaba cuando la eternidad se había dado por vencida. Era donde vivía la Muerte. Solo.

Susan alzó los brazos, le hizo bajar la cabeza y besó la parte de arriba del cráneo de su abuelo. Era lisa y de un blanco marfileño, como una bola de billar.

—Espero que me acordara de dejar abierta una ventana. —Oh, bueno, qué se le iba a hacer. Tenía que saberlo, incluso si se enfadaba consigo misma por preguntarlo—. Mira, las… ejem… las personas que he conocido… ¿sabes si se acordarán…?

Cuando se volvió, allí no había nada. Solamente quedaba un par de huellas de cascos que se desvanecían sobre los adoquines.

No había ninguna ventana abierta. Susan fue a la puerta y subió por la escalera en la oscuridad.

—¡Susan!

Susan sintió que empezaba a esfumarse protectoramente, por la fuerza de la costumbre. Detuvo el proceso. No había ninguna necesidad de ello. Nunca había habido ninguna necesidad de ello.

Autore(a)s: