Soul Music (Mundodisco, #16) – Terry Pratchett

Dio una vuelta al círculo. La corriente de aire creada por su túnica de cuero con remaches hizo oscilar las llamas de las velas y las sombras de la cosa danzaron en la pared.

El prefecto mayor se mordió el labio.

—No estoy demasiado seguro de eso —dijo—. Parece que ya lleva dentro magia más que suficiente tal como está ahora. ¿Está… ejem… está respirando o es solo cosa de mi imaginación?

El prefecto mayor dio media vuelta y agitó un dedo hacia el Bibliotecario.

—¿La ha construido usted? —increpó.

El orangután negó con la cabeza.

—Oook.

—¿Qué ha dicho?

—Ha dicho que él no la construyó, solo la ensambló —dijo el decano, sin volver la cabeza.

—Ook.

—Voy a sentarme en ella —dijo el decano.

Los otros magos sintieron que algo se les escapaba del alma y era reemplazado por una repentina incertidumbre.

—Yo no lo haría si fuera usted, viejo amigo —aconsejó el prefecto mayor—. No sabe adonde podría llevarlo.

—Me da igual —replicó el decano. Seguía sin apartar los ojos de la cosa.

—Me refiero a que no es de este mundo —le dijo el prefecto mayor.

—Llevo más de setenta años siendo de este mundo —dijo el decano—, y es extremadamente aburrido.

Entró en el círculo y puso la mano sobre la silla de montar de la cosa.

Esta tembló.

DISCULPE.

De pronto la figura alta y oscura estaba allí, en el hueco de la puerta, y luego unas cuantas zancadas la llevaron al interior del círculo.

Una mano esquelética cayó sobre el hombro del decano y lo apartó, delicada pero inevitablemente, hacia un lado.

GRACIAS.

La figura saltó a la silla y extendió las manos hacia los manillares. Luego bajó la mirada hacia la cosa que montaba.

Algunas situaciones había que llevarlas con total exactitud…

Un dedo señaló al decano.

NECESITO SUS ROPAS.

El decano retrocedió.

—¿Qué?

DÉME SU ABRIGO.

El decano, de muy mala gana, se quitó la túnica de cuero y la entregó.

La Muerte se la puso. Sí, eso ya estaba mejor…

Y AHORA, DÉJEME VER…

Un brillo azulado parpadeó debajo de sus dedos y se extendió en serpenteantes líneas azules, formando una corona en la punta de cada pluma y cada abalorio.

—¡Estamos en un sótano! —dijo el decano—. ¿Es que eso no importa?

La Muerte le dedicó una mirada.

NO.

Modo se enderezó y se detuvo a admirar su lecho de rosas, que contenía la más soberbia exhibición de rosas negras que hubiera conseguido producir jamás. A veces un entorno altamente mágico podía resultar útil. El aroma de las rosas flotaba en el aire del anochecer como una palabra de aliento.

Entonces el parterre hizo erupción.

Modo tuvo una breve visión de llamas y de algo que describía un arco hacia el cielo antes de que su visión se emborronara por una lluvia de abalorios, plumas y suaves pétalos negros.

Sacudió la cabeza y fue a buscar su pala.

—¿Sargento?

—¿Sí, Nobby?

—Sabe, los dientes…

—¿Qué dientes?

—Dientes como los de su boca, ya sabe.

—Ah, claro. Aja. ¿Qué pasa con ellos?

—¿Cómo es que encajan unos con otros atrás de todo?

Hubo una pausa mientras el sargento Colon inspeccionaba los recovecos de su boca con la lengua.

—It-ed-eh… —empezó a decir, y luego se desenredó—. Interesante observación, Nobby.

Nobby acabó de liar un cigarrillo.

—¿Le parece que cerremos las puertas, sargento?

—No estaría de más.

Empleando la cantidad mínima de esfuerzo exacta, hicieron girar las enormes puertas hasta juntarlas como medida de seguridad; no eran gran cosa. Las llaves se habían perdido hacía mucho tiempo. Incluso el letrero de «Gracias por No Imbadir Nuestra Ciudad» apenas era legible a esas alturas.

—Me parece que deberíamos… —empezó a decir Colon, y luego miró calle abajo—. ¿Qué es esa luz? —dijo—. ¿Y qué es lo que hace ese ruido?

Sobre los edificios al final de la avenida resplandecía una luz azulada.

—Suena como algún tipo de animal salvaje —opinó el cabo Nobbs.

La luz se resolvió en dos lanzas de azul actínico.

Colon se hizo sombra en los ojos con la mano.

—Parece una especie de… caballo o algo.

—¡Viene directo hacia las puertas!

El rugido torturado rebotó en las casas.

—¡Me parece que no va a pararse, Nobby!

El cabo Nobbs se lanzó en plancha contra la pared.

Colon, ligeramente más consciente de las responsabilidades del rango, agitó vagamente las manos ante la luz que se aproximaba.

—¡No lo haga! ¡No lo haga!

Y luego se levantó como pudo del barro.

Pétalos de rosa, plumas y chispas cayeron suavemente a su alrededor.

Delante de él, un agujero en las puertas relucía con chispazos azules por el borde.

—Eso es roble viejo —dijo vagamente—. Solo espero que no nos lo hagan pagar de nuestro bolsillo. ¿Viste quién era, Nobby? ¿Nobby?

Nobby se acercó sin separarse de la pared.

—Llevaba… llevaba una rosa entre los dientes, sargento.

—Sí, pero ¿lo reconocerías si volvieras a verlo?

Nobby tragó saliva.

—Si no lo hiciera, sargento —dijo—, tendríamos que organizar una ronda de identificación infernal.

—¡Esto no me gusta, señor Odro! ¡Esto no me gusta nada!

—¡Cállate y conduce!

—¡Pero esta no es la clase de camino donde se supone que haya que ir deprisa!

—¡No te preocupes! ¡De todas maneras tampoco puedes ver adonde vas!

La carreta dobló un recodo del camino sobre dos ruedas. Estaba empezando a nevar, una nieve tenue y húmeda que se derretía tan pronto como tocaba el suelo.

—¡Pero volvemos a estar en las colinas! ¡Hay mucha distancia hasta abajo! ¡Nos saldremos del camino!

—¿Quieres que nos atrape Crysoprase?

—¡Arre, arre!

Buddy y Cliff se agarraron a los bordes del carromato mientras este se sacudía de un lado a otro en la oscuridad.

—¿Todavía los tenemos detrás? —chilló Odro.

—¡No veo nada! —gritó Cliff—. Si pararas la carreta, quizá oiríamos algo.

—¡Sí, pero imagínate que oyéramos algo muy, muy cerca!

—¡Arre, arre!

—De acuerdo, ¿y qué tal si tiramos el dinero?

—¿CINCO MIL DÓLARES?

Buddy miró por encima del borde de la carreta. A menos de dos metros del linde del camino había una oscuridad con cierta cualidad de barranco, cierta insinuación de profundidad.

La guitarra tañía suavemente al ritmo de las ruedas. Buddy la cogió con una mano, pensando en que era extraño que nunca guardara silencio. No se podía silenciar ni siquiera presionando enérgicamente las cuerdas con ambas manos; ya lo había intentado.

El arpa estaba junto a ella. Sus cuerdas permanecían en silencio absoluto.

—¡Esto es una idiotez! —gritó Odro desde la parte delantera—. ¡Ve más despacio! ¡Hace un momento casi nos sacas del camino!

Asfalto tiró de las riendas. La carreta aflojó poco a poco y terminó yendo al paso.

—Eso está mejor…

La guitarra chilló. La nota era tan alta que chocaba con los oídos como una aguja. Los caballos se agitaron nerviosamente en los varales y entonces salieron disparados de nuevo hacia delante.

—¡Detenlos!

—¡Lo estoy haciendo!

Odro se volvió, agarrándose al respaldo del pescante.

—¡Tira esa cosa!

Buddy aferró la guitarra y se levantó, echando el brazo hacia atrás para lanzarla al desfiladero.

Titubeó.

—¡Tírala!

Cliff se levantó y trató de coger la guitarra.

—¡No!

Buddy la volteó alrededor de su cabeza y dio al troll un golpe en la barbilla que le tiró hacia atrás.

—¡No!

—Odro, ve más despacio…

Les estaba alcanzando un caballo blanco. Una silueta encapuchada se inclinó hacia la carreta y agarró las riendas.

La carreta chocó con una piedra y voló por el aire un momento antes de volver a caer con estruendo al camino. Asfalto oyó astillarse los postes cuando las ruedas se estrellaron contra la valla, vio partirse los travesaños, sintió la carreta dándose la vuelta…

… y deteniéndose.

Más tarde ocurrieron tantas cosas que Odro nunca le habló a nadie de la sensación que tuvo entonces, la de que aunque sin duda la carreta había quedado suspendida inciertamente en el borde del risco, también se había precipitado al vacío, dando vueltas y vueltas hacia las rocas…

Odro abrió los ojos. Aquella imagen le perseguía como un mal sueño. Pero se había visto lanzado a través de la carreta cuando empezaba a volcarse, y su cabeza yacía en la tabla trasera.

Estaba mirando directamente al fondo del desfiladero. Detrás de él, la madera crujió.

Alguien se estaba agarrando a su pierna.

—¿Quién está ahí? —susurró, por si el peso de las palabras decantaba la carreta.

—Soy yo, Asfalto. ¿Quién se está agarrando a mi pie?

—Yo —dijo Cliff—. ¿A qué te estás agarrando tú, Odro?

—A… una cosa que mi mano desesperada asió por casualidad —respondió Odro.

La carreta volvió a crujir.

—Es el oro, ¿verdad? —dijo Asfalto—. Admítelo. Te estás agarrando al oro.

—¡Enano idiota! —gritó Cliff—. ¡Suéltalo o moriremos!

—Soltar cinco mil dólares es morir —replicó Odro.

—¡Estúpido! ¡No te lo puedes llevar contigo!

Asfalto se debatió buscando algún asidero en la madera. La carreta se movió.

—Dentro de un momento la cosa será al revés —musitó.

—¿Y entonces quién está sujetando a Buddy? —preguntó Cliff, mientras el carromato se combaba otro centímetro más.

Hubo una pausa mientras los tres se contaban las extremidades y los adjuntos que incluían.

—Yo… ejem… me parece que quizá se haya caído —dijo Odro. Cuatro acordes vibraron en el aire.

Buddy colgaba de una de las ruedas de atrás, con los pies en el vacío, y se estremeció cuando la música tocó un riff de ocho notas en su alma.

Nunca envejecer. Nunca morir.

Vivir por siempre jamás en ese último momento al rojo vivo, cuando la multitud gritaba. Cuando cada nota era un latido de corazón. Arder a través del cielo.

Nunca envejecerás. Dirán que nunca moriste. Ese es el trato. Serás el músico más grande del mundo. Vive deprisa. Muere joven. La música tiraba de su alma.

Las piernas de Buddy se elevaron lentamente y tocaron las rocas del risco. Se preparó, con los ojos cerrados, y tiró de la rueda. Una mano le tocó el hombro.

—¡No!

Los ojos de Buddy se abrieron de golpe. Giró la cabeza y se encontró contemplando el rostro de Susan; luego alzó la mirada hacia el carro.

—¿Qué…? —dijo, la voz pastosa por la conmoción. Apartó una mano de la carreta, buscó torpemente la correa de la guitarra y se la quitó del hombro. Las cuerdas aullaron cuando Buddy empuñó el mástil de la guitarra y la lanzó hacia la oscuridad.

Su otra mano resbaló sobre la rueda helada y Buddy se precipitó al vacío.

Hubo un borrón blanco. Buddy cayó pesadamente sobre algo aterciopelado y que olía a sudor de caballo.

Susan lo estabilizó con su mano libre mientras apremiaba a Binky hacia arriba a través de la nevisca.

El caballo llegó al camino y Buddy resbaló para caer sobre el barro. Se incorporó sobre los codos.

—¿Tú?

—Yo —dijo Susan.

Susan sacó la guadaña de su funda. La hoja se desplegó y los copos de nieve que caían sobre ella se fueron partiendo delicadamente en dos sin una sola pausa en su descenso.

—Vayamos a recoger a tus amigos, ¿de acuerdo?

Hubo una fricción en el aire, como si la atención del mundo se estuviera enfocando. La Muerte contempló el futuro.

OH, MALDITA SEA.

Las cosas se estaban desprendiendo. El Bibliotecario había hecho todo lo que pudo, pero el mero hueso y la madera no podían soportar aquella clase de tensión. Plumas y abalorios revoloteaban desprendidas por el aire y caían, humeando, sobre el camino. Una rueda abandonó la compañía de su eje y se alejó rebotando, esparciendo radios, cuando la máquina tomó una curva casi horizontalmente.

Aquello no supuso ninguna diferencia ostensible. Algo parecido a un alma destelló en el aire en lugar de las piezas que faltaban.

Si cogías una máquina reluciente, y enfocabas una luz sobre ella para que hubiera destellos y zonas mejor iluminadas y luego te llevabas la máquina pero dejabas la luz…

Ya solo quedaba el cráneo de caballo. Eso y la rueda trasera, que en esos momentos giraba en una horquilla reducida a luz parpadeante y ardía como una brasa.

La cosa adelantó zumbando a Escurridizo, provocando que su caballo lo tirara a la cuneta y se desbocara.

La Muerte tenía por costumbre viajar deprisa. En teoría ya estaba en todas partes, esperando a casi cualquier otra cosa. La manera más rápida de viajar es ya estar allí.

Pero la Muerte nunca se había movido tan deprisa mientras iba tan despacio. A menudo había visto el paisaje como un borrón, pero nunca mientras este se encontraba a solo cinco centímetros de su rodilla en las curvas.

La carreta volvió a moverse. En esos instantes incluso Cliff estaba mirando hacia la oscuridad.

Algo le tocó el hombro.

AGÁRRATE A ESTO. PERO NO TOQUES LA HOJA.

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