Soul Music (Mundodisco, #16) – Terry Pratchett

Ridcully levantó un dedo y pareció rascarse la nariz.

A pesar del sonido de la banda, el archicanciller pudo oír el tañido de la cuerda de la ballesta al romperse y, para su secreto deleite, el chillido que se le escapó al señor Clete cuando un extremo suelto le dio en la oreja. Ridcully ni siquiera había pensado en eso.

—Solo soy un viejo sentimental, ese es mi problema —murmuró para sus adentros—. Jat. Jat. Jat.

—¿Saben? Esto ha sido una idea extremadamente buena —le dijo el tesorero mientras las diminutas imágenes se movían dentro de la bola de cristal—. ¡Qué manera tan excelente de ver las cosas! ¿Cree que le podríamos echar un vistazo al Edificio de la Ópera?

—¿Y qué opinan del Club Mofeta en la calle Destilador? —preguntó el prefecto mayor.

—¿Por qué? —preguntó el tesorero.

—Oh, solo era una idea —se apresuró a decir el prefecto mayor—. No he estado nunca allí en absoluto, créame.

—La verdad es que no deberíamos estar haciendo esto —opinó el catedrático de Runas Recientes—. La verdad es que no es el uso más apropiado para un cristal mágico…

—No se me ocurre ningún uso mejor para un cristal mágico —replicó el decano— que ver a gente tocando Música Con Rocas Dentro.

El Hombre del Pato, Ataúd Henry, Arnold Ladeado, Viejo Apestoso Ron y el Olor de Viejo Apestoso Ron y el perro de Viejo Apestoso Ron iban paseando por los bordes de la multitud. La recogida había sido particularmente buena. Siempre lo era cuando Escurridizo ponía a la venta sus perritos calientes. Había cosas que la gente no comería ni siquiera bajo la influencia de la Música Con Rocas Dentro. Había cosas que ni siquiera la mostaza podía disfrazar.

Arnold recogió los restos y los metió en una cesta que llevaba dentro de su carrito. Aquella noche habría la reina de las sopas primigenias bajo el puente.

La música se había derramado sobre ellos. Ellos la ignoraron. La Música Con Rocas Dentro era la sustancia de los sueños, y no había sueños debajo del puente.

Luego se detuvieron y escucharon, cuando una música nueva fluyó sobre el parque y cogió de la mano a cada hombre y mujer y criatura y le mostró a él o a ella o a ello el camino al hogar.

Los mendigos se quedaron plantados y escucharon con la boca abierta. Cualquiera que les mirase a la cara, suponiendo que alguien mirara a los mendigos invisibles, habría tenido que alejarse…

Excepto del Señor Borrón. No había forma de alejarse de él.

Cuando la banda empezó a tocar Música Con Rocas Dentro, los mendigos volvieron a poner los pies en el suelo.

Excepto el Señor Borrón. Él se limitó a quedarse quieto y mirar.

Resonó la última nota.

Luego, mientras el huracán de aplausos empezaba a girar, La Banda echó a correr y desapareció en la oscuridad.

Escurridizo estaba mirando con cara de felicidad desde los bastidores al otro extremo del escenario. Se había preocupado un poco al principio, pero ahora parecía todo bien encarrilado.

Alguien le tiró de la manga.

—¿Qué están haciendo, señor Escurridizo?

Escurridizo se volvió.

—Escoria, ¿verdad? —dijo.

—Soy Crash, señor Escurridizo.

—Lo que están haciendo, Escoria, es no darle lo que el público quiere —comentó Escurridizo—. Soberbia estrategia comercial. Esperas hasta que lo están pidiendo a gritos, y entonces se lo quitas. Esperas. Cuando la multitud esté pateando el suelo, ellos volverán a saltar al escenario. Todo consiste en saber escoger el momento exacto. Cuando aprendas esa clase de truco, Escoria…

—Me llamo Crash, señor Escurridizo.

—… entonces quizá sabrás cómo tocar Música Con Rocas Dentro. Porque la Música Con Rocas Dentro, Escoria…

—… Crash…

—… no es solo música-sentenció Escurridizo, sacándose un poco de algodón de las orejas—. Es montones de cosas. No me preguntes por qué.

Escurridizo encendió un puro. El estruendo hizo temblar la llamita del fósforo.

—Saldrán en cualquier momento —dijo—. Ya lo verás.

Había una hoguera que estaba hecha con botas viejas y barro. Una forma gris correteaba alrededor de ella, olisqueándola excitadamente.

—¡Venga, venga, venga!

—Al señor Escurridizo no le va a gustar nada esto —gimió Asfalto.

—Pues lo siento por el señor Escurridizo —replicó Odro, mientras subían a Buddy a la carreta—. Y ahora quiero ver cómo esos cascos echan chispas, ¿sabes lo que quiero decir?

—Pongamos rumbo a Quirm —dijo Buddy mientras la carreta se puso en marcha de una sacudida. No sabía por qué lo había dicho. Simplemente parecía ser el destino apropiado.

—No es buena idea —dijo Odro—. Seguro que la gente probablemente querrá hacer preguntas acerca de aquel carromato que saqué de la piscina.

—¡Dirijámonos hacia Quirm!

—Al señor Escurridizo realmente no le va a gustar nada esto —dijo Asfalto, mientras la carreta salía al camino.

—Saldrán… en… cualquier… momento —dijo Escurridizo.

—Eso espero —repuso Crash—, porque me parece que todos se han puesto a dar patadas en el suelo.

La verdad es que se oía un cierto estruendo de pateo por debajo de las aclamaciones.

—Espera y verás —dijo Escurridizo—. Saldrán en el momento preciso. No hay ningún problema. ¡ Akk!

—Se supone que el puro se ha de meter en la boca al revés, señor Escurridizo —dijo Crash dócilmente.

La luna menguante iluminaba el paisaje mientras la carreta saltó por las puertas y tomó el irregular camino de Quirm.

—¿Cómo supiste que yo había hecho preparar la carreta? —le preguntó Odro mientras volvían a tomar tierra después de un breve trayecto por los aires.

—No tenía ni idea —replicó Buddy.

—¡Pero saliste corriendo!

—Si.

—¿Por qué?

—Fue… justo… momento apropiado.

—¿Y por qué quieres ir a Quirm? —preguntó Cliff.

—Ahí… ahí puedo encontrar una embarcación hacia casa, ¿verdad? —dijo Buddy—. Eso es. Una embarcación hacia casa.

Odro miró la guitarra. Había algo que no encajaba. Aquello no podía terminar tan fácilmente… y luego irse ellos como si tal cosa…

Sacudió la cabeza. ¿Qué podía ir mal a partir de entonces?

—Al señor Escurridizo realmente no le va a gustar nada esto —gimoteó Asfalto.

—Venga, cállate de una vez —dijo Odro—. No sé qué problema puede tener él con todo esto.

—Bueno, pues para empezar —dijo Asfalto—, lo principal, la cosa que menos le va a gustar de todas, es… hum… que nosotros tenemos el dinero.

Cliff metió la mano debajo del pescante. Se oyó un tintineo apagado, del tipo que produce un montón de oro portándose bien y manteniéndose calladito.

El escenario temblaba con la vibración del pateo. Ahora ya se oían algunos gritos.

Escurridizo se volvió hacia Crash y sonrió horriblemente.

—Oye, acabo de tener una gran idea —dijo.

Una silueta minúscula subió corriendo por el camino que venía del río. Delante de ella, las luces del escenario brillaban en el crepúsculo.

El archicanciller le dio un codazo a Ponder y agitó su cayado.

—Bueno —dijo—, si se produce un desgarramiento súbito de la realidad y las horribles Cosas aullantes empiezan a colarse, entonces nuestro trabajo será… —Se rascó brevemente la cabeza—. ¿Qué es eso que dice siempre el decano? ¿Pasear unos buenos mulos?

—Unos buenos culos, señor —repuso Ponder—. El decano dice «patear unos buenos culos».

Ridcully contempló el escenario vacío. —No veo ningún mulo —dijo.

Los cuatro miembros de La Banda estaban todos sentados y miraban fijamente hacia delante, más allá de la llanura bañada por la luna.

Finalmente Cliff rompió el silencio.

—¿ Cuánto?

—Cinco mil dólares largos…

—¿CINCO MIL DÓL…?

Cliff selló con su manaza la boca de Odro.

—¿Por qué? —preguntó Cliff mientras el enano se retorcía.

—¿MMFMMF MMF MMFMMFSMMFS?

—Estaba un poco confuso —reconoció Asfalto—. Lo siento.

—Nunca podremos irnos lo bastante lejos —dijo Cliff—. Lo sabéis, ¿verdad? Ni siquiera si morimos.

—¡Intenté decíroslo a todos! —gimoteó Asfalto—. ¿Quizá… quizá podríamos devolverlo?

—¿MMFMMF MMFMMFMMF?

—¿Cómo vamos a hacer eso?

—¿MMFMMF MMFMMFMMF?

—Odro —dijo Cliff, en un tono de voz razonable—, voy a apartar la mano. Y tú no vas a gritar. ¿De acuerdo?

—Mmfmmf.

—Vale.

—¿DEVOLVERLOS? ¿CINCO MIL DÓL… mmfmmfm-mf…?

—Supongo que algo de ese dinero es nuestro —opinó Cliff, apretando un poco más la mano.

—¡Mmf!

—Bueno, yo por lo menos no he cobrado ningún jornal —dijo Asfalto.

—Vayamos a Quirm —dijo Buddy con voz apremiante—. Podemos quedarnos con… nuestra parte y mandar a Escurridizo su parte.

Cliff se rascó la barbilla con la mano que tenía libre.

—Parte de él pertenece a Crysoprase —les informó Asfalto—. El señor Escurridizo le pidió prestado un poco de dinero para organizar el Festival.

—De él sí que no podremos alejarnos lo suficiente —dijo Cliff—, excepto si seguimos hasta llegar al Borde y nos tiramos. Y aun así, solo quizá.

—Podríamos explicárselo… ¿No… podríamos…? —dijo Asfalto.

Una visión de la reluciente cabeza marmórea de Crysoprase se formó en el campo visual de los cuatro.

—Mmf.

—No.

—Quirm, entonces —decidió Buddy. Los dientes de diamante de Cliff destellaron a la luz de la luna.

—Me pareció… —dijo—, me pareció… que había oído algo en el camino por allá atrás. Sonaba como unos arreos…

Los mendigos invisibles empezaron a alejarse del parque. El Olor de Viejo Apestoso Ron se había quedado un rato, porque estaba disfrutando de la música. Y el Señor Borrón aún no se había movido.

—Tenemos casi veinte salchichas —dijo Arnold Ladeado.

Ataúd Henry tosió con una tos en la que había huesos.

—¿Quesejodan? —comentó Viejo Apestoso Ron—. ¡Se lo dije, espiándome con rayos!

Algo cruzó como una exhalación la hierba pisoteada en dirección al Señor Borrón, subió corriendo por su túnica y le agarró los lados de la capucha con ambas garras.

Se oyó el sonido hueco de dos cráneos que se encuentran.

El Señor Borrón retrocedió tambaleándose.

¡IIIC!

El Señor Borrón parpadeó y se sentó bruscamente en el suelo.

Los mendigos bajaron la vista hacia la pequeña figura que daba saltitos sobre los adoquines.

Al ser ellos mismos de naturaleza invisible, los mendigos tenían una habilidad natural para ver cosas ocultas para otros hombres o, en el caso de Viejo Apestoso Ron, para cualquier globo ocular conocido.

—Eso es una rata —comentó el Hombre del Pato.

—Quesejoda —dijo Viejo Apestoso Ron.

La rata empezó a bailar en círculos sobre sus patas traseras, chillando ruidosamente. El Señor Borrón volvió a parpadear… Y la Muerte se incorporó.

TENGO QUE IRME, dijo.

¡IIIC!

La Muerte empezó a alejarse, se detuvo y volvió sobre sus pasos. Señaló con un dedo esquelético al Hombre del Pato.

¿POR QUÉ VAS POR AHÍ CON ESE PATO?, preguntó.

—¿Qué pato?

AH. DISCULPA.

—Escuchadme, ¿cómo puede salir mal? —dijo Crash mientras agitaba las manos frenéticamente—. Tiene que funcionar. Todo el mundo sabe que cuando te llega tu gran oportunidad porque la estrella se ha puesto enferma o algo así, entonces el público enloquece contigo. Pasa todas las veces, ¿no?

Jimbo, Noddy y Escoria asomaron la cabeza por el telón para echar una mirada a aquel pandemonio. Luego asintieron sin mucha convicción.

Por supuesto que las cosas siempre iban bien cuando te llegaba tu gran oportunidad…

—Podríamos tocar «Anarquía en Ankh-Morpork» —propuso Jimbo con voz dubitativa.

—Todavía no nos sale bien —dijo Noddy.

—Ya pero eso no es ninguna novedad.

—Bueno, supongo que podríamos intentarlo…

—¡Excelente! —exclamó Crash. Alzó su guitarra en un gesto desafiante—. ¡Podemos hacerlo! ¡Por el bien del sexo, las drogas y la Música Con Rocas Dentro!

Fue consciente de las miradas de incredulidad que le estaban lanzando los demás.

—Nunca dijiste que hubieras tomado ninguna droga —dijo Jimbo acusadoramente.

—Y ya que lo mencionas —dijo Noddy—, yo diría que tú nunca has…

—¡Una de tres no está mal! —gritó Crash.

—Sí que lo está, solo es el treinta y tres por…

—¡Cierra el pico!

La gente pateaba el suelo y daba aplausos burlones.

Ridcully entornó los ojos y miró a lo largo de su cayado.

—Bueno, estuvo el Sacratísimo San Bobby —dijo—. Ahora que lo pienso, seguro que él era un buen mulo.

—¿Cómo dice? —preguntó Ponder.

—Era un mulo, o algo así —aclaró Ridcully—. Hace cientos de años le hicieron obispo en la Iglesia omniana por cargar con no se qué hombre santo, creo. No creo que se pueda ser mucho más bueno que eso.

—No… no… no… archicanciller-dijo Ponder—. Verá, es una especie de dicho militar. No habla de mulos. Se refiere a… la… ya sabe, señor… la retaguardia.

—Me pregunto cómo vamos a saber dónde está esa parte —dijo Ridcully—. Las criaturas de las Dimensiones Mazmorra tienen patas y cosas por todas partes.

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