Cliff, que había vuelto a bajar el brazo al ver que la frase empezaba a extenderse, acercó el saco hacia el perplejo Buddy.
Asfalto asomó la cabeza entre las telas de saco.
—Más vale que salgamos al escenario, chicos —dijo—. ¡Venga, salid!
Buddy dejó la guitarra en el suelo. Abrió el saco y empezó a tirar del envoltorio de lino que había dentro.
—La han afinado y todo —dijo Risco servicialmente.
El arpa relució bajo el sol cuando salió el último paño.
—Esa gente puede hacer cosas increíbles con la cola y demás —dijo Odro—. En fin, ya sé que dijiste que en Nellofselek no quedaba nadie que pudiera repararla. Pero esto es Ankh-Morpork. Aquí podemos arreglarlo prácticamente todo.
—¡Por favor! —suplicó Asfalto mientras reaparecía su cabeza—. ¡El señor Escurridizo dice que tenéis que salir, han empezado a tirar cosas!
—Yo no entiendo mucho de cuerdas —dijo Odro—, pero la he probado. Tiene un sonido bastante… bonito.
—Yo… ejem… no sé qué decir —dijo Buddy.
El griterío era como un martillo.
—Yo… la gané —rememoró Buddy, desde un pequeño mundo distante de su propiedad—. Con una canción. «Sioni Bod Da», se titulaba. Estuve trabajando en ella durante todo el invierno. Hablaba del hogar, ¿sabéis? Y de la partida y de los árboles y esas cosas. Los jueces se mostraron… muy complacidos. Dijeron que en cincuenta años quizá llegaría a entender realmente la música.
Cogió el arpa y se la acercó.
Escurridizo se abrió paso a empujones entre la confusión de músicos que había tras el escenario hasta que encontró a Asfalto.
—¿Y bien? —preguntó—. ¿Dónde están?
—Están sentados hablando, señor Escurridizo.
—Escucha —dijo Escurridizo—. ¿Oyes a la multitud? ¡Lo que quieren es Música Con Rocas Dentro! Si no la tienen… Bueno, más vale que la tengan, ¿de acuerdo? Dejar crecer la expectación está muy bien, pero… ¡Los quiero en el escenario ahora mismo!
Buddy se miró los dedos. Luego, blanco como el papel, alzó la mirada hacia las otras bandas que se arremolinaban en la zona.
—Tú…, el de la guitarra —dijo con voz ronca.
—¿Yo, señor?
—¡Dámela!
Cada uno de los grupos que nacía en Ankh-Morpork sentía un respeto reverencial por La Banda Con Rocas Dentro. El guitarrista entregó su instrumento con la expresión de quien lleva un objeto sagrado a que sea bendecido.
Buddy miró la guitarra. Era uno de los mejores productos de Wheedown.
Rasgó un acorde.
El sonido sonó como sonaría el plomo si se pudiera transformar en cuerdas de guitarra.
—Vale, chicos, ¿cuál es el problema? —dijo Escurridizo, corriendo hacia ellos—. Ahí fuera hay seis mil oídos esperando a llenarse de música, ¿y vosotros todavía estáis aquí sentados?
Buddy le devolvió la guitarra al músico e hizo girar su propio instrumento sobre su correa. Tocó unas cuantas notas que parecieron destellar en el aire.
—Pero esto sí que lo puedo tocar —dijo—. Oh, sí.
—De acuerdo, muy bien, ahora sube ahí y toca —apremió Escurridizo.
—¡Que alguien me dé otra guitarra!
Los músicos tropezaron unos con otros para entregárselas. Buddy rasgó frenéticamente un par de ellas. Pero no era solo que las notas sonaban desafinadas. Que sonaran desafinadas habría sido una mejora.
El contingente del Gremio de Músicos había conseguido establecerse en una zona próxima al escenario por el sencillo método de pegar muy fuerte a cualquier invasor.
El señor Clete contempló el escenario con el ceño fruncido.
—No lo entiendo —dijo—. Es basura. Todo suena igual. No es más que ruido. ¿Qué es lo que le ven?
Satchelmouth, que ya había tenido que reprimir dos veces el impulso de seguir el ritmo con los pies, dijo:
—Todavía no ha actuado la banda principal. Ejem. ¿Está seguro de que quiere…?
—Estamos en nuestro derecho —interrumpió Clete, paseando la mirada por el ruidoso gentío a su alrededor—. Ahí hay un vendedor de perritos calientes. ¿A alguien más le apetece un perrito caliente? ¿Perrito caliente? —Los hombres del gremio asintieron—. ¿Perrito caliente? Muy bien. Entonces serán tres perritos cal…
El público prorrumpió en aclamaciones. No fue de la manera en que se produce normalmente un aplauso, que empieza en un punto y ondea hacia fuera, sino todo a la vez, cada boca abriéndose al mismo tiempo.
Cliff había arrastrado los nudillos hasta el escenario. El troll se sentó detrás de sus rocas y miró hacia los bastidores con aire desesperado.
Odro lo siguió, parpadeando bajo las luces.
Aquello pareció ser todo. El enano se volvió y dijo algo que se perdió entre el ruido; luego se quedó inmóvil con cara de incomodidad mientras las aclamaciones se fueron calmando gradualmente.
Buddy salió al escenario con un ligero traspié, como si lo hubieran empujado.
Hasta aquel momento, el señor Clete había pensado que la multitud estaba chillando. Solo entonces reparó en que aquello había sido un mero murmullo de aprobación comparado con lo que acababa de empezar.
El estruendo siguió y siguió mientras el muchacho permanecía inmóvil allí, con la cabeza baja.
—¡Pero si no está haciendo nada! —gritó Clete a la oreja de Satchelmouth—. ¿Por qué lo aclama todo el mundo por no hacer nada?
—No sabría decirle, señor —repuso Satchelmouth.
El matón observó las caras que le rodeaban, caras relucientes, expectantes, hambrientas, y se sintió como un ateo distraído que se hubiera colado en la Sagrada Comunión.
El aplauso continuó. Luego volvió a redoblarse cuando Buddy extendió lentamente las manos hacia la guitarra.
—¡No está haciendo nada! —gritó Clete.
—¡Nos tiene contra las cuerdas, señor! —le aulló Satchelmouth—. ¡Si no toca, entonces no es culpable de tocar sin pertenecer al Gremio!
Buddy levantó la vista.
Contempló a los asistentes con tal intensidad que Clete estiró el cuello para ver qué era lo que estaba mirando aquel dichoso chico.
Lo que miraba era la nada. Había una parcela de ella justo enfrente del escenario. La gente se apelotonaba por todas partes pero allí, justo enfrente del escenario, había una pequeña extensión de hierba despejada. Parecía, atraer irresistiblemente la atención de Buddy.
—Uh-uh-uh…
Clete se apretó los oídos con las manos, pero el ímpetu de las aclamaciones le llenó la cabeza de ecos.
Entonces, muy poco a poco, capa por capa, el aplauso fue desapareciendo. Se rindió ante el sonido que producen miles de personas que permanecen muy calladas, cosa que de algún modo, pensó Satchelmouth, era mucho más peligrosa.
Odro miró a Cliff, quien le hizo una mueca. Buddy seguía inmóvil, mirando al público. Si no toca, pensó Odro, entonces sí que estamos listos. Llamó a Asfalto con un siseo y el pequeño troll se acercó sigilosamente.
—¿La carreta está lista?
—Sí, señor Odro.
—¿Has llenado los caballos de avena?
—Tal como usted dijo, señor Odro.
—Muy bien.
El silencio era terciopelo. Poseía la misma cualidad de succión que hay en el estudio del patricio, en los lugares sagrados y en los cañones profundos, la que engendra en las personas un terrible deseo de gritar o cantar o chillar su nombre. Era un silencio que exigía: llenadme.
En algún lugar de la oscuridad, alguien tosió.
Asfalto oyó a alguien sisear su nombre desde un lateral del escenario. Se deslizó con extrema reticencia hasta entrar en la oscuridad, donde Escurridizo le estaba haciendo señas frenéticas.
—¿Te acuerdas de la bolsa? —dijo Escurridizo.
—Sí, señor Escurridizo. La puse en…
Escurridizo alzó dos sacos pequeños pero muy pesados.
—Vacíale dentro estos dos sacos y estáte preparado para salir por patas.
—Sí, señor Escurridizo, buena idea, porque Odro dijo…
—¡Hazlo ya!
Odro miró a su alrededor. Si tiro el cuerno y el yelmo y esta cota de malla, pensó, puede que consiga salir de aquí con vida. ¿Qué está haciendo ese chico?
Buddy dejó la guitarra en el suelo y desapareció entre bastidores. Estaba de vuelta antes de que el público se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo. Traía consigo el arpa.
Se detuvo delante del público.
Odro, que era quien estaba más cerca de él, lo oyó murmurar:
—¿Solo por una vez? Oh, venga… ¿Solo una vez más? Mira, luego haré lo que tú quieras. Pagaré por ello.
La guitarra dejó escapar unos tenues acordes.
—Mira, hablo en serio —dijo Buddy.
Se oyó otro acorde.
—Solo una vez.
Buddy sonrió hacia un espacio vacío que había entre el público y empezó a tocar.
Cada nota era nítida como una campana y simple como la luz del sol, y como tal se fragmentaba contra el prisma del cerebro para destellar en un millón de colores.
Odro se quedó boquiabierto y entonces la música se desplegó en su cabeza. No era Música Con Rocas Dentro, aunque utilizaba las mismas puertas. La sucesión de notas conjuró recuerdos de la mina en la que había nacido, y de pan de los enanos como el que solía amartillar mamá encima de su yunque, y del momento en el que Odro fue consciente por primera vez de que se había enamorado.[30] Se acordó de la vida en las cavernas debajo de Cabeza de Cobre, antes de que la ciudad le llamara, y deseó por encima de todo estar en casa.
Nunca se había imaginado que los humanos pudieran cantar con agujero.
Cliff dejó a un lado sus martillos. Las mismas notas se infiltraron en sus oídos oxidados, pero dentro de su mente se convirtieron en canteras y páramos. Mientras la emoción iba llenándole la cabeza de humo, el troll se dijo a sí mismo que después de aquello volvería a casa y vería cómo se encontraba su vieja mamá, y ya nunca volvería a irse de allí.
El señor Escurridizo descubrió que su propia mente estaba engendrando extraños e inquietantes pensamientos. Tenían que ver con cosas que no se podían vender y por las que no se debería pagar…
El catedrático de Runas Recientes le dio con los nudillos a la bola de cristal.
—El sonido es un poquito metálico —observó.
—Quítese de en medio, no puedo ver nada —dijo el decano.
Runas Recientes volvió a sentarse. Los magos contemplaron la pequeña imagen.
—Esto no suena como la Música Con Rocas Dentro —dijo el tesorero.
—Cállese —dijo el decano. Se sonó la nariz.
Era una música triste. Pero hacía ondear la tristeza como si fuera un estandarte de batalla. Decía que el universo había hecho todo lo que podía, pero aún estabas vivo.
El decano, que era tan impresionable como un trozo de cera caliente, se preguntó si podría aprender a tocar la armónica.
La última nota se desvaneció.
No hubo aplausos. El público flaqueó un poco, a medida que cada individuo bajaba de cualquiera que fuese el rincón reflexivo que había estado ocupando. Uno o dos de ellos murmuraron cosas como «Sí, así se hace» o «Tú y yo juntos, hermano». Muchos se sonaron la nariz, a veces en otras personas.
Y entonces la realidad se volvió a colar, como hace siempre.
Odro le oyó decir a Buddy, en voz muy baja:
—Gracias.
El enano se inclinó hacia un lado y dijo por la comisura de la boca:
—¿Qué era eso?
Buddy pareció estremecerse y despertar.
—¿Qué? Ah. Se llama Sioni Bod Da. ¿Qué opinas?
—Tiene… agujero —dijo Odro—. Sí, sin duda tiene agujero.
Cliff asintió. Cuando se está muy lejos de la conocida vieja mina o montaña, cuando se está perdido entre desconocidos, cuando no se es más que una gran nada llena de dolor… solo entonces se puede cantar con agujero.
—Nos está mirando —murmuró Buddy.
—¿ La chica invisible? —preguntó Odro, contemplando la hierba vacía.
—Sí.
—Ah, sí. No cabe duda de que no la veo. Bien. Y ahora, si esta vez no tocas Música Con Rocas Dentro, estamos muertos.
Buddy cogió la guitarra. Las cuerdas temblaron bajo sus dedos. Se sintió lleno de júbilo. Se le había permitido tocar aquello delante de ellos, y todo lo demás ya carecía de importancia. Cualquier cosa que ocurriese a continuación daba igual.
—Todavía no habéis oído nada —dijo.
Pateó el suelo.
—Un, dos, un dos tres y…
Glod tuvo tiempo de reconocer la melodía antes de que la música tomara posesión de él. La había oído solo unos segundos antes. Pero ahora vibraba.
Ponder miró dentro de su caja.
—Me parece que estamos atrapando esto, archicanciller —le dijo—, pero no sé lo que es.
Ridcully asintió y recorrió al público con la mirada. Todos estaban escuchando con la boca abierta. El arpa les había fregado el alma, y ahora la guitarra les estaba electrocutando la columna vertebral.
Había un espacio vacío cerca del escenario.
Ridcully se tapó un ojo con la mano y enfocó la mirada hasta que el otro ojo empezó a llorarle. Entonces sonrió.
Se volvió para mirar al Gremio de Músicos y se horrorizó al ver que Satchelmouth estaba alzando una ballesta. Parecía hacerlo de mala gana; el señor Clete le estaba dando codazos.