Soul Music (Mundodisco, #16) – Terry Pratchett

—Eres nuestro encargado de gira —dijo Odro—. Se supone que debes asegurarte de que no nos ocurra nada malo.

—Bueno, eso es lo que hago, ¿no? —musitó Asfalto—. No le estoy dando de puñetazos, señor Odro. ¿Dónde está Buddy?

Los tres rodearon el almiar, tanteando algunos bultos que resultaron ser heno mojado.

Lo encontraron en una pequeña elevación del terreno, no muy lejos de allí. En el lugar crecían algunos matorrales de acebo esculpidos en curvas. Buddy estaba sentado debajo de uno, con la guitarra sobre las rodillas y la lluvia pegándole los cabellos a la cara.

Estaba dormido y totalmente empapado.

Sobre su regazo, la guitarra hacía sonar gotas de lluvia.

—Este chico es raro —comentó Cliff.

—No —dijo Odro—. Se encuentra agitado por alguna extraña compulsión que le guía a través de senderos oscuros.

—Sí. Es raro.

La lluvia estaba escampando. Cliff echó una mirada al cielo.

—El sol está alto —dijo.

—¡Oh, no! —exclamó Asfalto—. ¡Hemos dormido demasiado!

—Cuatro personas no son demasiado —dijo Cliff—. Había mucho heno.

—Ya casi es mediodía. ¿Dónde dejé los caballos? ¿Alguien ha visto la carreta? ¡Que alguien despierte a Buddy!

Unos minutos después ya habían vuelto al camino.

—¿Sabes una cosa? —dijo Cliff—. Anoche nos fuimos tan deprisa que no llegué a saber si ella apareció.

—¿Cómo se llamaba? —preguntó Odro.

—No lo sé —dijo el troll.

—Oh, eso es amor auténtico, desde luego que sí-dijo Odro.

—¿Es que no hay nada de romanticismo en tu alma? —quiso saber Cliff.

—¿Ojos que se cruzan en una habitación atestada? —replicó Odro—. No, realmente no…

Entonces fueron apartados a un lado cuando Buddy se inclinó hacia delante.

—Callaos —dijo. Su tono era bajo y no contenía el más leve vestigio de humor.

—Solo estábamos bromeando-dijo Odro.

—No lo hagáis.

Asfalto se concentró en el camino, consciente de la ausencia general de sentimientos amistosos.

—Supongo que todos tendréis ganas de que empiece el Festival, ¿eh? —dijo pasado un rato. Nadie replicó.

—Supongo que habrá muchísima gente —dijo. Hubo silencio, excepto por el repiqueteo de los cascos y el traqueteo de la carreta. Habían llegado a las colinas, donde el camino serpenteaba junto a un desfiladero. Ni siquiera había un río allá abajo, excepto en la estación más lluviosa. Era un terreno lóbrego. Asfalto tuvo la sensación de que se volvía aún más lóbrego. —Supongo que lo pasaréis en grande —dijo finalmente.

—¿Asfalto? —dijo Odro.

—¿Sí, señor Odro?

—Estáte por el camino, ¿quieres?

El archicanciller fue sacando brillo a su cayado mientras caminaba. Era un ejemplar particularmente bueno, de dos metros de largo y bastante mágico. No era que el archicanciller utilizara demasiado la magia. En su experiencia, cualquier cosa de la que no pudiera librarse con un par de golpes procedentes de dos metros de roble probablemente sería también inmune a la magia.

—¿No cree que deberíamos habernos traído a los magos veteranos, señor? —le preguntó Ponder, que intentaba no quedarse atrás.

—Me temo que llevárnoslos en su estado mental actual solo haría que lo que vaya a suceder… —Ridcully buscó una palabra apropiada y terminó conformándose con—: suceda todavía peor. He insistido en que no salieran de la universidad.

—¿Y qué me dice de Drongo y los demás? —preguntó Ponder con voz esperanzada.

—¿Servirían de algo en caso de una rotura dimensional taumatúrgica de enormes proporciones? —dijo Ridcully—. Me acuerdo del pobre señor Hong. Estaba sirviendo un pedido de doble de bacalao con guisantes salteados y de pronto…

—¿Barrabúm? —dijo Ponder.

—¿Barrabúm? —replicó Ridcully mientras se abría paso a empujones por la calle atestada—. Eso no es lo que yo he oído. Fue más bien algo como «Aaaaaerrrrrsgnto-crujido-crujido-crujido-crac», y una lluvia de frituras. ¿Gran Loco Adrián y sus amigos valdrían para algo si las gambas se ponen calentitas?

—Hum. Probablemente no, archicanciller.

—Correcto. La gente grita y corre de un lado a otro, y eso nunca ha servido de nada. Un bolsillo lleno de hechizos decentes y un cayado bien cargado te sacarán de apuros nueve de cada diez veces.

—¿Nueve de cada diez veces?

—Correcto.

—¿Cuántas veces ha tenido que confiar en ellos, señor?

—Bueno, estuvo el señor Hong… aquel asunto con la Cosa en el armario del tesorero… aquel dragón, supongo que se acordará… —Los labios de Ridcully se movieron en silencio mientras contaba con los dedos—. Hasta el momento, nueve veces.

—¿Y funcionaron en cada ocasión, señor?

—¡A pedir de boca! Así que no hay necesidad de preocuparse. ¡ Abran paso, que viene un mago!

Las puertas de la ciudad estaban abiertas. Odro se inclinó hacia delante mientras la carreta las cruzaba con gran estruendo.

—No vayas directamente al parque —dijo.

—Pero llegamos con retraso —protestó Asfalto.

—Esto no nos ocupará mucho tiempo. Ve primero a la calle de los Artesanos Habilidosos.

—¡Eso está al otro lado del río!

—Es importante. Tenemos que recoger una cosa.

Las calles estaban llenas de gente. Aquello no era algo insólito, exceptuando que esta vez casi todo el mundo se movía en la misma dirección.

—Y tú acuéstate en la parte trasera de la carreta —dijo Odro a Buddy—. No queremos que las jovencitas intenten arrancarte la ropa, ¿eh, Buddy…?

Se volvió. Buddy había vuelto a quedarse dormido.

—Pues en lo que a mí respecta… —empezó a decir Cliff.

—Tú solo llevas un taparrabos —dijo Odro.

—Bueno, pero podrían cogerlo, ¿verdad?

La carreta fue recorriendo las calles hasta girar la esquina de los Artesanos Habilidosos.

Era una calle de tiendas minúsculas. En aquella calle podías conseguir que te hicieran, repararan, reconstruyeran, diseñaran, copiaran o falsificaran cualquier cosa. Los hornos brillaban en cada portal y las funderías humeaban en cada patio trasero. Quienes hacían intrincados relojes de cocina trabajaban al lado de los armeros. Los carpinteros trabajaban en el establecimiento contiguo al de hombres que tallaban el marfil en diminutas formas tan delicadas que empleaban patas de saltamontes, chapadas en bronce, como sierras. Al menos uno de cada cuatro artesanos elaboraba herramientas para que las utilizaran los otros tres. Las tiendas no solo lindaban entre sí, sino que se superponían: si un carpintero tenía que hacer una mesa grande, contaba con la buena voluntad de sus vecinos para hacerle sitio, de tal manera que él trabajaba en un extremo de la mesa mientras dos joyeros y un alfarero utilizaban el otro lado como banco de trabajo. Había tiendas en las que podías pasar a que te tomaran medidas por la mañana y luego recoger un juego completo de cota de malla con unos pantalones de repuesto por la tarde.

La carreta se detuvo delante de una tiendecita y Odro saltó al suelo y entró en ella.

Asfalto oyó la conversación.

—¿La tiene lista?

—Aquí está, señor. Como nueva.

—¿Sonará bien? Ya le dije que debía pasarse dos semanas envuelto en una piel de buey detrás de una cascada antes de acercarse a una de estas cosas.

—Mire, señor, por lo que me paga me pasé cinco minutos en la ducha con una gamuza en la cabeza. No me diga que eso no es suficiente para la música tradicional.

Se oyó un sonido agradable, que flotó en el aire por un momento antes de perderse en el ajetreado estruendo de la calle.

—Dijimos veinte dólares, ¿verdad?

—No, usted dijo veinte dólares. Yo dije veinticinco dólares.

—Entonces espere un momento.

Odro salió y le hizo una seña con la cabeza a Cliff.

—Venga, afloja-dijo.

Cliff gruñó, pero rebuscó durante un instante en algún lugar del fondo de su boca.

Oyeron al artesano habilidoso decir:

—¿Qué demonios es eso?

—Una muela. Tiene que valer por lo menos…

—Servirá.

Odro volvió a salir de la tienda con un saco, que metió debajo del pescante.

—Ya está —anunció—. Puedes ir hacia el parque.

Entraron por una de las puertas traseras. O, al menos, trataron de hacerlo. Había dos trolls cerrándoles el paso. Tenían la lustrosa pátina marmórea de los matones pandilleros básicos de Crysoprase. Él no empleaba guardaespaldas. La mayoría de los trolls no eran lo bastante listos para guardar nada.

—Esto solo para bandas —dijo uno.

—Eso es —dijo el otro.

—Nosotros somos La Banda —declaró Asfalto.

—¿Cuál? —preguntó el primer troll—. Aquí tengo una lista.

—Eso es.

—Somos La Banda Con Rocas Dentro —dijo Odro.

—Ja, vosotros no sois ellos. Yo he visto a ellos. Hay un tipo con un brillo alrededor, y cuando él toca la guitarra hace…

Uauauauaummmmmm-iiii-gngngn.

—Eso es…

El acorde se enroscó alrededor de la carreta.

Buddy estaba de pie, con la guitarra en posición.

—Oh, guau —exclamó el primer troll—. ¡Esto es asombroso! —Rebuscó en su taparrabos y sacó un trozo de papel arrugado—. ¿Escribiréis los nombres aquí, por favor? Mi chico Arcilla, él nunca creerá que he conocido a…

—Sí, sí-dijo Buddy cansadamente—. Pásalo.

—Solo que no para mí, para mi chico Arcilla —dijo el troll, dando saltitos de excitación.

—¿Cómo se escribe?

—Da igual, de todas maneras no sabe leer.

—Escuchad —dijo Odro, mientras la carreta entraba en el área de detrás del escenario—, ya hay alguien tocando. Os dije que…

Escurridizo llegó corriendo hacia ellos.

—¿Por qué habéis tardado tanto? —preguntó—. ¡Os toca salir enseguida! Vais justo después de… Trozo de Madera. ¿Cómo ha ido todo? Asfalto, ven aquí.

Se llevó al pequeño troll a las sombras que creaba el escenario.

—¿Me has traído algo de dinero? —preguntó.

—Unos tres mil…

—¡No tan alto!

—Solo lo estoy susurrando, señor Escurridizo.

Escurridizo miró cautelosamente a su alrededor.

Los susurros no existían en Ankh-Morpork cuando la cantidad implicada incluía la palabra «mil» en algún lugar; en Ankh-Morpork la gente podía oírte incluso pensar en esa clase de sumas.

—Asegúrate de no perderlo de vista, ¿de acuerdo? Va a haber más antes de que acabe el día. Le daré sus setecientos dólares a Crysoprase y el resto serán benef… —Se fijó en el ojillo reluciente de Asfalto y contuvo su lengua—. Naturalmente, está la depreciación… gastos imprevistos… publicidad… investigación de mercado… panecillos… mostaza… Básicamente, tendré suerte si al final consigo no perder dinero. Prácticamente voy a la ruina con este asunto.

—Sí, señor Escurridizo.

Asfalto asomó la cabeza por el extremo del escenario.

—¿Quiénes son los que tocan ahora, señor Escurridizo?

—«And you.»

—¿ Cómo dice, señor Escurridizo?

—Solo que ellos lo escriben amp;U —dijo Escurridizo. Se calmó un poco y sacó un puro del bolsillo—. No me preguntes por qué. Los músicos deberían llevar nombres razonables, del estilo de Blondie y sus Alegres Trovadores. ¿Tocan bien?

—¿No lo sabe, señor Escurridizo?

—Eso no es lo que yo llamo música —declaró Escurridizo—. Cuando yo era joven teníamos música como es debido con letras de verdad… «El zorro me la machaca, qué particular», ese tipo de cosas.

Asfalto volvió a mirar a amp;U.

—Bueno, tiene ritmo y se puede bailar —dijo—, pero no son muy buenos. Quiero decir que la gente se limita a mirarlos. Cuando toca La Banda no se limitan a mirarlos, señor Escurridizo.

—Tienes razón —convino Escurridizo, volviendo la cabeza hacia la parte delantera del escenario. Había una hilera de trampas para música entre las velas—. Y ahora más vale que les digas que se preparen. Me parece que a esos de ahí se les están terminando las ideas.

—Hum… ¿Buddy?

Buddy levantó la vista de su guitarra. Algunos de los otros músicos estaban afinando las suyas, pero él había descubierto que nunca tenía que hacerlo. Tampoco podía, de todas maneras. Las clavijas no se podían mover.

—¿Qué ocurre?

—Hum —dijo Odro. Señaló vagamente a Cliff, que sonrió con timidez y sacó de detrás de su espalda el saco que sostenía allí—. Esto es… bueno, pensamos… es decir, todos nosotros pensamos que… —farfulló Odro—. Bueno, la vimos, ya sabes, y tú dijiste que no se la podía reparar, pero en esta ciudad hay gente que puede hacer prácticamente de todo, así que estuvimos preguntando por ahí, y sabíamos lo mucho que significaba para ti, y en la calle de los Artesanos Habilidosos hay un hombre que dijo que lo podía hacer y a Cliff le costó otro diente, pero de todos modos aquí la tienes porque tenías razón, ahora mismo estamos en lo más alto del negocio de la música y es gracias a ti y sabemos lo mucho que significaba para ti así que es una especie de regalo de agradecimiento, bueno, venga, dásela de una vez.

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