Soul Music (Mundodisco, #16) – Terry Pratchett

Examinó los pantalones más de cerca.

—¿Los está cosiendo con remaches?

El decano sonrió de oreja a oreja.

—Estos pantalones —dijo— son el meollo de la movida.

—¿Ya está volviendo a parlotear en Música Con Rocas Dentro? —receló Ridcully.

—Quiero decir que son fresquísimos.

—Bueno, con este tiempo tan bueno siempre serán mejores que una túnica gruesa —admitió Ridcully—, pero… no irá a ponérselos ahora, ¿verdad?

—¿Por qué no? —preguntó el decano mientras se esforzaba en salir de su túnica.

—¿Magos en pantalones? ¡No en mi universidad! Es poco masculino. La gente se reiría-dijo Ridcully.

—¡Usted siempre intenta prohibirme hacer todo lo que me apetece!

—No hay ninguna necesidad de usar ese tono conmigo…

—¡Ja, usted nunca escucha nada de lo que le digo y no entiendo por qué no puedo ponerme lo que me apetezca!

Ridcully recorrió la habitación con la mirada.

—¡Esta habitación está hecha un desastre! —aulló—. ¡Ordénela ahora mismo!

—¡No quiero!

—¡Pues entonces se acabó la Música Con Rocas Dentro para usted, jovencito!

Ridcully cerró de un portazo.

Luego volvió a abrir la puerta y añadió:

—¡ Y nunca le he dado permiso para pintarla de negro!

Cerró la puerta de golpe.

Abrió la puerta de golpe.

—¡Y de todas formas no le sientan bien!

El decano salió al pasillo como una exhalación, agitando su martillo.

—¡Usted diga lo que quiera-gritó—, pero cuando la historia les ponga nombre le aseguro que no los llamará archicancilleres!

Eran las ocho de la mañana, un momento en el que los bebedores están intentando olvidar quiénes son o bien recordar dónde viven. Los otros ocupantes del Tambor Remendado permanecían inclinados sobre sus bebidas en las repisas de las paredes y contemplaban a un orangután, que estaba jugando a Invasores Bárbaros y gritaba de rabia cada vez que perdía un penique.

Hibisco tenía muchas ganas de cerrar. Por otra parte, hacerlo sería como volar una mina de oro. Apenas si daba abasto para mantener el suministro de vasos limpios.

—¿Todavía no ha olvidado? —preguntó

PARECE QUE SOLO HE OLVIDADO UNA COSA.

—¿Cuál? ¡Ja, qué bobo soy! Realmente no tendría que preguntarlo, visto que ha olvidado…

HE OLVIDADO CÓMO EMBORRACHARME.

El barman contempló las hileras e hileras de vasos. Había copas para vino. Había vasos de cóctel. Había jarras de cerveza. Había tazas con la forma de gordos sonrientes. Había un cubo.

—Me parece que va por el buen camino —se atrevió a decir.

El desconocido cogió el último vaso que le habían servido y se acercó a la máquina de Invasores Bárbaros.

Estaba hecha con mecanismos de diseño complejo e intrincado. Se entreveían muchos engranajes y émbolos en el gran compartimento de caoba situado debajo del juego, cuya única función parecía consistir en hacer que hileras de Invasores Bárbaros tallados de manera más bien tosca fueran contoneándose a trompicones por un proscenio rectangular. Mediante un sistema de palancas y poleas, el jugador accionaba una pequeña catapulta de carga automática que se movía por debajo de los Invasores. Dicha catapulta disparaba pequeños perdigones hacia arriba. Al mismo tiempo los Invasores (mediante un mecanismo de trinquete) dejaban caer pequeñas flechas de metal. Periódicamente sonaba una campana y entonces un Invasor a caballo oscilaba titubeantemente a través de la parte superior del juego, dejando caer lanzas. Toda la estructura traqueteaba y crujía continuamente, en parte por toda aquella maquinaria y en parte debido a que el orangután estaba accionando con violencia ambas manijas, daba saltos sobre el pedal de Disparo y chillaba a pleno pulmón.

—Yo no la tendría en el local —dijo el barman detrás de él—. Pero como puede ver, es muy popular entre los clientes.

ENTRE UN CLIENTE, EN TODO CASO.

—Bueno, al menos siempre es mejor que la máquina de frutas.

¿SÍ?

—Se comió toda la fruta.

Se oyó un alarido de rabia desde donde estaba la máquina. El barman suspiró.

—Lo lógico sería que nadie armara tanto escándalo por un penique, ¿verdad?

El simio golpeó la barra con una moneda de un dólar y se fue de ella con dos puñados de cambio. Si se introducía un penique en la ranura, podía accionarse una palanca muy grande: milagrosamente, todos los Invasores Bárbaros se alzaron de entre los muertos y volvieron a iniciar su temblorosa invasión.

—Ha echado su bebida dentro de la máquina —dijo el barman—. Puede que sea mi imaginación, pero me parece que ahora se tambalean un poquito más.

La Muerte estuvo mirando el juego durante un rato. Era una de las cosas más deprimentes que hubiera contemplado jamás. Aquellas cosas iban a terminar llegando al fondo del juego de todas maneras. ¿Por qué dispararles cosas? ¿Por qué? La Muerte agitó el vaso ante la congregación de bebedores.

USTEDES. USTEDES. EL CASO ES QUE, ¿SABEN USTEDES LO QUE ES, EH, TENER UNA MEMORIA TAN BUENA, ESO, TAN BUENA QUE TE ACUERDAS INCLUSO DE LO QUE AÚN NO HA SUCEDIDO? ESE SOY YO. OH, SÍ. YA LO CREO. ES COMO SI… ES COMO SI… ES COMO SI NO HUBIERA FUTURO… SOLO EL PASADO QUE AÚN NO HA SUCEDIDO. Y… Y… Y… DE TODAS MANERAS TIENES QUE HACER LAS COSAS. SABES QUÉ ES LO QUE VA A OCURRIR Y TIENES QUE HACER LAS COSAS.

Paseó la mirada por las caras. Los clientes del Tambor estaban acostumbrados a oír discursos alcohólicos, pero no como aquel.

VES… VES… VES COSAS QUE SE ALZAN COMO ESOS ICEBERGS DELANTE DE TI, PERO NO DEBES HACER NADA AL RESPECTO PORQUE… PORQUE… PORQUESUNALEY. NO SE PUEDE QUEBRANTAR LA LEY. TLENEQUEHABERUNALEY. USTEDES VEN ESTE VASO, ¿VERDAD? ¿LO VEN? ES COMO LA MEMORIA. PORQUE SI LE METES COSAS DENTRO, ENTONCES SE DESBORDAN OTRAS COSAS, ¿NO? ES LO QUE PASA. TODOLMUNDO TIENE UNA MEMORIA ASÍ. ESO ES LO QUE EVITA QUE LOS HUMANOS SE VUELVAN DEN… DET… DEMN… LOCOS. MENOS YO. POBRECITO DE MÍ. YO LO RECUERDO TODO. COMO SI HUBIERA SUCEDIDO MAÑANA MISMO. TODO.

Bajó la mirada hacia su bebida.

AH, DIJO, ES CURIOSO CÓMO LAS COSAS TE VAN VOLVIENDO A LA CABEZA, ¿VERDAD?

Fue el desplome más impresionante que se hubiera presenciado jamás en el bar. Aquel desconocido alto y oscuro fue cayendo lentamente hacia atrás, igual que un árbol.

No hubo ninguna ridícula flojera de rodillas, ningún rebote llamativo en una mesa durante el trayecto hacia abajo. Simplemente pasó de la vertical a la horizontal en un solo y maravilloso barrido geométrico.

Varias personas aplaudieron cuando se estrelló contra el suelo. Luego le registraron los bolsillos, o al menos hicieron un esfuerzo para registrárselos pero no pudieron encontrar ninguno. Y después lo tiraron en el río.[25]

Una vela ardía en el gigantesco estudio negro de la Muerte, y no se acortaba.

Susan hojeaba frenéticamente los libros.

La vida no era simple. Susan ya lo sabía; aquello era el Conocimiento que iba con el trabajo. Estaba la vida simple de las cosas vivas, pero esa vida era, bueno… simple…

Había otras clases de vida.

Las ciudades tenían vida. Los hormigueros y los enjambres de abejas tenían vida, un todo más grande que la suma de sus partes. Los mundos tenían vida. Los dioses tenían una vida compuesta por la fe de sus fieles.

El universo danzaba hacia la vida. La vida era un recurso notablemente común. Cualquier cosa lo bastante complicada parecía invitada a apuntarse al negocio, de la misma manera en que cualquier cosa lo bastante enorme recibía una generosa porción de gravedad.

El universo mostraba una clara propensión hacia la consciencia. Lo cual sugería una cierta crueldad muy sutil, entretejida en la misma textura del espacio-tiempo.

Quizá incluso una música podía estar viva, si era lo bastante vieja. La vida es un hábito. La gente decía: «No puedo quitarme de la cabeza esa dichosa canción…».

No un mero ritmo, sino el latido de un corazón.

Y cualquier cosa viva quiere reproducirse.

A Y.V.A.L.R. Escurridizo le gustaba levantarse con la primera luz del alba, por si se presentaba la ocasión de venderle un gusano al pájaro más madrugador.

Había instalado un escritorio en la esquina de uno de los talleres de Pizarroso. En términos generales, Escurridizo era contrario a la idea de tener un despacho permanente. Por una parte, hacía que fuese más fácil localizarle, pero por otra parte hacía que fuese más fácil localizarle. El éxito de la estrategia comercial de Escurridizo dependía de que él fuera capaz de localizar a los clientes, y no a la inversa.

Aquella mañana un considerable número de personas parecía haberle localizado. Muchas de ellas sostenían guitarras.

—Bien —le dijo a Asfalto, cuya cabeza plana era apenas visible por encima del improvisado escritorio—. ¿Ha quedado todo entendido? Llegar a Pseudópolis os llevará dos días, y entonces vais a ver al señor Klopstock en el Pozo de Toros. Y quiero recibos de todo.

—Sí, señor Escurridizo.

—Alejarse de la ciudad por un tiempo será una buena idea.

—Sí, señor Escurridizo.

—¿He dicho ya que quiero recibos de todo?

—Sí, señor Escurridizo —suspiró Asfalto.

—Pues entonces en marcha. —Escurridizo dejó de prestar atención al troll y llamó a un grupo de enanos que habían estado dando vueltas pacientemente por allí—. Bueno, pandilla, venid aquí. Así que queréis ser estrellas de la Música Con Rocas Dentro, ¿verdad?

—¡Sí, señor!

—Pues entonces escuchad lo que os voy a decir…— Asfalto miró el dinero. No era gran cosa para alimentar a cuatro personas durante varios días. Detrás de él, la entrevista seguía su curso.

—Bueno, ¿y cómo os hacéis llamar?

—Ejem… enanos, señor Escurridizo —dijo el jefe del grupo.

—¿«Enanos»?

—Sí, señor Escurridizo —respondió el enano solista.

—¿Porqué?

—Porque lo somos, señor Escurridizo —repuso pacientemente el enano solista.

—No, no, no. Eso no puede ser. Que no puede ser, os lo digo yo. Necesitáis un nombre que lleve un poquito de —Escurridizo agitó las manos en el aire—, de Música Con Rocas Dentro… esto… dentro. Nada de solo «Enanos». Tenéis que ser… oh, no sé… algo más interesante.

—Pero ciertamente, somos enanos —le replicó uno de los enanos.

—«Ciertamente Somos Enanos» —dijo Escurridizo—. Sí, eso podría funcionar. Está bien, os puedo hacer hueco el martes en el Puñado de Uvas. Y en el Festival Gratuito, por supuesto. Como es gratuito no se os pagará, naturalmente.

—Hemos escrito una canción —dijo con voz esperanzada el enano que lideraba el grupo.

—Estupendo, estupendo —dijo Escurridizo, escribiendo en su cuaderno de notas.

—Se titula «Alguien me ha puesto algo en la barba».

—Estupendo.

—¿No quiere oírla?

Escurridizo alzó la mirada.

—¿Oírla? Si me dedicara a escuchar música, nunca llegaría a ninguna parte. Venga, largo de aquí. Nos vemos el próximo miércoles. ¡Siguiente! ¿Todos sois trolls?

—Eso es.

En este caso, Escurridizo decidió no discutir. Los trolls eran mucho más grandes que los enanos.

—Está bien. Pero tenéis que escribirlo con Z. Trollz. Sí, queda bien. Tambor Remendado, el viernes. Y el Festival Gratuito. ¿Sí?

—Hemos hecho una canción…

—Bravo, así me gusta. ¡Siguiente!

—Somos nosotros, señor Escurridizo.

Escurridizo miró a Jimbo, Noddy, Crash y Escoria.

—Vaya cara más dura —dijo—, después de lo de anoche.

—Nos dejamos llevar un poco —dijo Crash—. Nos preguntábamos si nos daría otra oportunidad.

—Usted dijo que el público nos quería a muerte —dijo Noddy.

—No, lo que dije fue que el público quería daros muerte —replicó Escurridizo—. ¡Pero si dos de vosotros no parabais de mirar el manual para guitarra de Blert Wheedown!

—Nos hemos cambiado el nombre —informó Jimbo—. Hemos pensado, bueno, que Demencia era un poco tonto, que no es el nombre apropiado para una banda seria que está haciendo retroceder los límites de la expresión musical y sin duda llegará a ser grande algún día.

—El jueves —asintió Noddy.

—Así que ahora somos El Nardo —dijo Crash.

Escurridizo les obsequió con una mirada larga e impasible. Actividades como hostigar osos, acosar toros, organizar peleas de perros e importunar ovejas estaban prohibidas actualmente en Ankh-Morpork, aunque el patricio sí permitía el lanzamiento sin restricciones de fruta podrida sobre cualquier sospechoso de pertenencia a un grupo de teatro callejero. Quizá todavía se pudiera hacer algo con ellos.

—Está bien —aceptó—. Podéis tocar en el Festival. Después de eso… ya veremos.

Después de todo, pensó, había una posibilidad de que todavía siguieran vivos para aquel entonces.

Una figura salió con paso lento y vacilante del Ankh para subir a un embarcadero junto al Puente Ilegítimo y se detuvo unos instantes mientras el barro le caía gota a gota y formaba un charco debajo de las tablas.

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