Soul Music (Mundodisco, #16) – Terry Pratchett

Odro miró la flauta. Sujeta a ella mediante un cordel había una etiqueta amarillenta en la que se había garabateado el número 431.

Fue recorriendo con la mirada los estantes que se sucedían tras el mostrador improvisado. Había una concha rosada. También tenía un número escrito. Odro se humedeció los labios y extendió la mano hacia la concha…

—Si soplas eso, más vale que tengas preparada una virgen para el sacrificio y un gran caldero lleno de fruto del pan y carne de tortuga —advirtió la anciana.

Al lado había una trompeta con un aspecto sorprendentemente reluciente.

—¿Y esta? —dijo—. Si la soplo hará que el mundo llegue a su fin y el cielo se me caiga encima, ¿no?

—Es curioso que digas eso —dijo la anciana.

Odro bajó la mano y entonces algo más atrajo su mirada.

—Cielos —exclamó—. ¿Todavía sigue aquí? Me había olvidado de esto…

—¿Qué es? —preguntó Cliff, y luego miró hacia donde estaba señalando Odro—. ¿Eso?

—Tenemos algo de dinero. ¿Por qué no?

—Sí. Podría ayudar. Pero ya sabes lo que dijo Buddy. Nunca conseguiríamos encontrar…

—La ciudad es muy grande. Si no se puede encontrar en Ankh-Morpork, no se puede encontrar en ninguna parte.

Odro recogió media baqueta y contempló con expresión pensativa un gong semienterrado entre un montón de atriles.

—Yo no lo haría —dijo la anciana señora—. No a menos que quieras que setecientos setenta y siete guerreros esqueleto salgan de la tierra.

Odro señaló con un dedo.

—Nos llevamos esto.

—Dos dólares.

—Eh, ¿por qué deberíamos pagarle nada? Tampoco es que sea suyo…

—Paga —interrumpió Cliff con un suspiro—. No negocies.

Odro entregó el dinero de mala gana, agarró la bolsa que le dio la anciana y salió majestuosamente de la tienda.

—Tiene usted un surtido fascinante —dijo Cliff, mirando el gong.

La anciana se encogió de hombros.

—Mi amigo está un poco disgustado porque creía que era una tienda misteriosa de esas que oyes hablar en los cuentos —continuó Cliff—. Ya sabe, hoy está aquí y mañana se ha ido. ¡La estaba buscando al otro lado de la calle, jajajá!

—Menuda estupidez —dijo la anciana señora, procurando desalentar con su tono de voz cualquier nueva frivolidad indecorosa.

Cliff volvió a mirar el gong, se encogió de hombros y siguió a Odro.

La mujer esperó hasta que sus pasos se desvanecieron en la niebla.

Entonces abrió la puerta y miró a uno y otro extremo de la calle. Aparentemente satisfecha por la abundancia de vacío, regresó al mostrador y alcanzó una curiosa palanca que había debajo. Por un instante sus ojos destellaron con un fulgor verdoso.

—Un día de estos me olvidaré la cabeza en cualquier sitio —dijo, y tiró de la palanca.

Se oyó un traqueteo de maquinaria escondida.

La tienda se esfumó. Un instante después, reapareció al otro lado de la calle.

Buddy estaba tumbado mirando el techo.

¿A qué sabía la comida? Le costaba recordarlo. Había comido durante los últimos días, tenía que haberlo hecho, pero no podía recordar el sabor. No podía recordar gran cosa de nada, excepto de tocar.

Las voces de Odro y de los demás sonaban como si estuvieran hablando a través de varias capas de gasa.

Asfalto se había marchado a algún sitio.

Buddy se levantó de la dura cama y se acercó a la ventana.

Las Sombras de Ankh-Morpork se dejaban entrever a la luz grisácea, de segunda clase, que precedía al amanecer. Por la ventana abierta se coló una racha de brisa.

Cuando se volvió, había una joven de pie en el centro de la habitación.

La joven se llevó un dedo a los labios.

—No se te ocurra llamar a gritos al troll pequeño —dijo—. Está cenando abajo. Y de todas maneras, no sería capaz de verme.

—¿Eres mi musa?

Susan frunció el ceño.

—Creo que sé a qué te refieres —dijo—. He visto algunas ilustraciones. Había ocho musas, encabezadas por… hum… Cantalupe. Se supone que protegen a la gente. Los efebianos creen que inspiran a los músicos y artistas, pero desde luego no exis… —Hizo una pausa y rectificó diligentemente—. Bueno, al menos yo nunca las he visto. Me llamo Susan. Estoy aquí porque…

Su voz se desvaneció poco a poco.

—¿Cantalupe? —dijo Buddy—. Estoy casi seguro de que no se llamaba Cantalupe.

—Lo que sea.

—¿Cómo has entrado aquí?

—Soy… Mira, siéntate. Eso es. Bien… ya sabes que algunas cosas son… por ejemplo las musas, como tú dices… la gente cree que algunas cosas están representadas por personas, ¿de acuerdo?

Una mirada transitoria de comprensión animó las perplejas facciones de Buddy.

—¿Como eso de que el Papá Cerdo representa el espíritu del festival del solsticio de invierno? —comentó.

—Sí. Bien, pues… digamos que yo estoy más o menos en ese negocio —explicó Susan—. Lo que hago exactamente no importa

—¿Quieres decir que no eres humana?

—Sí, sí. Pero estoy… haciendo un trabajo. Supongo que considerarme una musa probablemente sea una solución tan buena como cualquier otra. Y he venido aquí para advertirte.

—¿Una musa para la Música Con Rocas Dentro?

—En realidad no, pero haz el favor de escucharme… Oye, ¿te encuentras bien?

—No lo sé.

—Pareces agotado. Escucha. La música es peligrosa…

Buddy se encogió de hombros.

—Ah, te refieres al Gremio de Músicos. El señor Escurridizo dice que no nos preocupemos por eso. Vamos a salir de la ciudad para…

Susan dio un paso adelante y alzó la guitarra.

—¡Me refiero a esto!

Las cuerdas se movieron y gimieron bajo su mano.

—¡No toques eso!

—Se ha adueñado de ti —afirmó Susan, tirándola sobre la cama.

Buddy se apresuró a cogerla y tocó un acorde.

—Ya sé lo que vas a decir —dijo después—. Todo el mundo lo dice. Los otros dos piensan que es maligna. ¡Pero no lo es!

—¡Puede que no lo sea, pero tampoco está bien! No aquí, no ahora.

—Sí, pero puedo manejarla.

—No puedes manejarla. Ella te maneja a ti.

—¿Y quién eres tú para venir a decirme todo eso? ¡No tengo por qué aceptar lecciones de un Hada de los Dientes!

—¡Oye, te acabará matando! ¡Estoy segura de ello!

—¿Y se supone que he de dejar de tocarla, entonces?

Susan titubeó.

—Bueno, no exactamente… porque entonces…

—¡Bueno, pues no tengo por qué escuchar a ninguna mujer misteriosa y oculta! ¡Probablemente ni siquiera existes! Así que ya puedes irte volando de vuelta a tu castillo mágico, ¿vale?

Susan se quedó sin habla por un momento. Se había reconciliado con la estupidez irredimible de la mayoría de la humanidad, particularmente con el sector que se quedaba de pie y se afeitaba por las mañanas, pero aun así se sintió ofendida. Nadie había hablado así a la Muerte jamás. Al menos, no durante mucho tiempo.

—Está bien —dijo, extendiendo la mano y tocándole el brazo—. Pero volverás a verme, y… ¡y no te gustará mucho! Porque, permíteme decírtelo, resulta que soy…

Entonces su expresión cambió. Experimentó la sensación de caer hacia atrás mientras permanecía de pie; la habitación se alejó de su lado flotando hasta perderse en la oscuridad, girando alrededor del rostro aterrorizado de Buddy.

La oscuridad estalló y hubo luz.

La luz de una candela goteante de cera.

Buddy pasó la mano por el espacio vacío donde había estado Susan.

—¿Sigues ahí? ¿Adonde te has ido? ¿Quién eres?

Cliff miró a su alrededor.

—Me pareció oír algo —musitó—. Oye, te has dado cuenta, verdad, de que algunos de aquellos instrumentos no eran instrumentos corr…

—Lo sé —dijo Odro—. Ojalá le hubiera dado un tiento a la flauta de las ratas. Vuelvo a tener hambre.

—Quiero decir que eran míti…

—Sí.

—¿Y entonces cómo es que terminaron en una tienda de segunda mano?

—¿Tú nunca has empeñado tus piedras?

—Sí, ya lo creo —admitió Cliff—. Todo el mundo lo hace en algún momento, ya sabes. A veces es lo único que te queda por hacer si quieres llegar a ver otra comida.

—Pues ahí lo tienes. Tú mismo lo has dicho. Es algo que todo músico profesional ha de hacer tarde o temprano.

—Sí, pero esa cosa que Buddy… caray, es que lleva puesto el mismísimo número uno…

—Sí.

Odro alzó la mirada hacia el nombre de la calle.

—«Calle de los Artesanos Habilidosos» —dijo—. Ya hemos llegado. Mira, la mitad de los talleres todavía están abiertos incluso a estas horas de la noche. —Cambió de sitio el saco y algo crujió en su interior—. Tú pregunta en ese lado de la calle y yo probaré en este.

—Sí, está bien… pero, vaya, el número uno. Hasta la concha era el número cincuenta y dos. ¿A quién pertenecería esa guitarra?

—No lo sé —respondió Odro, llamando a la primera puerta—, pero espero que nunca vuelva a por ella.

—Y eso —dijo Ridcully— ha sido el Rito de CuesthiEnte. Muy fácil de hacer. Eso sí, hay que utilizar un huevo fresco.

Susan parpadeó.

Había un círculo dibujado en el suelo. Extrañas formas ultra-terrenas lo rodeaban, aunque cuando Susan ajustó sus circuitos mentales se dio cuenta enseguida de que eran unos estudiantes normales y corrientes.

—¿Quiénes sois? —inquirió—. ¿Qué es este sitio? ¡Dejadme marchar ahora mismo!

Cruzó el círculo y rebotó contra una pared invisible.

Los estudiantes la estaban mirando a la manera de quienes han oído hablar de la especie «hembra» pero nunca esperaron encontrarse tan cerca de una.

—¡Exijo que me dejéis marchar! —Miró a Ridcully—. ¿Tú no eres el mago al que vi anoche?

—Así es —dijo Ridcully—, y esto es el Rito de CuesthiEnte. Invoca a la Muerte en el interior del círculo, y él (o ella, en este caso) ya no puede irse hasta que nosotros lo digamos. En este libro de aquí hay un montón de cosas escritas con unas eses largas muy raras y se habla mucho de abjurar y de la conjuración, pero en realidad es todo para aparentar. Una vez que estás dentro, estás dentro. Debo decir que tu predecesor (vaya, casi me sale un buen juego de palabras) se lo tomaba mucho mejor que tú.

Susan lo miró. El círculo estaba haciendo cosas muy raras a sus ideas del espacio. Aquello le pareció de lo más injusto.

—¿Por qué me habéis invocado, entonces? —preguntó.

—Eso está mejor. Eso ya está más acorde con el guión —dijo Ridcully—. Verás, se nos permite hacerte preguntas. Y tú tienes que responderlas. Sin faltar a la verdad.

—¿Y bien?

—¿Te apetecería sentarte? ¿Un vasito de alguna cosa?

—No.

—Como quieras. Esta nueva música… háblanos de ella.

—¿Habéis invocado a la Muerte para preguntar eso?

—No estoy muy seguro de a quién hemos invocado —admitió Ridcully—. ¿Realmente está viva?

—Pues… Sí, creo que sí.

—¿Vive en algún sitio?

—Parece que ha estado viviendo en un instrumento, pero creo que ahora se mueve de un lado a otro. ¿Puedo irme ya?

—No. ¿Se la puede matar?

—No lo sé.

—¿Debería estar aquí?

—¿Qué?

—¿Debería estar aquí? —repitió Ridcully pacientemente—. ¿Es algo que se supone que ha de estar ocurriendo?

De pronto Susan se sintió importante. Se rumoreaba que los ocultistas eran sabios y, de hecho, la palabra provenía de allí.[24] Pero ahora le estaban preguntando cosas a ella. La estaban escuchando. El orgullo chispeó en sus ojos.

—No lo creo. Ha aparecido aquí por alguna clase de accidente. Este no es el mundo apropiado para ella.

Ridcully pareció pagado de sí mismo.

—Eso era lo que pensaba yo. Esto no está bien, dije. Está haciendo que la gente intente ser cosas que no es. ¿Cómo podemos detenerla?

—No creo que podáis. No es susceptible a la magia.

—Exacto. La música no lo es. Ninguna clase de música. Pero tiene que haber algo capaz de hacerla parar. Enséñele su caja, Ponder.

—Ejem… sí. Aquí.

Levantó la tapa.

La música, ligeramente metálica pero todavía reconocible, se esparció por la habitación.

—Suena como una araña atrapada en una caja de cerillas ¿verdad? —comentó Ridcully.

—No se puede reproducir la música de esa manera, en un trozo de cable metido dentro de una caja —replicó Susan—. Va contra la naturaleza…

Ponder pareció sentirse aliviado.

—Eso fue lo que dije yo —observó—. Pero de todas maneras lo hace. Quiere hacerlo. Susan miró la caja.

Luego empezó a sonreír. En su sonrisa no había ni pizca de humor.

—Está trastornando a la gente —dijo Ridcully—. Y… mira esto. —Sacó de su túnica un papel enrollado y lo extendió—. Pesqué a un chico intentando pegar esto en nuestras puertas. ¡Menudo descaro! Así que se lo quité y le dije que por qué no se iba a cazar moscas a algún sitio, lo cual fue —Ridcully se contempló las puntas de los dedos con satisfacción— bastante apropiado en las circunstancias. Habla de un festival de Música Con Rocas Dentro. Todo terminará con una invasión de monstruos de otra dimensión, te lo digo yo. Por aquí siempre están ocurriendo cosas de ese estilo.

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