La espuma había bajado un poco más, para revelar un par de ojos debajo de un casco de enano.
—Disculpen —dijo una voz desde debajo de las burbujas—, pero ¿quién va apagarme todo esto? Son cuatro dólares, muchísimas gracias.
—El dinero lo lleva el tesorero —se apresuró a decir Ridcully.
—Ya no —replicó el prefecto mayor—. Se ha comprado diecisiete donuts.
—¿Azúcar? —preguntó Ridcully—. ¡Le han dejado comer azúcar! Ya saben que hace que se ponga, bueno, un poquito raro. La señora Panadizo dijo que se iría de la universidad si volvíamos a permitir al tesorero acercarse al azúcar. —Fue llevando a los magos empapados hacia la puerta—. No se preocupe, buen hombre, puede confiar en nosotros, somos magos, haré que le envíen algo de dinero por la mañana.
—Ja. Y espera que me crea eso, ¿verdad? —dijo el enano.
Había sido una noche muy larga. Ridcully dio media vuelta y agitó la mano hacia la pared. Hubo un destello de fuego octarino y las palabras «LE DEVO 4 DÓLARES» se grabaron sobre la piedra.
—Como usted diga, no hay ningún problema —dijo el enano, retrocediendo hacia el interior de la espuma.
—Pues yo no creo que la señora Panadizo vaya a preocuparse mucho —comentó el catedrático de Runas Recientes mientras los magos chapoteaban a través de la noche—. Las vi a ella y a algunas de las sirvientas en el, ejem, concierto. Ya sabe, las chicas de la cocina. Moly, Poly y, ejem, Doly. Estaban, ejem, gritando.
—No me pareció que la música fuera tan insoportable —dijo Ridcully.
—No, ejem, no gritaban de dolor, ejem, yo no diría eso —puntualizó el catedrático de Runas Recientes, empezando a enrojecer—, pero, ejem, cuando el joven estaba meneando las caderas de aquella manera…
—Ese chico me parece decididamente élfico —dijo Ridcully.
—… ejem, pues creo que entonces la señora Panadizo lanzó algunas de sus, ejem, cosas interiores al escenario.
Aquello hizo callar incluso a Ridcully, al menos durante unos momentos. De pronto cada mago se encontró muy ocupado con sus propios pensamientos privados.
—¿Cómo? ¿La señora Panadizo? —empezó a decir el catedrático de Estudios Indefinidos.
—Sí.
—¿Cómo, que tiró su…?
—Eso, ejem, creo.
Ridcully había visto en una ocasión la cuerda de la colada de la señora Panadizo. Quedó realmente impresionado. Nunca había imaginado que pudiera haber tanto elástico rosa en el mundo.
—¿Cómo, que ella realmente…? —dijo el decano, con una voz que parecía llegar desde una gran distancia.
—Estoy, ejem, bastante seguro.
—Pues tuvo que ser bastante peligroso —concluyó Ridcully secamente—. Podría haber herido de gravedad a alguien. Bueno, caballeros, volvamos a la universidad ahora mismo para que todos ustedes se den una ducha fría.
—¿Y ella realmente…? —dijo el catedrático de Estudios Indefinidos.
De alguna manera, ninguno de ellos parecía capaz de dejar de darle vueltas a la idea.
—Haga algo útil y encuentre al tesorero —le ordenó Ridcully—. Y les haría comparecer a todos ante las autoridades de la universidad a primera hora de la mañana, si no fuera por el hecho de que las autoridades de la universidad son ustedes…
Viejo Apestoso Ron, maníaco profesional y uno de los mendigos más industriosos de Ankh-Morpork, parpadeó en la penumbra. Lord Vetinari tenía una excelente visión nocturna. Desgraciadamente, también tenía un sentido del olfato desarrollado.
—¿Y entonces qué ocurrió? —preguntó, tratando de mantener la cara apartada del mendigo. Porque lo cierto era que, si bien en cuanto a dimensiones físicas Viejo Apestoso Ron era un hombrecillo encorvado envuelto en un enorme y mugriento gabán, en cuanto a olor llenaba el mundo.
De hecho, Viejo Apestoso Ron era un esquizofrénico físico. Estaba Viejo Apestoso Ron y estaba el olor de Viejo Apestoso Ron, que a lo largo de los años se había ido desarrollando hasta el punto de poseer una personalidad propia. Cualquiera podía tener un olor que perdurase mucho tiempo después de marcharse a otro sitio, pero el olor de Viejo Apestoso Ron podía llegar a un sitio varios minutos antes que él para propagarse y ponerse cómodo antes de que llegara Ron. Su olor había evolucionado hasta convertirse en algo tan impresionante que ya no se percibía con la nariz, que se desconectaba instantáneamente en defensa propia. La gente sabía que Viejo Apestoso Ron se aproximaba por la manera en que se les empezaba a derretir el cerumen de los oídos.
—Quesejoda, quesejoda, lado equivocado hacia fuera, se lo dije, quesejodan…
El patricio esperó. Con Viejo Apestoso Ron, siempre tenías que dar tiempo a su mente vagabunda para que llegase a las cercanías de su lengua.
—… espiándome con magia, se lo dije, sopa de judías, porque verá usted… y entonces todo el mundo estaba bailando, sabe, y después había dos de los magos en la calle y uno de ellos solo hablaba de atrapar la música dentro de una caja y el señor Escurridizo estaba interesado y luego la cafetería explotó y todos volvieron a la universidad… quesejoda, quesejoda, quesejodan ya verán cómo sí.
—¿La cafetería explotó?
—Café espumoso por todas partes, suseñoría… quesejod…
—Sí, sí, y etcétera —replicó el patricio, agitando una delgada mano—. ¿Y eso es todo lo que puedes decirme?
—Bueno… quesejod…
Viejo Apestoso Ron captó la mirada del patricio y se contuvo. Incluso en su cordura altamente individualizada, Ron sabía cuándo no convenía abusar de su precaria suerte. Su Olor empezó a pasearse por la habitación, leyendo documentos y examinando los cuadros.
—Dicen que él vuelve locas a todas las mujeres —comentó, y se inclinó hacia delante. El patricio se inclinó hacia atrás—. Dicen que cuando movió las caderas de esa manera… la señora Panadizo lanzó sus… comosellamen… al escenario.
El patricio levantó una ceja.
—¿Sus comosellamen?
—Ya sabe —dijo Viejo Apestoso Ron, moviendo vagamente las manos en el aire.
—¿Un par de fundas de almohada? ¿Dos sacos de harina? ¿Unos pantalones muy holg…? Ah. Ya veo. Caramba. ¿Hubo alguna baja?
—No sé, suseñoría. Pero hay algo que sí sé.
—¿Sí?
—Uh… Colmante Michael dice que suseñoría a veces paga por la información…
—Sí, ya lo sé. No me imagino cómo se pueden propagar esos rumores —repuso el patricio, levantándose y abriendo una ventana—. Tendré que hacer algo al respecto.
Una vez más, Viejo Apestoso Ron se recordó a sí mismo que aunque probablemente sufriera demencia, sin duda tampoco estaba tan chalado.
—Es solo que tengo esto, suseñoría —dijo, extrayendo algo de los horrendos recovecos de su ropa—. Dice cosas escritas, suseñoría.
Era un póster, en relucientes colores primarios.
No podía ser muy antiguo, pero una o dos horas calentando el pecho de Viejo Apestoso Ron lo habían envejecido considerablemente.
El patricio lo desplegó ayudándose con unas pinzas.
—Son los retratos de los que tocan la música —explicó Viejo Apestoso Ron servicialmente—, y eso de ahí son cosas escritas. Hay más cosas escritas allí, mire. El señor Escurridizo hizo que Pizarroso el troll se los llevara enseguida, pero yo me colé después y amenacé con respirar encima a todos si no me daban uno.
—Estoy seguro de que enseguida surtió efecto —comentó el patricio.
Encendió una vela y leyó el póster con atención. En presencia de Viejo Apestoso Ron, todas las velas ardían con un ribete azulado alrededor de la llama.
—«Festival Gratis de Música con Rocas Dentro» —dijo.
—Eso es cuando no hay que pagar para entrar —colaboró Viejo Apestoso Ron—. Quesejodan, quesejodan.
Lord Vetinari siguió leyendo.
—En el Parque del Abandono. El Próximo Miércoles. Vaya, vaya. Un espacio abierto al público, naturalmente. Me pregunto si acudirá mucha gente allí…
—Montones, suseñoría. Había centenares que no pudieron entrar en la Caverna.
—¿Y la banda tiene ese aspecto, entonces? —dijo lord Vetinari—. ¿Siempre fruncen el ceño de esa manera?
—Casi todo el tiempo que yo los vi estaban sudando —explicó Viejo Apestoso Ron.
—«Ven Si No Eres Un Vehículo Ricamente Adornado» —comentó el patricio—. ¿Piensas que eso es alguna clase de código oculto?
—No sabría decirle, suseñoría —murmuró Viejo Apestoso Ron—. Mi cerebro siempre va muy despacio cuando tengo sed.
—«¡Son Totalmente Hincapaces De Ser Bistos! ¡Y Están Mui Lejos De La Ciudad!» —dijo el patricio solemnemente. Alzó la mirada—. Oh, lo siento muchísimo —comentó—. Estoy seguro de que podré encontrar a alguien que te sirva una bebida refrescante…
Viejo Apestoso Ron tosió. La oferta había sonado perfectamente sincera pero, por alguna razón, de pronto ya no tenía nada de sed.
—Bueno, pues entonces no dejes que te entretenga más. Muchísimas gracias —dijo lord Vetinari.
—Ejem…
—¿Sí?
—Ejem… nada…
—Muy bien.
Cuando Ron se hubo alejado murmurando escalera abajo (quesejoda, quesejoda, quesejodan), el patricio tabaleó pensativamente el póster con su pluma y contempló la pared.
La pluma rebotaba una y otra vez en la palabra «Gratis».
Finalmente hizo sonar una pequeña campanilla. Un joven secretario asomó la cabeza por la puerta.
—Ah, Drumknott —dijo lord Vetinari—, vaya y dígale al presidente del Gremio de Músicos que desea hablar conmigo, ¿quiere?
—Ejem… El señor Clete ya está en la sala de espera, suseñoría —le comunicó el secretario.
—¿No habrá traído consigo alguna clase de póster por casualidad?
—Sí, suseñoría.
—¿Y está muy enfadado?
—Eso sería decir poco, suseñoría. Es a propósito de algún festival. El señor Clete insiste en que usted debe impedir que se celebre.
—Cielos.
—Y exige que suseñoría lo reciba al instante.
—Ah. Entonces deje que siga esperando durante, digamos, veinte minutos y luego hágale pasar.
—Sí, suseñoría. No para de decir que quiere saber qué es lo que está haciendo suseñoría al respecto.
—Estupendo. Entonces yo puedo hacerle la misma pregunta.
El patricio se recostó en su asiento. Si non confectus, non refi-ciat. Ese era el lema de los Vetinari. Al final todo funcionaba solo con que dejaras que ocurriera.
Cogió un fajo de partituras y empezó a escuchar el Preludio para un nocturno sobre un tema de Burbujoso, compuesto por Sa-lami.
Pasado un rato levantó la vista de las partituras. —No vaciles en irte —dijo secamente. El Olor se fue sin hacer ningún ruido.
¡INC!
—¡No seas idiota! Lo único que hice fue asustarlos para que huyeran. No les he hecho ningún daño. ¿De qué sirve tener el poder si no puedes usarlo?
La Muerte de las Ratas hundió el hocico entre las patas. Con las ratas todo era mucho más fácil.[23]
Y.V.A.L.R. Escurridizo solía prescindir también del sueño. Generalmente tenía que encontrarse con Pizarroso por la noche. Pizarroso era un troll enorme, pero tendía a quedar molido y hecho polvo a la luz del día.
Los demás trolls tendían a menospreciarlo porque Pizarroso provenía de una familia sedimentaria y por tanto era sin duda un troll de clase muy baja. A Pizarroso no le importaba. Tenía muy buen carácter.
Hacía trabajitos ocasionales para gente que necesitaba cosas poco comunes lo más deprisa posible y sin enredos, y que además disponía de dinero contante y sonante. Y aquel trabajo era bastante poco común.
—¿Solo cajas? —preguntó Pizarroso.
—Con tapas —dijo Escurridizo—. Como esta que he hecho yo. Y con un trocito de alambre tensado dentro.
Algunas personas habrían preguntado «¿Por qué?» o «¿Para qué?», pero así no era como Pizarroso se ganaba el dinero. Cogió la caja y la sopesó dándole unas vueltas.
—¿Cuántas? —preguntó.
—Para empezar solo diez —dijo Escurridizo—. Pero creo que luego habrá más. Muchas, muchas más.
—¿Cuánto es diez? —quiso saber el troll.
Escurridizo alzó ambas manos con los dedos extendidos.
—Las haré por dos dólares —aceptó Pizarroso.
—¿Quieres que vaya a la ruina?
—Dos dólares.
—Un dólar por cada una y un dólar con cincuenta por la próxima remesa.
—Dos dólares.
—De acuerdo, de acuerdo, dos dólares cada una. Eso son diez dólares por todas, ¿cierto?
—Cierto.
—Y con esto voy a la ruina.
Pizarroso tiró la caja a un lado. Cuando rebotó en el suelo, la tapa se desprendió.
Pasado algún tiempo, un perrito callejero de color gris amarronado, que rondaba en busca de cualquier cosa comestible, entró cojeando en el taller, se sentó delante de la caja y estuvo mirándola durante un rato.
Finalmente se sintió un poco idiota y se marchó de allí.
Ridcully aporreó la puerta del Edificio de Magia de Altas Energías mientras que los relojes de la ciudad estaban dando las dos. Sostenía a Ponder Stibbons, quien se había quedado dormido de pie.