—Hay un montón de enanos y trolls entre el público —dijo Cliff.
—¿«Caverna profunda, montaña alta»? —propuso Odro.
—No —dijo Buddy.
—¿Entonces qué?
—Ya se me ocurrirá algo.
El público fue saliendo a la calle. Los magos se reunieron alrededor del decano, chasqueando los dedos.
—Ye, ye, ye… —canturreó el decano alegremente.
—¡Es más de medianoche y no me importa en lo más mínimo! —dijo el catedrático de Runas Recientes, chasqueando los dedos—. ¿Qué hacemos ahora?
—¡Vamos a comernos el mundo! —dijo el decano.
—Más valdrá que lo hagamos, porque nos hemos perdido la cena —comentó el catedrático de Estudios Indefinidos.
—¿Nos hemos perdido la cena? —dijo el prefecto mayor—. Uau! ¡Esto sí que es Música Con Rocas Dentro! ¡Nos da igual todo!
—No, yo quería decir que… —El decano hizo una pausa. Ahora que realmente lo pensaba, no estaba muy seguro de lo que quería decir—. Estamos bastante lejos de la universidad —admitió—. Supongo que al menos podríamos parar a tomar un café o alguna cosilla.
—Quizá un donut o dos —dijo el catedrático de Runas Recientes.
—Y a lo mejor un poco de pastel —dijo Estudios Indefinidos.
—Yo me tomaría un poco de tarta de manzana —dijo el prefecto mayor.
—Y un poco de pastel.
—Café —dijo el decano—. S… sí. Un bar donde sirvan café. Sí, eso es.
—¿Qué es una barra de café? —preguntó el prefecto mayor.
—¿Es como una barra de chocolate? —dijo Runas Recientes.
La cena que se habían saltado, olvidada hasta aquel momento, estaba empezando a hacerse notar en los estómagos de todos.
El decano bajó la mirada hacia su reluciente túnica nueva de cuero. Todo el mundo le había dicho lo magnífica que era. Habían admirado el NACIDO PARA RUNEAR. Su pelo también estaba bien. Estaba pensando en afeitarse la barba dejándose únicamente las partes laterales, porque le parecía que era así como tenía que estar. Y el café… sí… el café también tenía algo que ver con aquello. El café era parte del Asunto.
Y estaba la música. Que estaba en el ajo. Que estaba en todas partes.
Pero también había algo más. Faltaba algo. El decano no estaba seguro de qué era, solo de que lo reconocería si llegara a verlo alguna vez.
El callejón que había detrás de la Caverna estaba muy oscuro, y solo los ojos más agudos habrían visto varias figuras pegadas contra la pared.
El destello ocasional de una lentejuela deslustrada indicaría a quienes entendían de aquellas cosas que estaban ante los matones de élite del Gremio de Músicos, la Coral Armónica de Grisham Frord. A diferencia de la mayoría de las personas que trabajaban para el señor Clete, sus integrantes poseían cierto talento musical genuino.
Ellos también habían entrado a ver a la banda.
—Du-duá, du-duá, du-duá… —dijo el delgado.
—Bubububu… —dijo el alto. Siempre hay uno que es alto.
—Clete tiene razón. Si continúan atrayendo al público de esa manera, todos los demás se quedarán fuera —dijo Grisham.
—Oh sí —dijo el bajo.
—Cuando salgan por esa puerta… —otros tres cuchillos salieron de sus vainas—. Bueno, seguid mi ritmo.
Oyeron un sonido de pies en la escalera. Grisham asintió.
—Y uno, y dos, y un-dos-tr…
¿CABALLEROS?
Todos se volvieron.
Una figura oscura estaba inmóvil tras ellos, sosteniendo una guadaña reluciente en las manos.
Susan sonrió horriblemente.
¿VOLVEMOS DESDE ARRIBA?
—Oh, nooooo —dijo el bajo.
Asfalto descorrió los pestillos de la puerta y salió a la noche.
—Eh, ¿qué ha sido eso? —se alarmó.
—¿Qué ha sido el qué? —preguntó Escurridizo.
—Me ha parecido oír a gente alejarse corriendo…
El troll dio un paso hacia delante y hubo un suave tintineo. Asfalto se inclinó y recogió algo del suelo.
—Y a quien fuese se le cayó esto…
—Un mero objeto personal —dijo Escurridizo a viva voz—. Vamos, muchachos. Esta noche no tendréis que regresar a ninguna pensión barata. ¡Para vosotros, el Gritz!
—Eso es un hotel de trolls, ¿verdad? —preguntó Odro con suspicacia.
—De estilo troll —matizó Escurridizo, agitando una mano con irritación.
—¡Eh, yo estuve allí una vez haciendo cabaret! —exclamó Cliff— ¡Tienen casi de todo! ¡Agua que sale de grifos en casi todas las habitaciones! ¡Un tubo para pedir la comida a gritos directamente a la cocina, y luego hay unos tipos con zapatos auténticos que te la traen! ¡No les falta de nada!
—¡Disfrutad de la buena vida, muchachos! —dijo Escurridizo— ¡Vosotros os lo podéis permitir!
—Y luego también está esa gira, ¿verdad? —replicó Odro bruscamente—. Eso también nos lo podemos permitir, ¿verdad?
—Bueno, con eso os echaré una mano yo —dijo Escurridizo alegremente—. Mañana iréis a Pseudópolis, eso serán dos días, y luego podéis volver pasando por Sto Lat y por Quirm y estar aquí el miércoles para el Festival. Gran idea esa del Festival. Dar algo a la comunidad, yo siempre he estado a favor de dar a la comunidad. Es muy bueno para… para… para la comunidad. Yo me encargaré de organizarlo todo mientras estáis fuera, ¿de acuerdo? Y luego… —Puso un brazo alrededor de los hombros de Buddy y el otro alrededor de la cabeza de Odro—. ¡Genua! ¡Klatch! ¡Hershebia! ¡Quimera! ¡Howondalandia! ¡Quizá incluso el Continente Contrapeso, se dice que volverán a descubrirlo dentro de nada y seguro que allí hay grandes oportunidades para la gente apropiada! ¡Con vuestra música y mi infalible olfato para los negocios, el mundo es nuestro molusco! Y ahora id con Asfalto, ahora las mejores habitaciones, nada es demasiado para mis muchachos, y dormid un poco sin preocuparos por la factura…
—Gracias —dijo Odro. —… que podéis pagarla por la mañana.
La Banda Con Rocas Dentro se alejó en dirección al mejor hotel.
Escurridizo oyó a Cliff preguntar: —¿Qué es un molusco?
—Es como dos tabletas de carbonato de calcio precipitado con una especie de pececito salado viscoso en medio.
—Suena sabroso. Eso que hay en el medio no habrá que comérselo, ¿verdad?
Cuando se hubieron ido, Escurridizo contempló el cuchillo que le había quitado a Asfalto. Tenía lentejuelas.
Sí. Alejar de allí a los muchachos unos cuantos días era decididamente una buena jugada.
Desde su escondite en lo alto del desagüe, la Muerte de las Ratas farfullaba para sus adentros.
Ridcully salió de la Caverna andando despacio. La fina capa de entradas usadas que cubría los escalones era el único testimonio de las horas de música.
Se sentía como alguien que presencia un juego del cual no conoce las reglas. Por ejemplo, el muchacho había estado cantando… ¿Cómo era aquello? «¡Qué pasada!» ¿Qué demonios significaba aquello? Ridcully entendía la frase «pasarse de rosca», y en el caso del decano era perfectamente exacta. Pero… ¿Qué pasada? Sin embargo, todos los demás parecían entender lo que significaba. Y luego hubo, que él recordara, una canción acerca de no pisarle los zapatos a alguien. Una idea sensata, de acuerdo; nadie quería que le pisaran los pies, pero ¿por qué una canción que solo le pedía a la gente que dejara de hacerlo debía surtir tal efecto? A Ridcully no le entraba en la cabeza.
En cuanto a la chica…
Ponder salió corriendo de la Caverna, abrazado a su caja.
—¡La he atrapado casi toda, archicanciller! —gritó. Ridcully miró detrás de Ponder. Allí estaba Escurridizo, todavía cargado con una bandeja de camisetas de La Banda Con Rocas Dentro que no se habían vendido.
—Sí, señor Stibbons, estupendo (cállesecállesecállese)-dijo—. De maravilla y ahora vayamos a casa.
—Buenas noches, archicanciller —saludó Escurridizo.
—Ah, hola, Ruina —dijo Ridcully—. No te había visto.
—¿Qué hay en esa caja?
—Oh, nada, nada en absoluto…
—¡Es asombroso! —exclamó Ponder, lleno de la emoción mal dirigida propia del auténtico descubridor y del idiota—. Podemos capturar la arrgh aargh aargh…
—¡Vaya, hay que ver lo torpe que soy! —dijo Ridcully mientras el joven mago se agarraba la pierna—. Espere, déjeme cargar con ese artefacto totalmente inocente que lleva usted…
Pero la caja ya había caído de los brazos de Ponder. Chocó con el suelo antes de que Ridcully pudiera pillarla al vuelo, y la tapa salió despedida.
La música se esparció en la noche.
—¿Cómo ha hecho usted eso? —preguntó Escurridizo—. ¿Es magia?
—La música se deja atrapar para poder volver a oírla una y otra vez —explicó Ponder—. ¡Y creo que lo de la pierna fue a propósito, señor!
—¿Puedes volver a escucharla una y otra vez? —dijo Escurridizo—. ¿Cómo, solo con abrir una caja?
—Sí-dijo Ponder.
—No —dijo Ridcully.
—Sí que se puede —insistió Ponder—. Hace un rato le enseñé cómo se hacía, archicanciller. ¿No se acuerda?
—No —dijo Ridcully.
—¿Cualquier clase de caja? —preguntó Escurridizo, con una voz estrangulada por el dinero.
—Claro que sí, pero antes hay que tensar un cable dentro de ella para que la música tenga un sitio donde vivir y ay ay ay.
—Les juro que no sé lo que me pasa con todos estos espasmos musculares repentinos que me están dando —dijo Ridcully—. Venga, señor Stibbons, no hagamos que el señor Escurridizo siga perdiendo su valioso tiempo con nosotros.
—No, no me lo están haciendo perder —replicó Escurridizo—. Cajas llenas de música, ¿eh?
—Nos llevaremos esta —dijo Ridcully, recogiéndola del suelo—. Es un importante experimento mágico.
Luego obligó a Ponder a acompañarle codo con codo, cosa que resultó un poco difícil porque el joven estaba doblado por la cintura y jadeaba.
—¿Por qué tenía que… hacerme usted… eso?
—Señor Stibbons, ya sé que es usted un hombre que trata de entender el universo. He aquí una regla importante: nunca des la llave de la plantación de plátanos a un mono. A veces los desastres se ven venir de… Oh, no.
Soltó a Ponder y señaló vagamente calle arriba.
—¿Tiene usted alguna teoría acerca de eso, joven?
Algo viscoso y de un color marrón dorado iba rezumando lentamente hacia la calle desde lo que posiblemente, detrás de los montículos de la sustancia, fuese un establecimiento abierto al público. Mientras los dos magos miraban, se oyó un tintineo de cristales rotos y la sustancia marrón empezó a emerger del segundo piso. Ridcully fue hacia ella con decisión, cogió un puñado y se apresuró a saltar hacia atrás antes de que la pared le alcanzara. Olisqueó la sustancia.
—¿Es alguna espantosa emanación procedente de las Dimensiones Mazmorra? —preguntó Ponder.
—Yo diría que no. Huele como el café —dijo Ridcully.
—¿Café?
—Como la espuma con sabor a café, al menos. Y ahora, ¿por qué tengo el presentimiento de que ahí dentro va a haber magos? Una figura salió tambaleándose de la espuma, goteando burbujas marrones.
—¿Quién va? —dijo Ridcully.
—¡Ah, sí! ¿Alguien ha tomado el número de ese carro de bueyes? ¡Otro donut, si tiene la amabilidad! —exclamó la figura alegremente, y acto seguido se desplomó en la espuma.
—Eso me ha sonado al tesorero —dijo Ridcully—. Venga conmigo, muchacho. No son más que burbujas —añadió, adentrándose en la espuma.
Después de un momento de vacilación Ponder se dio cuenta de que estaba en juego el honor de los hechiceros jóvenes, y empezó a abrirse paso detrás del archicanciller.
Casi de inmediato chocó con alguien entre la neblina de espumas.
—Ejem, ¿hola?
—¿ Quién es?
—Soy yo, Stibbons. He venido a rescatarlos.
—Bien. ¿Por dónde se sale de aquí?
—Ejem…
Hubo unas cuantas explosiones en algún lugar de la nube de café, seguidas por una especie de chasquido. Ponder parpadeó. El nivel de burbujas estaba descendiendo.
Varios sombreros puntiagudos aparecieron como troncos ahogados dentro de un lago que se estuviera secando.
Ridcully vadeó hacia ellos, con gotas de café cayéndole del sombrero.
—Aquí ha estado ocurriendo algo jodidamente estúpido —le dijo—, y voy a esperar con cierta paciencia hasta que el decano confiese.
—No entiendo por qué siempre tengo que haber sido yo, archicanciller —musitó una columna de color café.
—Bueno, ¿y entonces quién fue?
—El decano dijo que el café debería ser espumoso —respondió un montículo de espuma con aires de prefectura mayor—, y luego hizo un poco de magia sencilla y me parece que al final nos dejamos llevar por el entusiasmo.
—Ah. Conque sí que fue usted, decano.
—Sí, de acuerdo, pero solo por coincidencia —dijo el decano obstinadamente.
—Fuera de aquí, todos ustedes —ordenó Ridcully—. Vuelvan a la universidad ahora mismo.
—Quiero decir que, bueno, no sé por qué tiene que dar por sentado que la culpa es mía solamente porque a veces resulte que he sido yo quien…