Soul Music (Mundodisco, #16) – Terry Pratchett

A veces, Buddy parecía muy elvish.

Asfalto salió del escenario.

—Vale, ya está todo hecho —anunció.

Los demás miraron a Buddy.

Todavía estaba inmóvil con los ojos cerrados, como si se hubiera quedado dormido de pie.

—Bueno… ¿salimos ahí fuera, entonces? —preguntó Odro.

—Sí —dijo Cliff—, vamos a salir ahí fuera, ¿verdad? Ejem. ¿Buddy?

Los ojos de Buddy se abrieron de golpe.

—Vamos a roquear —susurró.

Antes Cliff había pensado que el sonido era muy fuerte, pero lo golpeó como un garrotazo en cuanto salieron de entre bastidores.

Odro cogió su cuerno. Cliff se sentó y encontró sus martillos.

Buddy fue hasta el centro del escenario y, para asombro de Cliff, se limitó a quedarse allí mirándose los pies.

Las aclamaciones empezaron a calmarse.

Y luego murieron por completo. El silencio expectante de centenares de personas conteniendo la respiración llenó el enorme recinto.

Los dedos de Buddy se movieron.

Hizo sonar tres acordes muy simples.

Y luego levantó la vista.

—¡Hola, Ankh-Morpork!

Cliff sintió cómo la música se alzaba tras él y lo impulsaba hacia delante, hacia el interior de un túnel lleno de fuego, chispazos y emoción. Golpeó con los martillos. Y fue Música Con Rocas Dentro.

Y.V.A.L.R. Escurridizo había salido a la calle para no tener que oír la música. Estaba fumando un puro y hacía cálculos en el dorso de una factura impagada por una entrega de panecillos rancios. Vamos a ver… de acuerdo, lo celebramos al aire libre en alguna parte, así que no hay que pagar alquiler… puede que unas diez mil personas, una salchicha-en-panecillo para cada una a dólar con cincuenta, no, digamos a dólar con setenta y cinco, la mostaza diez peniques extra… diez mil camisetas de la Banda Con Rocas Dentro a cinco dólares cada una, mejor que sean diez dólares… añade el alquiler de los puestos para otros comerciantes, porque a la gente que le gusta la Música Con Rocas Dentro probablemente se la podrá persuadir de que compre cualquier cosa…

Escurridizo fue vagamente consciente de que un caballo se acercaba por la calle. No le prestó ninguna atención hasta que una voz femenina dijo:

—¿Cómo se entra ahí dentro?

—Imposible. Todas las entradas están vendidas —replicó Escurridizo, sin volver la cabeza.

Incluso los pósters de la Banda Con Rocas Dentro; la gente había estado ofreciendo tres dólares solo por un póster, y Pizarroso el troll podía estampar cien de ellos por…

Levantó la vista. El caballo, un magnífico ejemplar blanco, lo observó sin ninguna curiosidad.

Escurridizo miró a su alrededor.

—¿Adonde se ha ido esa chica?

Había un par de trolls apostados en el interior junto a la entrada. Susan no les hizo ni caso. Ellos tampoco le hicieron caso a ella.

Entre el público, Ponder Stibbons miró a ambos lados y abrió cautelosamente una caja de madera.

El cordel tensado que había dentro de la caja empezó a vibrar.

—¡Esto no debería estar ocurriendo! —gritó Ponder en la oreja de Ridcully—. ¡No es acorde con las leyes del sonido!

—¡Quizá no son leyes! —gritó Ridcully. A medio metro de distancia la gente ya no podía oírlo—. ¡Quizá no son más que pautas generales!

—¡No! ¡Tiene que haber leyes!

Ridcully vio cómo el decano intentaba subir al escenario, llevado por la emoción. Los enormes pies del troll Asfalto cayeron pesadamente sobre sus dedos.

—Vaya, eso sí que es buena puntería —admiró el archicanciller.

Una sensación de hormigueo en la nuca hizo que mirara a su alrededor.

Aunque la Caverna estaba atestada, parecía haberse formado un espacio en el suelo. La gente estaba apretujada pero, de alguna manera, aquel círculo permanecía tan inviolado como un muro.

En el centro del círculo se hallaba la joven que Ridcully había visto en el Tambor. Ahora avanzaba por el recinto, sujetándose el vestido con elegancia.

Ridcully sintió que le lloraban los ojos.

Concentrándose con todas sus fuerzas, el archicanciller dio un paso adelante.

Si te concentrabas podías hacer casi cualquier cosa. Si sus sentidos hubieran estado preparados para hacerle saber que estaba allí, cualquiera hubiese podido entrar en el círculo. El sonido llegaba ligeramente apagado a su interior.

El archicanciller le tocó el hombro. La joven se volvió, sobresaltada.

—Buenas noches —saludó Ridcully. La miró de arriba abajo y luego dijo—: Soy Mustrum Ridcully, archicanciller de la Universidad Invisible. No puedo evitar preguntarme quién es usted.

—Ejem… —Durante un instante la joven pareció dejarse llevar por el pánico—. Bueno, en teoría… Supongo que yo soy la Muerte.

—¿En teoría?

—Sí. Pero en este momento no estoy de servicio.

—Me alegro mucho de oírlo.

Hubo un chillido procedente del escenario cuando Asfalto lanzó al catedrático de Runas Recientes de vuelta al auditorio, el cual aplaudió.

—No puedo decir que haya visto mucho a la Muerte —reconoció Ridcully—. Pero en la medida en que he tenido ocasión de hacerlo, él tendía a ser… bueno, «él», para empezar. Y estaba mucho más delgado…

—Es mi abuelo.

—Ah. Ah. ¿De veras? Ni siquiera sabía que estuviera… —Ridcully se calló—. Vaya, vaya, vaya, quién lo hubiese imaginado. ¿Su abuelo? ¿Y usted trabaja en la empresa familiar?

—Cállese, estúpido —le increpó Susan—. No se atreva a ser condescendiente conmigo. ¿Lo ve? —Señaló el escenario, donde Buddy estaba a mitad de un riff—. El va a morir pronto debido a… debido a la estupidez. ¡Y si usted no puede hacer nada al respecto, entonces váyase!

Ridcully contempló el escenario. Cuando volvió de nuevo la mirada, Susan se había esfumado. El archicanciller hizo un gran esfuerzo y creyó capturar un atisbo de ella no muy lejos de allí, pero Susan sabía que él la estaba buscando y Ridcully ya no tenía ninguna posibilidad de dar con ella.

Asfalto fue el primero en regresar al camerino. Hay algo triste de verdad en un camerino vacío. Es como la ropa interior de la que se ha decidido prescindir, a la que se parece en varios aspectos. Ha visto mucha actividad. Puede que incluso haya presenciado excitación y toda la gama de las pasiones humanas. Y ahora no queda gran cosa aparte de un tenue olor.

El pequeño troll dejó caer la bolsa de rocas al suelo y luego abrió un par de botellas de cerveza a mordiscos.

Cliff entró. Consiguió cruzar la mitad de la habitación y luego se desplomó, golpeando las tablas del suelo con todo el cuerpo al mismo tiempo. Odro pasó por encima de él y se dejó caer sobre un barril.

Miró las botellas de cerveza. Se quitó el casco. Vertió la cerveza dentro del casco y luego dejó que su cabeza se desplomara hacia delante.

Buddy entró, se sentó en el rincón y apoyó la espalda en la pared.

Y Escurridizo lo siguió.

—Bueno, ¿qué puedo decir? ¿Qué puedo decir? —dijo.

—A nosotros no nos lo pregunte —dijo Cliff desde su estado de postración—. ¿Cómo quiere que lo sepamos?

—Habéis estado magníficos —dijo Escurridizo—. ¿Qué le pasa al enano? ¿Se está ahogando?

Odro estiró un brazo y, sin mirar, rompió el cuello de otra botella de cerveza y se la echó sobre la cabeza.

—¿Señor Escurridizo? —dijo Cliff.

—¿Sí?

—Me parece que queremos hablar. Solo nosotros, ¿me entiende? La banda. Si a usted no le importa.

La mirada de Escurridizo fue de uno a otro. Buddy contemplaba la pared.

Odro estaba haciendo ruiditos burbujeantes. Cliff seguía en el suelo.

—Muy bien —aceptó, y luego añadió jovialmente—: ¿Buddy? Eso de actuar gratis… es una gran idea. Empezaré a organizarlo inmediatamente y podréis hacerlo tan pronto como volváis de vuestra gira. Sí, eso es. Bueno, pues me…

Dio media vuelta para irse y chocó con el brazo de Cliff, que de pronto estaba bloqueando la puerta.

—¿Gira? ¿Qué gira?-Escurridizo retrocedió un poco.

—Oh, unos cuantos sitios. Quirm, Pseudópolis, Sto Lat… —Los miró—. ¿No era lo que queríais hacer?

—Ya hablaremos de eso más tarde —dijo Cliff. Empujó a Escurridizo hacia el pasillo y cerró de un portazo. La cerveza goteó de la barba de Odro.

—¿Una gira? ¿Tres noches más como esta?

—¿Cuál es el problema? —quiso saber Asfalto—. ¡Ha sido magnífico! Todo el mundo os aclamaba. ¡Habéis tocado durante dos horas seguidas! ¡Yo no paraba de echarlos del escenario a patadas! Nunca me he sentido tan… Se calló.

—Sí, es justamente eso —reflexionó Cliff—. Lo raro es que yo salgo al escenario, me siento allí sin saber ni qué es lo que vamos a tocar y entonces Buddy empieza a tocar algo en su… en esa cosa, y de pronto ya estoy haciendo bam-Bam-chcha-chcha-BAM-bam. Ni siquiera sé qué es lo que estoy tocando. Aparece en mi cabeza y me baja por los brazos.

—Sí —dijo Odro—. Yo también. Tengo la impresión de que estoy sacando cosas de ese cuerno que nunca puse ahí dentro.

—Y no es como tocar de verdad —dijo Cliff—. Eso es lo que estoy diciendo. Es más bien como que te toquen a ti.

—Tú llevas mucho tiempo en el negocio del espectáculo, ¿verdad? —preguntó Odro a Asfalto.

—Aja. Ya estoy de vuelta de todo. Más que de vuelta.

—¿Habías visto alguna vez un público así?

—Los he visto tirar flores y vitorear en el Edificio de la Opera…

—¡Ja! ¡Solo flores! ¡Una mujer tiró su… ropa al escenario!

—¡Sí! ¡Me cayó en la cabeza!

—Cuando la señorita Va Va Voom hizo la Danza de la Pluma en el club Mofeta allá por la calle Destilador, todos los espectadores asaltaron el escenario cuando solo le quedaba la última pluma…

—¿Fue igual que esto, entonces?

—No —admitió el troll—. La verdad es que nunca había visto un público tan… hambriento. Ni siquiera con la Señorita Va Va Voom, y eso que entonces tenían bastante apetito, eso sí que os lo aseguro. Claro que nadie tiró ropa interior al escenario. Allí era ella quien solía tirarla desde el escenario.

—Hay algo más —dijo Cliff—. En esta habitación hay cuatro personas y solo tres de ellas están hablando.

Buddy levantó la vista.

—La música es importante —musitó.

—No es música —replicó Odro—. La música no le hace esto a la gente. No hace que se sientan como si acabaran de pasarlos por un exprimidor. He sudado tanto que cualquier día de estos tendré que cambiarme de ropa. —Se frotó la nariz—. Y además, miré al público y pensé: pagaron dinero para entrar aquí. Apuesto a que habrán recaudado más de diez dólares.

Asfalto agitó una tirilla de papel.

—Encontré esta entrada en el suelo —comentó.

Odro la leyó.

—¿Un dólar con cincuenta? —se asombró—. ¿Seiscientas personas a un dólar con cincuenta cada una? ¡Eso… eso son cuatrocientos dólares!

—Novecientos —dijo Buddy con el mismo tono lineal—, pero el dinero no es importante.

—¿El dinero no es importante? ¡No paras de decir eso! Pero ¿Qué clase de músico eres?

Seguía resonando un rugido ahogado en el exterior.

—¿Quieres volver a tocar para media docena de personas en algún sótano perdido después de esto? —dijo Buddy—. ¿Quién es el cuernista más famoso que ha habido jamás, Odro?

—El hermano Osario —respondió el enano al instante—. Eso lo sabe todo el mundo. El hermano Osario robó el altar de oro del templo de Offler y lo hizo convertir en un cuerno, y luego tocó música mágica hasta que los dioses dieron con él y le arrancaron…

—De acuerdo —dijo Buddy—, pero si ahora salieses ahí fuera y preguntaras quién es el cuernista más famoso, ¿se acordarían de un monje felón o clamarían por Odro Hijodeodro?

—Pues…

Odro titubeó.

—Exacto —dijo Buddy—. Piensa en eso. A un músico tienen que escucharle. No puedes parar ahora. No podemos parar ahora.

Odro señaló la guitarra con un dedo.

—Es esa cosa —dijo—. Es demasiado peligrosa.

—¡Puedo controlarla!

—Sí, pero ¿dónde va a terminar todo esto?

—Lo que importa no es cómo acabes —dijo Buddy—. Lo que importa es cómo llegues hasta allí.

—Eso me suena muy a elvish…

La puerta volvió a abrirse de golpe.

—Ejem —dijo Escurridizo—, muchachos, si no volvéis a salir y tocáis algo más entonces estamos en un buen marrón…

—No puedo tocar —dijo Odro—. Me he quedado sin aliento debido a la falta de dinero.

—Dije diez dólares, ¿no? —comentó Escurridizo.

—Cada uno —dijo Cliff.

Escurridizo, que no había esperado marcharse de allí con menos de cien dólares, se echó las manos a la cabeza.

—Vaya, eso sí que es gratitud, ¿eh? —dijo—. ¿Queréis que vaya a la ruina?

—Si quiere le damos un empujoncito —dijo Cliff.

—Está bien, está bien, treinta dólares —dijo Escurridizo—. Y no gano ni para pipas.

Cliff miró a Odro, quien todavía estaba digeriendo aquello del cuernista más famoso del mundo.

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