Soul Music (Mundodisco, #16) – Terry Pratchett

—¿Qué? —exclamó Odro—. ¡Eso será en tu pueblo!

—Pues entonces debería serlo —dijo Buddy—. La gente no debería tener que pagar para tocar música.

—¡Exacto! ¡El chico tiene razón! ¡Es lo que yo he dicho siempre! ¿No es lo que yo he dicho siempre? Es lo que yo he dicho siempre, desde luego que sí.

Escurridizo salió de las sombras que daban los bastidores. Iba acompañado por un troll que, supuso Buddy, tenía que ser Crysoprase. No era particularmente grande, ni siquiera muy escarpado. De hecho tenía un aspecto liso y reluciente, como un guijarro de playa. No tenía ni rastro de liquen por ninguna parte.

Y llevaba ropa. La ropa, aparte de los uniformes o las prendas especiales de trabajo, normalmente no era propia de los trolls. La mayoría llevaba un taparrabos para guardar cosas, y eso era todo. Pero Crysoprase lucía un traje. Parecía bastante mal confeccionado. En realidad estaba muy bien confeccionado, pero incluso un troll sin ropa tiene fundamentalmente un aspecto mal confeccionado.

Crysoprase había aprendido muy deprisa desde que llegó a Ankh-Morpork. Su aprendizaje empezó con una lección importante: pegarle a la gente era brutalidad. En cambio, pagar a otras personas para que dieran las palizas en tu nombre era buen negocio.

—Me gustaría que conocierais a Crysoprase, muchachos —dijo Escurridizo—. Es un viejo amigo mío. El y yo nos conocemos desde hace mucho. ¿No es así, Crys?

—Desde luego que sí.

Crysoprase dirigió a Escurridizo la sonrisa cálida y afable que un tiburón dedica al bacalao con el que le conviene, por el momento, nadar en la misma dirección. Cierto movimiento de los músculos de silicio en la comisura también indicó que, algún día, cierta persona lamentaría aquel «Crys».

—El señor Ruma me ha dicho que sois lo mejor que se ha inventado desde poner palos a los caramelos —comentó—. ¿Tenéis todo lo que necesitáis?

Los tres asintieron en silencio. La gente tendía a no hablar con Crysoprase por si decían algo que le ofendiera. No lo sabrían en ese mismo instante, naturalmente. Lo sabrían más tarde, cuando estuvieran en algún callejón oscuro y una voz detrás de ellos dijera: «El señor Crysoprase está muy disgustado».

—Ahora id a descansar a vuestro camerino —siguió diciendo Crysoprase—. Si queréis comer o beber algo, solo tenéis que decirlo.

Llevaba anillos de diamantes en los dedos. Cliff no podía dejar de mirarlos.

El camerino estaba al lado de los retretes y medio lleno de barriles de cerveza. Odro se apoyó en la puerta.

—No necesito el dinero —afirmó—. Lo único que pido es que me dejen salir de aquí con vida.

—No hafe faifa fe fe freofuf… —empezó a decir Cliff.

—Estás intentando hablar con la boca cerrada, Cliff —dijo Buddy.

—He dicho que no hace falta que te preocupes. Tú no tienes la clase de dientes que él anda buscando —dijo el troll.

Entonces llamaron a la puerta. Cliff volvió a taparse la boca con la mano. Pero resultó ser Asfalto, que traía una bandeja.

Había tres clases de cerveza. Incluso había bocadillos de rata ahumada con las garras y las colas cortadas. Y había un cuenco de coque de la mejor calidad, de antracita y con cenizas encima.

—Dale bien a la muela —gimió Odro mientras Cliff cogía su cuenco—. Puede ser la última ocasión que tengas…

—Quizá no venga nadie y podamos irnos a casa —observó Cliff.

Buddy pasó los dedos por las cuerdas. Los demás dejaron de comer mientras los acordes llenaban la habitación.

—Magia —dijo Cliff, sacudiendo la cabeza.

—No os preocupéis, muchachos —asumió Asfalto—. Si hay algún problema, serán los otros tipos los que pierdan los dientes.

Buddy dejó de tocar.

—¿Qué otros tipos?

—Es curioso pero de pronto todo el mundo está tocando música con rocas dentro —comentó el pequeño troll—. El señor Escurridizo también ha contratado a otra banda para el concierto. Dice que para calentar el ambiente, o algo así.

—¿A quiénes contrató?

—Se llaman Demencia —dijo Asfalto.

—¿Dónde están? —preguntó Cliff.

—Bueno, digamos que… Ya sabéis que vuestro camerino está justo al lado de los retretes, ¿verdad?

Crash intentaba afinar su guitarra detrás del telón deshilachado de la Caverna. Varias cosas estaban obstaculizando aquel procedimiento tan simple. En primer lugar, Blert se había dado cuenta de lo que realmente querían sus clientes y, pidiendo perdón a sus antepasados, había pasado más tiempo pegando trocitos de material reluciente del que había dedicado a las secciones funcionales del instrumento. Dicho de otra manera, había clavado una docena de clavos y luego les había atado las cuerdas. Pero aquello no era un problema muy grave, porque el propio Crash tenía el talento musical de una fosa nasal obstruida.

Miró a Jimbo, Noddy y Escoria. Jimbo, que había pasado a ser el bajista (Blert, entre risitas histéricas, había utilizado un trozo de madera más grande y un poco de alambre para cercas), levantaba la mano con aire titubeante.

—¿ Qué pasa, Jimbo?

—Una de las cuerdas de mi guitarra se ha roto.

—Bueno, tienes cinco más, ¿no?

—Aja. Pero es que no sé cómo tocarlas.

—Tampoco sabías cómo tocar seis, ¿verdad? Pues ahora ya eres un poco menos ignorante.

Escoria atisbó por un lado del telón.

—¿Crash?

—¿Sí?

—Hay centenares de personas ahí fuera. ¡Centenares! Y muchas de ellas también tienen guitarras. ¡Creo que las están agitando en el aire!

Demencia escuchó el rugido que llegaba desde el otro lado del telón. Crash no contaba con demasiadas neuronas, y normalmente estas tenían que gesticular entre sí para atraer la atención de las demás, pero entonces experimentó un diminuto destello y dudó que el sonido que había conseguido Demencia, aun siendo un buen sonido, fuese realmente el sonido que escuchó la noche anterior en el Tambor. Aquel sonido había hecho que le entraran ganas de gritar y bailar, mientras que el otro sonido hacía que le entraran… bueno… que le entraran ganas de gritar y romper la batería de Escoria contra la cabeza de su propietario, francamente.

Noddy echó un vistazo por entre los cortinajes.

—Eh, hay un montón de mag… creo que son magos, en primera fila —anunció—. Estoy… casi seguro de que son magos, pero, quiero decir que…

—Se sabe solo con verlos, estúpido —dijo Crash—. Los magos llevan sombreros puntiagudos.

—Hay uno con… el pelo puntiagudo… —dijo Noddy.

El resto de Demencia aplicó los ojos al hueco.

—Parece una… especie de cuerno de unicornio hecho de pelo…

—¿Qué es lo que lleva escrito en la espalda de la túnica? —preguntó Jimbo.

—Ahí pone NACIDO PARA RUNEAR —dijo Crash, que era el lector más rápido del grupo y no necesitaba usar el dedo en absoluto.

—El flaco lleva una túnica acampanada —observó Noddy.

—Tiene que ser viejo de verdad.

—¡Y todos tienen guitarras! ¿ Creéis que han venido a vernos?

—Tienen que haberlo hecho —respondió Noddy.

—Qué público tan denodado —dijo Jimbo.

—Sí, tienes razón, es un público realmente denodado —dijo Escoria—. Ejem. ¿Qué significa exactamente denodado?

—Significa… significa que hace nudos —explicó Jimbo.

—Claro. Sí, ya me parecía a mí que hoy iba a haber líos.

Crash hizo a un lado sus dudas.

—¡Salgamos ahí y enseñémosles en qué consiste la Música Con Rocas Dentro!-dijo.

Asfalto, Cliff y Odro estaban sentados en un rincón del camerino. El rugido de la multitud se oía desde allí.

—¿Por qué no dice nada? —susurró Asfalto.

—No sé —dijo Odro.

Buddy estaba contemplando el vacío, con la guitarra acunada en sus brazos. De vez en cuando le daba una palmadita al estuche, muy suavemente, al compás de los pensamientos que estuviesen regándole la cabeza.

—A veces se pone así-dijo Cliff—. Se queda sentado mirando el aire…

—Eh, ahí fuera están gritando algo —dijo Odro—. Escuchad.

El rugido llevaba un ritmo.

—Suena como «Rocas, Rocas, Rocas» —dijo Cliff.

La puerta se abrió de golpe y Escurridizo medio corrió y medio cayó dentro del camerino.

—¡Tenéis que salir ahí fuera! —gritó—. ¡Ahora mismo!

—Creía que los chicos demenciales… —empezó a decir Odro.

—Mejor que no preguntes —replicó Escurridizo—. ¡Venga, venga! ¡Si no, harán pedazos el lugar!

Asfalto cogió las rocas.

—Muy bien —dijo.

—No —dijo Buddy.

—¿Qué es esto? —preguntó Escurridizo—. ¿Nervios?

—No. La música debería ser gratis. Libre como el aire y el cielo.

Odro giró la cabeza. La voz de Buddy contenía un tenue eco de armónicos.

—Claro, exacto, eso es lo que decía yo —murmuró Escurridizo—. El Gremio…

Buddy descruzó las piernas y se levantó.

—Supongo que la gente habrá tenido que pagar para entrar aquí, ¿verdad? —dijo.

Odro miró a los demás. Ningún otro parecía haberse dado cuenta. Pero había un suave tañido en el filo de las palabras de Buddy, un suspiro de cuerdas.

—Ah, eso. Por supuesto —admitió Escurridizo—. Hay que cubrir gastos. Están vuestros honorarios…, desgaste del suelo…, calefacción e iluminación…, depreciación…

El rugido se había vuelto más fuerte. En esos momentos tenía cierto componente de pateo colectivo.

Escurridizo tragó saliva. De pronto adoptó la expresión de un hombre preparado para hacer el sacrificio supremo.

—Yo podría… quizá… subir… quizá… un dólar —dijo, y cada palabra tuvo que librar una dura lucha para salir de la cámara acorazada de su alma.

—Si salimos al escenario ahora, quiero que hagamos otra actuación —exigió Buddy.

Odro clavó una mirada suspicaz en la guitarra.

—¿Qué? No hay problema. No tardaré nada en… —empezó a decir Escurridizo.

—Gratis.

—¿Gratis? —La palabra dejó atrás los dientes de Escurridizo antes de que pudieran cerrarse de golpe, pero su propietario se recuperó magníficamente—. ¿No queréis cobrar? Ciertamente, si…

Buddy no se movió.

—Lo que quiero decir es que nosotros no cobramos y la gente no tiene que pagar para escucharnos. Tantas personas como sea posible.

¿Gratis?

—¡Sí!

—¿Y dónde está el beneficio en eso?

Una botella de cerveza vacía vibró hasta caer de la mesa y se hizo añicos contra el suelo. Un troll apareció en el hueco de la puerta, o al menos parte de él lo hizo. No podría entrar en la habitación sin arrancar el marco de la puerta de la pared, pero tenía el aspecto de no ir a pensárselo dos veces antes de hacer tal cosa.

—El señor Crysoprase quiere saber qué está pasando —gruñó.

—Ejem… —empezó a decir Escurridizo.

—Al señor Crysoprase no le gusta que le hagan esperar.

—Ya lo sé, es que…

—Se pone triste si le hacen esperar…

—¡Está bien! —gritó Escurridizo—. ¡Gratis! Y voy a la ruina. Te das cuenta de eso, ¿verdad?

Buddy tocó un acorde que pareció dejar lucecitas flotando en el aire.

—Vamos —dijo suavemente.

—Conozco esta ciudad —musitó Escurridizo mientras La Banda Con Rocas Dentro se apresuraba hacia el vibrante escenario—. Dile a la gente que es algo gratis y aparecerán millares de ellos y…

Necesitarán comer, dijo una voz dentro de su cabeza. La voz tenía un tañido.

Necesitarán beber.

Necesitarán comprar camisetas de la Banda Con Rocas Dentro…

Muy poco a poco, el rostro de Escurridizo se recompuso formando una sonrisa.

—Un festival gratis —dijo—. ¡Claro! Es nuestro deber público. La música debería ser gratis. Y las salchichas en panecillo deberían costar un dólar cada una, mostaza aparte. Quizá un dólar cincuenta. Y voy a la ruina.

Entre bastidores, el estrépito que armaba el público era un muro sólido de sonido.

—Hay un montón de gente —dijo Odro—. ¡En toda mi vida nunca he tocado para tantas personas!

Asfalto estaba disponiendo las rocas de Cliff en el escenario y recibiendo oleadas de aplausos y rechiflas.

Odro alzó la mirada hacia Buddy, que no había soltado la guitarra en todo aquel tiempo. Los enanos no son muy dados a la introspección, pero Odro fue súbitamente consciente del deseo de estar muy lejos de allí, dentro de una caverna perdida en alguna parte.

—La mejor de las suertes, chicos —dijo una vocecita carente de inflexiones detrás de ellos.

Jimbo le estaba vendando el brazo a Crash.

—Ejem, gracias —repuso Cliff—. ¿Qué os ha pasado?

—Nos tiraron algo —explicó Crash.

—¿El qué?

—Creo que a Noddy.

Lo que se podía ver de la cara de Crash se frunció en una enorme y terrible sonrisa.

—¡Pero lo hemos conseguido! —dijo—. ¡Hemos hecho música con auténticas rocas dentro! ¡Ese momento, cuando Jimbo hizo pedazos su guitarra, les encantó!

—¿Hizo pedazos su guitarra?

—Sí —respondió Jimbo, con el orgullo del artista—. Contra Escoria.

Buddy tenía los ojos cerrados. A Cliff le pareció ver un resplandor muy, muy tenue que lo envolvía como una ligera neblina. Había diminutos puntos de luz dentro de ella.

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