Soul Music (Mundodisco, #16) – Terry Pratchett

—Hola, chicos.

Se volvieron. Escurridizo les sonrió desde encima de una bandeja de posibles salchichas y panecillos. Detrás de él había un par de sacos.

—Sentimos llegar tarde —dijo Odro—, pero no encontrábamos su oficina en ninguna parte.

Escurridizo extendió los brazos cuan largos eran.

—Esta es mi oficina —anunció, en un tono igualmente expansivo—. ¡La plaza Sator! ¡Cientos de metros cuadrados de espacio! ¡Muy bien comunicada! ¡Ocasiones comerciales! Probaos esto —añadió, cogiendo uno de los sacos y abriéndolo—. Tuve que escoger las tallas a ojo.

Eran negras, y estaban hechas de algodón barato. Una de ellas era de la talla XXXXL.

—¿Una camiseta con palabras escritas? —preguntó Buddy.

—«La Banda Con Rocas Dentro» —leyó Cliff, lentamente—. Eh, esos somos nosotros, ¿verdad?

—¿Para qué las queremos? —quiso saber Odro—. Ya sabemos quiénes somos.

—Publicidad —explicó Escurridizo—. Confiad en mí. —Se puso en la boca un cilindro marrón y encendió el extremo—. Llevadlas esta noche. ¡Que si tengo un bolo listo para vosotros!

—¿ Lo tiene? —preguntó Buddy.

—¡Eso es lo que he dicho!

—No, nos lo estaba preguntando —dijo Odro—. ¿Cómo quiere que lo sepamos?

—¿No hacen falta varios para poder jugar? —preguntó Cliff.

Escurridizo empezó de nuevo.

—¡Es un sitio muy grande y vais a tener un montón de público! Y además os llevaréis… —contempló sus rostros abiertos y confiados— diez dólares por encima de la tarifa del Gremio. ¿Qué os parece eso?

Una enorme sonrisa partió en dos el rostro de Odro.

—¿Por cabeza? —preguntó.

Escurridizo volvió a evaluarlos con la mirada.

—Pues…, no —dijo—. Seamos justos. Diez dólares entre todos. En fin, seamos serios. Necesitáis daros a conocer.

—Otra vez esa frase —intervino Cliff—. El Gremio de Músicos se nos echará al cuello.

—En ese sitio no —les aseguró Escurridizo—. Garantizado.

—¿Dónde es, entonces? —preguntó Odro.

—¿Estáis preparados para esto?

Lo miraron parpadeando. Escurridizo sonrió de oreja a oreja, y sopló una nube de humo grasiento.

—¡La Caverna!

El ritmo continuó…

Naturalmente, tiene que haber unas cuantas mutaciones… Gortlick y Hammerjug eran compositores y miembros de pleno derecho del Gremio de Músicos.

Escribían canciones de enanos para cualquier ocasión.

Se suele decir que eso no es algo muy difícil de hacer mientras uno se acuerde de cómo se escribe la palabra «Oro», pero esa manera de ver las cosas es un poco cínica. Muchas canciones de enanos[21] son alguna variación sobre «Oro, oro, oro», pero todo radica en la inflexión: los enanos tienen millares de palabras para decir «oro» pero utilizarán la primera que se les ocurra en caso de emergencia, como por ejemplo cuando ven algo de oro que no les pertenece.

Gortlick y Hammerjug tenían un despacho pequeño en el callejón de la Tapa de Hojalata, donde se sentaban a ambos lados de un yunque y escribían canciones populares para cantar en la mina.

—¿Gort?

—¿Qué?

—¿Qué opinas de esta?

Hammerjug se aclaró la garganta.

Soy duro y legal y soy duro y legal
y soy duro y legal
y soy duro y legal, y yo y mis amigos podemos ir hacia ti con nuestros
sombreros puestos del rev és de manera amenazadora,
¡yo!

Gortlick mordisqueó pensativamente el extremo de su martillo de componer.

—El ritmo está bien —comentó—, pero habría que trabajar un poco más la letra.

—¿Te refieres a añadir más oro, oro, oro?

—Sí, creo que sí. ¿Cómo estás pensando llamarla?

—Ejem… música r… rat.

—¿Por qué música rat?

Hammerjug puso cara de perplejidad.

—Pues la verdad es que no sabría decírtelo —murmuró—. Solo ha sido una idea que he tenido en el cerebro.

Gortlick sacudió la cabeza.

Los enanos eran una raza minera y Gortlick sabía qué era lo que les gustaba.

—La buena música ha de tener agujero —dijo—. Si no tienes agujero, entonces no tienes nada.

—Calma, calma —rogó Escurridizo—. Es el local más grande de todo Ankh-Morpork, esa es la razón. No entiendo el problema…

—¿La Caverna? —gritó Odro—. ¡Pues que es propiedad de Crysoprase el troll, ese es el problema!

—Dicen que es padrino en la Breccia —dijo Cliff.

—Venga, venga, eso nunca ha sido probado…

—¡Solo porque es muy difícil probar las cosas cuando alguien te ha hecho un agujero en la cabeza y te ha enterrado los pies en él!

—No veo que haya ninguna razón para tantos prejuicios, solo porque sea un troll —protestó Escurridizo.

—¡Yo soy un troll! Así que puedo tener prejuicios contra los trolls, ¿de acuerdo? ¡Crysoprase es un vil hijo de veta! Dicen que cuando encontraron a la banda de los DeSecho, ninguno de ellos tenía un solo diente…

—¿Qué es la Caverna? —preguntó Buddy.

—Un sitio de trolls —explicó Cliff—. Dicen que…

—¡Será estupendo! ¿Por qué preocuparse? —dijo Escurridizo. —¡También es un garito de apuestas![22]

—Pero los del Gremio nunca entrarán ahí —dijo Escurridizo—. No, si saben lo que les conviene.

—¡Y yo también sé lo que me conviene! —gritó Odro—. ¡Siempre se me ha dado muy bien saberlo! ¡Lo que me conviene es no entrar en un tugurio de trolls!

—En el Tambor te tiraron hachas —recordó Escurridizo, tratando de ser razonable.

—Sí, pero solo para divertirse. Tampoco es que estuvieran apuntando.

—De todas maneras —dijo Cliff—, allí solo van trolls y humanos jóvenes tan condenadamente idiotas como para creer que ir a beber a un bar de trolls es buena idea. No tendremos público.

Escurridizo golpeteó un lado de su nariz con un dedo.

—Vosotros tocad —dijo—. Tendréis un público. Eso es trabajo mío.

—¡Las puertas no son lo bastante grandes como para que yo entre por ellas! —estalló Odro.

—Son unas puertas enormes —dijo Escurridizo.

—¡Pues no son lo bastante grandes para mí porque si alguien intenta meterme ahí dentro tendrá que meter también la calle, debido a que yo me estaré agarrando a ella!

—Venga, sé un poco sensato…

—¡No! —gritó Odro—. ¡Y estoy gritando en nombre de los tres!

La guitarra gimoteó.

Buddy se la pasó por alrededor hasta que pudo sostenerla y tocó un par de acordes. Aquello pareció calmarla.

—Me parece que…, ejem…, le gusta la idea —anunció.

—Le gusta la idea —dijo Odro, calmándose un ápice—. Vaya, estupendo. Bueno, ¿sabéis lo que les hacen a los enanos que entran en la Caverna?

—Necesitamos el dinero, y probablemente no será peor que lo que nos hará el Gremio si tocamos en cualquier otro sitio —repuso Buddy—. Y tenemos que tocar.

Se miraron el uno al otro.

—Bueno, muchachos, lo que deberíais hacer ahora —dijo Escurridizo, exhalando un anillo de humo— es encontrar algún sitio tranquilo y agradable donde pasar el día. Descansad un poco.

—En eso tiene toda la maldita razón —dijo Cliff—. No tenía pensado cargar con estas rocas todo el tiempo…

Escurridizo alzó un dedo.

—Ah —dijo—, también he pensado en eso. Me dije a mí mismo que no querríais desperdiciar vuestro talento cargando cosas de un lado a otro, así que os contraté un ayudante. Muy barato, solo un dólar al día. Lo descontaré directamente de vuestra paga para que no tengáis que preocuparos por ello. Os presento a Asfalto.

—¿A quién? —preguntó Buddy.

—A mí-dijo uno de los sacos que había al lado de Escurridizo.

El saco se abrió un poco y resultó no ser un saco, sino una… una especie de cosa arrugada… algo así como un montón móvil de…

Buddy sintió que le lloraban los ojos. Aquella cosa parecía un troll, salvo que era más bajo que un enano. Pero no era más pequeño que un enano: Asfalto compensaba con anchura lo que le faltaba en altura y, por cierto, también con olor.

—¿Cómo es que es tan corto? —preguntó Cliff.

—Un elefante se me sentó encima —explicó Asfalto con voz enfurruñada.

Odro se sonó la nariz.

—¿Solo se sentó?

Asfalto ya llevaba una camiseta de «La Banda Con Rocas Dentro». Le quedaba bastante apretada de pecho, pero le llegaba hasta el suelo.

—Asfalto cuidará de vosotros —dijo Escurridizo—. No hay nada que él no sepa sobre el negocio del espectáculo.

Asfalto los obsequió con una gran sonrisa.

—Conmigo estaréis bien —dijo—. He trabajado con todos ellos, sí señor. Ya estoy de vuelta de todo.

—Podríamos ir a los Frentes —propuso Cliff—. Cuando son vacaciones en la Universidad Invisible nunca hay nadie por allí.

—Estupendo. Bueno, tengo muchas cosas que organizar —dijo Escurridizo—. Nos veremos esta noche. La Caverna. Siete en punto.

Se marchó a grandes zancadas.

—¿Sabéis qué es lo que no acabo de entender de él? —dijo Odro.

—¿Qué?

—La manera en que se estaba fumando esa salchicha. ¿Creéis que lo sabía?

Asfalto cogió la bolsa de Cliff y se la echó al hombro sin ningún esfuerzo.

—Vamos, jefe —dijo.

—¿Un elefante se te sentó encima? —le preguntó Buddy mientras cruzaban la plaza.

—Aja. En el circo —dijo Asfalto—. Yo solía limpiarles los traseros.

—¿Y fue así como terminaste de esta manera?

—Qué va. No me quedé así hasta la tercera o cuarta vez que los elefantes se me sentaron encima —dijo el pequeño troll aplanado—. No sé por qué lo hacían. Yo iba detrás de ellos limpiando y de pronto todo se volvía oscuro.

—Pues yo lo hubiese dejado después de la primera vez —comentó Odro.

—¡Naaa! —dijo Asfalto con una sonrisa de satisfacción—. Yo no podía hacer eso. Llevo el negocio del espectáculo en el alma.

Ponder contempló la cosa que habían montado a martillazos.

—Yo tampoco lo entiendo —confesó—. Pero… parece que podemos atraparla en un cordel, y esto hace que el cordel vuelva a tocar la música. Es como un iconógrafo para el sonido.

Habían puesto el cable dentro de la caja, que resonaba magníficamente. Tocaba la misma docena de compases, una y otra vez.

—Una caja de música-dijo Ridcully—. ¡Caramba, caramba!

—Lo que me gustaría intentar —expuso Ponder— es hacer que los músicos tocaran delante de un montón de cordeles como este. Quizá podríamos capturar la música.

—¿Para qué? —preguntó Ridcully—. ¿Para qué narices querría usted hacer eso?

—Bueno… si pudiéramos meter la música en cajas, entonces ya no necesitaríamos a los músicos nunca más.

Ridcully titubeó. Había mucho que decir en favor de la idea. Un mundo sin músicos tenía cierto atractivo. Eran una pandilla de piojosos, por lo que Ridcully sabía. Gente muy antihigiénica.

Finalmente sacudió la cabeza, de mala gana.

—Con esta clase de música, no —dijo—. Queremos detenerla, no que haya más.

—¿Qué tiene de malo exactamente? —preguntó Ponder.

—Es… bueno, ¿es que no lo ve? —dijo Ridcully—. Obliga a la gente a hacer cosas raras. Llevan ropa rara. Se vuelven groseros. No hacen lo que se les dice que hagan. No puedo hacer nada con ellos, créame. No está bien. Y además… acuérdese del señor Hong.

—Sin duda, se trata de algo muy insólito, ya lo creo —dijo Ponder—. ¿Podríamos obtener un poco más? ¿Con vistas a estudiarla? ¿Archicanciller?

Ridcully se encogió de hombros.

—Sigamos al decano —dijo.

—Cielos —jadeó Buddy en el enorme vacío lleno de ecos—. No me extraña que lo llamen la Caverna. Es inmenso.

—Me siento enano —dijo Odro.

Asfalto se aproximó a la parte delantera del escenario.

—Uno dos, uno dos —dijo—. Uno. Uno. Uno dos, uno do…

—Tres —dijo Buddy servicialmente.

Asfalto se calló y pareció sentirse incómodo.

—Solo estaba probando, ya sabes, solo estaba probando la… probando la… —musitó—. Solo estaba probando la… cosa.

—Nunca llenaremos este sitio —comentó Buddy.

Odro estaba hurgando dentro de una caja que había en un extremo del escenario.

—Pero tal vez estos sí-dijo—. Mirad aquí.

Desenrolló un cartel. Los demás hicieron un corro a su alrededor.

—Es un dibujo de nosotros —dijo Cliff—. Alguien ha pintado un dibujo de nosotros.

—Poniendo cara de duros —dijo Odro.

—Buddy ha quedado muy bien —opinó Asfalto—. Con esa manera suya de agitar la guitarra.

—¿Por qué hay todos esos rayos y demás? —preguntó Buddy.

—Yo nunca parezco tan duro ni siquiera cuando me pongo en plan duro de verdad —dijo Odro.

—«El Nuebo Sonido Que Está Aciendo Furor» —leyó Cliff, arrugando la frente por el esfuerzo.

—«La Banda Con Rokas» —dijo Odro.

—Oh, no. Dice que vamos a estar aquí y todo lo demás —gimió Odro—. Ya podemos darnos por muertos.

—«Ven Si No Eres Un Vehículo Ricamente Adornado» —dijo Cliff—. Eso sí que no lo entiendo.

—Ahí dentro hay docenas de rollos —dijo Odro—. Son pósters, eso es lo que son. ¿Sabéis lo que significa eso? El señor Escurridizo los ha hecho pegar por todas partes. Hablando de eso, cuando el Gremio de Músicos nos eche el guante…

—La música es gratis —le sentenció Buddy—. Tiene que ser gratis.

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