Soul Music (Mundodisco, #16) – Terry Pratchett

—¡No sé qué es lo que está pasando! —exclamó Buddy.

La guitarra gimió.

Todos la miraron.

—Lo que haremos es coger esa cosa y tirarla al río —dijo Cliff—. Que todos los que estén a favor digan: «Sí». O «Oook», si se da la circunstancia.

Hubo otro silencio. Nadie se abalanzó para coger el instrumento.

—Pero el caso es —dijo Odro—, el caso es… que de verdad les encantamos.

Todos pensaron en ello.

—La verdad es que no me sentí nada… mal —reconoció Buddy.

—He de admitir que… nunca he tenido tanto público en toda la vida-dijo Cliff. —Oook. —Si tan buenos somos —dijo Odro—, ¿por qué no somos ricos?

—Porque eres tú el que hace las negociaciones —dijo Cliff—. Si tenemos que pagar el mobiliario, pronto tendré que comerme la cena con pajita.

—¿Estás diciendo que no lo hago bien? —protestó Odro, poniéndose en pie muy enfadado.

—Tocas bien el cuerno. Pero no eres un mago de las finanzas.

—Ja, me gustaría ver…

Llamaron a la puerta. Cliff suspiró.

—Será otra vez Hibisco —dijo—. Pasadme ese espejo. Intentaré lanzarlo contra el que hay al otro lado.

Buddy abrió la puerta. Hibisco estaba allí, pero detrás de un hombre no tan alto como él que lucía una chaqueta muy larga y una amplia, afable sonrisa.

—Ah-dijo la sonrisa—. Tú eres Buddy, ¿verdad?

—Ejem, sí.

Un instante después el hombre ya estaba dentro, sin que pareciera haberse movido de verdad, y cerraba de una patada la puerta en las narices del patrón.

—El nombre es Escurridizo —siguió diciendo la sonrisa—. Y. V. A. L. R. Escurridizo. ¿No habéis oído hablar de mí?

—¡Oook!

—¡No te estoy hablando a ti! Os estoy hablando a vosotros, muchachos.

—No —repuso Buddy—. Me parece que no hemos oído hablar de usted.

La sonrisa pareció ensancharse.

—He oído decir que os habéis metido en un pequeño lío —comentó Escurridizo—. Unos cuantos muebles rotos y no sé qué más.

—Ni siquiera nos van a pagar —se quejó Cliff, lanzando a Odro una mirada feroz.

—Bueno, pues a lo mejor yo podría ayudaros en eso —dijo Escurridizo—. Soy un hombre de negocios. Hago negocios. Ya he podido ver que sois músicos. Tocáis música. No queréis perder el tiempo preocupándoos por cuestiones de dinero, ¿verdad? Si no me equivoco, eso estorba los procesos creativos. ¿Qué tal si dejarais que yo me ocupe de eso?

—Hum —dijo Odro, dolido todavía por el insulto a su agudeza financiera—. ¿Y qué es lo que puede hacer usted?

—Bueno —repuso Escurridizo—, pues para empezar puedo hacer que os paguen por lo de esta noche.

—¿Qué pasa con el mobiliario? —preguntó Buddy.

—Oh, aquí se rompen cosas todas las noches —dijo Escurridizo alegremente—. Hibisco os estaba tomando el pelo. Yo me encargaré de arreglarlo con él. En confianza, os diré que debéis tener mucho cuidado con la gente como él.

Se inclinó hacia delante. Si su sonrisa hubiera sido un milímetro más ancha, se le habría desprendido la coronilla.

—Esta ciudad es una jungla, muchachos —sentenció.

—Si puede hacer que nos paguen, entonces confío en él —dijo Odro.

—¿Así de sencillo? —preguntó Cliff.

—Yo confío en cualquiera que me dé dinero.

Buddy miró la mesa. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que si algo no andara bien, entonces la guitarra haría algo. Quizá soltar una disonancia. Pero el instrumento ronroneaba suavemente, como para sí mismo.

—Bueno, está bien. Si significa que voy a conservar todos mis dientes, yo estoy a favor —concluyó Cliff.

—Vale —dijo Buddy.

—¡Estupendo! ¡Estupendo! ¡Podemos hacer una música muy hermosa juntos! Al menos… vosotros podéis hacerla, ¿eh, muchachos?

Se sacó del bolsillo un lápiz y una hoja de papel. El león rugió en los ojos de Escurridizo.

En algún lugar muy alto de las Montañas del Carnero, Susan guiaba a Binky por encima de un banco de nubes.

—¿Cómo puede decir esas cosas? —dijo—. ¿Jugar con las vidas de las personas, y luego hablar del deber?

En el Gremio de Músicos todas las luces estaban encendidas.

Una botella de ginebra tamborileó contra el borde de un vaso. Luego traqueteó brevemente sobre el escritorio cuando Satchelmouth la dejó allí.

—¿Es que nadie sabe quién demonios son? —preguntó el señor Clete, mientras Satchelmouth conseguía agarrar el vaso al segundo intento—. ¡Alguien tiene que saber quiénes son!

—No sé nada del chico —murmuró Satchelmouth—. Nadie lo había visto antes. Y… y… bueno, usted ya conoce a los trolls… podría ser cualquiera…

—Está claro que uno de ellos era el Bibliotecario de la Universidad —observó Herbert «Señor Clavicordio» Baraja, el bibliotecario del Gremio de Músicos.

—A él podemos dejarlo fuera del asunto por el momento —dijo Clete.

Los demás asintieron. Nadie quería tratar de ponerle la mano encima al Bibliotecario si había alguien más pequeño disponible.

—¿Y qué me dicen del enano?

—Eso.

—Alguien dijo que le parecía que era Odro Hijodeodro. Vive en algún lugar del Camino de Fedre…

Clete gruñó.

—Que algunos de los chicos vayan allí ahora mismo. Quiero que se les explique inmediatamente cuál es la posición que corresponde a los músicos en esta ciudad. Jat. Jat. Jat.

Los músicos salieron a la noche y se apresuraron a dejar atrás el estrépito del Tambor Remendado.

—Se ha portado muy bien con nosotros, ¿verdad? —dijo Odro—. Quiero decir que, bueno, no solo hemos recibido nuestra paga. ¡Estaba tan interesado que nos dio veinte dólares de su propio dinero!

—Creo que lo que dijo fue que nos prestaba veinte dólares con intereses —comentó Cliff.

—Es lo mismo, ¿no? Y dijo que podía conseguirnos más trabajos. ¿Te leíste el contrato?

—¿Y tú?

—Estaba escrito en letra muy pequeña —dijo Odro, y se animó—. Pero había montones de ella —añadió—. Con tanta letra, seguro que tiene que ser un buen contrato.

—El Bibliotecario se ha ido —dijo Buddy—. Soltó un montón de oooks y luego salió corriendo.

—¡Ja! Bueno, luego lo lamentará —afirmó Odro—. Luego la gente hablará con él y entonces él dirá: «Sabes, les dejé antes de que se hicieran famosos».

—Dirá ook.

—Bueno, de todas maneras ese piano va a necesitar un poco de trabajo.

—Sí —dijo Cliff—. Una vez vi a un tipo que hacía cosas con cerillas. El podría repararlo.

Un par de dólares se convirtieron en dos kormas de cordero y un vindaloo de pecblenda en los Jardines del Curry, junto con una botella de vino tan químico que hasta los trolls podían beberlo.

—Y después de esto —le dijo Odro mientras se sentaban a esperar la comida—, encontraremos algún otro sitio donde alojarnos.

—¿Qué tiene de malo el tuyo? —preguntó Cliff.

—Hay demasiadas corrientes de aire. Tiene un agujero con forma de piano en la puerta.

—Sí, pero fuiste tú quien lo puso allí.

—¿Y qué?

—Que si el casero no protestará.

—Por supuesto que protestará. Para eso están los caseros. De todas maneras esto va viento en popa, muchachos. Lo noto en mis aguas.

—Creía que ya te dabas por satisfecho con que te pagaran —le recordó Buddy.

—Claro. Claro. Pero me pongo todavía más contento si me pagan mucho.

La guitarra emitió un murmullo. Buddy la cogió y pellizcó una cuerda.

Odro dejó caer su cuchillo.

—¡Eso sonaba igual que un piano! —exclamó.

—Creo que puede sonar como cualquier cosa —dijo Buddy—. Y ahora conoce los pianos.

—Magia-dijo Cliff.

—Pues claro que es magia —repuso Odro—. Eso es lo que he estado diciendo yo desde el primer momento. Algo extraño y antiguo, encontrado en una vieja tienda llena de polvo durante una noche de tormenta…

—No había tormenta-objetó Cliff.

—… tiene que ser… sí, de acuerdo, pero llovía un poco… tiene que ser un poco especial. Apuesto a que si volviéramos ahora, la tienda ya no estaría allí. Eso lo demostraría. Todo el mundo sabe que las cosas compradas en tiendas que ya no están allí al día siguiente son tremendamente misteriosas y auténticos utensilios del Destino. Puede que el Destino nos esté sonriendo.

—Que nos esté haciendo algo —dijo Cliff—. Espero que sea sonreír.

—Y el señor Escurridizo dijo que nos encontraría algún sitio realmente especial para tocar mañana.

—Estupendo —dijo Buddy—. Tenemos que tocar.

—Claro que sí-dijo Cliff—. Nosotros tocamos. Es nuestro trabajo.

—La gente debería oír nuestra música.

—Desde luego. —Cliff parecía un poco perplejo—. Claro. Por supuesto. Eso es lo que queremos. Y un poco de paga, también.

—El señor Escurridizo nos ayudará —afirmó Odro, que estaba demasiado absorto como para notar el matiz ansioso en la voz de Buddy—. Tiene que estar triunfando a lo grande. Tiene un despacho en la plaza Sator. Solo los negocios más boyantes pueden permitirse algo así.

Amaneció un nuevo día.

Apenas había terminado de hacerlo cuando Ridcully caminó a toda prisa por la hierba rociada de los jardines de la universidad y aporreó la puerta del Edificio de Magia de Altas Energías.

Generalmente el archicanciller nunca se acercaba a aquel sitio. No era que Ridcully no entendiese lo que hacían los magos jóvenes que trabajaban allí, sino más bien que sospechaba que ellos mismos tampoco lo entendían. Parecían pasarlo en grande estando cada vez menos seguros acerca de todo, y luego iban a cenar diciendo cosas como «¡Vaya, hoy hemos echado por tierra la Teoría de la Imponderabilidad Táumica de Hoja Medular! ¡Asombroso!», como si eso fuera algo para sentirse orgulloso en vez de una vulgar falta de cortesía.

Además siempre estaban hablando de dividir el taumo, la unidad de magia más pequeña que se conocía. El archicanciller no le veía el sentido a todo aquello. De acuerdo, habría trochos de taumo esparcidos por todas partes; ¿de qué iba a servir eso a nadie? El universo ya estaba bastante mal sin gente que se dedicara a hurgar en él.

La puerta se abrió.

—Ah, es usted, archicanciller.

Ridcully abrió un poco más la puerta.

—Buenos días, Stibbons. Me alegro de ver que se ha levantado temprano.

Ponder Stibbons, el miembro más joven del cuadro académico, le hizo guiños al cielo.

—¿Ya es de día? —preguntó.

Ridcully pasó junto a él y entró en el EMAE, un terreno muy poco familiar para un mago tradicional. No se veía ni una sola calavera o vela que gotease cera, y aquella habitación en concreto tenía el aspecto de un laboratorio de alquimista que hubiera sufrido la inevitable explosión y acabara de aterrizar en una herrería.

El archicanciller tampoco aprobaba la túnica de Stibbons. Era del largo apropiado pero de un color gris verdoso deslucido, con bolsillos y cazonetes y una capucha ribeteada por un poquito de piel de conejo. No contaba con una sola lentejuela, joya o símbolo místico en ninguna parte. Solo había una mancha allí donde la estilográfica de Stibbons perdía tinta.

—¿No ha salido últimamente? —preguntó Ridcully.

—No, señor. Ejem. ¿Debería haberlo hecho? He estado muy ocupado trabajando en mi artilugio para Hacerlo-Más-Grande. Ya sabe, se lo enseñé…[20]

—Claro, claro —dijo Ridcully, mirando a su alrededor—. ¿Hay alguien más trabajando aquí?

—Bueno… estoy yo, y Tez el Terrible y Skazz y Gran Loco Drongo, creo…

Ridcully parpadeó.

—¿Qué son todos esos…? —empezó a preguntar.

Entonces, desde las profundidades de la memoria, se sugirió una horrible respuesta. Solo existía una especie muy concreta con unos nombres como aquellos.

¿Estudiantes?

—Ejem. ¿Sí? —dijo Ponder, empezando a retroceder—. No le parecerá mal, ¿verdad? Esto es una universidad, al fin y al cabo…

Ridcully se rascó la oreja. Ponder tenía razón, por supuesto. Había que tener a algunos de aquellos mamones por allí, no había forma de evitarlo. Personalmente, Ridcully procuraba mantenerse alejado de ellos siempre que le era posible, al igual que hacía el resto del cuadro académico, en ocasiones echando a correr en dirección opuesta o escondiéndose detrás de una puerta cada vez que los veía. Se sabía que el catedrático de Runas Recientes había llegado a encerrarse en su armario para no tener que encargarse de una tutoría.

—Más vale que los vaya a buscar —dijo Ridcully—. Porque me parece que he perdido toda la facultad.

—¿De qué, archicanciller? —le preguntó Ponder, educadamente.

—¿Qué?

—¿Cómo?

Se miraron el uno al otro sin comprenderse, dos mentes conduciendo en sentido opuesto por un callejón estrecho y esperando a que la otra recule primero.

—La facultad. El cuadro académico —explicó Ridcully, dándose por vencido—. El decano y todos esos. Se han vuelto majaras. Han pasado toda la noche levantados tocando guitarras y no sé qué otras cosas. El decano se ha hecho una chaqueta de cuero.

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