Soul Music (Mundodisco, #16) – Terry Pratchett

—Oh, no. Eso no puede ser cierto. No es más que una figura retórica. ¿Y qué tiene de malo «abuelito»?

ABUELO ES UNA PALABRA CON LA QUE PUEDO VIVIR. ¿ABUELITO? A UN PASO DE DISTANCIA DE YAYO, EN MI OPINIÓN. Y EN CUALQUIER CASO, PENSABA QUE CREÍAS EN LA LÓGICA. LLAMAR A ALGO UNA FIGURA RETÓRICA NO SIGNIFICA QUE NO SEA CIERTO.

La Muerte agitó vagamente el reloj de arena.

POR EJEMPLO, DIJO, HAY MUCHAS COSAS PEORES QUE REMOVER EN UNA HERIDA. NUNCA HE ENTENDIDO LA FRASE. SEGURAMENTE TIRARLE ÁCIDO ENCIMA SERÍA AÚN PEOR…

La Muerte se calló.

¡YA LO ESTOY VOLVIENDO A HACER! ¿POR QUÉ DEBERÍA IMPORTARME LO QUE SIGNIFIQUE LA DICHOSA FRASE? ¿O CÓMO ME LLAMES? ¡TODO ESO CARECE DE IMPORTANCIA! ENREDARSE CON LOS HUMANOS TE NUBLA LA MENTE. CRÉEME, MUCHACHA. MANTENTE ALEJADA DE ELLOS.

—Pero es que yo soy humana.

NO DIJE QUE FUERA A SER SENCILLO, ¿VERDAD? NO PIENSES EN ELLO. NO SIENTAS.

—Tú eres experto en eso, ¿no? —preguntó Susan apasionadamente.

PUEDE QUE ME HAYA PERMITIDO CIERTOS DESTELLOS EMOTIVOS EN EL PASADO RECIENTE, dijo la muerte, PERO TE ASEGURO QUE PUEDO DEJARLO EN CUANTO QUIERA.

Volvió a alzar el reloj de arena.

ES UN HECHO INTERESANTE QUE LA MÚSICA, INMORTAL POR NATURALEZA, A VECES PUEDE PROLONGAR LA VIDA DE QUIENES SE ENCUENTRAN ESTRECHAMENTE ASOCIADOS A ELLA, dijo. ME HE DADO CUENTA DE QUE LOS COMPOSITORES FAMOSOS, EN PARTICULAR, SUELEN AGARRARSE A LA VIDA DURANTE MUCHO TIEMPO. LA MAYORÍA ESTÁN SORDOS COMO UNA TAPIA CUANDO VOY A VERLOS. SUPONGO QUE EN ALGUNA PARTE DEBE DE HABER UN DIOS QUE LO ENCUENTRA MUY DIVERTIDO. LA MUERTE SE LAS ARREGLÓ PARA ADOPTAR UNA EXPRESIÓN DESDEÑOSA. ES JUSTO LA CLASE DE BROMA QUE LES ENCANTA GASTAR.[17]

Volvió a dejar el reloj de arena encima de la mesa y lo tocó con un dígito huesudo.

El cristal hizo uauuummmmiiii-chida-chida-chida.

ÉL NO TIENE VIDA. TIENE MÚSICA.

—¿La música ha tomado posesión de él?

SE PODRÍA DECIR ASÍ.

—¿Prolongando su vida?

LA VIDA ES EXTENSIBLE. ESO ES ALGO QUE OCURRE OCASIONALMENTE ENTRE LOS HUMANOS. NO MUY A MENUDO, CLARO. HABITUALMENTE OCURRE EN FORMA DE TRAGEDIA, DE MANERA TEATRAL. PERO ESTO NO ES OTRO HUMANO CUALQUIERA. ESTO ES MÚSICA.

—Él tocó algo, en alguna clase de instrumento de cuerda parecido a una guitarra…

La Muerte se volvió.

¿DE VERAS? VAYA, VAYA, VAYA…

—¿Eso es importante?

ES… INTERESANTE.

—¿Es algo que yo debería saber?

NO ES NADA IMPORTANTE. UN TROCITO DE ESCOMBRO MITOLÓGICO. TODO SE RESOLVERÁ POR SÍ MISMO, DE ESO PUEDES ESTAR SEGURA.

—¿Qué quieres decir con que todo se resolverá por sí mismo?

PROBABLEMENTE ESTARÁ MUERTO EN CUESTIÓN DE DÍAS.

Susan contempló el biómetro. —¡Pero eso es espantoso!

¿MANTIENES ALGÚN TIPO DE RELACIÓN SENTIMENTAL CON ESE JOVEN?

—¿Qué? ¡No! ¡Solo lo he visto una vez!

¿VUESTROS OJOS NO SE HAN ENCONTRADO A TRAVÉS DE UNA HABITACIÓN LLENA DE GENTE O ALGO DE ESA NATURALEZA?

—¡No! ¡Por supuesto que no!

¿Y ENTONCES POR QUÉ DEBERÍA IMPORTARTE?

—Porque él import… porque es un ser humano, por eso —dijo Susan, sorprendiéndose a sí misma—. No veo por qué se debería jugar con la gente de esa manera —añadió sin mucha convicción—. Eso es todo. Oh, no lo sé.

La Muerte volvió a inclinarse hasta que su cráneo quedó a la altura de la cara de Susan.

PERO LA MAYORÍA DE LAS PERSONAS SON BASTANTE IMBÉCILES Y MALGASTAN SUS VIDAS. ¿ACASO NO LO HAS VISTO? ¿NO HAS CONTEMPLADO UNA CIUDAD DESDE LAS ALTURAS CUANDO IBAS ENCIMA DEL CABALLO Y PENSADO EN LO MUCHO QUE SE ASEMEJABA A UN HORMIGUERO, LLENO DE CIEGAS CRIATURAS QUE PIENSAN QUE SU PEQUEÑO MUNDO COTIDIANO ES REAL? MIRAS LAS VENTANAS ILUMINADAS, Y LO QUE QUIERES PENSAR ES QUE HABRÁ MUCHAS HISTORIAS INTERESANTES AL OTRO LADO. PERO LO QUE SABES ES QUE EN REALIDAD SOLO HAY ALMAS SOSAS, SOSAS, MERAS CONSUMIDORAS DE COMIDA, QUE CREEN QUE SUS INSTINTOS SON EMOCIONES Y SUS DIMINUTAS VIDAS SON DE MAYOR IMPORTANCIA QUE UN SUSURRO DEL VIENTO.

El resplandor azul carecía de fondo. Parecía estar aspirando los propios pensamientos de Susan, sacándolos de su mente.

—No —susurró—, no, yo nunca he pensado de esa manera.

La Muerte se levantó bruscamente y le dio la espalda.

PUEDE QUE DESCUBRAS QUE AYUDA, dijo.

—Pero no hay más que caos —replicó Susan—. La manera en que muere la gente no tiene sentido. ¡No hay justicia!

JA.

—Tú has intervenido —insistió Susan—. Acabas de salvar a mi padre.

LO CUAL HA SIDO UNA INSENSATEZ POR MI PARTE. CAMBIAR EL DESTINO DE UN INDIVIDUO ES CAMBIAR EL MUNDO. YO SIEMPRE ME ACUERDO DE ESO. TÚ TAMBIÉN DEBERÍAS HACERLO.

La Muerte seguía dándole la espalda.

—No entiendo por qué no deberíamos cambiar las cosas si eso hace que el mundo sea mejor —protestó Susan.

JA.

—¿O es que la idea de cambiar el mundo te asusta demasiado?

La Muerte se volvió. A Susan le bastó con ver su expresión para empezar a retroceder.

La Muerte caminó lentamente hacia ella. Su voz, cuando por fin llegó, fue un siseo.

¿Y TE ATREVES A DECIRME ESO A MÍ? ¿TE PLANTAS AHÍ CON TU BONITO VESTIDO Y ME DICES ESO A MÍ ¿TÚ? ¿TÚ HABLAS Y HABLAS DE CAMBIAR EL MUNDO? ¿PODRÍAS ENCONTRAR EL VALOR NECESARIO PARA ACEPTARLO? ¿PARA SABER LO QUE DEBE HACERSE Y HACERLO, CUESTE LO QUE CUESTE? ¿ACASO HAY EN ALGUNA PARTE DEL MUNDO UN SOLO HUMANO QUE CONOZCA EL SIGNIFICADO DE LA PALABRA DEBER?

Sus manos se abrían y se cerraban convulsivamente.

HE DICHO QUE DEBES RECORDAR… PARA NOSOTROS, EL TIEMPO SOLO ES UN LUGAR. SE EXTIENDE POR TODAS PARTES. TENEMOS LO QUE ES, Y LO QUE SERÁ. SI CAMBIAS ESO, TIENES QUE CARGAR CON LA RESPONSABILIDAD DEL CAMBIO. Y ESA CARGA ES DEMASIADO PESADA.

—¡Eso no es más que una excusa!

Susan miró fijamente a la alta figura. Luego dio media vuelta y se dispuso a salir de la habitación.

¿SUSAN?

Susan se detuvo a mitad de camino, pero no se volvió.

—¿Sí?

¿REALMENTE… TENGO LAS RODILLAS HUESUDAS?

—¡Sí!

Probablemente fuera el primer estuche para pianos que se hubiera hecho jamás, y encima estaba hecho con una alfombra. Cliff se lo colgó del hombro sin ningún esfuerzo y cogió su saco de rocas con la otra mano.

—¿Pesa mucho? —preguntó Buddy.

Cliff levantó el piano con una mano y lo sopesó reflexivamente.

—Un poco —confesó. Las tablas del suelo crujieron bajo sus pies—. ¿Creéis que deberíamos haberle quitado todos esos trozos?

—Tiene que funcionar —dijo Odro—. Es como… una diligencia. Cuantos más trozos le quites, más deprisa va. Bueno, vamos. Se pusieron en camino. Buddy intentó pasar tan inadvertido como le resulta posible a un humano cuando va acompañado de un enano con un gran cuerno, un simio y un troll que lleva un piano en una bolsa.

—A mí me gustaría tener una diligencia —declaró Cliff, mientras iban hacia el Tambor—. Una gran carroza negra con todos esos libros encima.

—¿Libros? —se extrañó Buddy. Estaba empezando a acostumbrarse al nombre.

—Escudos y todo eso.

—Ah. Libreas.

—Sí, eso también.

—¿ Qué te comprarías tú si tuvieras un montón de oro, Odro? —preguntó Buddy. La guitarra vibró suavemente dentro de su bolsa al sonido de su voz.

Odro titubeó. Hubiese querido decir que para un enano el único objeto de tener un montón de oro era, bueno, tener un montón de oro. El oro no tenía que hacer nada aparte de ser tan áureo como pudiera serlo.

—Pues no sé —dijo—. Nunca he pensado que algún día fuera a tener un montón de oro. ¿Y qué me dices de ti?

—Juré que sería el músico más famoso del mundo.

—Eso es peligroso, esa clase de juramento —opinó Cliff.

—Oook.

—¿No es lo que quiere cualquier artista? —dijo Buddy.

—Si he de hacer caso a la voz de mi experiencia —declaró Odro—, lo que quiere un auténtico artista, lo que quiere por encima de todo, es que le paguen.

—Y ser famoso —dijo Buddy.

—Pues de la fama ya no sabría qué decirte —replicó Odro—. Es difícil ser famoso y estar vivo al mismo tiempo. Yo solo quiero tocar música cada día y oírle decir a alguien: «Gracias, ha estado muy bien, aquí tienes un poco de dinero, mañana a la misma hora, ¿de acuerdo?».

—¿Eso es todo?

—Es mucho. Me gustaría que la gente dijera: «Necesitamos a un buen cuernista. ¡Id a buscar a Odro Hijodeodro!».

—Suena un poco soso —dijo Buddy.

—Me gusta lo soso. Dura.

Llegaron a la puerta lateral del Tambor y entraron en una habitación sumida en la penumbra que olía a ratas y cerveza de segunda mano. Había un murmullo lejano de voces procedentes de la barra.

—Suena como si hubiera un montón de gente —observó Odro.

Hibisco llegó corriendo.

—Bueno, chicos, ¿estáis listos? —preguntó.

—Espera un momento —dijo Risco—. No hemos hablado de nuestra paga.

—Dije seis dólares —repuso Hibisco—. ¿Qué esperabais? No sois del Gremio, y la tarifa del Gremio es ocho dólares.

—Nunca se nos ocurriría pedirte ocho dólares —protestó Odro.

—¡Bien!

—Aceptaremos dieciséis.

—¿Dieciséis? ¡No podéis hacer eso! ¡Eso es casi el doble de la tarifa del Gremio!

—Pero hay un montón de gente ahí fuera —dijo Odro—. Apuesto a que estás alquilando un montón de cerveza. Si quieres, nos vamos a casa.

—Vamos a hablar de esto —dijo Hibisco, pasando el brazo alrededor de la cabeza de Odro y llevándoselo a un rincón de la habitación.

Buddy observó al Bibliotecario mientras este inspeccionaba el piano. Nunca había visto a ningún músico empezar el examen tratando de comerse su instrumento. Luego el simio levantó la tapa y contempló el teclado. Probó unas cuantas notas, aparentemente para cogerles el gusto.

Odro regresó, frotándose las manos.

—Esto le habrá servido de lección —dijo—. ¡Ja!

—¿Cuánto? —preguntó Cliff.

—¡Seis dólares! —exclamó Odro.

Hubo un poco de silencio.

—Lo siento —dijo Buddy—. Esperábamos oír un «dieci» antes del seis.

—Tuve que ponerme firme —repuso Odro—. Hubo un momento en el que bajó hasta dos dólares.

Algunas religiones dicen que el universo se inició con una palabra, una canción, una danza, una pieza musical. Los Monjes Oyentes de las Montañas del Carnero han adiestrado sus oídos hasta tal punto que pueden adivinar el valor de un naipe con solo oírlo, y han asumido la tarea de escuchar atentamente los sutiles ruidos del universo para recomponer, a partir de los ecos fósiles, los sonidos primigenios.

Esos monjes afirman que, sin duda, hubo un ruido muy extraño al principio de todo.

Pero los oídos más agudos (los que ganan más dinero jugando al póquer), que escuchan los ecos congelados dentro de los amonites y el ámbar, juran que pueden detectar algunos sonidos diminutos anteriores a ese.

Sonaba, dicen, como alguien que estuviera contando: Un, Dos, Tres, Cuatro.

El mejor de todos aquellos monjes, que se dedicaba a escuchar el basalto, dijo que le parecía distinguir, muy tenuemente, algunos números anteriores incluso a eso.

Cuando le preguntaron cuáles eran, dijo: «Suena como Un, Dos».

Nadie ha preguntado jamás, si es que realmente hubo un sonido que confirió su existencia al universo, qué fue de él después. Eso es mitología. Se supone que no se debe hacer esa clase de pregunta.

Por otra parte, Ridcully creía que todo había cobrado existencia debido al azar o, en el caso particular del decano, por despecho.

Normalmente los magos veteranos no iban a beber al Tambor Remendado excepto cuando estaban fuera de servicio. Eran conscientes de que aquella noche se encontraban allí en alguna clase de función oficial poco definida, y estaban sentados frente a sus bebidas con una actitud más bien estirada.

Había un anillo de asientos vacíos a su alrededor, pero no era muy grande porque el Tambor se encontraba desusadamente lleno.

—Aquí dentro hay un montón de ambiente —dijo Ridcully, mirando a su alrededor—. Ah, veo que ya vuelven a tener cerveza negra. Yo tomaré una pinta de Turbot Realmente Rara, por favor.

Los magos contemplaron al archicanciller mientras este vaciaba la jarra. La cerveza de Ankh-Morpork tiene un sabor muy propio, y eso tiene algo que ver con el agua. Algunas personas dicen que es como el consomé, pero se equivocan. El consomé es más fresco.

Ridcully chasqueó los labios alegremente.

—Ah, en Ankh-Morpork sí que sabemos con qué se hace la buena cerveza —dijo.

Los magos asintieron. Desde luego que lo sabían. Por eso estaban bebiendo ginebra con tónica.

Ridcully miró a su alrededor. A aquellas horas de la noche normalmente había una pelea en curso por alguna parte, o al menos un leve apuñalamiento. Pero allí solo había un zumbido general de conversaciones y todo el mundo observaba el pequeño escenario que había al fondo de la sala, donde ocurrían grandes cantidades de nada. Teóricamente había un telón que atravesaba el escenario; en realidad solamente era una vieja sábana, y tras ella resonaba una sucesión de golpes sordos.

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