Soul Music (Mundodisco, #16) – Terry Pratchett

—Vaya, muchísimas gracias —dijo Odro—. ¿Por dónde he de ir?

—Te lo enseñaremos —dijo el primer estudiante.

—Son ustedes muy amables.

—No, si no es molestia. Nos encanta poder ayudar.

Los tres magos guiaron a Odro por un tramo descendente de escaleras, hacia el interior de un túnel. La luz se filtraba por la ocasional baldosa de vidrio verde del piso de arriba. Cada cierto tiempo Odro oía risitas a sus espaldas.

El Bibliotecario estaba acuclillado en un largo sótano de techo muy alto. Había diversos objetos esparcidos por el suelo delante de él: una carretilla, trocitos de madera y hueso, y varias cañerías, varillas y rollos de alambre que de alguna manera indicaban que, por toda la ciudad, en esos momentos muchas personas contemplaban perplejas sus bombas rotas y sus vallas llenas de agujeros. El Bibliotecario estaba masticando el extremo de un trozo de cañería sin apartar la mirada del montón de objetos.

—Ahí lo tienes —dijo uno de los magos, dando un empujón a Odro.

El enano arrastró los pies en esa dirección. Hubo otro estallido de risitas ahogadas detrás de él.

Tocó al Bibliotecario en el hombro.

—Disculpe…

—¿Ook?

—Esos tipos de ahí acaban de llamarle mono —dijo Odro, señalando la puerta con un pulgar—. Si yo fuera usted, los obligaría a disculparse.

Hubo un crujido metálico, seguido muy de cerca por un rápido correteo en el exterior mientras los magos se pisaban unos a otros en su esfuerzo por desaparecer.

El Bibliotecario había doblado la cañería en forma de U, aparentemente sin ningún esfuerzo.

Odro fue a la puerta y miró fuera. Había un sombrero puntiagudo sobre las losas, aplastado a pisotones.

—Eso ha sido divertido —se dijo—. Si les hubiera preguntado dónde estaba el Bibliotecario me habrían dicho: «Vete a la mierda, enano». Hay que saber cómo tratar con la gente en este juego.

Volvió por donde había venido y se sentó al lado del Bibliotecario. El simio añadió otro recodo más pequeño a la cañería.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Odro.

—¡Oook-oook-ooíd

—Mi primo Modo es el jardinero de la Universidad —dijo Odro—. Me dijo que no lo haces nada mal tocando los teclados. —Contempló las manos del orangután, muy ocupadas doblando cañerías. Eran realmente grandes. Y, naturalmente, había cuatro—. Me parece que más bien se quedó corto.

El simio cogió un trozo de madera de deriva y lo cató. —Hemos pensado que quizá, te gustaría tocar el piano con nosotros en el Tambor esta noche —propuso Odro—. Conmigo y con Cliff y Buddy, quiero decir.

El Bibliotecario volvió un ojo marrón hacia él y luego cogió un trozo de madera, empuñó un extremo y empezó a rasguearlo.

—¿Ook?

—Exactamente —dijo Odro—. El chico de la guitarra.

—Eeek.

El Bibliotecario dio una voltereta hacia atrás.

—¡Oookoook-ooka-ooka-OOOK-OOK!

—Vaya, veo que ya le has cogido el ritmo —dijo Odro.

Susan ensilló el caballo y montó.

Más allá del jardín de la Muerte había campos de trigo cuyo resplandor dorado era el único color del paisaje. A la Muerte quizá no se le diera bien la hierba (negra) o los manzanos (negro reluciente sobre negro), pero toda la profundidad de color que no había puesto en otros lugares la había reservado para los campos. Ondulaban como si les diera el viento, salvo que no había viento.

Susan no podía imaginarse por qué la Muerte había hecho aquello.

Pero había un sendero. Discurría a través de los campos durante cosa de un kilómetro y luego desaparecía abruptamente. Parecía como si alguien fuera hasta allí de vez en cuando y luego se limitara a quedarse en pie, mirando a su alrededor.

Binky siguió el sendero y se detuvo al final. Luego se volvió, consiguiendo que ni una sola mazorca se moviera.

—No sé cómo se hace esto —murmuró Susan—, pero tú tienes que ser capaz de hacerlo, y sabes muy bien adonde quiero ir.

El caballo pareció asentir. Albert había dicho que Binky era un caballo auténtico de carne y hueso, pero quizá no se pudiera tener a la Muerte como jinete durante cientos de años sin aprender algunas cosas. Y Binky ya parecía haber sido un caballo bastante despierto para empezar.

Binky inició un trote, y luego un medio galope, y luego un galope completo. Y luego el cielo parpadeó, una sola vez.

Susan había esperado algo más que eso. Estrellas que destellaran, alguna clase de explosión de los colores del arco iris… no un simple parpadeo. Parecía una manera bastante despectiva de viajar casi diecisiete años.

Los campos de trigo habían desaparecido, pero el jardín era más o menos el mismo. Estaba el extraño parterre ornamental y el estanque con los peces esqueléticos. Allí también había, empujando alegres carretillas y llevando diminutas guadañas, lo que en un jardín mortal hubieran podido ser gnomos de jardín, pero que allí eran joviales esqueletitos envueltos en túnicas negras. Las cosas tendían a no cambiar.

Pero los establos sí que eran un poco distintos. Para empezar, Binky se encontraba dentro de ellos.

El caballo relinchó suavemente cuando Susan lo llevó a un compartimiento vacío junto a sí mismo.

—Estoy segura de que ya os conocéis —dijo.

Nunca había esperado que funcionara, pero tenía que funcionar, ¿verdad? El tiempo era algo que ocurría a otra gente, ¿no?

Entró en la casa.

NO. A MÍ NO SE ME PUEDEN DAR ÓRDENES. NADIE PUEDE OBLIGARME. SOLO HARÉ LO QUE SÉ QUE ES CORRECTO…

Susan caminó sigilosamente por detrás de los estantes llenos de biómetros. Nadie reparó en ella.

Cuando se está viendo a la Muerte luchar, nadie se fija en las sombras del fondo.

Nunca le habían hablado de aquello. Los padres nunca lo hacen. Tu padre podía ser el aprendiz de la Muerte y tu madre la hija adoptiva de la Muerte, pero todo pasa a ser meros detalles cuando se convierten en Padres. Los Padres nunca fueron jóvenes. Solo estaban esperando a convertirse en Padres. Susan llegó al final de los estantes. La Muerte estaba inmóvil encima de su padre… del muchacho que llegaría a ser su padre, se corrigió a sí misma.

En la mejilla del muchacho ardían tres señales rojas allí donde la Muerte lo había abofeteado. Susan se llevó la mano a las marcas pálidas de su propia cara.

«Pero la herencia no funciona así.»Al menos… no la herencia normal…»

La madre de Susan… la chica que se convertiría en su madre… estaba sujeta contra una columna. Susan pensó que Ysabell realmente había mejorado con la edad. Su manera de vestir, al menos, lo había hecho. Y luego se sacudió mentalmente a sí misma. ¿Comentarios sobre la moda? ¿Precisamente ahora?

La Muerte se alzó sobre Mort, con la espada en una mano y el biómetro del propio Mort en la otra.

NO SABES CÓMO SIENTO TODO ESTO, dijo.

—Tal vez sí-dijo Mort.

La Muerte levantó la vista y miró directamente a Susan. Por un instante las cuencas de sus ojos ardieron con un destello azul. Susan trató de fundirse con las sombras.

La Muerte volvió a bajar la mirada hacia Mort por un instante, y luego miró a Ysabell, luego miró nuevamente a Susan, luego volvió a bajar la mirada hacia Mort. Y rió.

Y le dio la vuelta al reloj de arena.

Y chasqueó los dedos.

Mort se desvaneció, con un pequeño «pop» de aire en implosión. Lo mismo hicieron Ysabell y los demás.

De pronto todo quedó muy silencioso.

La Muerte dejó el reloj de arena en la mesa con muchísimo cuidado, y después contempló el techo durante un rato. Finalmente dijo:

¿ALBERT?

Albert apareció de detrás de una columna.

¿TENDRÍAS LA AMABILIDAD DE PREPARARME UNA TAZA DE TÉ, POR FAVOR?

—Sí, amo. Jeje, le ha dado una buena lección…

GRACIAS.

Albert se apresuró a desaparecer en dirección a la cocina.

De nuevo la sala de los biómetros se llenó de lo más parecido al silencio que pudiera haber allí jamás.

SERÁ MEJOR QUE SALGAS.

Susan así lo hizo y se detuvo ante la Realidad Final.

La Muerte medía dos metros. Parecía más alto. Susan tenía vagos recuerdos de una figura que la llevaba a hombros por las inmensas habitaciones oscuras, pero en el recuerdo había sido una figura humana: huesuda, pero ciertamente humana para Susan, aunque de una manera que no podía definir del todo.

Aquella figura no era humana. Era alta, arrogante y terrible. Podía llegar a relajarse lo suficiente como para relajar las Reglas, pensó Susan, pero eso no lo hacía humano. Aquí está el guardián de la puerta del mundo. Inmortal, por definición. El fin de todo.

Es mi abuelo.

Lo será, en cualquier caso. Lo es. Lo fue.

Pero… estaba el asunto del manzano. La mente de Susan no paraba de balancearse de vuelta hacia aquello. Alzabas la mirada hacia la figura y pensabas en el árbol. Resultaba casi imposible mantener las dos imágenes dentro de una sola mente.

BIEN, BIEN, BIEN. TE PARECES MUCHO A TU MADRE, dijo la Muerte. Y A TU PADRE.

—¿Cómo has sabido quién soy? —preguntó Susan.

TENGO UNA MEMORIA ÚNICA.

—¿Cómo puedes acordarte de mí? ¡Ni siquiera he sido concebida todavía!

HE DICHO ÚNICA. TU NOMBRE ES…

—Susan, pero…

¿SUSAN?, dijo la Muerte con amargura. QUISIERON ASEGURARSE POR COMPLETO, ¿VERDAD?-Se sentó en su sillón, formó un puente con los dedos y contempló a Susan por encima de ellos.

Susan lo observó a su vez, encajando su mirada fija con la de la Muerte.

DIME UNA COSA, dijo la Muerte pasado un rato. ¿FUI… SERÉ… SOY UN BUEN ABUELO?

Susan se mordió el labio con expresión pensativa.

—Si te lo digo, ¿no será una paradoja?

NO PARA NOSOTROS.

—Bueno… tienes las rodillas huesudas.

La Muerte la miró.

¿RODILLAS HUESUDAS?

—Lo siento.

¿HAS VENIDO AQUÍ PARA DECIRME ESO?

—Es que allí has… desaparecido. Estoy teniendo que cumplir con el Servicio. Albert está muy preocupado. He venido aquí para… averiguar ciertas cosas. No sabía que mi padre trabajaba para ti.

NO SE LE DABA NADA BIEN.

—¿Qué has hecho con él?

Por el momento se encuentran a salvo. Me alegro de que todo haya terminado. Tener gente rondando por este lugar empezaba a afectarme el juicio. Ah, Albert…

Albert acababa de aparecer en el borde de la alfombra, trayendo una bandeja con el té.

OTRA TAZA, SI ERES TAN AMABLE.

Albert miró a su alrededor y fue totalmente incapaz de ver a Susan. Si podías ser invisible para la señorita Trasero, todos los demás eran facilísimos.

—Si usted lo dice, amo.

BIEN, dijo la Muerte en cuanto Albert se hubo marchado, CONQUE HE DESAPARECIDO. Y CREES HABER HEREDADO EL NEGOCIO FAMILIAR. ¿TÚ?

—¡Yo no quería! ¡El caballo y la rata simplemente aparecieron!

¿LA RATA?

—Ejem… creo que eso es algo que aún está por ocurrir.

AH, CLARO. LO RECUERDO. HUMMM. ¿UN SER HUMANO HACIENDO MI TRABAJO? EN TEORÍA ES POSIBLE, POR SUPUESTO, PERO ¿PORQUÉ?

—Me parece que Albert sabe algo, pero cuando se lo pregunto cambia de tema.

Albert reapareció, trayendo consigo otra taza y un platillo. Los puso encima del escritorio de la Muerte de manera ruidosa y significativa, con el aire de alguien de quien se está abusando.

—¿Eso será todo, amo? —preguntó después.

ESO ES TODO. GRACIAS, ALBERT.

Albert volvió a irse, más lentamente de lo normal. Se paraba a cada momento para mirar sobre su hombro.

—No cambia, ¿verdad? —dijo Susan—. Claro que eso es precisamente lo que define a este lugar…

¿QUÉ OPINAS DE LOS GATOS?

—¿Cómo dices?

LOS GATOS. ¿TE GUSTAN?

—Son… —Susan titubeó—. Bueno, no están mal. Pero un gato solo es un gato.

EL CHOCOLATE, dijo la Muerte. ¿TE GUSTA EL CHOCOLATE?

—Creo que es posible llegar a tomar demasiado —declaró Susan.

EN ESO NO HAS SALIDO A YSABEL.

Susan asintió. El Genocidio por Chocolate siempre había sido el plato favorito de su madre.

¿Y TU MEMORIA? ¿TIENES BUENA MEMORIA?

—Oh, sí. Recuerdo… cosas. Sobre cómo ser la Muerte. Sobre cómo se supone que funciona todo eso. Mira, hace un momento dijiste que te acordabas de lo de la rata, y ni siquiera ha ocurr…

La Muerte se levantó y se acercó a la maqueta del Mundo-disco.

RESONANCIA MÓRFICA, dijo sin mirar a Susan. MALDITA SEA.

La gente ni siquiera ha empezado a entenderla. Los armónicos del alma. Son responsables de tantas cosas…

Susan sacó de su bolsillo el biómetro de Imp. El humo azul continuaba derramándose a través de la conexión.

—¿Puedes ayudarme con esto? —preguntó. La Muerte se volvió en redondo.

NUNCA HUBIESE DEBIDO ADOPTAR A TU MADRE.

—¿Por qué lo hiciste?

La Muerte se encogió de hombros.

¿QUÉ ES ESO QUE TIENES AHÍ?

Cogió el biómetro de Buddy y lo sostuvo ante sus cuencas.

AH. INTERESANTE.

—¿Sabes lo que significa, abuelito?

NUNCA LO HABÍA VISTO, PERO SUPONGO QUE ES POSIBLE. EN CIERTAS CIRCUNSTANCIAS. SIGNIFICA… DE ALGUNA MANERA… QUE LLEVA EL RITMO EN EL ALMA… ¿ABUELITO?

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