Buddy, un joven músico del país de Nellofselek (léase al revés), llega a la ciudad de Ankh-Morpork y consigue un extraño instrumento musical con cuerdas que lo salva de morir en una actuación y lo catapulta a la fama. Decide formar una banda con el enano Odro, que toca el cuerno, y el troll Cliff, percusionista. Pronto llaman la atención del comerciante Y.V.A.L.R. Escurridizo, que descubre que puede hacer mucho dinero con ellos gracias a extraños sucesos como que la gente esté dispuesta a pagar por llevar puestas camisetas con publicidad del grupo. No es el único comportamiento extraño que muestran los ciudadanos de Ankh-Morpork: la «música con rocas» los está invadiendo. Simultáneamente, la Muerte ha desaparecido de la faz del Mundodisco y sus poderes y responsabilidades están transfiriéndose a su nieta Susan Sto Helit, hija de Mort e Ysabell de la novela Mort. Susan se ve atraída pronto a la historia de Buddy y entre los dos deberán investigar el origen de la extraña música y la desaparición de la Muerte. También se revela en Soul music el destino de Mort e Ysabell. Los magos de la Universidad Invisible tienen también cierto protagonismo en esta novela, tanto en el papel de los aficionados más extravagantes que pueda tener
* * *
LA HISTORIA
Esta es una historia acerca de la memoria. Y al menos esto es lo que se puede recordar…
… que la Muerte del Mundodisco, por razones particulares, en una ocasión rescató a una niñita y se la llevó a su hogar entre las dimensiones. La Muerte la dejó crecer hasta que cumplió dieciséis años porque creía que era más fácil tratar con niños mayores que con niños pequeños, y esto demuestra que se puede ser una personificación antropomórfica inmortal y aun así hacerse una idea de las cosas, ¿cómo decirlo?, mortalmente equivocada…
… que posteriormente la Muerte contrató a un aprendiz llamado Mortimer, o Mort para abreviar. Mort e Ysabell se cayeron mal al instante, y todos sabemos lo que eso significa a largo plazo. Como sustituto del Segador Oscuro, Mort fue un rotundo fracaso y no paró de causar problemas que llevaron a que la Realidad se tambaleara y a un combate entre él y la Muerte que Mort terminó perdiendo…
… y que, por razones particulares, la Muerte le perdonó la vida y los envió a él y a Ysabell de regreso al mundo.
Nadie sabe por qué la Muerte empezó a tomarse un interés práctico por esos seres humanos con los que llevaba tanto tiempo trabajando. Probablemente fuera mera curiosidad. Tarde o temprano, incluso el cazador de ratas más eficiente desarrolla un interés por las ratas. Puede que se dedique a verlas vivir y morir, y que tome nota de cada detalle de la existencia ratonil, aunque puede que nunca llegue a saber realmente lo que es correr en el laberinto.
Pero si bien es cierto que el acto de observar cambia aquello que se observa,[1] todavía es más cierto que cambia al observador. Mort e Ysabell se casaron. Tuvieron un bebé.
Esta también es una historia sobre sexo, drogas y Música Con Rocas Dentro.
Bueno…
… una de tres no está mal.
En realidad, solo es el treinta y tres por ciento, pero podría ser peor.
¿Dónde terminar?
Una noche oscura de tormenta. Un carruaje, ya sin caballos, choca contra la precaria valla, que se revela inútil, y cae desfiladero abajo. Ni siquiera llega a chocar con un saliente rocoso antes de estrellarse en el cauce seco del río que hay al fondo y estallar en mil pedazos.
La señorita Trasero removió nerviosamente las redacciones.
Había una de la niña de seis años: «Lo Que Icimos En Nuestras Bacaciones: Lo que ice en mis bacaciones fue que me quedé con mi abuelo él tiene un henorme cavallo blanco y un jardín todo negro. Comimos uevo y patatas fritas».
Entonces prende el aceite de los fanales del carruaje y tiene lugar una segunda explosión, de la cual sale rodando —porque existen ciertas convenciones, incluso en la tragedia— una rueda en llamas.
Y otra hoja de papel, un dibujo hecho a la edad de siete años.
Todo en negro. La señorita Trasero tomó aire. No se trataba de que la niña solo hubiera podido utilizar lápiz negro. El Colegio de Quirm para Jóvenes Damas contaba de hecho con lápices muy caros de todos los colores.
Y luego, después de que la última ascua se extinga con un chisporroteo, llega el silencio.
Y el observador.
Que se vuelve y le dice a alguien en la oscuridad:
SÍ. YO HABRÍA PODIDO HACER ALGO.
Y se aleja al galope.
La señorita Trasero volvió a rebuscar entre los papeles. Se sentía distraída y nerviosa, una sensación común a cualquier persona que tuviera mucho que ver con aquella jovencita. Normalmente el papel la hacía sentirse mejor. Era más fiable.
Luego había estado la cuestión del… accidente.
La señorita Trasero ya había dado noticias de ese tipo con anterioridad. Era uno de los riesgos ocasionales a los que se exponía todo aquel que dirigiera un gran internado. Los padres de muchas de las chicas solían estar lejos ocupándose de negocios de una u otra clase, y a veces se trataba de la clase de negocio en la que las posibilidades de obtener una rica recompensa van de la mano con los riesgos de terminar conociendo a hombres poco comprensivos.
La señorita Trasero sabía cómo manejar aquellas situaciones.
Resultaba doloroso, pero la cosa seguía un curso. Había conmoción y lágrimas, y luego, finalmente, todo cesaba. Las personas tenían maneras de afrontarlo. Había una especie de guión incorporado a la mente humana. La vida seguía.
Pero la niña se había limitado a permanecer inmóvil en su asiento. Lo que realmente asustó a la señorita Trasero fue la cortesía. La señorita Trasero no carecía de sentimientos, a pesar de que llevaran toda una vida secándose poco a poco en el horno de la educación, pero era muy concienzuda y opinaba que todo tenía que hacerse como es debido; creía saber cómo hubiese debido ir una cosa así y se sintió vagamente irritada al ver que no iba como debiera.
—Ejem… Si quieres estar sola, llorar un poco… —había sugerido, en un esfuerzo por conseguir que las cosas empezaran a seguir el curso apropiado.
—¿Eso ayudaría en algo? —había preguntado Susan.
Habría ayudado a la señorita Trasero.
Lo único que consiguió decir fue:
—Me pregunto si, quizá, has llegado a entender del todo lo que te he dicho.
La jovencita había mirado el techo como si estuviera tratando de resolver un problema difícil de álgebra y luego había dicho:
—Espero que llegaré a entenderlo.
Era como si ya lo hubiera sabido y de alguna manera lo hubiese afrontado. La señorita Trasero había pedido a las profesoras que no perdieran de vista a Susan. Ellas le habían comentado que no iba a ser fácil, porque…
En la puerta del despacho de la señorita Trasero sonó un golpe vacilante, como si quien llamaba prefiriese que no le oyeran. La señorita Trasero volvió al presente.
—Adelante —dijo.
La puerta se abrió.
Susan nunca hacía el menor ruido. Todo el cuadro académico lo había notado. Era extraño, decían. Siempre la tenías delante cuando menos te lo esperabas.
—Ah, Susan —dijo la señorita Trasero, con una tensa sonrisa correteándole por la cara como una garrapata nerviosa sobre una oveja preocupada—. Ten la bondad de sentarte.
—Claro, señorita Trasero.
La señorita Trasero removió los papeles.
—Susan…
—¿Sí, señorita Trasero?
—Lamento tener que decir que al parecer se te ha vuelto a echar de menos en las clases.
—No la entiendo, señorita Trasero.
La directora de la escuela se inclinó hacia delante. Se sentía vagamente disgustada consigo misma, pero… había algo como muy antipático en aquella jovencita. Era brillante en todas las materias que le gustaban, claro está, y ahí estaba el problema: Susan era brillante de la misma manera en que lo es un diamante, todo frialdad y aristas cortantes.
—¿Lo has estado… haciendo? —preguntó la señorita Trasero—. Prometiste que ibas a poner fin a todas esas tonterías.
—¿Señorita Trasero?
—Has estado haciéndote invisible otra vez, ¿verdad?
Susan se ruborizó. La señorita Trasero, si bien de una manera bastante menos sonrosada, hizo lo mismo. Bueno, pensó, esto es ridículo. Va contra toda lógica. Es… oh, no…
Volvió la cabeza y cerró los ojos.
—¿Sí, señorita Trasero? —preguntó Susan, justo antes de que la señorita Trasero dijera: «¿Susan?».
La señorita Trasero se estremeció. Aquello era otra cosa que había mencionado el profesorado. A veces Susan respondía a las preguntas justo antes de que se las formularan…
Hizo acopio de valor.
—Sigues sentada ahí, ¿verdad?
—Claro, señorita Trasero.
Ridículo.
No era invisibilidad, se dijo. Susan simplemente hace que su presencia pase inadvertida. Ella… quien…
Se concentró. Se había escrito un pequeño recordatorio precisamente en previsión de aquella eventualidad, y lo tenía sujeto al expediente con un clip.
Leyó: «Estás entrevistando a Susan Sto Helit. Procura no olvidarlo».
—¿Susan? —se aventuró a decir.
—¿Sí, señorita Trasero?
Si la señorita Trasero se concentraba, entonces Susan estaba sentada delante de ella. Si hacía un esfuerzo, podía oír la voz de la jovencita. Lo único que debía hacer era luchar contra una acuciante tendencia a creer que estaba sola.
—Me temo que la señorita Pepinal y la señorita Gruevos se han quejado —se las arregló para decir finalmente.
—Yo siempre estoy en clase, señorita Trasero.
—Sí, supongo que así es. La señorita Traidor y la señorita Sello dicen que te ven allí continuamente. —Había habido algunas discusiones entre el profesorado acerca de ello—. ¿Eso es porque te gustan la lógica y las matemáticas y en cambio no te gustan la lengua y la historia?
La señorita Trasero se concentró. Era imposible que la jovencita hubiera salido de la habitación. Si forzaba su mente al máximo, podía captar el eco de una voz diciendo: «No sé, señorita Trasero».
—Susan, te aseguro que resulta de lo más molesto cuando…
La señorita Trasero se calló. Recorrió el estudio con la mirada y luego contempló una nota sujeta con un clip a los papeles que tenía delante. Pareció leerla; luego puso cara de perplejidad durante un instante y, acto seguido, hizo una bola con ella y la dejó caer dentro de la papelera. Cogió una pluma estilográfica, se quedó mirando al vacío un momento y después centró su atención en los libros de contabilidad de la escuela.
Susan esperó con cortesía durante un rato, y luego se levantó y se fue tan silenciosamente como le era posible.
Ciertas cosas tienen que ocurrir antes que otras cosas. Los dioses juegan partidas con los destinos de los hombres. Pero antes han de colocar cada una de las fichas en el tablero y mirar por todas partes en busca de los dados.
Llovía en el pequeño y montañoso país de Nellofselek. Siempre llovía en Nellofselek. La lluvia era la principal exportación de aquellas tierras. Nellofselek tenía minas de lluvia.
Imp el bardo estaba sentado al pie de un árbol, más por costumbre que porque abrigara esperanzas de que le resguardase de la lluvia. El agua se escurría por las hojas con forma de aguja y creaba riachuelos ramitas abajo, así que funcionaba más bien como una especie de concentrador de lluvia. De cuando en cuando, las masas de agua se desplomaban sobre la cabeza de Imp.
Tenía dieciocho años, un talento extraordinario y, en aquellos momentos, no se sentía a gusto con su vida.
Imp afinó su arpa, su hermosa arpa nueva, y contempló la lluvia; lágrimas entremezcladas con gotas de lluvia se deslizaban por su cara.
A los dioses les encantan las personas así.
Se decía que si los dioses deseaban destruir a alguien, primero lo volvían loco. En realidad, cuando los dioses desean destruir a alguien lo primero que hacen es entregarle el equivalente de un cartucho grueso con una mecha encendida y «Acmé, Fabricantes de Dinamita» escrito en un lateral. Es más interesante, y lleva menos tiempo.
Susan deambulaba por los pasillos que olían a desinfectante. No estaba particularmente preocupada por lo que fuera a pensar la señorita Trasero. Por lo general, no se preocupaba por lo que pudiera pensar nadie. Susan ignoraba por qué las personas se olvidaban de ella siempre que ella quería, pero después siempre parecían encontrar un tanto embarazoso sacar a relucir el tema.
A veces, algunas profesoras tenían dificultades para verla. Perfecto. Susan solía llevarse un libro al aula y leía tranquilamente, mientras las Principales Exportaciones de Klatch ocurrían a otra gente…