Ritos iguales (Mundodisco, #3) – Terry Pratchett

Palmeó la mano de Esk tan bondadosamente como le fue posible.

—Eres algo joven para esto —dijo—. Pero, cuando crezcas, te darás cuenta de que la mayoría de la gente no piensa demasiado. Como tú —añadió crípticamente.

—No lo entiendo.

—Me sorprendería que lo entendieses —zanjó Yaya con energía—. En cambio, puedes decirme cinco hierbas para la tos.

La primavera empezó a invadirlo todo. Yaya adoptó la costumbre de llevarse a Esk en largos paseos que duraban todo el día, hasta estanques ocultos o situados en lo alto de la montaña, para recoger plantas extrañas. Esk disfrutaba con aquellas caminatas, en las que el sol calentaba con fuerza pero la brisa seguía siendo gélida. Allí las plantas crecían por doquier. Desde algunos de los picos más altos se divisaba el Océano Periférico que cubría el Borde del mundo; en dirección contraria, las Montañas del Carnero se perdían en la distancia, envueltas en un invierno eterno. Llegaban hasta el Eje del mundo, donde, según la opinión popular, vivían los dioses en una montaña de hielo y roca de quince kilómetros de altura.

—Los dioses son buena cosa —le dijo Yaya mientras almorzaban y contemplaban el paisaje—. Tú no molestas a los dioses, y ellos no te molestan a ti.

—¿Conoces a muchos dioses?

—He visto unas cuantas veces a los del trueno —respondió Yaya—. Y a Hoki, claro.

—¿Hoki?

Yaya masticó un emparedado sin corteza.

—Oh, es un dios de la naturaleza —explicó—. A veces se manifiesta en forma de roble, o mitad hombre y mitad cabra, pero yo lo veo sobre todo como una condenada molestia. Sólo se encuentra en lo más profundo de los bosques, claro. Toca la flauta. Muy mal, por cierto.

Esk se tumbó sobre el vientre y contempló lo que la rodeaba, mientras unos cuantos abejorros ociosos patrullaban sobre los arbustos de tomillo. El sol le caldeaba la espalda, pero, a aquella altura, aún quedaban rastros de nieve en el lado Eje de las rocas.

—Cuéntame cosas sobre las tierras de allí abajo —dijo perezosamente.

Yaya observó desaprobadora el paisaje de quince mil kilómetros.

—Sólo son otros lugares —dijo—. Igual que aquí, pero diferentes.

—¿Hay ciudades y esas cosas?

—Supongo.

—¿Nunca has ido a ver?

Yaya se sentó, arreglándose rápidamente la falda para dejar al sol varios centímetros de respetable franela, y permitió que el calor le acariciara los viejos huesos.

—No —respondió—. Aquí ya hay suficientes problemas como para que vayamos a buscarlos lejos.

—Una vez soñé con una ciudad —contó Esk—. Había cientos de personas, y unas puertas muy grandes que eran mágicas…

Detrás de ella, oyó un sonido como de tela al desgarrarse. Yaya se había quedado dormida.

—¡Yaya!

—¿Mmm?

Esk meditó un instante.

—¿Crees que hace un tiempo como es debido?

—Mmm.

—Pues dijiste que me enseñarías magia de verdad a su debido tiempo. Ahora, por ejemplo.

—Mmm.

Yaya Ceravieja abrió los ojos y contempló el cielo. Allí arriba era más oscuro, purpúreo en vez de azul. «¿Por qué no? —pensó—. Aprende deprisa. Sabe más que yo sobre hierbas. Cuando yo tenía su edad, la vieja Gamatica Tumulto me hacía pasarme el día tomando Préstamos, Cambiando y Enviando. Quizá he sido demasiado cautelosa.»

—Sólo un poquito —suplicó Esk.

Yaya le dio vueltas en la cabeza. No se le ocurrían más excusas. «Me arrepentiré de esto», se dijo con considerable visión de futuro.

—Muy bien —dijo secamente.

—¿Magia de verdad? —preguntó Esk—. ¿No más hierbas o cabezología?

—Magia de verdad, como la llamas tú, sí.

—¿Un hechizo?

—No. Un Préstamo.

El rostro de Esk era la imagen misma de la expectación. A Yaya le pareció que estaba más viva que nunca.

Yaya observó el valle que se extendía ante ellas, hasta encontrar lo que buscaba. Un águila gris trazaba círculos perezosos sobre una zona del bosque teñida de azul. En aquel momento, su mente estaba tranquila. Les vendría como anillo al dedo.

La llamó suavemente, y empezó a volar hacia ellas.

—Lo primero que debes aprender sobre los Préstamos es que hay que estar en un lugar cómodo y seguro —dijo—. El mejor es la cama.

—Pero ¿qué es un Préstamo?

—Túmbate y cógeme la mano. ¿Ves esa águila de ahí arriba?

Esk entrecerró los ojos para observar el cielo oscuro, ardiente.

Había… dos figuras como muñecos en la hierba de abajo, mientras giraba en el viento…

Sentía el latigazo del aire a través de sus plumas. Como el águila no estaba cazando, sino sencillamente disfrutando de la sensación del sol en las alas, el mundo no era más que una forma sin importancia. En cambio, el aire era una cosa compleja, tridimensional, un dibujo de espirales y curvas entrelazadas que se perdían en la distancia, una montaña rusa de corrientes cálidas y frías. Sintió…

…una presión suave que la contuvo.

—Lo segundo que debes aprender —dijo la voz de Yaya, muy cerca— es a no asustar al propietario. Si se entera de que estás aquí, te combatirá o se asustará, y en cualquiera de los dos casos saldrás perdiendo. Ella se ha pasado la vida siendo águila, y tú no.

Esk no dijo nada.

—No tienes miedo, ¿verdad? —dijo Yaya—. Puedo guiarte la primera vez y…

—No tengo miedo —respondió Esk—. ¿Cómo puedo controlarla?

—No puedes. Aún no. Además, no se aprende fácilmente a controlar a una criatura salvaje. Tienes que… como sugerirle que se sienta inclinada a hacer cosas. Con un animal domado es diferente, por supuesto. Pero nunca puedes obligar a una criatura a hacer algo que vaya completamente en contra de su naturaleza. Ahora, busca la mente del águila.

Esk percibía a Yaya en forma de difusa nube plateada al fondo de su propia mente. Tras una breve búsqueda, dio con el águila. Casi la pasó por alto. Su mente era pequeña, definida y púrpura, como una punta de flecha. Estaba concentrada en el vuelo, y no la sintió.

—Bien —dijo Yaya, aprobadora—. No vamos a ir lejos. Si quieres hacer que gire, debes…

—Sí, sí —la interrumpió Esk.

Flexionó los dedos, dondequiera que estuviesen, y el pájaro viró en el aire.

—Muy bien —se sorprendió Yaya—. ¿Cómo lo has hecho?

—No…, no lo sé. Me pareció obvio.

—Mpf.

Yaya examinó suavemente la pequeña mente del águila, que parecía ignorar por completo la presencia de sus pasajeras. Estaba sinceramente impresionada, cosa muy poco habitual.

Planearon sobre la montaña mientras una emocionada Esk exploraba los sentidos del águila. La voz de Yaya retumbó en su consciencia, dándole instrucciones y advertencias. La escuchó a medias. Lo que decía parecía demasiado complicado. ¿Por qué no podía controlar la mente del águila? No pasaría nada malo.

Veía cómo hacerlo, era como chasquear los dedos (cosa que en realidad nunca había logrado hacer), y entonces experimentaría el vuelo de verdad, no de segunda mano.

Entonces podría…

—No —dijo Yaya con calma—. No sería bueno.

—¿Qué?

—¿De verdad crees que eres la primera, hijita? ¿Piensas que a nadie más se le ha ocurrido lo bonito que sería apoderarse de un cuerpo y surcar el viento, o respirar el agua? ¿Y de verdad crees que sería así de fácil?

Esk la miró.

—No pongas esa cara —la reprendió Yaya—, algún día me darás las gracias. No empieces a juguetear por ahí hasta que no sepas lo que haces, ¿eh? Antes de comenzar con los trucos, tienes que aprender lo que hay que hacer si las cosas van mal. No intentes caminar antes de saber correr.

—Creo que noto cómo hacerlo, Yaya.

—Quizá, pero sólo quizá. Un Préstamo es más difícil de lo que parece, aunque la verdad es que tienes intuición. Por hoy es suficiente. Llévanos hacia nosotras y te enseñaré a Regresar.

El águila batió las alas sobre los dos cuerpos tendidos y, con los ojos de la mente, Esk vio dos canales abiertos para ellas. La forma mental de Yaya desapareció.

Y…

Yaya se había equivocado. La mente del águila apenas se resistió, y no tuvo tiempo de asustarse. Esk la envolvió con su propia mente. Se estremeció durante un momento, y luego se fundieron.

Yaya abrió los ojos justo a tiempo para ver como el águila lanzaba un ronco grito de triunfo, describía un círculo sobre la hierba y volaba hacia la ladera de la montaña. Durante un momento no fue más que un punto menguante, y luego desapareció, dejando atrás tan sólo un grito resonante.

Observó la forma silenciosa de Esk. La niña pesaba poco, pero había un largo camino de vuelta a casa, y ya empezaba a anochecer.

—Rayos —dijo sin mucho énfasis.

Se puso de pie, se arregló la falda y, con un gruñido de esfuerzo, se echó al hombro el cuerpo inerte de Esk.

Arriba, en el aire cristalino del ocaso sobre las montañas, el águila-Esk ascendió más, ebria del placer de volar.

De camino a casa, Yaya se encontró con un oso hambriento. La bruja tenía la espalda hecha polvo, y no estaba de humor para escuchar gruñidos. Murmuró unas palabras entre dientes y el oso, para su propia y breve sorpresa, caminó pesadamente hacia un árbol y no recuperó el conocimiento hasta varias horas más tarde.

* * *

Cuando llegó a su casa, Yaya puso el cuerpo de Esk en la cama y encendió el fuego. Hizo entrar a las cabras en el establo, las ordeñó y terminó de hacer las tareas vespertinas.

Se aseguró de que todas las ventanas estaban abiertas y, cuando empezó a oscurecer, encendió una lámpara y la puso en el alféizar de una.

Yaya Ceravieja no solía dormir más que unas horas como norma general, y se despertó a medianoche. Nada había cambiado en la habitación, excepto que la lámpara tenía ahora su sistema solar de polillas estúpidas.

Cuando despertó de nuevo, al amanecer, hacía ya tiempo que la vela se había agotado, y Esk seguía inmersa en el sueño insustancial e indespertable del Préstamo.

Al sacar a las cabras del establo, observó el cielo con atención.

Llegó el mediodía y, poco a poco, la luz fue huyendo. Yaya paseó inquieta por la cocina. De cuando en cuando, se dedicaba con ahínco frenético a las labores del hogar: el polvo milenario fue expulsado sin ceremonias de las grietas entre las losas, y el hollín invernal de la chimenea fue rascado y rascado hasta que el hogar tembló por su vida. Los ratones que vivían junto al aparador fueron trasladados amable, pero firmemente, al cobertizo de las cabras.

Llegó el ocaso.

La luz del Mundodisco era vieja, lenta y pesada. Desde la puerta de su casa, Yaya vio como se alejaba entre las montañas, fluyendo como ríos de oro a través del bosque. De cuando en cuando se demoraba en un valle, hasta amortiguarse y desaparecer.

Yaya tamborileó con los dedos en la puerta, al tiempo que tarareaba entre dientes una melodía de amargura.

Llegó el anochecer. La casa estaba vacía, a excepción del cuerpo de Esk, silencioso e inmóvil en la cama.

* * *

Pero, mientras la luz dorada fluía lentamente por el Mundodisco como una marea, el águila trazaba círculos en la cúpula del cielo, batiendo el aire con aleteos lentos y poderosos.

El mundo entero se extendía bajo Esk…, todos los continentes, todas las islas, todos los ríos y, sobre todo, el gran anillo del Océano Periférico.

Allí arriba no había nada más, ni siquiera un sonido.

Esk estaba extasiada con la sensación, exigía un esfuerzo cada vez mayor a sus músculos doloridos. Pero algo iba mal. Parecía incapaz de controlar sus pensamientos, se le escapaban constantemente. El dolor, la alegría y el agotamiento invadían su mente, y parecía que otras cosas tenían que salir para dejarles sitio. Iba perdiendo los recuerdos en el viento. Tan pronto como conseguía aferrarse a una idea, ésta se evaporaba sin dejar rastro.

Estaba perdiendo pedazos de sí misma, y no conseguía recordar qué eran. Se asustó, se refugió en cosas de las que estaba segura…

«Soy Esk, y he robado el cuerpo de un águila, y la sensación del viento en las plumas, el hambre, la búsqueda en el no-cielo de abajo…»

Lo intentó de nuevo. «Soy Esk y busco senderos en el viento, el dolor de los músculos, el filo del aire frío… Soy Esk en el aire-húmedo-blanco, por encima de todo, el cielo es tenue… Soy soy.»

* * *

Yaya estaba en el jardín, entre las colmenas, la brisa de la madrugada le sacudía las faldas. Fue de colmena en colmena, tocando las tapas. Después, entre los matorrales de borraja que había plantado alrededor de las cajas, se irguió con los brazos extendidos ante ella, y cantó algo en tonos tan altos que ninguna persona normal los habría oído.

Pero de las colmenas surgió un rugido, y el aire se llenó de las formas de ojos grandes y voces profundas de los zánganos. Volaron sobre la cabeza de la anciana, sumando su zumbido grave al cántico.

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