Había decidido hablar con Jeff acerca de lo ocurrido, ya que necesitaba su consejo. Aquella tarde, mientras tomábamos una copa, le conté lo que me había dicho Julia.
—Nunca habría imaginado que fuese tan mezquino —comentó en voz baja.
—Lo que no comprendo es por qué no le ha abandonado o pedido el divorcio.
—Su situación sería aún peor —dijo Jeff—. En este país obtendría una miseria, apenas lo suficiente para vivir.
Le conté que había pensado ayudarla con el pasaje y con la colaboración de mis amigos de San Francisco. Me miró de hito en hito unos instantes antes de observar:
—Supongo que eres consciente de lo que haces.
Iba a replicarle cuando a través del aire quieto de la noche resonó algo parecido a un petardo. Probablemente era un tiro disparado a lo lejos. Nos quedamos un momento alerta, escuchando.
—Debe de ser Peter Endrik —explicó Jeff—. Se dedica a perseguir cocodrilos en los lodazales con una linterna sujeta al rifle.
—Parece muy emocionante.
—Demasiado, para mi gusto. Un paso en falso y se acabó.
Nos quedamos un buen rato contemplando el río. Jeff acababa de llenar otra vez las copas cuando oímos unos pasos apresurados que se acercaban por el padang. Casi inmediatamente apareció bajo el porche un sirviente malayo con chaqueta blanca y una linterna en la mano.
—Tuan, ven rápido —jadeó—. Rápido.
Bajamos presurosos del porche y cruzamos corriendo el padang en dirección a las luces de un bungalow. El muchacho nos guió a través de un amplio porche y nos hizo entrar en el salón. En el suelo, junto al sofá, estaba Peter Endrik. Le habían disparado un tiro en el pecho. Jeff le rasgó la camisa y le examinó.
—Está muerto —musitó.
Peter estaba tendido de espaldas y un poco más allá había un revólver de seis balas. Jeff se arrodilló y lo observó sin tocarlo.
—Un treinta y ocho —dijo—. Por el momento será mejor dejarlo donde está.
Habló con el sirviente en un dialecto que me resultaba ininteligible y, cuando a través del jardín se dirigieron a la parte trasera de la casa y al sendero que rodeaba el padang, fui tras ellos. Estaba oscuro y Jeff examinaba el suelo con una linterna.
—El muchacho dice que la puerta principal estaba cerrada cuando ha llegado hace pocos minutos. De manera que quien haya disparado contra Endrik, tiene que haber entrado por esta otra puerta.
Pero no vimos nada especial y regresamos al interior. La primera cosa que advertí al entrar fue un ligero olor a almizcle, extraño y, sin embargo, familiar; la segunda, que el revólver que antes estaba en el suelo había desaparecido.
Salimos corriendo al porche y, aunque miramos atentamente y nos paramos a escuchar, no oímos nada. Habíamos estado ausentes diez minutos escasos, pero habían bastado para que alguien se deslizase en el interior y cogiera el revólver.
—Me daría de bofetadas por idiota—se lamentó Jeff.
Se quedó un buen rato observando el cuerpo de Peter Endrik, absorto en sus pensamientos. Luego se dirigió a mí:
—Voy a ir a casa de los Thornton. ¿Te importaría acompañarme?
Su bungalow estaba en la parte más alejada del padang. Cuando nos acercamos, vimos que tenían las luces encendidas. Jeff me murmuró al oído:
—Si no te importa, creo que preferiría hablar yo solo con ellos. Pero me gustaría que oyeras nuestra conversación.
Asentí y Jeff se dirigió a la puerta. Esperé a que hubiera entrado y luego me arrastré hacia el porche para ocupar un lugar desde el que pudiera observar a Harry Thornton y a Julia. Jeff ya les había contado lo ocurrido.
—Pero Jeff —decía en aquel momento Harry—, no creerás que hemos tenido algo que ver en el asunto, ¿verdad?
—Por supuesto que no, Harry. Sólo quería saber si habíais oído o visto algo, pero si habéis estado toda la tarde aquí, es imposible.
—Yo he llegado hace aproximadamente media hora, Jeff —explicó Julia—. He oído el disparo cuando salía de casa de los Barwell, pero he creído que era Peter Endrik que perseguía cocodrilos en el lodazal.
—¿Por qué camino has venido? —quiso saber Jeff.
—Por el del padang, como hago siempre; es más corto que el sendero y no está tan oscuro.
—Entonces el punto más cercano al bungalow de Endrik por el que has pasado está a un centenar de metros. ¿Has visto si estaban las luces encendidas?
—Que yo recuerde, no. Había luz en varios bungalows, pero no puedo asegurar que me haya fijado en el de Endrik.
Jeff se volvió hacia Harry Thornton.
—¿Dices que no has salido en toda la tarde?
—Exacto —asintió Thornton.
—Sin embargo un sirviente, no diré cuál, te ha visto cerca del bungalow de Endrik —aseguró Jeff.
Thornton se irguió en su asiento inmediatamente. Abrió la boca dispuesto a decir algo, pero antes de que pudiera hacerlo, Jeff le interrumpió.
—No te precipites, Harry. Será mejor que pienses detenidamente antes de hablar.
Harry observó con expresión dura a Jeff durante unos instantes. Luego bajó la mirada.
—Lo había olvidado —murmuró—. Es cierto que he salido, pero sólo algunos minutos. Estaba preocupado por Julia. He salido a ver si la veía venir.
Julia le miró boquiabierta. Se hizo un silencio prolongado. De repente, las luces languidecieron y se debilitaron cada vez más hasta apagarse por completo. Oí a Thornton que decía:
—Esperad. Voy a buscar una lámpara.
Luego oí un estruendo, al que siguió un silencio interminable, y cuando ya empezaba a preocuparme, oí la voz de Jeff que preguntaba: «¿Estás bien?».
Se oyó el chasquido de un fósforo y vi a Thornton que encendía la lámpara.
—Me he dado contra esta maldita puerta —explicó, mientras colocaba la lámpara encima de la mesa. Se frotaba la mano derecha.
—¿No está en casa vuestro sirviente? —preguntó Jeff.
Julia se apresuró a responder.
—He dado permiso a Hassan para que fuera a pasar la noche a su kampong.
Thornton le lanzó una mirada irritada.
—¿Se puede saber por qué lo has hecho?
—Ha dicho que su padre estaba enfermo.
Jeff se dirigió a Thornton:
—¿De manera que cuando has salido a buscar a Julia, Hassan no estaba aquí?
—Eso mismo.
—Y Julia, ¿estaba en casa cuando has regresado? —preguntó Jeff pausadamente.
Thornton miró a su mujer.
—No, no estaba.
Con gran sorpresa por mi parte, vi que Jeff se ponía de pie y se disculpaba por las molestias ocasionadas. Salió y, cuando nos habíamos alejado unos pasos, Jeff se detuvo y se puso un dedo sobre los labios. Oíamos voces procedentes del bungalow, pero no entendíamos lo que decían. De repente Thornton empezó a gritar y Jeff comentó:
—Me temo que esto va a acabar mal.
Retrocedió y se agazapó junto al porche. Yo le seguí. Julia y Thornton estaban de pie, uno a cada lado de la mesa, con la lámpara entre ellos. Thornton tenía una expresión terrible con aquella luz verdosa.
—¡Has mentido! Estabas en el bungalow de Endrik. Te he visto entrar allí —gritó.
—¿Y qué si estaba allí? —le espetó Julia—. He ido a hacer lo que deberías haber hecho tú si fueras un marido como es debido: a decirle que hiciera el favor de no insultarme. Pero no había nadie.
—¡Eres una mentirosa! Él era tu amante, ¿verdad? ¡Responde! —gritó Thornton—. ¿Lo era?
—No es cierto, y si no estuvieras tan obsesionado con tus malditos celos, lo sabrías.
—Entonces, ¿por qué lo mataste? Estabas celosa de su amiguita malaya, ¿no es así?
Julia soltó un grito sofocado y se puso pálida. Antes de que pudiera decir nada, Thornton se inclinó hacia ella por encima de la mesa y preguntó:
—¿Es que no te das cuenta de lo que podría hacer Jeff Hawkins si lo supiera?
Julia se quedó en silencio unos instantes; luego dijo en voz baja:
—Si esto es una amenaza, tal vez también te gustaría contarle lo que hacías tú allí afuera oculto en la oscuridad.
Thornton movió los labios pero no emitió ningún sonido. Le había puesto en un brete. Balbuceaba de rabia y la miraba como un tigre al acecho. Desde donde yo estaba le veía una vena que le surcaba la frente, hinchada y palpitante. No quiero pensar que le tirara la lámpara intencionadamente, pero debió de perder el control de sus actos, porque de repente la cogió de la mesa y, al hacerlo, le resbaló de la mano. Intentó atraparla, pero dio contra el canto de la mesa y cayó junto a sus pies. Al instante quedó envuelto en llamas. Se oyó un alarido estremecedor.
Permanecimos unos instantes paralizados por el horror. Julia había caído al suelo mientras trataba de huir. La recogimos y la arrastramos hasta el porche en el preciso momento en que el aceite que cubría el suelo se encendía con gran estruendo. Tratamos de volver a entrar, pero no fue posible. Las llamas se extendían fuera de todo control. Tuvimos que contemplar desde una distancia prudencial el bungalow que ardía como una antorcha.
Mucho más tarde, cuando ya habíamos dejado a Julia al cuidado de los Barwell, Jeff dijo algo que inconscientemente yo intentaba no afrontar. Habíamos regresado a su bungalow y preparaba las bebidas.
—Si hubiera sabido cómo iba a terminar todo esto, no lo habría hecho —dijo—. Pero quería decirle a Thornton, delante de Julia, que sabía muy bien que mentía, que sabía que había salido. Ahora no será fácil decidir cuál de los dos mató a Endrik.
—¿Crees que ha podido ser Julia? —pregunté.
—¡Quién sabe! —respondió mientras me alcanzaba el vaso—. Cuando uno ha pasado veinticinco años aquí, tiene la sensación de que todo el mundo es capaz de cualquier cosa. Pero la verdad es que no imagino a Harry Thornton arriesgándose tanto. Sea como sea, ahora todo ha terminado. Endrik ha tenido su merecido y Julia podrá hacer lo que quiera con su vida a partir de ahora.
Me miró como si esperase algún comentario de mi parte, pero no dije nada.
El vapor costanero salía al día siguiente por la tarde. Me costaba decidir si iría a ver a Julia o no antes de marcharme. Aplacé la decisión hasta el último momento y, cuando ya fue demasiado tarde, le escribí una nota y salí rumbo a Singapur, donde cogí un avión hasta Manila. Pensaba pasar dos o tres semanas allí, pero al cabo de unos días ya no podía más. Mandé un telegrama a Jeff comunicándole que salía hacia Hong Kong para coger un barco que me llevara a los Estados Unidos y pidiéndole que me enviara el correo al hotel Palace.
No podía dejar de pensar en Julia, y me sentía incapaz de decidir si se alterarían mis sentimientos hacia ella en caso de que hubiera matado a Endrik.
Luego, una mañana, cuando estaba leyendo mi correspondencia sentado en el vestíbulo del hotel Palace, entró Julia.
—¡George Manson! —gritó—. Casi no puedo creerlo —Acababa de llegar y aún no había subido a su habitación—. ¿Te parece bien que nos encontremos dentro de una hora? —preguntó.
Tenía un aspecto radiante y feliz. Costaba creer que lo hubiera olvidado todo en tan poco tiempo. Quería hacerle una pregunta de la cual necesitaba saber la respuesta, de manera que le sugerí el jardín en la terraza del último piso, que solía estar desierto por la mañana.
Cuando Julia se reunió conmigo, estaba tranquila y muy atractiva. Hablamos de Tenah Solor. Había vendido la plantación en muy buenas condiciones a una empresa anglo-americana. Cuando me incliné hacia ella para encenderle el cigarrillo, me llegó una vaharada de su perfume y tuve que hacerle la pregunta. De momento no sabía cómo enfocarla, pero luego decidí que el único modo era hacerlo con toda franqueza.
—¿Por qué volviste a buscar el revólver la noche que mataron a Erik? —le pregunté.
El color se le fue de las mejillas y se me quedó mirando con los ojos muy abiertos.
—¿Cómo lo sabes? —Su voz era apenas un susurro.
—Por tu perfume.
—Ahora comprendo por qué te marchaste sin despedirte de mí. Creíste que había matado a Endrik.
Asentí.
—Era la pistola de Harry —explicó—. Por eso fui a buscarla. No, él no mató a Erik, ni siquiera sabía nada del asunto, pero yo tenía que protegerle. Fue Hassan, nuestro sirviente.
—¿Hassan? —exclamé—. ¿Cómo lo supiste?
—Mentí a Jeff —dijo—. Regresé a casa antes de lo que le dije, y sorprendí a Hassan que salía de la habitación de Harry. Se precipitó hacia la puerta de una manera tan sospechosa que comprendí que tramaba algo. Busqué en la cómoda de Harry y vi que había desaparecido la pistola. Era de dominio público que Peter Endrik flirteaba con la hermana de Hassan. Hassan me había dicho que iba a casarse con ella, aunque por supuesto Endrik no tenía ni la más mínima intención de hacerlo. Los malayos toman este tipo de cosas muy a pecho, y sólo hay una respuesta posible. Pero, ¿qué podía hacer yo? Si yo estaba en lo cierto, no podría detenerle aunque fuera tras él. Estaba sola y no había tiempo para ir en busca de nadie.