—Me parece muy buena idea —dijo Robert.
Sam se encogió de hombros.
—Ofrecemos todo tipo de servicios de seguridad, pero algunas personas se sienten más cómodas teniendo un pastor alemán, por ejemplo.
—Lo entiendo. Ewie no podría vivir sin nuestros perros.
Ewie era la mujer de Robert. Una mujer guapa, de apariencia juvenil, a quien encantaban los caballos y los perros. La pareja tenía dos dálmatas.
—¿Cómo está Ewie? —preguntó Del—. La última vez que hablé con ella estaba entrenando a un potro.
—Sigue en ello —suspiró Robert—. Recientemente, ha comprado un potro que es nieto de un campeón y tiene esperanzas de ganar la Triple Crown.
Del levantó una ceja.
—Veo que tiene grandes aspiraciones.
—Deséale suerte de nuestra parte —sonrió Sam, cuando apareció el camarero para llevarse los platos de ensalada.
Antes del café, Del se levantó para ir al lavabo. Y en cuanto desapareció, Sam se volvió hacia Robert.
—Me han dicho que conoces a la madre de Del.
Robert sonrió, pero no había humor en esa sonrisa.
—Bastante. Estuve casado con ella.
—¿En serio? —exclamó Sam, sorprendido. Intentó imaginar a Robert con la clase de mujer que debía ser la madre de Del y no fue capaz—. Antes de Ewie, claro.
—Fue hace una década y sólo duró dos años. Intenté que nuestro matrimonio funcionase de todas las maneras posibles, pero no había nada que hacer —suspiró Robert. A Sam le pareció que lo decía con cierta ternura—. Ella era imposible. Es una niña mimada, pero podría volver loco a cualquier hombre. Sigue haciéndolo.
—¿Te llevas bien con ella?
Robert asintió.
—Cuando por fin entendió que, por una vez, un hombre había tenido valor para dejarla, pudimos portarnos de una forma más o menos civilizada. Incluso ha cenado con Ewie y conmigo en más de una ocasión.
¿Había cenado con Robert y su mujer? Aquello cada vez le parecía más raro.
—¿Y qué te atrajo de ella? —preguntó Sam.
Robert lo miró, atónito.
—Lo dirás de broma, ¿no?
—No. ¿Por qué?
—Del es muy diferente a su madre. Pero imagínatela vestida para matar, pestañeando como una muñeca e intentando seducir a todos los hombres que se cruzan en su camino.
—Ah —sonrió Sam—. Entonces no habríamos tardado siete años en estar juntos.
Robert soltó una carcajada.
—Sí, ya me imagino. El día que conocí a la madre de Del yo apenas podía recordar mi propio nombre. Bueno, cuéntame qué hay entre Del y tú.
Sam se encogió de hombros.
—Llevamos mucho tiempo trabajando juntos y un día nos dimos cuenta de que… había química entre nosotros.
De repente, Robert se puso serio. Más que serio.
—Del es una chica maravillosa y si le haces daño te arrancaré el corazón.
Sam habría soltado una carcajada, pero se dio cuenta de que hablaba en serio.
—No tengo intención de hacerle daño.
—Aun a riesgo de parecer excesivamente paternal, ¿te importaría decirme cuáles son tus intenciones?
—Pues… yo quiero tener una relación seria con Del. Y espero convencerla para que se case conmigo algún día.
La expresión de Robert se suavizó.
—Ya veo. ¿Del está dispuesta a casarse?
Sam negó con la cabeza.
—Ése es el problema. Ni siquiera está dispuesta a hacer planes para la semana que viene. La he convencido para que vivamos juntos a modo de prueba, pero nada más.
—Del no ha visto muchos matrimonios que funcionen —suspiró Robert—. Pero sigue intentándolo. Imagino que algún día conseguirás que te dé el «sí, quiero».
Del volvió en ese momento y ambos hombres se levantaron. Ella los miró con curiosidad.
—¿Por qué tenéis esa cara? ¿Algún secreto?
Sam intentó sonreír.
—¿Cuándo fue la última vez que pude esconderte algo?
—Ah, eso es verdad.
Pero estaba guardando un secreto y la sonrisa desapareció al recordar la llamada de la revista People. Alguien quería encontrar a Sam Pender y, si no tenía cuidado, la vida tranquila que se había labrado para sí mismo podría estar en peligro.
Después del café, se levantaron. Del precedió a los dos hombres y, una vez en la calle, Sam la tomó por la cintura para ir al aparcamiento.
—Ha sido estupendo volver a veros —se despidió Robert.
—Nosotros también nos alegramos mucho —sonrió Del, subiendo al jeep.
—Espera, te acompaño a tu coche —se ofreció Sam.
Cuando se habían alejado un poco, Robert se volvió para mirar hacia el jeep.
—Si la convences para que se case contigo, házmelo saber.
—No te hagas muchas ilusiones —suspiró Sam—. Pero creo que, al final, la convenceré.
—¿Sabe que estás enamorado de ella?
—Pues… creo que no se lo he dicho.
—No tienes que hacerlo —sonrió Robert, dándole un golpecito en la espalda—. Se te nota en la cara.
Sam abrió la boca para decir algo, pero ¿qué podía decir? Amaba a Del Smith. Y Robert se había dado cuenta antes que él. La sola idea lo hacía sudar.
La amaba. Adoraba cómo levantaba una ceja, ese gesto tan suyo, su ropa ancha, la gorra que solía llevar al trabajo, cómo se apartaba el pelo de la cara cuando lo llevaba suelto… Adoraba su sentido del humor y su terquedad cuando creía llevar razón; su forma de trabajar y la simpatía con la que trataba a todos los empleados.
De repente, su pecho le parecía demasiado pequeño como para contener ese abrumador sentimiento.
Cuando pensaba en lo que sintió por Usa… ésa había sido una emoción pequeña, manejable. Cuando lo dejó se sintió dolido, pero sobre todo furioso y humillado porque lo había dejado cuando más necesitaba a alguien.
Amar a Del no era un sentimiento manejable en absoluto. Si ella lo dejaba… lo destrozaría. Su orgullo no tendría nada que ver y quizá eso era lo más revelador. Abruptamente, Sam se dio la vuelta y abrió la puerta del jeep.
Ella estaba mirándolo con expresión interrogante, pero no podía contarle nada. Sam tomó su cara entre las manos y buscó sus labios con un ansia, con una ternura que no había sentido jamás.
Cuando por fin se apartó, tenía los ojos brillantes.
—¿Y esto?
Sam se encogió de hombros.
—No sé, a nada en particular —contestó, metiendo la llave en el contacto—. Pensé que te hacía falta un beso.
Del se inclinó para devolvérselo.
—Pues tenías razón.
Sam iba sonriendo como un tonto mientras volvían a casa. Amaba a Del, pero no era tan ingenuo como para decírselo. Con lo juiciosa que era ella, saldría corriendo antes de que hubiera podido terminar la frase.
No, iba a tener que tomarse un tiempo para enamorarla, para hacerla ver que no podía vivir sin él. Para hacer que bajase la guardia y lo quisiera tanto como la quería él.
Y tenía tiempo. En realidad, tenía todo el tiempo del mundo.
Capítulo 7
Sam despertó en medio de la noche, sudando. Tenía el corazón acelerado y la adrenalina por las nubes hasta que empezaron a desvanecerse las telarañas del sueño.
Era la segunda vez en menos de un mes.
Del estaba a su lado, abrazándolo.
—Has tenido una pesadilla.
Había tenido esa pesadilla muchas veces desde que ocurrió, pero en el sueño, el pistolero lo apuntaba directamente antes de que pudiera llegar a él. Después del «incidente», tuvieron que pasar meses hasta que consiguió conciliar el sueño durante toda una noche. Con el paso de los años, afortunadamente, la pesadilla empezó a desaparecer. Y no entendía por qué había reaparecido ahora.
—¿Quieres contármelo? —preguntó Del.
Sam vaciló. No estaba preparado para hablarle de su pasado. Que dijeran de él que era un héroe lo sacaba de quicio. Sólo había hecho lo que estaba entrenado para hacer y sabía que tenía la obligación moral de detener a ese asesino.
Pero si iba a vivir con ella, Del se merecía una explicación.
Sam la abrazó, sintiendo un inmediato consuelo cuando la tuvo apretada contra su corazón.
—Es una pesadilla que he tenido muchas veces. Casi durante ocho años.
—Y tiene que ver con tus heridas, ¿verdad?
—Sí —contestó Sam, acariciando su espalda. En la oscuridad de la habitación, hablar de ello no le costaba tanto trabajo como había esperado—. Pero no fui herido en combate.
—Entonces, ¿quién te disparó? Porque esas son heridas de bala, ¿no?
Y ella lo sabía bien. Uno de los guardaespaldas de SPP había sido herido un par de años antes y, el año anterior, un miembro del equipo de detenciones ilegales recibió un balazo en la pierna cuando intentaba hacer su trabajo.
—Me disparó un loco en la calle. Fue una ironía, desde luego —suspiró Sam—. Nunca me habían herido en combate y me disparan cuando estoy de permiso…
Era la verdad. Aunque no toda la verdad.
—Ésta… —dijo Del, tocando la cicatriz que tenía sobre la cadera izquierda— debió hacerte mucho daño.
—Sí, ésta rozó la espina dorsal. Me pasé un par de meses en un centro de rehabilitación.
—¿Un centro de rehabilitación?
—Aprendiendo a caminar otra vez —contestó Sam—. Los médicos pensaron que iba a quedar parapléjico. No sentí las piernas durante tres semanas.
—Ahora entiendo que tengas pesadillas —murmuró Del, acariciando la cicatriz—. Debiste pasar mucho miedo.
—Sí. Afortunadamente, duró poco tiempo.
Sam no quería pensar en el pánico, en la desesperación que sintió durante aquellas tres semanas.
—No sabes cómo me alegro de que todo saliera bien —sonrió Del, dándole besitos en el cuello. Y más abajo, en el torso, buscando sus pezones con la lengua.
Sam olvidó sus sombríos pensamientos de inmediato. Del no parecía querer saber nada más, no parecía requerir mas explicaciones. Mejor, pensó.
Más que mejor. Del era tan suave, tan calentita, tan seductora… Cuando se puso encima de él, Sam cerró los ojos, deseando el olvido que ella prometía. Sonriendo, separó sus piernas con las manos y tomó un envoltorio brillante de la mesilla.
—Espera un momento —murmuró, mientras se ponía el preservativo. Luego se colocó en posición, entrando en ella despacio, muy despacio. Cuando Del empezó a gemir, intentando acelerar el ritmo, él sujetó sus caderas con las dos manos.
—Sam… Sam…
Con un rápido movimiento, se colocó encima. Del clavaba las uñas en su espalda, intentando en vano acercarlo más.
Sam empujaba con las caderas, clavándose en ella profundamente mientras Del se arqueaba para recibirlo mejor, sujetándolo con fuerza, como si no quisiera dejarlo ir nunca.
Sam la miró, su rostro estaba suavemente iluminado por la luz de la luna que entraba en la habitación, su pelo descansaba suelto sobre la almohada. Tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos, húmedos de sus besos.
Era preciosa. Y era suya.
Del y él estaban hechos el uno para el otro. Se complementaban en todos los sentidos. Sam no podía imaginar la vida sin ella, no podía ver un futuro en el que Del no tuviera un sitio.
Y estaba decidido a tenerla en su vida para siempre.
Ahora sólo tenía que convencerla.
Del no parecía dispuesta al compromiso, pero Sam la haría cambiar de opinión. Porque iba a casarse con ella.
Una semana después, Del asomaba la cabeza en su despacho al final de la jornada.
—Esta noche celebramos el cumpleaños de Beth, del departamento de contabilidad. ¿Quieres venir?
Sam vaciló. Iba a decir que no, pero quería pasar la noche con Del y seguramente ella le estaba lanzando una indirecta sobre cuáles eran sus planes.
—Como fui al tuyo, supongo que quedaría mal si no fuera al cumpleaños de los demás. ¿No crees?
—Probablemente —sonrió ella.
Por eso, media hora después, se encontró entre Del y la nueva empleada, Karen, en un restaurante italiano, cantándole el cumpleaños feliz a Beth, de contabilidad. Acababan de terminar la canción cuando la puerta del restaurante se abrió y Walker entró… con la pelirroja.
—Siento llegar tarde. Feliz cumpleaños, Beth.
Sam se percató de que tanto Karen como Del se ponían tensas. Las mujeres, pensó, tenían un radar interno para los problemas sentimentales. Y eso era lo que acababa de entrar por la puerta del restaurante.
Walker llevaba la corbata torcida y la marca de los labios de la pelirroja en la cara y el cuello de la camisa. Iba despeinado, además. Evidentemente, habían estado dándose un revolcón.
Y los dos parecían haber tomado más de una copa.
Aunque Karen y él se hubieran divorciado muchos años atrás, seguramente no sería agradable para ella ver que su ex marido estaba haciendo el ridículo con una mujer que podría ser su hija.
—Gracias —dijo Beth—. Siéntate, Walker.
Él se dejó caer en una silla y tiró de la pelirroja para sentarla sobre sus rodillas.
—Chicos, os presento a Jennifer. Aunque algunos ya la conocéis.
—Hola —dijo la aspirante a modelo, saludando como una miss en un concurso de belleza—. ¿Quién es Karen?