Por los servicios prestados – Anne Marie Winston

—No.

—Pero entonces…

—Estamos perdiendo el tiempo —la interrumpió él, abriendo la puerta—. ¿Qué has dicho antes? ¿Que mañana serías más vieja? —Sam empujó la puerta y se volvió para tomar su cara entre las manos, mirando sus ojos oscuros, sus labios trémulos—. Tú has empezado esto y tú puedes terminarlo, Del.

Capítulo 3

Entonces la besó. Sujetando su cara entre las manos, puso sus labios sobre los de ella como había soñado hacer un millón de veces. Sueños que no había admitido hasta aquella noche.

Sus labios eran muy suaves, muy cálidos. Y, para su sorpresa, no se apartó. No, todo lo contrario, le devolvió el beso. Al principio, con cierta torpeza, pero se lo estaba devolviendo.

«Es virgen», se recordó a sí mismo. «Tienes que ir despacio». Le hizo el amor con la boca, con la lengua, aplastando sus labios hasta que ella empezó a hacer lo mismo. Estaba deseando tocarla, agarrar su trasero, apretarla contra su carne palpitante hasta que no tuviese ninguna duda sobre su interés por ella. Pero se obligó a sí mismo a mantener las manos en su cara, concentrado en excitarla. Lentamente, ella se abrió, invitándolo e incluso rozándolo tímidamente con la lengua. Sabía a esa bebida verde que había tomado, el daiquiri. Sam enterró la lengua profundamente en el interior de su boca, diciéndole sin palabras lo que quería hacerle con el resto del cuerpo.

Cuando por fin se apartó, Del dejó caer la cabeza sobre su pecho.

—Deberías llevar una etiqueta de advertencia: explosivo —murmuró.

Sonriendo, Sam besó su pelo.

—¿Puedo entrar?

Ella volvió a levantar la cabeza. Tenía los labios hinchados, brillantes de sus besos.

—Pensé que no tenía alternativa.

—No la tienes —dijo él, acariciando su cuello. Era como una droga; ahora que por fin había conseguido tocarla no estaba seguro de poder parar.

Del dejó escapar una especie de bufido, pero no se apartó.

—¿Y si dijera que no?

—Entonces tendría que conquistarte con mi irresistibilidad.

—Esa palabra no existe, idiota.

Sam estaba encantado de tener de nuevo a la Del de siempre, en lugar de la Del frágil y llorosa del coche.

—¿Te apuestas algo?

—No.

Sam sonrió. Nunca había pensado en su extraordinaria relación profesional con Del. Se habían llevado bien desde el primer día, a menudo pensando lo mismo en el mismo instante.

Desde el principio, Del no había tenido miedo de dar su opinión, de llevarle la contraria y discutir con él cuando le parecía bien. Según iba adquiriendo experiencia, Sam había tenido que darle la razón en muchas ocasiones. De hecho, la mitad de las veces, era Del quien llevaba razón.

Formaban un buen equipo, pensó, deslizando las manos hasta su cintura. Él ofrecía a sus clientes un conocimiento profesional de los sistemas de seguridad, Del sabía cómo llevar una empresa. Habían aprendido mucho el uno del otro y sus diferentes estilos de vida se mezclaban bien.

Sam sabía que la mitad de los empleados le tenían miedo. No se le daban demasiado bien las relaciones sociales… «Sé sincero, Sam». La verdad era que se le daban fatal las relaciones sociales. No tenía paciencia, ni delicadeza. Eso se lo dejaba a Del. Ella era simpática, agradable y todas esas cosas. Pero también era una persona firme y tenía buen olfato para la mentira. Y Sam apostaría por ella en cualquier enfrentamiento.

Sí, eran un buen equipo. Y, por lo visto, no sólo en la oficina.

Del parecía un poco más relajada. Ahora era él quien estaba tenso. E iba a tardar un rato en dejar de estarlo.

—¿Sam? —Del tenía la cabeza apoyada en su hombro.

—¿Sí?

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—No lo sé. Deberíamos entrar en casa para estar más cómodos.

—Muy bien.

Sam la tomó en brazos, riendo.

—¿Qué te ha dado esta noche? Aunque debo decir que me gusta más esto que lo de antes.

Sin dejar de reír, entró en la casa y cerró la puerta con el pie. En el pasillo había una lamparita encendida que iluminaba el camino lo suficiente como para no chocarse con nada. Cuando llegó al salón, Sam se dejó caer en el sofá, con ella en su regazo. No era un mal arreglo, pensó para sí mismo, quitándose las gafas.

—¿Qué querías preguntarme?

Del respiró profundamente y, al hacerlo, sus pechos rozaron el torso masculino. Sam tuvo que tragar saliva. Tenía los brazos alrededor de su cuello y estaba jugando con el cuello de su camisa… Era un gesto íntimo, erótico, y su cuerpo respondió inmediatamente.

—Varias cosas, en realidad.

—¿Ibas a irte con un extraño y ahora quieres interrogarme? De eso nada —inclinando la cabeza, Sam volvió a buscar sus labios.

Del se apretó contra él, completamente desinhibida. A Sam le parecía imposible estar sentado allí, con Del Smith entre sus brazos.

No sólo entre sus brazos. Sentada encima de él, aplastaba la cremallera de su pantalón con el trasero… y Sam sentía que estaba a punto de estallar.

Sin decir una palabra, empezó a acariciar su estómago plano, subiendo y bajando, creando una fricción que, obviamente, Del encontraba muy excitante.

—Tócame —dijo ella en voz baja, llevando las manos masculinas hacia sus pechos. Sam la acarició hasta que los pezones se pusieron duros bajo la tela del vestido.

—Es hora de quitarte ese vestido —murmuró, abrazándola para levantarse. No pesaba nada. Seguramente nunca había pensado en Del como una mujer delicada y frágil, pero eso era exactamente bajo su apariencia de competencia profesional—. ¿Dónde está el dormitorio?

—Al final del pasillo —contestó ella, deslizando un dedo por sus labios—. Pero no sabía que hiciese falta una cama.

Sam entró en el dormitorio, sonriendo.

—Para la primera vez, yo creo que es lo mejor.

—Ya.

—Oye, todo va a salir bien.

Del intentó sonreír.

—Lo sé. Es que estoy un poco nerviosa.

Seguramente, a muchas mujeres les pasaba lo mismo la primera vez que se entregaban a un hombre. Y decir que todo iba a salir bien no la estaba ayudando nada. Tendría que demostrárselo.

La habitación estaba a oscuras y Sam no se molestó en encender la lámpara. Había suficiente luz con la del pasillo y con la luz de la luna, que entraba por la ventana. Además, sospechaba que estaría más cómoda a oscuras.

Después de dejarla en el suelo, la ayudó a quitarse el vestido y apartó luego su larguísima melena para verla bien. Lo único que llevaba debajo era un sujetador negro y unas braguitas del mismo color.

Cuando vio su delicada figura, tan bien proporcionada, tuvo que hacer un esfuerzo para no tirarse encima como un animal.

—Del, no puedo creer que me hayas escondido ese cuerpo durante tantos años. Qué tonto he sido.

Ella sonrió de nuevo, quizá un poco más tranquila.

—No quería que supieras que estaba interesada.

—¿Lo estás?

Ella asintió.

—Mucho.

«Mucho». Y sí, lo había escondido bien. Si hubiera sabido que un par de copas iban a descubrirle la verdad, la habría invitado a salir mucho antes.

Sam empezó a acariciar su cuello suavemente, deslizando las manos hasta su espalda para desabrochar el sujetador. Había pasado mucho tiempo pero, afortunadamente, no había olvidado la técnica.

—Muy bonitos —murmuró, extasiado—. Muy bonitos.

Empezó a acariciar sus pechos, rozando los pezones con el pulgar y sintiendo que se levantaban con el roce. La apretó contra él de nuevo, echándola un poquito hacia atrás para tomar un pezón en la boca. Despacio, pasó la lengua por la areola y luego sopló sobre la sensible piel, sonriendo al ver que ella intentaba disimular un escalofrío. Empezó a chuparlo suavemente, jugando con la lengua… Y entonces sintió que Del se dejaba hacer, que era suya, toda suya.

Despacio, la puso de pie y se arrodilló delante de ella.

—¿Qué haces? —preguntó Del, agarrándose a sus hombros.

Como respuesta, Sam le bajó las braguitas.

—Se nos habían olvidado —murmuró, haciendo un esfuerzo para no enterrar la cara en el triángulo de vello oscuro entre sus piernas. Del no estaba acostumbrada a tales intimidades, pensó. Así que se levantó, llevándola hacia la cama mientras se quitaba la camiseta y los zapatos.

—¿Por qué no nos tumbamos?

Si tuviera más experiencia, hacerlo de pie no sería un problema. Pero quería que estuviese cómoda, que tuviera magníficos recuerdos de su primera vez. Su primera vez con él.

Del iba a tumbarse en la cama, pero de pronto se detuvo.

—¿Tú no vas desnudarte?

Sam asintió.

—Claro. Y tú puedes ayudarme —le dijo, llevando sus manos hasta la hebilla del cinturón. Cerró los ojos, alborozado, cuando sintió sus manitas rozando el bulto bajo los pantalones. Cuando bajó la cremallera, Del dejó escapar una exclamación.

Sam miró hacia abajo. La silueta que se veía bajo los calzoncillos dejaba poco a la imaginación. Metiendo los dedos por debajo del elástico, se quitó calzoncillos y pantalones de un tirón. Al liberarse completamente, se preguntó qué estaría pensando ella. ¿Habría visto a un hombre desnudo alguna vez?

Cuando estaba a punto de decirle que no tuviese miedo, Del musitó:

—¿Puedo… tocarte?

Sam sonrió, intentando no parecer el lobo feroz a punto de comerse a Caperucita.

—Claro.

Pero una vez obtenido el permiso, ella vaciló. Intentando portarse con naturalidad, Sam tomó su mano y la colocó sobre su rígido miembro.

Ella levantó la mirada, con los ojos brillantes.

—¡Es suave!

—Sí, bueno…

—Quiero decir que la piel es suave, como de terciopelo —murmuró Del, explorando un poco, deslizando la punta de los dedos arriba y abajo. Un escalofrío lo recorrió entonces de arriba abajo.

—Eso me ha gustado mucho, pero si no quieres que termine ahora mismo, será mejor que pares.

—Lo siento —se disculpó Del, muy seria.

—Yo también.

Sam apartó el embozo de la cama y ella se tumbó, mirándolo muy seria mientras se ponía un preservativo. Cuando se tumbó a su lado, le pareció como si nunca hubiera vivido un momento tan erótico. La besó despacio, acariciando sus pechos, perdiéndose en su olor, besándola apasionadamente mientras deslizaba una mano hacia el triángulo de rizos entre sus muslos.

—¿Qué haces? —murmuró Del.

Sam sabía que no era una pregunta literal.

—Intento ir despacio —contestó, enterrando un dedo entre sus pliegues—. Abre las piernas.

Ella se dejó hacer, con los ojos muy abiertos, mientras Sam separaba sus piernas con la mano. Estaba húmeda y respondía a sus caricias como si no fuera la primera vez. Pronto descubrió que era muy, muy estrecha y empezó a sudar al imaginar cómo sería estar dentro de ella. Sería mejor no pensarlo por el momento, se dijo.

—¿Estás bien? —le preguntó con voz ronca.

—No me duele.

Sam sonrió, sin dejar de acariciarla, ahora usando dos dedos.

Del jadeaba, restregándose contra su mano. Sam sonrió para sí mismo mientras inclinaba la cabeza para besar sus pechos de nuevo. Al mismo tiempo, buscaba entre los rizos el capullo escondido… Ella emitió una especie de gemido ronco cuando lo tocó. Y cuando empezó a acariciarlo sabiamente, levantó las caderas sin darse cuenta.

—¡Sam!

—Tranquila, disfruta.

Para su sorpresa, ella respondía ante cada caricia, ante cada beso. Acariciaba su espalda con manos sudorosas, clavándole las uñas…

Sam empezaba a tener dificultades para controlarse. El roce de sus caderas desnudas era muy estimulante y pronto se encontró a sí mismo restregándose contra ella.

Por fin, cuando pensó que ya estaba preparada, se colocó encima. Del lo aceptó encantada, abriendo las piernas para que pudiera instalarse entre ellas. Tener aquel cuerpo tan suave bajo el suyo amenazaba con nacerle perder el control y rápidamente se colocó en posición.

—Puede que, al principio, no te sea cómodo.

—No me importa —dijo ella, apretando sus nalgas—. Me gusta.

Sam se obligó a sí mismo a ir despacio, a penetrarla milímetro a milímetro; entraba un poco y salía después para no hacerle daño. Una y otra vez, repitió el movimiento, los bíceps estaban hinchados por el esfuerzo de sujetar todo su peso, todos los músculos de su cuerpo se encontraban en tensión. Ella no parecía sentir dolor y, de repente, arqueó la espalda, levantando las caderas para ofrecérselo todo. Sam, a punto de perder la cabeza, empezó a mover las caderas, cada vez con más fuerza, más rápido, apretando los dientes.

—Del… no puedo esperar.

—Yo tampoco. Hazme el amor, Sam.

Era imposible resistirse. Sam dejó que su cuerpo encontrase el ritmo, obligándola a seguirlo, sintiendo un placer extremo con cada envite. La tensión se hacía insoportable, los escalofríos más profundos. Del se movía debajo de él, con la misma pasión.