Por los servicios prestados – Anne Marie Winston

Estaba de perfil, hablando con uno de los contables. Por culpa del pelo no podía ver si la cara era tan interesante como el cuerpo pero, de todas formas, se preguntó qué hacía un pedazo de mujer así con un contable más bien gordito.

Pero… ¿dónde estaba Del?, pensó, mirando alrededor.

—¡Sam! ¡Cuánto me alegro de que hayas venido! —exclamó Peggy al verlo—. Chicos, ha venido el jefe.

Inclinando un poco la cabeza, Sam se dirigió hacia ellos, sabiendo que la mitad del pub estaba pendiente de él. Había sido una estupidez ir al cumpleaños, se dijo. Aquél era el sitio perfecto para que lo reconocieran. Y eso era precisamente lo que no quería. Él no solía ir a bares o restaurantes y casi no recordaba cuándo fue la última vez que había salido de copas.

Pero Peggy ya había encontrado una silla para él y todos se apretaban para hacerle sitio. A su lado, Grover, el contable, y una de las chicas a las que no conocía.

Sin embargo, cuando ella levantó la cabeza, Sam comprobó que sí la conocía. La chica de la melena castaña y la increíble figura tenía el rostro ovalado de Del, los aterciopelados ojos castaños de Del y el hoyito en la barbilla de Del.

Dios santo. Era como si le hubieran pegado un puñetazo en el estómago. Afortunadamente, no le había preguntado a Peggy dónde estaba.

—Hola, Del —la saludó, haciendo un esfuerzo sobrehumano para actuar con normalidad—. Feliz cumpleaños. Otra vez.

—Te has perdido la tarta —dijo alguien.

—No pasa nada.

Sam seguía mirando a Del, incapaz de entender cómo su eficaz y seria subdirectora se había convertido en… aquel pedazo de bombón.

Y era un bombón. En lugar de la típica camisa ancha, llevaba un vestidito negro ajustado… Del lo llenaba a la perfección y estaba seguro de que no había pasado por el quirófano.

—¿No tienes nada que decir sobre la transformación de Del? —preguntó Peggy—. Nosotros hemos pasado a su lado sin reconocerla.

—Yo habría hecho lo mismo —consiguió decir Sam, apartando los ojos del escote de su subdirectora—. Menos mal que no va a la oficina así o tendríamos a los clientes haciendo cola para verla.

La camarera se acercó y Sam pidió una cerveza. Del pidió otra copa, un líquido verde con hierbas. Pero nadie más pidió nada.

—Mejor no —dijo Sally, del departamento de administración—. Yo tengo que irme a casa para darle de comer a mis perros.

—Mi mujer me está esperando para cenar —se disculpó el jefe del departamento de seguridad personal.

Uno por uno, todos empezaron a despedirse, hasta que sólo quedaron Walker y la pelirroja, Peggy, Del y él. Unos minutos después, Peggy también se levantó.

—Mi hijo pequeño tenía un partido de fútbol esta noche y me parece que llego a tiempo para recogerlo —sonrió, inclinándose para besar a Del en la mejilla—. Nos vemos el lunes, guapa. Adiós, jefe, adiós Walker. Jennifer, encantada de conocerte.

—Lo mismo digo —dijo la pelirroja con una vocecita de niña pequeña que sonaba demasiado falsa para ser auténtica. Era la primera vez que hablaba y Sam no pudo evitar mirar a Del con gesto de incredulidad.

Cuando ella le devolvió la mirada, había un brillo de burla en sus ojos castaños y Sam casi podía traducir lo que estaba pensando: «¿Esta chica de qué va?».

Entonces empezó a sentirse un poco más cómodo. Había cambiado su exterior, pero seguía siendo la misma; la persona con la que tenía una increíble habilidad para comunicarse sin palabras.

—Adiós —se despidieron Del y Sam a la vez. Cuando Peggy desapareció, en la mesa hubo un incómodo silencio.

—Bueno, Walker, hemos contratado a una ayudante para el departamento de investigación —dijo ella, intentando salvar la situación—. Tiene mucha experiencia y será un buen complemento para Doug y para ti.

El equipo de investigación asistía a menudo en los casos de secuestro por temas de custodia, en los que Walker era un experto.

—¿Una mujer?

Del asintió.

—Una mujer muy competente.

—Estupendo —dijo él—. Desde que recuperamos a esa niña que habían secuestrado sus parientes en Francia, tenemos más trabajo del que Doug y yo podemos abarcar. Alguien que tenga experiencia en el asunto es justo lo que necesitamos. Y seguramente es bueno incluir a una mujer en el equipo.

—¿Eres detective? —preguntó Jennifer, pestañeando como una muñeca—. No me lo habías dicho. ¡Qué emocionante!

—No te creas —dijo Walker. Parecía como si la corbata lo estuviera ahogando, pero no llevaba corbata.

Sam volvió a mirar a la pelirroja. Debajo de los kilos de maquillaje, parecía muy jovencita. Demasiado jovencita.

—¿A qué te dedicas, Jennifer? —preguntó Del, como siempre, como si hubiera leído sus pensamientos.

—Ah, soy modelo —contestó la chica—. Bueno, quiero serlo. Ahora mismo estoy estudiando en la escuela Barbizon y trabajo en el departamento de maquillaje de Bloomingdale’s.

¿Una aspirante a modelo? Debía tener por lo menos veinte años menos que Walker. ¿Qué estaba intentando probar aquel hombre? Sam dio un respingo cuando alguien le pegó una patada en la espinilla por debajo de la mesa. Se volvió para mirar a Del, pero ella miraba a Jennifer con una inocente sonrisa en los labios.

—Ser modelo tiene que ser una profesión difícil —le dijo, con un falsísimo tono de interés.

—Ya te digo —suspiró Jennifer—. Pero también tiene que ser divertido ser la secretaria de estos chicos.

—Del no es la secretaria de nadie —explicó Walker—. Es mi jefa.

—Ah, tu jefa —sonrió Jennifer, como si no entendiera muy bien ese concepto—. Pues estando en un equipo de dirección, deberías aprender a optimizar tus talentos. Yo podría hacerte un cambio de imagen en un momento. Por ejemplo, estarías mucho mejor con un wonderbra y…

—Bueno —la interrumpió Walker—. Jennifer y yo tenemos que marcharnos. Del, espero que lo hayas pasado bien. Nos vemos el lunes, chicos.

Después de eso, se retiró prácticamente arrastrando a Jennifer hasta la puerta.

Sam lo observó, sin poder disimular una sonrisa.

—¿Optimizar tus talentos?

Del no pudo contenerse más y soltó una carcajada. Su risa era contagiosa y, unos segundos después, Sam estaba riendo con ella.

—Un cambio de imagen… Si pudiera verme a diario saldría corriendo.

—Seguramente ya ha pasado su hora de irse a la cama —dijo Sam.

—Yo creo que Walker se ha vuelto loco —suspiró Del—. ¿Cómo puede salir con esa chica?

—¿Quieres que te lo explique yo?

—Además de las razones obvias, quiero decir. ¿Qué pueden tener en común?

—¿Qué más necesitan? —bromeó Sam. Nada más decirlo se dio cuenta de que el comentario había sido una metedura de pata. Aunque a menudo se había preguntado cómo sería Del fuera de la oficina, nunca había compartido con ella un momento íntimo, ni, por supuesto, había deseado tomarla entre sus brazos.

Nervioso, se aclaró la garganta.

—Parece que nos han abandonado.

—No solemos quedarnos hasta muy tarde —le dijo ella—. Una copa, a veces una cena y ya está. Casi todos tienen familia —añadió, buscando su bolso—. Te agradezco que hayas venido, pero no tienes por qué quedarte.

—Ya lo sé —murmuró Sam, observando cómo se movía el vestido cada vez que ella se movía. De repente, volver a su solitario apartamento le parecía insoportable—. Pero estoy muerto de hambre, no he cenado. ¿Te importa tomar otra copa mientras yo pido algo de comer?

—¿Estás seguro? No lo harás por pena, ¿verdad?

Sam sonrió.

—Lo hago por hambre. Como solo demasiadas veces. ¿Por qué no te quedas?

No debería animarla. Estaba acostumbrado a comer solo y lo último que necesitaba era que su subdirectora pensara que estaba intentando ligar con ella. Sin embargo, esperaba atentamente su respuesta.

—De acuerdo —contestó Del, después de pensárselo un momento—. No tengo prisa por volver a casa.

—¿No tienes perro?

—Ni siquiera un canario —sonrió ella—. Mi jefe es muy exigente y nunca sé a qué hora voy a volver a casa.

—Nunca te has quejado. De hecho, sueles quedarte más tarde que yo en la oficina.

Del se encogió de hombros y el gesto hizo que el vestido se pegara a sus curvas. Entonces se resbaló una de las tiras que lo sujetaban y ella se la volvió a colocar, con gesto impaciente.

—Como he dicho, no tengo prisa por volver a casa.

Sam tuvo que concentrarse para formar una frase coherente.

—Yo tampoco. Y agradezco la compañía.

Era verdad. Lo estaba pasando bien. Aunque Del era más que eficiente y no le daba miedo opinar en la oficina sobre lo que hiciera falta, nunca tenían tiempo para hablar de cosas personales. Sam había descubierto más cosas sobre ella esa noche que en siete años.

—¿Vas a contarme el porqué de la transformación? Estás estupenda, pero es un cambio increíble.

—Mi madre me regaló este vestido por mi cumpleaños —suspiró ella—. Normalmente, las cosas que me manda son tan tremendas que no me las pondría ni muerta. Éste no estaba mal, así que…

—¿Y por qué te envía cosas tremendas?

Los ojos de Del se oscurecieron mientras tomaba un sorbo de su copa.

—Porque así es mi madre: tremenda.

Capítulo 2

—Me gustaría conocerla.

Del sacudió la cabeza y su pelo lo distrajo de inmediato. ¿Sería suave al tacto? ¿Cómo sería tener esa melena deslizándose por su cuerpo?

—En la vida —contestó ella, sorbiendo por la pajita—. Sólo nos vemos una vez al año y te aseguro que es más que suficiente.

Había cierto tono de amargura en su voz y Sam se preguntó cómo habría sido su infancia para producir una reacción así. Si le preguntaba directamente, seguramente ella se negaría a hablar del asunto, de modo que decidió preguntar de manera indirecta:

—¿Tienes hermanos?

Ella negó con la cabeza.

—No, soy hija única. Fui un accidente.

—¿Tu madre no quería tener hijos?

—No. Temía que arruinaran su imagen.

Ah, de modo que su madre era una mujer superficial. Resultaba extraño que hubiese tenido una hija como Del, que hacía lo imposible por esconder su atractivo.

—¿Y se la arruinaste?

Del soltó una risita.

—No, pero lo intenté.

¿Había soltado una risita? ¿Del Smith, la subdirectora de SPP, había soltado una risita? No había una sola mujer en el planeta de la que menos esperase una risita.

—¿Cuántas copas has tomado?

—Esta es la tercera. Es un daiquiri, está buenísimo.

—Pero es el tercero. Cuando menos te lo esperes caerás al suelo redonda.

Cuando llegó la camarera, Sam pidió otra cerveza y algo de comer. Del insistió en tomar otro de esos daiquiris.

—Vamos a sentarnos en esa mesa —le dijo Sam a la camarera, señalando una mesa para dos en la esquina.

—¿Por qué? —preguntó Del, tomando su bolso.

—Porque ésta es demasiado grande para dos personas —contestó él, tomándola del brazo.

Una vez de pie, pudo ver que el vestido negro era muy corto. Cortísimo. Y dejaba al descubierto unas piernas kilométricas. Parecía más alta de lo normal porque llevaba zapatos de tacón.

A él le encantaban los zapatos de tacón en una mujer con buenas piernas. Y Del tenía, desde luego, unas piernas estupendas. Largas, de muslos bien formados y tobillos finos. Pero sería mejor que dejara de pensar en las piernas de Del, se dijo a sí mismo.

—Recuérdame que le dé las gracias a tu madre por este vestido.

Ella se quedó mirándolo, un poco sorprendida.

—¿Te gusta? —preguntó, inclinando a un lado la cabeza. Pero el gesto la hizo perder el equilibrio—. ¡Ay!

Sam le pasó un brazo por la cintura. ¿Por qué no se había dado cuenta hasta entonces de que tenía cinturita de avispa?

—Sí, me gusta.

Mucho más que eso. La parte de arriba se pegaba a sus curvas, dejando al descubierto un escote bastante impresionante. Y a él le habría gustado poner los labios en ese escote…

Decirse a sí mismo que eso sería la estupidez más grande del mundo no parecía ayudarlo mucho. Pero se sentó a su lado intentando no acorralarla. Aunque la mesa era demasiado pequeña para un hombre tan grande como él y no podía evitar rozar las piernas de Del por debajo.

—Parece que esta mesa es muy pequeña, ¿no?

Sam intentó apartarse un poco, pero hiciera lo que hiciera su pierna rozaba contra el muslo de Del. El muslo desnudo de Del.

La camarera llegó entonces con su cena.

—Come unas patatas fritas —sugirió Sam.

—Ya he cenado.

—A ver si lo adivino: ¿una ensalada?

—Una ensalada del chef, con jamón. ¿Cómo lo sabes?

—Porque eso es lo que pides siempre que comemos con algún cliente —contestó él. No se acordaba de su cumpleaños, pero al menos recordaba eso—. Come unas patatas fritas, anda.

—Tú lo que quieres es que no me emborrache —lo acusó Del.