Se le encogió el corazón al recordar su cara. La amaba y cuanto antes se lo dijera, mejor.
Pero… ¿qué iba a decirle?
«Cásate conmigo». La respuesta apareció en su mente con total claridad y era tan sencilla que lo dejó asombrado.
Le contarían la verdad a su madre y la invitarían a la boda. Así de fácil.
Sam sonrió. Del era muy cautelosa en cuanto a su relación, pero él había conseguido borrar casi todos sus miedos. Simplemente le diría que no tenía alternativa.
Una vez pensó que después de Usa jamás pondría una alianza en el dedo de una mujer. Pero el dolor por su traición había desaparecido por completo y sólo podía darle las gracias al cielo por haber escapado de una relación tan frívola. No era el matrimonio lo que había intentado evitar, era poner su corazón en manos de otra persona.
Pero estaba dispuesto a entregarle a Del su corazón en bandeja de plata.
Llegó a la casa quince minutos después. Si su madre seguía allí, le pediría disculpas, pensó. De rodillas, si así conseguía que Del lo perdonase.
Pero cuando abrió la puerta no oyó voces. La casa estaba vacía.
Quizá había acompañado a su madre al hotel, pensó. A lo mejor se habían ido de compras… Sam buscaba alternativas que le pareciesen aceptables.
Entonces oyó que alguien metía la llave en la cerradura y se volvió, esperanzado. Pero no era Del, era Robert.
—¿Qué haces aquí?
—Recoge tus cosas y dame la llave —dijo el hombre, con una expresión nada amistosa.
—¿Dónde está Del? —preguntó Sam, sorprendido.
—Me ha pedido que viniera, por si volvías —contestó Robert, dándole un sobre.
Con una sensación premonitoria, Sam abrió el sobre y sacó dos cuartillas escritas con la letra de Del:
Sam,
Adjunto mi carta de dimisión, efectiva inmediatamente. Estoy segura de que encontrarás un sustituto enseguida. Siento dejarte así, pero no podría volver a trabajar contigo. Supongo que estarás de acuerdo.
De nuevo, te pido disculpas por no haberte contado la verdad.
Gracias por hacer que mi primera historia de amor haya sido tan especial. Conservaré los recuerdos como un tesoro.
Del
El corazón de Sam se detuvo por un momento. Del estaba convencida de que no iba a volver con ella. Porque en su mundo, cuando una relación terminaba, se terminaba para siempre. Y cada uno tomaba su propio camino.
Y ella había tomado el suyo.
«Por favor, que no sea demasiado tarde». Su relación apenas había empezado. No podía terminar así.
Sam volvió a leer la nota, sin prestar atención a la mirada fría de Robert. «Mi primera historia de amor». Sam se agarró a esa frase como si fuera un salvavidas. No la había llamado «encuentro sexual» o «aventura». La llamaba «historia de amor».
—No —murmuró, rompiendo ambas cuartillas en pedazos—. No va a dejar el trabajo y no va a dejarme a mí. ¿Dónde está?
Robert sacudió la cabeza.
—No me preguntes eso.
—¡Te lo estoy preguntando, maldita sea! Quiero que vuelva.
—¿Por qué?
—Porque… —Sam no se atrevía a contarle la verdad. Aquello era entre los dos—. Porque sí.
Robert negó con la cabeza.
—No es suficiente. Puedes encontrar otro subdirector para tu empresa…
—Eso me da igual. Quiero a Del.
—¿Por qué?
Al infierno con sus estúpidas contemplaciones. Si tenía que gritar sus sentimientos a todo pulmón para conseguir que Del volviese, lo haría.
—Estoy enamorado de ella. Eso es lo que quieres oír, ¿no? Pues ya lo sabes. Estoy enamorado de Del.
Robert pareció relajarse.
—No es a mí a quien tienes que convencer.
—Entonces dime dónde está y se lo diré. Por favor, Robert, tengo que encontrarla. Le he hecho daño sin pensar y… quiero pedirle perdón —suplicó Sam, tragando saliva. Por primera vez, se percató de que podría no haber un futuro con Del—. Aunque ella me diga que no quiere volver conmigo, tengo que pedirle perdón.
Robert vaciló, pero al final…
—Se ha ido al hotel con Aurelia. Piensan marcharse mañana.
—¿Marcharse dónde?
—A California.
Sam tuvo que hacer un esfuerzo para llevar aire a sus pulmones.
—Pero ella no quiere vivir con su madre. ¿Por qué va a irse a California?
—¿Y qué la retiene aquí? —preguntó Robert a su vez.
—Yo…
—Aurelia tiene una gran personalidad, Sam. Yo creo que no sabe cómo intimidaba a Del cuando era pequeña. Es la primera vez que entiende cómo odia que intente emparejarla con nadie. Pero Aurelia quería que su hija fuera más feliz de lo que lo había sido ella… Puede que te parezca absurdo, pero de verdad pensaba estar ayudándola.
—Y lo que ha conseguido es alejarla de ella —murmuró Sam. Acababa de percatarse de algo: Del había tardado años en salir de su concha antes de atreverse a mantener una relación con alguien. Y ese alguien era él. Sólo él—. ¿En qué hotel están?
Media hora después, llegaba al exclusivo hotel en el centro de la ciudad, donde Aurelia había reservado la más lujosa suite.
Robert le había dado el número de habitación y Sam subió en el ascensor, pensando en lo que iba a decirle a Del. Pero le latía el corazón como si hubiera ido corriendo.
Había pensado llamar desde abajo para decirle que estaba allí, pero temió que volviera a desaparecer. Nervioso, llamó a la puerta.
—¿Quién es? Aurelia no está aquí en este momento.
—Soy Sam —dijo él, aclarándose la garganta. Había llegado el momento de la verdad—. Por favor, Del, déjame entrar.
Silencio. Al otro lado de la puerta no oía nada.
—¿Del?
—Vete. No tengo nada que decirte.
—No tienes que decir nada si no quieres. Pero yo tengo que hablar contigo.
De nuevo, silencio.
—¡Déjame entrar o me pondré a gritar hasta que no tengas más remedio que abrir!
Acababa de terminar la frase cuando la puerta se abrió.
—¡No grites! Seguramente habrá paparazzi escondidos en todas las habitaciones.
—Si me hubieses dejado entrar no habría tenido que…
Del dio un paso atrás, haciéndole gestos para que se callase. Llevaba vaqueros y camiseta, pero no los anchos que solía llevar a trabajar. Era ropa que había comprado desde que empezaron a estar juntos, ropa que le quedaba bien, que destacaba su figura. Llevaba el pelo suelto y Sam tuvo que cerrar los ojos un momento, destrozado por la idea de no poder volver a acariciar esa maravillosa melena.
Entonces se percató de que le temblaban las manos e intentó calmarse mirando alrededor. A la derecha estaban las habitaciones, a la izquierda un comedor y un baño. Era un apartamento, más que una suite. No le sorprendería que hubiese una cocina en alguna parte.
Por un momento, la diferencia entre el sencillo rancho de sus padres y la vida lujosa que había llevado Del desde su infancia le pareció un obstáculo entre los dos. Nunca había pensado en esas cosas, pero el estilo de vida de Aurelia Parker daba un poco de miedo.
Entonces recordó que Del había dejado todo eso atrás. Vivía en una casa normal, bonita, pero sin lujos, tenía un trabajo normal y hacía ella misma las tareas domésticas. Vivía como él. Nadie podría haber adivinado que su madre era una millonada. Del no necesitaba dinero para ser feliz.
¿Qué necesitaba para ser feliz?, se preguntó, rezando para que ese algo fuese él.
Del se había sentado en el sofá, cerca de una enorme chimenea de mármol negro, y Sam se sentó a su lado. No sabía cómo empezar, de modo que dijo lo que llevaba en el corazón:
—Lo siento.
Del arrugó la frente y, por primera vez, lo miró a los ojos.
—¿Lo sientes? Pero te mentí…
—Yo también te mentí, cariño. No entendí lo que pasaba… ¿Quieres hablarme de ello, de tu infancia?
Del no dijo nada y Sam se dio cuenta de que intentaba no llorar.
—Por las cosas que me contaste de tu madre, casi pensé que era… una prostituta.
Del levantó una ceja.
—¿Una prostituta? Por favor… No, lo que pasa es que estaba más preocupada por su carrera, su imagen y su vida amorosa que por su hija. ¿Sabes que ha estado casada cuatro veces?
Sam negó con la cabeza. Él no seguía mucho los cotilleos de Hollywood. Tenía sus propios problemas.
—Supongo que no fue fácil para ti.
—Y hubo muchos novios entre marido y marido. Mi padre, Pietro Caminito, fue el primero. Cuando murió, mi madre se casó y se divorció tres veces más. Pero no fue una mala madre, no me pegaba ni nada de eso.
—Pero dijiste que organizaba fiestas… que un hombre intentó propasarse contigo.
Del se encogió de hombros.
—Mi madre había organizado una fiesta después de un rodaje. Todo el mundo debía estar en el jardín, pero ese tipo entró en casa… Yo había salido de mi habitación para ver la fiesta desde la galería y ese hombre me agarró por detrás.
Sam apretó los dientes.
—Pero si eras una niña…
—Robert apareció enseguida. Entonces era mi padrastro y creo que fue la primera vez que lo vi realmente furioso. Le pegó un puñetazo y llamó a la policía. Mi madre juró que ese canalla no volvería a trabajar en la industria del cine y no volvió a hacer una fiesta sin contratar guardaespaldas.
—Pero no dejó de hacer fiestas.
Del sonrió.
—No. Mi madre es una estrella de cine, Sam.
—Pero te has cambiado el apellido. ¿Por qué Smith?
—Es el apellido de mi abuela… aunque el de ella acababa con una «e». No quería que nadie me tratase de forma especial sólo por ser hija de una actriz famosa, así que me lo cambié legalmente —suspiró Del—. Mi madre siempre ha pensado que no podría ser feliz sin un marido y no te imaginas la cantidad de candidatos que me ha presentado… Como que yo iba a querer casarme después de ver cómo le había ido a ella.
Seguramente, habiendo crecido en un ambiente tan falso como el de Hollywood, Del tenía buenas razones para no creer en el matrimonio.
—No es que no la quiera, es que… no me ha entendido durante muchos años. Por eso me inventé un marido —siguió ella, mirándolo a los ojos—. Sam, yo nunca te habría metido en esto a propósito. No sabía que mi madre venía a verme. Y si hubiera sabido lo del tiroteo de San Diego…
—Los dos hemos guardado secretos —la interrumpió él—. Y supongo que ambos teníamos buenas razones para ello.
Del asintió, pero su expresión era remota.
—En cualquier caso, lo siento.
—Entonces, ¿volverás conmigo?
Ella negó con la cabeza.
—No.
—No tienes que volver a la oficina si no te apetece, pero quiero que vuelvas conmigo —insistió Sam, con el corazón en la garganta—. Cásate conmigo, Del. Te necesito. Te necesito desde hace años, aunque he tardado mucho tiempo en darme cuenta. Desde tu cumpleaños, mi vida ha sido perfecta. Bueno, casi. Si te casaras conmigo, sería perfecta de verdad.
Del lo miraba con los ojos muy abiertos. Pero no decía nada.
—Di algo, por favor —le rogó Sam—. Si no puedes soportar la idea de casarte conmigo…
—No puedo, Sam. Te agradezco la oferta, pero no podría hacerte eso. ¿Sabes cómo cambiaría tu vida si la gente supiera…?
—Lo he pensado —la interrumpió él—. Si estamos casados, la historia ya no será tan interesante para la prensa. Además, ser un héroe no es algo de lo que uno deba avergonzarse.
Del negó con la cabeza.
—Desde luego que no, pero el héroe de San Diego y la hija de Aurelia Parker darían mucho que hablar. No te engañes.
—Seremos noticia durante unos días, pero en cuanto una estrella de cine pida el divorcio se olvidarán de nosotros.
Del no dijo nada. Su expresión era triste y escéptica.
Sam empezaba a desesperarse. Estaba tan cerca y, sin embargo, podría haber estado en la luna.
—Te quiero, Del —suspiró, derrotado—. Nunca he querido a nadie así en toda mi vida.
—No tienes que decir eso —murmuró ella, con los ojos llenos de lágrimas.
—Lo digo de verdad. Si puedes mirarme a los ojos y decir que tú no sientes lo mismo, me iré —dijo Sam, tomando su mano—. Puede que me muera, pero prometo dejarte en paz.
Una solitaria lágrima empezó a deslizarse por la mejilla de Del.
—¿Estás seguro?
—¿Seguro de que me moriré si me dices que no? Sí. He visto a Walker y Karen mirándose cuando creen que el otro no se da cuenta. Yo no quiero estar así el resto de mi vida, amargado por haber destrozado una relación con la única mujer a la que he querido nunca. Quiero ver mi anillo en tu dedo. Quiero una casa, un perro, incluso un par de niños si a ti te parece bien.
—Niños…
—Pero en eso soy flexible. Lo que me importa eres tú. Te quiero —repitió Sam—. Te quiero con toda mi alma.
De repente, Del se sentó sobre sus rodillas.
—Yo también te quiero —exclamó, echándole los brazos al cuello—. Oh, Sam, te quiero tanto.
Él dejó escapar un suspiro de alivio, tan fuerte que se habría caído al suelo si no hubiera estado sentado en el sofá. Emocionado, la estrechó entre sus brazos, enterrando la cara en su pelo.