Por los servicios prestados – Anne Marie Winston

¿Madre? ¿Aurelia Parker era la madre de Del?

Ahora entendía lo que significaba la palabra estupefacto porque era así como se sentía. Era como si lo hubiera golpeado un rayo.

Seguramente, el gesto de arquear la ceja debería haberle dado una pista. ¿Qué le había contado Del a su madre? ¿De verdad Aurelia Parker era su madre? Sam estaba convencido de que apenas se hablaban pero, aparentemente, Del le había confiado que mantenía una relación con él.

—Hola, cariño —sonrió Aurelia, abrazándola—. ¡Feliz cumpleaños!

—Fue hace semanas, mamá.

—Ya, bueno… Hace siglos que no te veía y he pensado darte una sorpresa.

—Pero te dije que este fin de semana no me venía bien —replicó Del, con un tono que habría helado a un oso polar.

Aurelia Parker intentó sonreír, pero evidentemente ésa no era la respuesta que había esperado.

—Si espero hasta que a ti te venga bien, nos veremos cuando esté en una residencia.

Por un momento, madre e hija se miraron, en silencio.

El parecido entre las dos mujeres era increíble, aunque sus estilos, tan diferentes, hacía que pasara desapercibido. Para alguien que no estuviera buscándolo, no sería fácil encontrarlo, pero para Sam estaba claro. Del tenía la barbilla más marcada y no se pintaba nunca, mientras su madre iba maquillada a la perfección. Las dos eran delgadas, pero Aurelia tenía más pecho. Seguramente, resultado de una operación quirúrgica.

—Bueno, estás en tu casa —dijo Del por fin, resignada. Intentaba disimularlo, pero la visita no le hacía ninguna gracia—. Pero te pedí que no vinieras sin avisar, ¿recuerdas, mamá?

—Pero cariño, si te hubiera llamado por teléfono no sería una sorpresa. Además, así he conocido a Sam, por fin. Las otras veces que he venido estaba fuera de la ciudad.

¿Fuera de la ciudad? ¿Qué otras veces? Sam miró a Del, que estaba más pálida que antes.

—Mamá…

—En serio, Del —la interrumpió Aurelia—. Pensé que nunca iba a conocer a tu marido.

¿Marido? Afortunadamente, Aurelia no lo estaba mirando porque Sam se había quedado boquiabierto.

—Mamá, tengo que vestirme —dijo Del a toda prisa—. Sam, ven un momento…

Él obedeció. Estaba deseando que le explicara por qué Aurelia Parker pensaba que estaban casados.

Del se volvió en cuanto entraron en el dormitorio.

—Supongo que esperas una explicación.

—Sí, por ejemplo, me gustaría saber por qué tu madre… que, por cierto, es una estrella de Hollywood, cree que estamos casados —dijo Sam, enfadado.

Aquello era desastroso para él. Tantos años protegiendo su intimidad y la primera vez que decidía vivir con una chica resultaba ser la hija de una estrella de cine que aparecía diariamente en las revistas. ¿Cómo iba a seguir siendo una persona anónima?

—Porque necesitaba un marido —contestó Del. Ya no estaba pálida, todo lo contrario, se había puesto como un tomate—. No uno de verdad, claro, uno de mentira.

—Ah, ya entiendo.

—No lo entiendes, Sam. Mi madre lleva años intentando emparejarme con alguien.

—Y me has usado a mí.

—Sí, me temo que sí —asintió ella—. Era más fácil hablar de ti que… de un marido de mentira. Al fin y al cabo, a ti te conocía bien y…

—¿Desde cuándo cree que soy tu marido?

—Desde hace seis años —le confesó Del—. Mi madre cree que nuestro aniversario es dentro de dos semanas.

—¡Maldita sea! —exclamó Sam, pasándose una mano por el pelo.

Aurelia Parker era la madre de Del. Tendría suerte si algún paparazzi no le había hecho una foto cuando abría la puerta.

—Pensé que no os conoceríais nunca —intentó explicar Del—. Entonces no éramos…

—No éramos amantes, claro. ¿Y no se te ocurrió contarme quién era tu madre cuando empezamos a vivir juntos?

Los ojos de Del se llenaron de lágrimas.

—Sí. No. No lo sé. Me he pasado la vida intentando no ser la hija de Aurelia Parker y temía que si te lo contaba… me verías de forma diferente o algo así. O no querrías estar conmigo.

Sam estaba demasiado furioso como para tener cuidado con sus palabras.

—Tienes toda la razón. Lo último que deseo es estar con alguien cuyo nombre aparece en los periódicos.

Del se llevó una mano al corazón, angustiada, pero su voz era más firme cuando volvió a hablar:

—¿Tienes algo específico contra la gente famosa o es sólo mi madre?

Sam dejó escapar un suspiro. Ya todo daba igual.

—Hace ocho años detuve a un asesino en una calle de San Diego. Me pasé el año siguiente intentando librarme de la prensa… mientras intentaba volver a caminar.

—El asesino de San Diego —repitió Del, sorprendida—. Mató a siete personas antes de que… de que un Navy Seal lo detuviera. ¿Eres tú? ¿Sam Pender?

—Lo era —dijo él—. Incluso tuve que cambiarme de nombre.

—¿Por qué? Deberías sentirte orgulloso de haber salvado tantas vidas.

—Y lo estoy. Pero no te puedes imaginar la que se organizó. Sólo hice lo que estaba entrenado para hacer, lo que tenía que hacer para detener a ese loco —suspiró Sam, sacudiendo la cabeza—. Los periodistas hacían cola en el hospital y me habrían seguido al centro de rehabilitación si no me hubiese cambiado el nombre…

—Dijeron que no volverías a caminar. Pero se equivocaron —murmuró Del.

—Sí. Y lo último que deseo es volver a tener que soportar la atención de los medios.

—Sam, lo siento —suspiró ella, dejándose caer sobre la cama—. Le diré a mi madre que he estado mintiéndole durante todos estos años… Puedes marcharte si quieres. Lo entenderé.

Él empezó a pasear por la habitación.

—¿Por qué me has mentido?

—¿Y por qué tú no me contaste tu secreto? —replicó ella.

—Pensaba hacerlo. Si me hubieras dicho la verdad desde el principio…

—No pensé que fuera asunto tuyo. Nos acostábamos juntos, pero eso no significa que tuviera que contarte la historia de mi vida.

Esas palabras fueron como una bofetada. Sam se volvió, incrédulo. Claramente, Del no veía su relación como algo serio. Para ella, sólo estaban acostándose juntos. No podía haberlo dejado más claro.

—Tienes razón —dijo por fin, con voz ronca, sacando una camisa del armario—. Tu vida no es asunto mío.

—Sam…

—Me marcho. Puedes contarle a tu madre lo que quieras.

Después de ponerse la camisa, salió del dormitorio dando un portazo y fue al salón a buscar las llaves del coche.

La madre de Del se levantó del sofá.

—Sam…

El no se molestó en contestar.

No sabía dónde ir, de modo que fue a la oficina. Era patético, pensó, que un hombre no tuviera un solo amigo al que llamar en un momento como aquél. Pero así era. Se había concentrado en el trabajo tan profundamente que incluso había ido excluyendo a su familia poco a poco. Y mientras estaba recuperándose en el centro de rehabilitación le dolía demasiado oír las anécdotas que contaban sus compañeros, de modo que dejó de contestar a sus llamadas.

Del era la única persona con la que mantenía contacto. En circunstancias normales, podría haber llamado a Robert, pero aquella situación no era normal y, además, Robert no podría ser objetivo. No estaba emparentado con Del, pero había sido su padrastro y, seguramente, lo más parecido a una figura paterna.

Y había estado casado con Aurelia Parker.

Aurelia Parker. No podía haber estado más equivocado sobre la madre de Del.

«¿Tu madre no quería tener hijos?»

«Tenía miedo de que arruinaran su imagen».

Qué idiota había sido. Casi había temido que su madre fuera una prostituta cuando lo que quería decir era que Aurelia Parker temía que ser madre arruinase su imagen de diva.

Sam se dejó caer sobre el sillón y giró hasta quedar frente a la ventana. ¿Qué iba a hacer ahora?

¿Qué más daba? Seguramente, Del no le escondería su verdadera identidad a su madre y aunque lo hiciese, ¿cómo iba a salir con la hija de Aurelia Parker sin que se enterase todo el mundo? Alguien lo reconocería y volvería a ser perseguido por los periodistas como ocho años atrás. Por periodistas y por mujeres decididas a enganchar a un héroe. Prácticamente se había convertido en el soltero más cotizado del país, como si hubiera participado en uno de esos concursos en los que la gente buscaba pareja.

El pitido del sistema de seguridad interrumpió sus pensamientos y Sam volvió a girar en el sillón para mirar la pantalla del ordenador. El sofisticado sistema había identificado la entrada de Walker en el edificio y, un momento después, oyó el ruido del ascensor y unos pasos que se dirigían a su despacho.

Justo aquel día, cuando menos le apetecía hablar con nadie.

—Hola, jefe. Pensé que no habría nadie en la oficina.

—¿Qué haces aquí un sábado?

—Quería comprobar los planes para el rescate del niño la semana que viene —contestó Walker, sin mirarlo—. No quiero que haya ninguna contingencia.

De repente, Sam descubrió que estaba preocupado. Karen Munson estaba en ese caso…

—No te preocupes, no pasará nada. Tiene muy buenas referencias. No la enviaría a Río si no confiara en ella.

—Ya lo sé —dijo Walker—. Sólo quiero comprobar el plan para estar seguro de que todo va a ir bien. La verdad es que… no sé si poner a Karen en casos de secuestro infantil es buena idea. Si algo va mal, se lo tomará como algo personal.

Sam asintió, pensativo. Podría tener razón.

—Pero no puedo elegir qué casos puede llevar y cuáles no.

—Sí, lo sé —suspiro Walker—. Cuando vino a pedir trabajo, sabía a lo que nos dedicábamos.

—Así es.

—Y yo no tendría por qué preocuparme de cómo se tome las cosas. Pero es que… sé que lo está pasando mal. Sé que le he hecho daño y no quiero que vuelva a sufrir.

—Yo tampoco, pero no puedo apartarla de todos los casos en los que haya un niño involucrado. Los demás pensarían que está recibiendo un trato especial —dijo Sam—. La mayoría de los empleados no conoce su pasado. O, más bien, no lo conocían antes de la otra noche.

Walker bajó la mirada, avergonzado.

—Me porté como un idiota —reconoció entonces—. Seguramente, deberías despedirme.

—Lo he pensado —dijo Sam, con sinceridad.

—Ella decía que me amaba —murmuro Walker, como si hablara consigo mismo—. Pero no veíamos las cosas de la misma manera y decidió marcharse. Me dejó de repente y… supongo que siempre había querido vengarme.

—¿Y ahora?

El hombre dejó escapar un largo suspiro.

—Ahora tengo que asumir que he destrozado cualquier posibilidad de relación con la única mujer a la que he amado en mi vida —contestó, dejando caer los brazos—. Bueno, voy a echar un vistazo al informe.

Luego desapareció, caminando pesadamente por el pasillo.

Capítulo 9

«Ahora tengo que asumir que he destrozado cualquier posibilidad de relación con la única mujer a la que he amado en mi vida».

Sam se quedó helado.

¿No había hecho él lo mismo? Del no le había hablado de su madre porque no quería perderlo. Seguramente tenía miedo, y con razón dada su experiencia, de que él estuviera más interesado en una relación con la estrella de cine que con su hija. ¿Cómo iba a saber ella de qué modo iba a afectarle la noticia?

Sam se sintió avergonzado. Del no era la única que había escondido secretos. ¿Por qué pensaba que debería haber confiado en él si él no había confiado en ella?

Pero… confiaba en ella. Con total claridad, Sam se dio cuenta de que en los últimos siete años había confiado en Del por completo. Ella conocía todos los secretos de la empresa, estaba al corriente de todo.

Sam siempre había sabido en su corazón que ella nunca lo traicionaría… Mucho tiempo atrás, supo instintivamente que Del lo amaba, aunque siempre se había portado con total corrección.

¡Lo amaba! Saber eso debería convertirlo en el hombre más feliz de la tierra. Pero lo había estropeado todo marchándose de esa forma. Del lo necesitaba. Necesitaba un amortiguador entre su madre y ella. Inventándose un marido había creado uno artificial durante los últimos seis años… pero ahora, cuando más necesitaba su protección, no estaba allí para ayudarla.

Sam se levantó con tal fuerza que el sillón fue rodando hasta dar contra la ventana. Tenía que pedirle disculpas. Él no quería ser Walker, no quería destrozar su vida ni quería destrozar sus posibilidades con la única mujer a la que había amado nunca.

Mientras bajaba al aparcamiento, pensó en Del y recuperó la confianza. Ella lo amaba. Tenía que amarlo o no sería tan tierna, tan entregada. No podría terminar sus frases o saber de qué humor estaba antes de que hubiese abierto la boca si no estuviera enamorada de él. Ya él le pasaba lo mismo.

Lo amaba. Y Sam la amaba a ella. No había estado preparado para reconocerlo, pero no sabía por qué. Del no tenía nada que ver con Usa. No era una persona egoísta, todo lo contrario.