Pies de barro (Mundodisco, #19) – Terry Pratchett

—¡Lo ejecutó!

Los hombros se encogieron.

—En cualquier caso, el emblema de la familia fue, como decimos en heráldica, Excretus Est Ex Altitudine. En otras palabras, Depositatum De Latrina. Destruido. Prohibido. Se hizo imposible su resurrección. Tierras confiscadas, casa demolida, página arrancada de la historia. A-já. ¿Sabe, comandante? Es interesante que tantos de los descendientes, a-já, del «Viejo Carapiedra» —las comillas se dispusieron pulcramente a ambos lados del apodo igual que una señora anciana cogería algo desagradable con unas pinzas— hayan sido agentes de la Guardia. Tengo entendido, comandante, que usted también ha adoptado el apodo. A-já. A-já. A veces me he preguntado si deben de heredar ustedes algún ansia de expurgar la infamia. A -já.

Vimes hizo rechinar los dientes.

—¿Me está diciendo que no puedo tener escudo de armas?

—Así es. A-já.

—¿Porque mi antepasado mató a un…? —Hizo una pausa—. No, ni siquiera fue una ejecución —dijo—. Se ejecuta a los seres humanos. A los animales se los sacrifica.

—Era el rey —dijo Dragón gentilmente.

—Ah, sí. Y resultó que abajo en las mazmorras tenía unas máquinas para…

—Comandante —dijo el vampiro, levantando las manos—, me da la impresión de que no me entiende. No importa qué más fuera, era el rey. ¿Sabe? Una corona no es como el casco de un guardia, a-já. Hasta cuando a uno se la quitan, sigue estando en la cabeza.

—¡Pues vaya si Carapiedra se la quitó! —Pero el rey ni siquiera tuvo juicio.

—No se pudo encontrar a ningún juez dispuesto a ello —dijo Vimes.

—Salvo usted… quiero decir, su antepasado…

—¿Y bien? Alguien tenía que hacerlo. Hay monstruos que no deberían caminar bajo el sol.

Dragón encontró la página que estaba buscando y le dio la vuelta al libro.

—Este era su blasón —dijo.

Vimes contempló el signo familiar del buho morpork posado en un ankh. Se encontraba encima de un escudo dividido en cuatro cuarteles con un símbolo en cada uno de ellos.

—¿Qué es esta corona atravesada por una daga?

—Ah, es un símbolo tradicional, a-já. Indica su papel como defensor de la corona.

—¿En serio? ¿Y este puñado de varas con un hacha? —señaló.

—Unas fasces. Simbolizan el hecho de que es… era un agente de la ley. Y el hacha era un interesante presagio de cosas que iban a pasar, ¿verdad? Pero me temo que las hachas no resuelven nada.

Vimes observó el tercer cuartel. En él había pintado lo que parecía un busto de mármol.

—Simboliza su apodo, «Viejo Carapiedra» —dijo Dragón, solícitamente—. Él pidió que se hiciera alguna referencia al respecto. A veces la heráldica no es más que el arte de hacer juegos de palabras.

—¿Y este último? ¿Un racimo de uvas? ¿Es que le gustaba el trinque? —preguntó Vimes agriamente.

—No. A-já. Un juego de palabras. Vimes = Viñas.

—Ah. El arte de hacer malos juegos de palabras —dijo Vimes—. Apuesto a que les hizo partirse de risa.

Dragón cerró el libro de golpe y suspiró.

—Raras veces hay recompensa para quienes hacen lo que se tiene que hacer. Ay, así son las cosas, y yo no puedo cambiarlas. —La anciana voz se animó—. Con todo… me alegró mucho, comandante, enterarme de vuestra boda con lady Sybil. Un linaje excelente. Una de las familias más noble; de la ciudad, a-já. Los Ramkin, los Selachii, los Venturi, los Nobbs, por supuesto…

—¿Y eso es todo, entonces? —preguntó Vimes—. ¿Me voy y ya está?

—Casi nunca tengo visitas —dijo Dragón—. Por lo general a la gente la atienden los heraldos, pero me ha parecido que se merecía usted una explicación como es debido. A-já. Ahora estamos muy ocupados. Antes tratábamos con heráldica de la buena. Pero este, me dicen, es el Siglo del Murciélago Frugívoro. Ahora parece que en cuanto un hombre abre su segunda tienda de pastel de carne, se siente impelido a considerarse un caballero. —Hizo un gesto con una mano blanca y flaca en dirección a tres escudos de armas pegados en fila a un tablón de la pared—. El carnicero, el panadero y el fabricante de candelabros —bufó, aunque con elegancia—. Bueno, el fabricante de candelas. No se quedan satisfechos hasta que hurgamos en nuestros registros y los declaramos aceptablemente armígeros…

Vimes miró los tres escudos.

—¿No he visto este en alguna parte? —preguntó.

—Ah, el señor Arthur Carry el fabricante de candelas —dijo Dragón—. De pronto el negocio va viento en popa y él siente que debe ser un caballero. Un escudo dividido en dos cuarteles por un tajado d’une meche en metal gris. O lo que es lo mismo, un escudo de color gris metálico para indicar su determinación y fervor personales (¡qué fervorosos son estos tenderos, a-já!) dividido en dos por una mecha. En la mitad superior, una chan-delle en una fenetre avec rideaux houlant (una vela iluminando una ventana con un resplandor tenue, a-já), y en la mitad inferior dos arañas de luces illuminé (indicando que el desgraciado vende sus velas a ricos y pobres por igual). Por suerte su padre era capitán de puerto, lo cual nos dio un poco más de margen para una cimera de lampe au poisson (una lámpara en forma de pez), que indica tanto la profesión de este como el empleo actual de su hijo. El lema se lo dejé en el lenguaje común y es «El art de arrimar la lámpara». Lo siento, a-já, es un poco malvado pero no me pude resistir.

—Me muero de la risa —dijo Vimes. Algo le daba patadas en el cerebro, intentando llamarle la atención.

—Este otro es para el señor Gerhardt Calcetín, presidente del Gremio de Carniceros —dijo Dragón—. Su mujer le dijo que un escudo de armas es lo que se lleva, y quiénes somos nosotros para discutir con la hija de un mercader de tripas, así que le hemos hecho un escudo rojo, por la sangre, y a rayas azules y blancas, por el delantal de carnicero, dividido en dos cuarteles por una ristra de salchichas, con un cuchillo de carnicero centralis sostenido por una mano enguantada, con un guante de boxeo, que es, a-já, lo mejor que pudimos conseguir para representar «calcetín». El lema es «Futurus Meus est in Visceris», que quiere decir «Mi futuro está en (las) visceras», que se refiere a su profesión y también, a-já, a la vieja práctica de adivinar…

—… El futuro en las visceras —dijo Vimes—. Fascinante. —Fuera lo que fuese que estaba intentando llamarle la atención ahora ya estaba dando saltos.

—Mientras que este, a-já, es para Rudolph Ollas del Gremio de Panaderos —dijo Dragón, señalando el tercer escudo con un dedo flaco como una ramita—. ¿Puede leerlo, comandante?

Vimes lo miró con expresión lúgubre.

—Bueno, está dividido en tres partes, y tiene una rosa, una llama y una olla —dijo—. Esto… los panaderos usan el fuego y la olla es para el agua, supongo…

—Y hay un juego de palabras con el nombre —dijo Dragón.

—Pero a menos que el tipo se llame Rosita, yo no le… —Entonces Vimes parpadeó—. La rosa es una flor. Oh, cielo santo. Harina de flor. ¿Harina, fuego y agua? A mí esa olla me parece más bien un orinal. ¿Lo es? ¿Es una olla de cámara?

—La palabra que se usaba antes para decir panadero erapis-tor-dijo Dragón—. ¡Caramba, comandante, todavía acabaremos haciendo un heraldo de usted! ¿Y el lema?

—«Quod Subigo Farinam» —dijo Vimes, y arrugó la frente—. «Porque»… «Farinam» es de donde viene harina, y con la harina se hace pasta, ¿verdad?… Oh, no… ¿«Porque yo amaso la pasta»?

Dragón aplaudió:

—¡Bien hecho, señor!

—Este sitio tiene que ser la leche en las largas tardes de invierno —dijo Vimes—. Y esto es la heráldica, ¿no? ¿Pistas de crucigrama y juegos de palabras?

—Por supuesto, hay mucho más que eso —dijo el Dragón—. Estos son escudos de armas simples. Más o menos nos los tenemos que inventar. Mientras que el blasón de una familia antigua, como los Nobbs…

– ¡Los Nobbs! -dijo Vimes, cayendo por fin en la cuenta—. ¡Eso es! ¡Ha dicho usted «Nobbs»! ¡Antes… cuando hablaba de las familias antiguas!

—A-já. ¿Qué? Ah, claro. Sí. Oh, sí. Una buena y antigua familia. Aunque ahora, tristemente, en decadencia.

—Cuando habla de Nobbs no se referirá al… ¿cabo Nobbs? —dijo Vimes, mientras sus palabras se impregnaban de horror.

Un libro se abrió con un ruido seco. Bajo la luz anaranjada Vimes tuvo un vago vislumbre inverso de escudos y de un árbol genealógico laberíntico y sin podar.

—Caramba. ¿Se refiere a un tal C.W. St. J. Nobbs?

—Esto… sí. ¡Sí!

—¿Hijo de Pelusilla Nobbs y de una dama a la que aquí se alude como Maisie la de la calle Olmo?

—Es probable.

—¿Nieto de Amarillo Nobbs?

—Yo diría que sí.

—¿Que a su vez fue el hijo ilegítimo de Edward St. John de Nobbes, conde de Ankh, y de una, a-já, una doncella de linaje desconocido?

—¡Por los dioses!

—El conde murió sin descendencia, salvo aquella, a-já, que resultó en Amarillo. No habíamos sido capaces de encontrar el rastro de su vastago… por lo menos hasta ahora.

—¡Por los dioses!

—¿Conoce usted al caballero?

Vimes contempló con asombro aquella frase seria y positiva sobre el cabo Nobbs que incluía la palabra «caballero».

—Esto… sí —dijo.

—¿Es un hombre con propiedades?

——Solamente las ajenas.

—Bueno, a-já, dígaselo. Ya no hay tierras ni dinero, claro, pero el título sigue existiendo.

—Lo siento… déjeme asegurarme de que estoy entendiéndolo. El cabo Nobbs… mi cabo Nobbs… ¿es el conde de Ankh?

—Tendría que presentarnos pruebas satisfactorias de su linaje, pero sí, eso parece.

Vimes miró la oscuridad. En lo que llevaba de vida, sería poco probable que el cabo Nobbs hubiera podido presentar ninguna prueba satisfactoria de a qué especie pertenecía.

—¡Por los dioses! —repitió de nuevo Vimes—. Y supongo que a él sí le corresponde un escudo de armas, ¿no?

—Uno particularmente elegante.

—Ah.

Vimes ni siquiera había querido un escudo de armas. Una hora atrás habría eludido felizmente aquella cita tal como había hecho tantas veces con anterioridad. Pero…

—¿Nobby? —dijo—. ¡Por los dioses!

—¡Bueno, bueno! Esta ha sido una reunión muy agradable —dijo Dragón—. Me encanta mantener los registros al día. A-já. Por cierto, ¿cómo le va al capitán Zanahoria? Tengo entendido que su joven amiga es una mujer loba. A-já.

—De veras —dijo Vimes.

—A-já. —En la oscuridad, Dragón hizo un movimiento que podría haber sido un golpecito conspiratorio en un costado de su nariz—. ¡Nosotros sabemos esas cosas!

—Al capitán Zanahoria le va bien —dijo Vimes, en el tono más gélido que pudo invocar—. Al capitán Zanahoria siempre le va bien.

Dio un portazo al salir. Las llamas de las velas temblaron.

* * *

La agente Angua salió de un callejón, abrochándose el cinturón.

—Ha ido muy bien, creo yo —dijo Zanahoria—, y nos ayudará un poco a ganarnos el respeto de la comunidad.

—¡Puaj! ¡La manga de ese hombre! Dudo que conozca el significado de la palabra «colada» —dijo Angua, frotándose la boca.

Los dos cogieron el paso de forma automática: esos andares de policía destinados a ahorrar energía, en los que el peso pendular de la pierna se usa para impulsar al caminante con el mínimo esfuerzo. Caminar era importante, decía siempre Vimes, y como lo decía Vimes, Zanahoria se lo creía. Caminar y hablar. Si uno caminaba lo bastante y hablaba con la bastante gente, tarde o temprano obtenía una respuesta.

«El respeto de la comunidad», pensó Angua. Era una expresión de Zanahoria. Bueno, de hecho era una expresión de Vimes, aunque sir Samuel solía escupir después de decirla. Pero Zanahoria se la creía. Era Zanahoria quien le había sugerido al patricio que a los criminales contumaces había que darles la oportunidad de «servir a la comunidad» redecorando los hogares de los ancianos, una idea que supuso un nuevo terror para la tercera edad y que, dado el índice de criminalidad de Ankh-Morpork, causó que al menos a una anciana le empapelaran tantas veces la sala de estar en seis meses que al final solamente podía entrar en ella de lado.[6]

—He encontrado algo muy interesante que te va a interesar mucho ver —dijo Zanahoria al cabo de un momento.

—Qué interesante —repuso Angua.

—Pero no te voy a decir qué es porque quiero que sea una sorpresa —dijo Zanahoria. —Ah. Bien.

Angua caminó pensativa un momento y luego dijo:

—Me pregunto si será tan sorprendente como la colección de muestras de rocas que me enseñaste la semana pasada.

—Estuvo muy bien, ¿verdad? —dijo Zanahoria en tono entusiasta—. ¡Había pasado docenas de veces por esa calle y nunca habría pensado que allí hubiera un museo de minerales!¡Con todos esos silicatos!

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