Pies de barro (Mundodisco, #19) – Terry Pratchett

—No tengo ningún plan para el resto de la noche —dijo Zanahoria, quitándose el casco.

* * *

Vimes se despertó sobre las cuatro. Se había quedado dormido sentado a su mesa. No tenía intención de hacerlo, pero su cuerpo se había apagado a sí mismo.

No era la primera vez que abría sus ojos adormilados allí. Pero por lo menos ahora no estaba encima de nada pegajoso.

Se concentró en el informe que había escrito a medias. Su cuaderno estaba al lado, página tras página de apuntes laboriosos para recordarle que estaba intentando comprender un mundo complejo por medio de una mente simple.

Bostezó y contempló las altas horas de la madrugada por la ventana.

No tenía pruebas de ninguna clase. Ninguna prueba de verdad. Había interrogado a un casi incoherente cabo Nobbs, que en realidad no había visto nada. No tenía nada que no se fuera a disipar como la niebla por la mañana. Lo único que tenía eran unas cuantas sospechas y un montón de coincidencias, que se apoyaban las unas en las otras como un castillo de naipes sin cartas en la base.

Contempló su cuaderno.

Parecía que alguien había estado trabajando duro. Ah, sí. Había sido él.

Los acontecimientos de la noche anterior le tintinearon en la cabeza. ¿Por qué había escrito todo aquello sobre un escudo de armas?

Ah, sí…

¡Sí!

Diez minutos más tarde estaba abriendo la puerta de la alfarería. El calor se propagó por el aire húmedo.

Encontró a Zanahoria y a Detritus dormidos en el suelo a ambos lados del horno. Mierda. Necesitaba a alguien de confianza, pero no se hizo al ánimo de despertarlos. En los últimos días había apretado mucho a todos…

Algo dio unos golpecitos en la portezuela del horno.

La manecilla empezó a girar sola.

La portezuela se abrió tanto como pudo y algo salió medio a rastras y medio cayéndose al suelo.

Vimes todavía no estaba del todo despierto. El agotamiento y los fantasmas pertinaces de la adrenalina le borboteaban en los márgenes de la conciencia, pero vio que el hombre en llamas se enderezaba y se ponía de pie.

Su cuerpo al rojo vivo hizo una serie de pings al empezar a enfriarse. Allí donde pisaba, el suelo se chamuscaba y humeaba.

El gólem levantó la cabeza y miró a su alrededor.

—¡Tú! —dijo Vimes, señalando con un dedo vacilante—. ¡Ven conmigo!

—Sí —dijo Dorfl.

Dragón Rey de Armas entró en su biblioteca. La suciedad de las pequeñas ventanas altas y las ascuas del fuego garantizaban que nunca hubiera más que tonos grises allí, pero un centenar de velas emitían su luz suave.

Se sentó a su mesa, se acercó un libro que había al otro lado y empezó a escribir.

Al cabo de un rato se detuvo y miró hacia delante. No se oía nada más que el chisporroteo ocasional de una vela.

—A-já. Puedo olerlo a usted, comandante Vimes —dijo—. ¿Lo han dejado entrar los heraldos?

—He entrado por mi cuenta, gracias —dijo Vimes, saliendo de las sombras.

El vampiro olisqueó otra vez.

—¿Ha venido solo?

—¿Con quién tendría que haber venido?

—¿Y a qué debo este placer, sir Samuel?

—El placer es todo mío. Vengo a detenerlo —dijo Vimes.

—Oh, cielos. A-já. ¿Y por qué, si puedo preguntar?

—¿Puedo invitarle a que se fije en la flecha de esta ballesta? —dijo Vimes—. No tiene metal en la punta, mire. Es toda de madera.

—Muy considerado por su parte. A-já. —Dragón Rey de Armas lo miró con ojos titilantes—. Aunque todavía no me ha dicho de qué se me acusa.

—Para empezar, de complicidad con los asesinatos de la señora Flora Fácil y del niño William Fácil.

—Me temo que esos nombres no significan nada para mí.

El dedo de Vimes tembló sobre el gatillo de la ballesta.

—No —dijo, respirando profundamente—. Me imagino que no. Estamos avanzando en las investigaciones y puede haber una serie de asuntos adicionales. El hecho de que estuviera usted envenenando al patricio lo considero una circunstancia atenuante.

—¿De veras pretende presentar cargos?

—Yo preferiría la violencia —dijo Vimes levantando la voz—. Pero me voy a tener que conformar con presentar cargos.

El vampiro se reclinó hacia atrás.

—Tengo entendido que ha estado usted trabajando mucho, comandante —dijo—. Así que no voy a…

—Tenemos el testimonio del señor Carry —mintió Vimes—. El difunto señor Carry.

La expresión de Dragón no cambió ni en el más minúsculo temblor de un músculo.

—De verdad que no sé, a-já, de qué está hablando, sir Samuel.

—Solamente alguien capaz de volar podría haber entrado en mi despacho.

—Me temo que no le sigo, señor.

—Al señor Carry lo han matado esta noche —continuó Vimes—. Alguien capaz de salir de un callejón vigilado por ambos lados. Y sé que un vampiro estuvo en su fábrica.

—Sigo intentando entenderlo con todas mis fuerzas, comandante —dijo Dragón Rey de Armas—. No sé nada de la muerte del señor Carry, y en todo caso hay muchísimos vampiros en la ciudad. Me temo que la… aversión de usted es bien conocida.

—No me gusta ver que se trata a la gente como ganado —dijo Vimes. Echó un breve vistazo a los volúmenes que había amontonados en la sala—. Y por supuesto, eso es lo que usted ha hecho siempre, ¿verdad? Estos son los inventarios de existencias de Ankh-Morpork. —La ballesta volvió a girar hacia el vampiro, que no se había movido—. El poder sobre la humilde gente. Eso es lo que quieren los vampiros. La sangre no es más que una manera de llevar la cuenta. Me pregunto cuánta influencia habrá tenido usted a lo largo de los años.

—Alguna. En eso por lo menos tiene razón.

—«Una persona de buena crianza» —dijo Vimes—. Por los dioses. Bueno, creo que alguna gente quería quitar de en medio a Vetinari. Pero todavía no lo querían muerto. Si se muriera pasarían demasiadas cosas demasiado deprisa. ¿Es verdad que Nobby es conde?

—Eso sugieren las pruebas.

—Pero son las pruebas de usted, ¿verdad? Verá, yo no creo que tenga nada de sangre noble. Nobby es más vulgar que el estiércol. Esa es una de sus mejores cualidades. No veo que el anillo signifique nada. Con la de cosas que ha robado su familia, probablemente pudiera usted demostrar que es el duque de Pseu-dópolis, el serif de Klatch y la duquesa viuda de Quirm. El año pasado me mangó la pitillera y estoy puñeteramente seguro de que él no es yo. No, no me creo que Nobby sea un noble. Pero sí creo que era la persona conveniente.

A Vimes le pareció que Dragón se estaba volviendo más grande, pero tal vez solamente fuera un truco de la luz. La luz parpadeó cuando las velas sisearon y crepitaron.

—Me usó usted como quiso, ¿verdad? —continuó Vimes—. Me pasé semanas escabulléndome de las citas con usted. Supongo que debió de impacientarse un poco. Se mostró muy sorprendido cuando le hablé de Nobby, ¿verdad? De otra forma tendría que haber mandado a buscarlo o algo parecido, muy sospechoso. Pero el comandante Vimes fue quien lo descubrió. Eso quedaba bien. Prácticamente lo hacía oficial.

»Y luego empecé a pensar. ¿Quién quiere un rey? Bueno, casi todo el mundo. La idea viene de fábrica. Los reyes mejoran las cosas. Gracioso, ¿no? Vetinari ni siquiera le cae bien a la gente que se lo debe todo. Hace diez años la mayoría de los líderes de los gremios eran solo una panda de maleantes y ahora… bueno, siguen siendo una panda de maleantes, en honor a la verdad, pero Vetinari les ha dado el tiempo y la energía suficientes para decidir que en realidad nunca lo necesitaron.

»Y luego aparece el joven Zanahoria, con ese carisma que le sale por las orejas, y tiene una espada y una marca de nacimiento, y a todo el mundo le produce una sensación rara, y docenas de capullos empiezan a revisar los registros y a decir: «Eh, parece que ha vuelto el rey». Y entonces lo vigilan una temporada y dicen: «Mierda, en realidad es decente y honrado y justo y ecuánime, igual que en todos los cuentos. ¡Uuups! ¡Si este chaval llega al trono podemos tener problemas graves! Podría resultar ser uno de esos reyes inconvenientes de los viejos tiempos que iban por ahí hablando con el pueblo llano…».

—¿Está usted a favor del pueblo llano? —preguntó Dragón en tono gentil.

—¿El pueblo llano? —dijo Vimes—. No tienen nada de especial. No son distintos de los ricos y los poderosos excepto en que no tienen dinero ni poder. Pero la ley debería servir para equilibrar las cosas un poco. Así que supongo que tengo que estar de su lado.

—¿Un hombre casado con la mujer más rica de la ciudad?

Vimes se encogió de hombros.

—El casco de la Guardia no es como una corona. Aunque uno se lo quite lo sigue llevando.

—Es una interesante declaración de posicionamiento, sir Samuel, y yo sería el primero en admirar la forma en que ha llegado usted a asumir la historia de su familia, pero…

—¡No se mueva! —Vimes empuñó la ballesta con más firmeza—. Además… Zanahoria no les servía, pero la noticia se estaba difundiendo, y alguien dijo: «Bien, pongamos a un rey al que sí que podamos controlar. Todos los rumores dicen que el rey es un humilde guardia, así que encontremos a uno». Y echaron un vistazo y descubrieron que si la cosa va de humildad no hay nadie que supere a Nobby Nobbs. Pero… creo que la gente no estaba muy segura. Matar a Vetinari estaba descartado. Como he dicho, pasarían demasiadas cosas demasiado deprisa. Pero quitarlo de en medio gentilmente, de forma que estuviera y no estuviera al mismo tiempo, mientras todo el mundo se acostumbraba a la idea… eso sí era una buena treta. Fue entonces cuando alguien puso al señor Carry a fabricar velas envenenadas. Tenía un gólem. Los gólems no pueden hablar. No se enteraría nadie. Pero aquel gólem resultó ser un poco… errático.

—Parece que usted desea involucrarme —dijo Dragón Rey de Armas—. No sé nada de ese hombre salvo que es cliente mío…

Vimes cruzó la sala y arrancó un trozo de pergamino de un tablón de la pared.

—¡Le hizo usted un escudo de armas! —gritó—. ¡Incluso me lo enseñó cuando estuve aquí! «El carnicero, el panadero y el fabricante de candelas.» ¿Se acuerda?

No vino ningún sonido de la figura encorvada.

—La primera vez que lo vi a usted el otro día —dijo Vimes—, se aseguró de mostrarme el escudo de armas de Arthur Carry. A mí me pareció un poco raro en aquel momento, pero todo aquel asunto de Nobby me lo hizo olvidar. Aunque sí me acuerdo de que me recordó al del Gremio de Asesinos.

Vimes blandió el pergamino.

—Anoche lo miré y lo miré y después bajé diez puntos mi sentido del humor y cambié de enfoque y observé el emblema, la lámpara en forma de pez. Lampe au poisson, se llama. ¿Tal vez una especie de juego de palabras bilingüe? ¿Poisonf ¿«Una lámpara de veneno»? Para pillar esa broma hay que tener una mente como la del viejo Detritus. Y Fred Colon se preguntó por qué había dejado usted el lema en ankhiano moderno en lugar de ponerlo en el viejo idioma, y eso me hizo pensar a mí también, así que me senté con el diccionario y lo resolví, y, ¿sabe?, habría puesto: «Ars Enixa Est Candelam». Ars Enixa. Eso sí que debió de alegrarlo a usted. Puso usted en el escudo quién lo hizo y cómo y se lo dio al pobre desgraciado para que se sintiera orgulloso. No importaba que nadie más lo fuera a entender. Le hacía sentirse bien a usted. Porque los mortales comunes y corrientes no somos tan listos como usted, ¿verdad? —Negó con la cabeza—. Por los dioses, un escudo de armas. ¿Ese fue el soborno? ¿Con eso ya bastó?

Dragón se apoltronó en su asiento.

—Y luego me pregunté qué ganaba usted —continuó Vimes—. Oh, hay mucha gente involucrada, supongo, todos por las mismas viejas razones de siempre. Pero ¿usted? Mi mujer cría dragones. Por pura afición, simplemente. ¿A eso se dedica usted? ¿Es un pequeño hobby que tiene para hacer que los siglos pasen más deprisa? ¿O es que la sangre azul es más dulce? ¿Sabe? Confío en que fuera alguna razón por el estilo. Alguna razón demente y egoísta como tiene que ser.

—Posiblemente, si alguien tuviera esas inclinaciones, y ciertamente yo no admito nada parecido, a-já, estarían pensando simplemente en mejorar la raza —dijo la silueta sumida en las sombras.

—Criar gente para conseguir mentones huidizos o dientes de conejo, ¿esa clase de cosas? —dijo Vimes—. Ya veo por qué todo le sería más fácil si tuviera montado el tinglado del rey. Todos esos bailes en la corte. Todos esos pequeños arreglos que garantizan que la clase adecuada de chica conozca solamente a la clase adecuada de chico. Ha tenido usted cientos de años, ¿verdad? Y todo el mundo le consulta. Usted sabe dónde están plantados todos los árboles genealógicos. Pero todo se ha liado un poco con Vetinari, ¿verdad? Toda la gente equivocada está subiendo a lo más alto. Yo sé las pestes que echa Sybil cuando la gente se deja abiertas las puertas de su corral: le estropea del todo el programa de cría.

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