Pies de barro (Mundodisco, #19) – Terry Pratchett

HE HECHO ENTREGAS ALLÍ.

—Lo han asesinado. ¿Dónde estabas tú cuando lo mataron?

EN EL MATADERO.

—¿ Cómo lo sabes?

Dorfl vaciló un momento. Luego escribió sus siguientes palabras muy despacio, como si le hubieran llegado desde muy lejos después de pensarlo mucho.

PORQUE ES ALGO QUE DESE DE HABER PASADD HACE POCO. PORQUE USTED ESTA ALTERADA. ME HE PASADO LOS ÚLTIMOS TRES DÍAS TRABAJANDO AQUÍ.

—¿Todo el tiempo?

SÍ.

—¿Veinticuatro horas al día?

Sí. HAY H0MBRES Y TROLLS EN TODOS LOS TURNOS, ELLOS SE LO DIRÁN. DE DÍA TENGO QUE SACRIFICAR, DESPELLEJAR, TROCEAR, DESCUARTIZAR Y DESHUESAR, Y DE NOCHE SIN DESCANSO TENGO QUE HACER SALCHICHAS Y HERVIR LOS HÍGADOS, LOS CORAZONES, LAS TR1PAS, LOS RIÑONES Y LOS INTESTINOS.

—Es espantoso —dijo Jovial.

El lápiz se movió deprisa durante un instante.

BASTANTE PRECISO.

Dorfl giró la cabeza lentamente para mirar a Angua y escribió:

¿ME NECESITA PARA ALGO MÁS?

—Si te necesitamos, sabemos dónde encontrarte.

SIENTO LO DEL ANCIANO.

—Bien. Vamos, Jovial.

Sintieron los ojos del gólem fijos en ellas mientras salían del patio.

—Estaba mintiendo —dijo Jovial.

—¿Por qué dices eso?

—Porque tenía aspecto de estar mintiendo.

—Probablemente tengas razón —dijo Angua—. Pero ya ves lo grande que es el sitio. Apuesto a que no podríamos demostrar que salió durante media hora. Creo que voy a sugerir que lo pongamos bajo lo que el comandante Vimes llama vigilancia especial.

—¿Cómo? ¿Con agentes de paisano?

—Algo parecido —dijo Angua con cautela.

—Me ha parecido raro ver a una cabra como mascota en un matadero —comentó Jovial mientras se alejaban a través de la niebla.

—¿Qué? Ah, te refieres a la cabrajudas —dijo Angua—. La mayoría de los mataderos tienen una. No es una mascota. Supongo que se la puede considerar un empleado.

—¿Un empleado? ¿Y qué clase de trabajo puede hacer una cabra?

—Ja. Entrar en el matadero todos los días. Ese es su trabajo. Mira, tienes un corral lleno de animales aterrados, ¿vale? Y están deambulando por ahí sin líder… Y hay una rampa que entra en un edificio y que da mucho miedo… y eh, hay una cabra que no tiene miedo, así que el rebaño la sigue y… —Angua hizo un ruido de degollamiento— solamente sale la cabra.

—¡Eso es horrible!

—Supongo que tiene sentido desde el punto de vista de la cabra. Por lo menos ella sale —dijo Angua.

—¿Cómo te has enterado de eso?

—Oh, en la Guardia te acabas enterando de toda clase de historias y cosas.

—Ya veo que tengo mucho que aprender —dijo Jovial—. ¡Nunca pensé que había que llevar encima trozos de manta, para empezar!

—Es equipo especial para tratar con no-muertos.

—Bueno, yo sabía lo del ajo y los vampiros. Con los vampiros funciona cualquier cosa sagrada. ¿Qué funciona con los hombres lobo?

—¿Perdona? —dijo Angua, que seguía pensando en el gólem.

—Tengo una camiseta de malla de plata que le prometí a mi familia que me pondría, ¿pero hay algo más que vaya bien para los hombres lobo?

—Una ginebra con tónica siempre es bienvenida —dijo Angua en tono distante.

—¿Angua?

—¿Hum? ¿Sí? ¿Qué?

—¡Alguien me ha dicho que hay un hombre lobo en la Guardia! ¡No me lo puedo creer!

Angua se detuvo y se la quedó mirando.

—O sea, tarde o temprano el lobo acaba saliendo —dijo Jovial—. Me sorprende que el comandante Vimes lo permita.

—Hay un hombre lobo en la Guardia, sí —confirmó Angua.

—Ya sabía yo que el agente Visita tenía algo raro.

Angua se quedó boquiabierta.

—Siempre parece que tenga hambre —dijo Jovial—. Y tiene esa extraña sonrisa todo el tiempo. Yo reconozco a un hombre lobo en cuanto lo veo.

—Sí que parece que tenga un poco de hambre, eso es verdad —dijo Angua. No se le ocurría nada más que decir.

—¡Bueno, pues no pienso acercarme a él!

—Bien —dijo Angua.

—Angua…

—¿Sí?

—¿Por qué llevas la placa en un collar?

—¿Cómo? Oh. Bueno… para que esté siempre a mano. Ya sabes. En cualquier circunstancia.

—¿Yo también tengo que llevarla así?

—No, creo que no.

* * *

El señor Calcetín dio un respingo.

—¡Dorfl, maldita maceta estúpida! ¡Nunca aparezcas de sopetón detrás de un hombre que está manejando la rebanadora de beicon! ¡Ya te lo he dicho! ¡Intenta hacer algo de ruido cuando te mueves, maldito seas!

El gólem levantó la pizarra, que decía:

ESTA NOCHE NO PUEDO TRABAJAR.

—¿Qué es esto? ¡La rebanadora de beicon nunca pide días libres!

ES UN DÍA SAGRADO.

Calcetín miró los ojos rojos. El viejo Rispa había mencionado algo de aquello al venderle a Dorfl, ¿verdad? Algo así como: «A veces se marchará durante unas horas porque es un día sagrado. Es por las palabras de su cabeza. Si no se va trotando a su templo o a donde sea que va, las palabras dejan de funcionar, no me pregunte por qué. No tiene sentido impedírselo».

Quinientos treinta dólares le había costado la cosa. En aquel momento le había parecido una ganga, y no había duda de que lo era. Aquel cacharro de las narices solamente dejaba de trabajar cuando se le terminaban las tareas pendientes. A veces ni siquiera entonces, según se decía. Se oían historias de gólems que inundaban casas porque nadie les decía que pararan de traer agua del pozo, o que fregaban los platos hasta dejarlos tan finos como el papel. Estupideces por el estilo. Pero eran útiles si uno los tenía vigilados.

Y sin embargo… sin embargo… entendía por qué nadie parecía conservarlos mucho tiempo. Era por la forma en que aquellas malditas máquinas con manos se limitaban a estar allí, aguantándolo todo y guardándoselo… ¿dónde? Y nunca se quejaban. Ni decían nada en absoluto.

Al final una ganga como aquella podía convertirse en una preocupación, y escribir un recibo para el nuevo propietario podía resultar todo un alivio.

—Me parece que últimamente ha habido un buen montón de días sagrados —dijo Calcetín.

HAY PERÍODOS MÁS SAGRADOS QUE OTROS.

Pero no podía ser que estuvieran haciendo novillos, ¿verdad? Porque trabajar era el único sentido de los gólems.

—No sé cómo vamos a apañarnos… —empezó a decir Calcetín.

ES UN DÍA SAGRADO.

—Oh, de acuerdo. Puedes tomarte el día de mañana libre.

ESTA NOCHE. EL DÍA SAGRADO EMPIEZA AL PONERSE EL SOL.

—Entonces vuelve pronto —dijo Calcetín débilmente—. O si no… Vas a volver pronto, ¿me oyes?

Además estaba aquello. No se podía amenazar a aquellas criaturas. Estaba claro que no se les podía retirar la paga porque no tenían ninguna. No se los podía asustar. Rispa le había contado que un tejedor de la Colina de la Siesta había ordenado a su gólem que se hiciera trozos a sí mismo con un martillo… y el gólem lo había hecho.

SÍ. LE OIGO.

* * *

En cierta manera, no importaba quiénes fueran. De hecho, su anonimato era parte del asunto. Ellos se consideraban una parte del transcurso de la historia, de la corriente del progreso y de la energía motriz del futuro. Eran hombres que creían que había llegado la hora. Los regímenes pueden sobrevivir a hordas bárbaras, a terroristas enloquecidos y a sociedades secretas de encapuchados, pero lo tienen crudo cuando algunos hombres prósperos y anónimos se sientan a una mesa enorme y tienen ideas como aquellas. Uno dijo:

—Al menos así es limpio. No hay sangre.

Ellos asintieron con gravedad. No hacía falta que nadie dijera que lo que era bueno para ellos era bueno para Ankh-Morpork.

—¿Y no morirá?

—Al parecer se lo puede mantener simplemente… indispuesto. Me han dicho que la dosis se puede modificar.

—Bien. Lo prefiero indispuesto que muerto. No confiaría en que Vetinari se quedara dentro de una tumba.

—He oído decir que una vez dijo que prefería que lo incineraran, de hecho.

—Pues entonces espero que dispersen las cenizas a conciencia, no digo más.

—¿Y qué pasa con la Guardia?

—¿Qué pasa con ella?

—Ah.

* * *

Lord Vetinari abrió los ojos. En contra de todo lo que era razonable, le dolía el pelo.

Se concentró y un borrón que había junto a la cama adoptó la forma de Samuel Vimes.

—Ah, Vimes —dijo débilmente.

—¿Cómo se siente, señor?

—Mal de verdad. ¿Quién era ese hombrecillo de las piernas increíblemente torcidas?

—Era Jimmy Dónut, señor. Antes era jockey y montaba un caballo muy gordo.

—¿Un caballo de carreras?

—Eso parece, señor.

—¿Un caballo de carreras gordo? Seguramente no podría ganar nunca.

—Creo que nunca ganó, señor. Pero Jimmy hizo mucho dinero a base de no ganar carreras.

—Ah. Me ha dado leche y una especie de poción viscosa. —Vetinari se concentró—. He estado enfermo con ganas.

—Eso tengo entendido, señor.

—Es una expresión extraña. Enfermo con ganas. Me pregunto por qué es una frase hecha. Suena… alegre. La verdad es que suena bastante jovial.

—Sí, señor.

—Creo que tengo una gripe de las malas, Vimes. La cabeza no me funciona como es debido.

—¿De veras, señor?

El patricio se quedó un momento pensativo. Era obvio que tenía algo más en mente.

—¿Por qué todavía olía a caballo, Vimes? —preguntó por fin.

—Porque es veterinario equino, señor. Y buenísimo. Oí que el mes pasado trató a Fortuna Nefasta y el caballo no cayó hasta la recta final.

—No suena muy prometedor, Vimes.

—Oh, no lo sé, señor. El caballo ya había caído muerto al acercarse a la línea de salida.

—Ah, ya veo. Bien, bien. Bien. Qué mente más retorcida y desconfiada tiene usted, Vimes.

—Gracias, señor.

El patricio se incorporó apoyándose en los codos.

—¿Es normal que palpiten las uñas de los pies, Vimes?

—No sabría decirle, señor.

—Ahora creo que me gustaría ponerme a leer un rato. La vida sigue, ¿eh?

Vimes fue a la ventana. Había una figura de pesadilla acuclillada en el borde del balcón, al otro lado, observando la niebla cada vez más espesa.

—¿Todo bien, agente Tubería?

—Fí feñó —dijo la aparición.

—Voy a cerrar la ventana. Está entrando la niebla.

—Fiene rafón, feñó.

Vimes cerró la ventana, atrapando unos cuantos zarcillos de niebla que se deshicieron poco a poco.

—¿Qué era eso? —preguntó lord Vetinari.

—El agente Tuberías es una gárgola, señor. No queda bien en formación y es un puto inútil en la calle, pero cuando se trata de quedarse quieto en un sitio, señor, no le gana nadie. Es el campeón mundial de no moverse. Si quiere usted al ganador de los cien metros quietos, ahí lo tiene. Se pasó tres días en un tejado bajo la lluvia la vez que cogimos al Asesino del Pomo del Camino del Parque. Nada le pasa por alto. Y están el cabo HijodetaPadr patrullando el pasillo y el agente Sobrinodeodro en la planta de abajo y los cabos Pedernal y Morrena en las salas contiguas a las de usted. Y el sargento Detritus anda por aquí todo el tiempo para patear culos si a alguien se le ocurre dar una cabezada, señor, y cuando lo haga se enterará usted porque el pobre desgraciado atravesará la pared y caerá aquí.

—Bien hecho, Vimes. ¿Tengo razón al pensar que ninguno de mis guardias es humano? Todos parecen ser enanos y trolls.

—Es lo más seguro, señor.

—Ha pensado usted en todo, Vimes.

—Eso espero, señor.

—Gracias, Vimes. —Vetinari se sentó en la cama y cogió un montón de papeles de la mesilla de noche—. Y ahora, no lo entretengo más.

Vimes se quedó boquiabierto.

Vetinari levantó la vista.

—¿Alguna otra cosa, comandante?

—Bueno… supongo que no, señor. Supongo que debería marcharme, ¿no?

—Si no le importa. Y estoy seguro de que se me ha acumulado un montón de papeleo en mi despacho, así que si manda a alguien a buscarlo, le estaré agradecido.

Vimes cerró la puerta tras de sí, un poco más fuerte de lo necesario. Por los dioses, le ponía lívido la forma en que Vetinari lo usaba y lo tiraba como a un pañuelo de papel. Y el hecho de que tuviera tanta gratitud natural como un caimán. El patricio confiaba en que Vimes hiciera su trabajo, sabía que haría su trabajo, y aquello era lo único que le preocupaba. Pues bueno, un día, Vimes iba a… iba a…

… Iba a hacer su trabajo, como no, qué otra cosa iba a hacer, si era lo único que sabía. Pero ser consciente de aquello le hacía sentirse todavía peor.

Fuera del palacio la niebla era espesa y amarilla. Vimes saludó con la cabeza a los guardias de la puerta y echó un vistazo a los remolinos pegajosos de nubes.

El camino a la Casa de la Guardia de Pseudópolis Yard era casi una línea recta. Y la niebla había traído la noche antes de tiempo a la ciudad. No había mucha gente en la calle. Todo el mundo se quedaba en casa, atrancando las ventanas ante aquellos jirones de humedad que parecían filtrarse por todas partes.

Sí… calles vacías, una noche gélida, humedad en el aire…

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