Papá Puerco (Mundodisco, #20) – Terry Pratchett

El tipo se metió los nabos en el bolsillo y luego, para fastidio de la Muerte de las Ratas, también el pastel de carne. La rata estaba bastante segura de que aquellas cosas eran para comerlas allí mismo, no para llevar.

La figura examinó un momento la nota empapada y luego se dio la vuelta y se acercó a la repisa de la chimenea. La Muerte de las Ratas se escondió un poco detrás de «¡Felices fiestas!»

Una mano enfundada en un guante rojo cogió un calcetín. Se oyeron unos susurros y unos crujidos y la prenda fue devuelta a su sitio, bastante más abultada. En la caja más grande de todas, que asomaba de la parte superior del calcetín, se podían ver apenas las palabras: «Figuras De Víctimas No Incluidas. 3-10 años».

La Muerte de las Ratas no podía ver mucho del donante de aquella munificencia. La enorme capucha roja le escondía toda la cara y solamente dejaba ver una larga barba blanca.

Por fin, cuando la figura terminó, retrocedió un paso y se sacó una lista del bolsillo. Se la acercó a la capucha y pareció consultarla. Hizo un gesto vago con la otra mano en dirección a la chimenea, las pisadas de hollín, la copa vacía de jerez y el calcetín. Luego agachó la cabeza, como si estuviera leyendo algo escrito con letras diminutas.

AH, sí, dijo. EJEM… JO. JO. JO.

Y dicho eso, se agachó y se metió en la chimenea. Se produjo cierto raspado hasta que sus botas encontraron un punto de apoyo y desapareció por el tiro.

La Muerte de las Ratas se dio cuenta de que había empezado a roer el mango de su guadaña diminuta de pura impresión.

¿IIIC?

Aterrizó sobre las cenizas y trepó por la caverna llena de hollín de la chimenea. Emergió tan deprisa que salió disparado antes de que sus patas dejaran de trepar, y aterrizó en la nieve del tejado.

Había un trineo flotando en el aire, junto al canalón del tejado.

La figura de la capucha roja acababa de subirse al trineo y parecía estar hablando con alguien invisible detrás de un montón de sacos.

AQUÍ HAY OTRO PASTEL DE CARNE.

—¿Lleva mostaza? —preguntaron los sacos—. Con mostaza están buenísimos.

PARECE SER QUE NO.

—Oh, bueno. Pásemelo igual.

ESTO TIENE MUY MAL ASPECTO.

—No, qué va. Solamente por este lado porque alguien lo ha estado royendo…

ME REFIERO A LA SITUACIÓN. LA MAYORÍA DE LAS CARTAS… NO CREEN DE VERDAD. SOLAMENTE FINGEN QUE CREEN POR SI ACASO. ME TEMO QUE YA SEA DEMASIADO TARDE. LA COSA SE HA EXTENDIDO MUY DEPRISA, Y TAMBIÉN HACIA ATRÁS EN EL TIEMPO.

—El que la sigue la mata, amo. Ese es nuestro lema, ¿eh? —dijeron los sacos, al parecer con la boca llena.

No PUEDO DECIR QUE HAYA SIDO NUNCA EL MÍO.

—Quiero decir que no nos va a intimidar la perspectiva segura de un fracaso total y absoluto, amo.

¿AH, NO? OH, BIEN. BUENO, SUPONGO QUE ES HORA DE IRNOS.

La figura cogió las riendas.

¡ARRIBA, PEZUÑÍN! ¡ARRIBA, RAICERO! ¡ARRIBA, COLMILLO! ¡ARRIBA, HOCICÓN! ¡ARRE!

Los cuatro enormes jabalíes que había enjaezados al trineo no se movieron.

¿POR QUÉ NO FUNCIONA? —dijo la figura con voz grave y perpleja.

—No lo entiendo, amo —dijeron los sacos.

CON LOS CABALLOS FUNCIONA.

—Podría probar con «¡Pig-Hoo-o-o-o-ey!».

¡PIG-HOO-O-O-O-EY!

Los jabalíes permanecieron a la espera.

NO… NO PARECE QUE LES LLEGUE.

Esto es muy similar a lo que sugirió el filósofo quirmiano Ventre, que dijo: «Es posible que los dioses existan y es posible que no. ¿Así que por qué no creer en ellos de todas formas? Si es todo cierto, cuando te mueras irás a un sitio maravilloso, y si no es cierto no has perdido nada, ¿verdad?». Cuando murió se despertó en medio de un círculo de dioses armados con palos de aspecto muy desagradable y uno de ellos le dijo: «Ahora te vamos a enseñar lo que pensamos del señor Listillo por estos pagos…».

Se oyó un murmullo.

¿DE VERAS? ¿CREES QUE ESO FUNCIONARÍA?

—Conmigo funcionaría de puta madre si yo fuera un cerdo, amo.

VAMOS A VER.

La figura volvió a coger las riendas.

¡MANZANA! ¡SALSA!

Las patas de los cerdos se convirtieron en un borrón. Una luz plateada parpadeó entre ellas y explotó hacia fuera. Se encogieron hasta ser un punto y desaparecieron.

¿IIIC?

La Muerte de las Ratas patinó sobre la nieve, se deslizó por una bajante y aterrizó en el tejado de un cobertizo.

Allí había posado un cuervo. Que estaba mirando algo con cara desconsolada.

¡IUC!

—Pero mira eso —dijo el cuervo en tono retórico. Hizo un gesto con una pata en dirección a un comedero para pájaros que había en el jardín, más abajo—. Cuelgan medio jodido coco, un trozo de corteza de beicon y un puñado de cacahuetes de un alambre y ya se creen que son una bendición del cielo para la naturaleza. Ja. ¿Veo ojos? ¿Veo entrañas? No, señor. Soy el pájaro más inteligente de las latitudes templadas y me miran por encima del hombro solamente porque no sé colgarme boca abajo y hacer pío, pío. Mira a los petirrojos. Unos cabroncetes insolentes y malvados, que pelean como demonios, pero lo único que tienen que hacer es hacer saltito-saltito-saltito y ya les llueven las migas de pan. Mientras que yo sé recitar poemas y repetir muchas frases ingeniosas…

¡IIIc!

—¿Sí? ¿Qué?

La Muerte de las Ratas señaló el tejado y luego al cielo y se puso a dar saltitos excitados. El cuervo movió un ojo hacia arriba.

—Ah. Sí. El —dijo—. Aparece en esta época del año. Se le suele relacionar de lejos con los petirrojos, que son…

¡IIIC! ¡IN IC IC IC! —La Muerte de las Ratas imitó a una figura que aterrizaba en una chimenea y caminaba por una habitación.— IIIC IIC IC IC, IIIC, «¡JIIC JIIC JIIC!» ¡IC IC IIIC!

—Te has pasado con las celebraciones de la Vigilia de los Puercos, ¿no? ¿Has estado escarbando en los toneles de coñac?

¿IIIC?

El cuervo puso los ojos en blanco.

—Mira, la Muerte es la Muerte. Es un trabajo a tiempo completo, ¿verdad? No es como si llevas por ejemplo un negocio de limpiar ventanas por un lado y luego te sacas un extra cortando el césped de la gente.

¡IIIC!

—Oh, como quieras.

El cuervo se agachó un poco para permitir que la figura diminuta le saltara sobre la espalda y luego levantó pesadamente el vuelo.

—Por supuesto, estos tipos sobrenaturales se pueden volver tarambas —dijo mientras aceleraba sobre el jardín iluminado por la luna—. Mira a Old Man Trouble, por ejemplo…

IIIC.

—Oh, no estoy insinuando…

* * *

A Susan no le gustaba El Otro Barrio, pero aun así seguía yendo cuando la presión de ser normal se volvía excesiva. El Otro Barrio, a pesar del olor y de la bebida y de la compañía, tenía una virtud importante: allí nadie se fijaba en ti. Ni en nada. Se suponía que la Vigilia de los Puercos era tradicionalmente una ocasión para estar en familia, pero la gente que bebía en El Otro Barrio probablemente no tenía familia. Algunos tenían aspecto de poder tener carnadas, o nidadas. Otros tenían todo el aspecto de haberse comido a sus parientes, o por lo menos a los parientes de alguien.

El Otro Barrio era donde bebían los no-muertos. Y cuando a Igor el barman le pedían un Bloody Mary, no lo entendía como una metáfora.

Los clientes habituales no hacían preguntas, y no solamente porque a algunos de ellos les resultara difícil articular algo más que un gruñido. Era porque ninguno estaba en el ramo de las respuestas. En El Otro Barrio todo el mundo bebía solo, hasta cuando estaban en grupo. O en manada.

A pesar de los adornos colgados de forma inexperta por Igor el barman para mostrar voluntad,[7] El Otro Barrio no era un local para toda la familia.

Y la familia era un tema que a Susan le gustaba evitar.

En aquellos momentos la estaba ayudando en la tarea un gin-tonic. En El Otro Barrio, a menos que uno fuera poco quisquilloso, valía la pena pedir bebidas que fueran transparentes porque Igor también tenía ideas peculiares acerca de lo que se podía clavar en la punta de un palillo de cóctel. Si veías algo esférico y verde, solamente quedaba rezar por que fuera una aceituna.

Notó un aliento cálido en la oreja. En el taburete contiguo al de ella se había sentado un hombre del saco.

—¿Y qué hace una normalita en un sitio como este? —preguntó con voz atronadora, dejándola sumida en una nube de alcohol vaporizado y halitosis—. Ja, ¿te parece enrollado venir a un sitio así y lucir tu vestido negro con todos los chicos perdidos, eh? ¿Jugar con un poco de oscuridad de diseño, eh?

Susan apartó un poco su taburete. El hombre del saco sonrió.

—¿Quieres un hombre del saco debajo de tu cama, eh?

—Tranquilo, Shlimazel —dijo Igor, sacando brillo a un vaso y sin levantar la vista.

—Bueno, ¿pues qué está haciendo aquí si no? —dijo el hombre del saco. Una mano enorme y peluda agarró el brazo de Susan—. Por supuesto, tal vez lo que quiere es…

—No te lo pienso decir otra vez, Shlimazel —dijo Igor.

Luego vio que la chica se giraba para mirar a Shlimazel.

Igor no estaba en una buena posición para ver bien la cara de ella, pero el hombre del saco sí. Se apartó tan de golpe que se cayó del taburete.

Y cuando la chica habló, lo que dijo eran solo palabras en parte, pero también era una declaración escrita en piedra de cómo iba a ser el futuro.

VETE DE AQUÍ Y DEJA DE MOLESTARME.

Se volvió otra vez y le dedicó a Igor una sonrisa de ligera disculpa. El hombre del saco se levantó frenético de entre los restos de su taburete y corrió a zancadas hacia la puerta.

Susan sintió que los clientes regresaban a sus asuntos privados. Era asombroso lo que uno podía hacer en El Otro Barrio sin que pasara nada.

Igor dejó el vaso sobre la barra y miró la ventana. Para ser un tugurio que dependía de la oscuridad, tenía una ventana bastante grande, pero es que claro, había clientes que llegaban por el aire.

Ahora había algo dando golpecitos en el cristal.

Igor fue dando tumbos hasta la ventana y la abrió.

Susan levantó la vista.

—Oh, no…

La Muerte de las Ratas bajó de un salto a la barra, con el cuervo aleteando detrás.

¡IIIC INC IC! ¡IC! ¡IIIC IC IC «JI IC JIIC JIIC»! II…

—Vete —dijo Susan en tono frío—. No me interesa. No eres más que un producto de mi imaginación.

El cuervo se posó en un cuenco detrás de la barra y dijo:

—Ah, genial.

¡IIIC!

—¿Qué es esto? —preguntó el cuervo, sacudiendo algo que tenía cogido con la punta del pico—. ¿Cebollas? ¡Puaj!

—Venga, largaos, los dos —dijo Susan.

—La rata dice que tu abuelo se ha vuelto loco —dijo el cuervo—. Dice que se está haciendo pasar por Papá Puerco.

—Escucha, a mí no… ¿Qué?

—Capa roja, barba larga…

¡JIIC! ¡JIIC! ¡JIIC!

—Va diciendo «Jo, jo, jo», viaja en un trineo enorme arrastrado por cuatro cerditos, toda la historia…

—¿Cerdos? ¿Qué ha pasado con Binky?

—Que me registren. Por supuesto, a veces pasa, tal como le estaba explicando justo ahora a la rata…

Susan se tapó las orejas con las manos, más por representar teatralmente su desesperación que por apagar realmente los sonidos.

—¡No lo quiero saber! ¡Yo no tengo abuelo! —Tenía que aferrarse a aquello.

La Muerte de las Ratas estuvo chillando un buen rato.

—La rata dice que tienes que acordarte de él, es alto, no es muy carnoso que digamos, lleva una guadaña…

—¡Lárgate! ¡Y llévate a… la rata contigo!

Hizo un gesto brusco con la mano y, para su horror y vergüenza, derribó al pequeño esqueleto encapuchado sobre un cenicero.

¿IIIC?

El cuervo cogió con el pico la capucha de la rata y trató de llevársela a rastras, pero un diminuto puño esquelético agitó su guadaña.

¡IIIC IC LÍE IIIC!

—Dice que con la rata no te metas —dijo el cuervo. Y se marcharon en medio de un revuelo de alas. Igor cerró la ventana. No hizo ningún comentario.

—No eran reales —se apresuró a decir Susan—. Bueno… el cuervo probablemente sea real, pero se dedica a ir con la rata…

—Que no es real —dijo Igor.

—¡Exacto! —exclamó Susan, agradecida—. Probablemente tú no hayas visto nada.

—Eso es —dijo Igor—. Nada.

—Bueno… ¿cuánto te debo? —preguntó Susan.

Igor contó con los dedos.

—Será un dólar por las copas —dijo— y cinco peniques porque el cuervo que no ha estado aquí se me ha cagado en los encurtidos.

* * *

Era la noche antes de la Vigilia de los Puercos.

En el nuevo cuarto de baño del archicanciller, Modo se secó las manos con un trapo y miró con orgullo el resultado de su trabajo. La porcelana brillante le devolvió su reflejo. El cobre y el latón brillaban bajo la lamparilla.

Le preocupaba un poco no haber podido probarlo todo, pero el señor Ridcully le había dicho «Ya lo probaré yo cuando lo use», y Modo nunca discutía con los Caballeros, tal como los llamaba para sus adentros. Sabía que todos ellos sabían muchas más cosas que él, y saber aquello le hacía bastante feliz. Él no trasteaba con el tejido del tiempo y el espacio y ellos no se acercaban a sus invernaderos. Tal como él lo veía, formaban una sociedad.

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