[14] La ceremonia continúa llevándose a cabo, por supuesto. Si uno abandonaba las tradiciones solamente porque no sabía de dónde venían, al final no era mejor que un extranjero.
[15] Ignorante: dícese del estado de quienes no saben qué es un pronombre, o cómo sacar la raíz cuadrada de 27,4, y simplemente saben cosas infantiles e inútiles como cuáles de las setenta especies casi idénticas de serpiente marina purpúrea son las mortales, cómo tratar la médula venenosa del árbol del Sago-Sago para transformarla en una papilla nutritiva, cómo predecir el clima basándose en los movimientos del Cangrejo Ladrón de Casas arborícola, cómo orientarse a lo largo de mil millas de océano indistinto mediante un trozo de cordel y una figurita en arcilla de tu abuelo, cómo extraer vitaminas esenciales del hígado del feroz Oso de Hielo y otras cuestiones igualmente triviales. Es raro que cuando todo el mundo recibe una educación, todo el mundo sabe lo del pronombre pero nadie sabe lo del Sago-Sago.
[16] Crédula: que tiene opiniones sobre el mundo, el universo y el lugar de la humanidad en él que solamente comparte la gente carente de sofisticación y los matemáticos y físicos más inteligentes y avanzados.
[17] Resulta asombroso lo buenos que son los gobiernos, a pesar de su historial en casi todos los demás campos, en ocultar cosas como los encuentros con alienígenas.
Una razón para ello podría ser que los alienígenas mismos están demasiado avergonzados para hablar del tema.
No se sabe por qué la mayoría de las razas que viajan por el espacio en el universo quieren ponerse a hurgar en la ropa interior de los terrícolas a modo de preludio de un contacto formal. Pero representantes de varios centenares de razas han cogido la costumbre de rondar, sin saber nada los unos de los otros, por los rincones rurales del planeta y, como resultado de esto, no paran de abducir a otros aspirantes a la abducción. Algunos, de hecho, han sido abducidos mientras esperaban para abducir a un par de otros alienígenas que intentaban abducir a los alienígenas que, como resultado de unas instrucciones mal entendidas, estaban intentando formar círculos con el ganado y mutilar las cosechas.
Ahora todas las razas alienígenas tienen prohibido el planeta Tierra por lo menos hasta que tengan ocasión de comparar sus notas y descubrir a cuántos humanos de verdad tienen en realidad, si es que tienen a alguno. Se sospecha lúgubremente que solamente tienen a uno: grande, peludo y con unos pies enormes.
Puede que la verdad esté ahí fuera, pero las mentiras están dentro de tu cabeza.
[18] «La joven gallina sonrosada saluda al amanecer.» De hecho, la gallina joven no es el ave tradicionalmente asociada con el anuncio del nuevo día, pero la señora Ablazos, al recopilar muchas canciones tradicionales para la posteridad, se había preocupado de reescribirlas allí donde fuera necesario a fin de evitar, en sus propias palabras, «ofender a las personas de disposición refinada con tosquedades innecesarias». Para su gran sorpresa, a menudo la gente no era capaz de ver las tosquedades innecesarias hasta que uno se las señalaba.
A veces un pollo no es más que un pájaro.
[19] Tendría que admitir que la respuesta sería «cinco y un poquito», pero por lo menos podía llegar a ella.
[20] Por lo general lo saben a tiempo de hacer limpiar su mejor túnica, de infligir daños graves a la bodega de vinos y pegarse una última comilona considerable. Es como una versión más agradable del Corredor de la Muerte, con la ventaja de que no hay abogados.
[21] De hecho, sí que era una agradable esencia masculina. Pero solamente para las comadrejas hembra.
[22] Que había muerto mientras dormía. De causas naturales. A una edad muy avanzada. Después de una vida larga y feliz, en la medida en que puede ser feliz una oveja. Y que probablemente estaría muy contenta de saber que podía ayudar a alguien una vez difunta…
[23] Arnold no tenía piernas, pero como en las calles había muchas ocasiones en que una bota venía bien, Ataúd Henry le había colocado una sujeta a la punta de un palo. En sus manos era un arma letal, y cualquier asaltador lo bastante desesperado como para intentar robar a los mendigos a menudo se tenía que ver pateado en la coronilla por un hombre que medía sesenta centímetros.