Papá Puerco (Mundodisco, #20) – Terry Pratchett

NO. SE RECORDÓ HACE POCO.

Ahora Papá Puerco era un punto rojo al otro lado del valle.

—Bueno, este es el final del camino para este vestido —dijo Susan—. Me gustaría preguntar, por puro interés académico… tú estabas seguro de que yo iba a sobrevivir, ¿verdad?

TENÍA BASTANTE CONFIANZA.

—Ah, pues muy bien.

TE LLEVO DE VUELTA A CASA, dijo la Muerte, al cabo de un momento.

—Gracias. Ahora… dime…

¿QUÉ HABRÍA PASADO SI NO LO HUBIERAS SALVADO?

—¡Sí! El sol habría salido igualmente, ¿no?

NO.

—Oh, vamos. No puedes esperar que me lo crea. Es un hecho astronómico.

EL SOL NO HABRÍA SALIDO.

Ella se volvió hacia él.

—¡Ha sido una noche dura, abuelo! ¡Estoy cansada y necesito bañarme! ¡No estoy para jueguecitos!

EL SOL NO HABRÍA SALIDO.

—¿En serio? Entonces, ¿qué habría pasado, si puedo preguntarlo?

QUE UNA SIMPLE BOLA DE GAS INCANDESCENTE HABRÍA ILUMINADO EL MUNDO.

Caminaron en silencio durante un momento.

—Ah —dijo Susan en tono aburrido—. Truquitos con las palabras. Yo pensaba que tenías una mente un poco más literal que eso.

MÍ MENTE ES LITERAL POR ENCIMA DE TODO. LOS TRUCOS CON LAS PALABRAS SON DONDE VIVEN LOS HUMANOS.

—Muy bien —dijo Susan—. No soy tonta. Me estás diciendo que los humanos necesitan… fantasías para hacer la vida soportable, ¿no?

¿DE VERAS? ¿COMO SI FUERA UNA ESPECIE DE PÍLDORA ROSA? NO. LOS HUMANOS NECESITAN LA FANTASÍA PARA SER HUMANOS. PARA SER EL PUNTO DONDE EL ÁNGEL QUE CAE SE ENCUENTRA CON EL SIMIO QUE SE ALZA.

—¿Hadas de los dientes? ¿Papá Puerco? ¿Pequeñas…?

SÍ. A MODO DE PRÁCTICA. HAY QUE EMPEZAR APRENDIENDO A CREER EN LAS MENTIRAS PEQUEÑAS.

—¿Para que podamos creer en las grandes?

Sí. LA JUSTICIA. LA COMPASIÓN. EL DEBER. ESAS COSAS.

—¡No son lo mismo en absoluto!

¿ESO CREES? ENTONCES COGE EL UNIVERSO Y MUÉLELO HASTA QUE NO SEA MÁS QUE UN POLVILLO FINO Y PÁSALO POR EL MÁS FINO DE LOS TAMICES Y ENTONCES ENSÉÑAME UN SOLO ÁTOMO DE JUSTICIA, UNA MOLÉCULA DE COMPASIÓN. Y SIN EMBARGO…

La Muerte hizo un gesto con la mano.

Y SIN EMBARGO ACTUÁIS COMO SI EXISTIERA UN ORDEN IDEAL EN EL MUNDO. COMO SI HUBIERA UNA… UNA CORRECCIÓN EN EL UNIVERSO POR LA CUAL ESTE PUEDE SER JUZGADO.

—Sí, pero la gente tiene que creer en eso, de otra manera qué sentido tiene…

EXACTAMENTE LO QUE YO DECÍA.

Ella intentó ensamblar sus pensamientos.

HAY UN LUGAR DONDE DOS GALAXIAS LLEVAN COLISIONANDO UN MILLÓN DE AÑOS —dijo la Muerte, sin venir a cuento de nada.— NO INTENTES DECIRME A MÍ QUE ESO ESTÁ BIEN.

—Sí, pero la gente no piensa en esas cosas —dijo Susan. En alguna parte había una cama…

CORRECTO. LAS ESTRELLAS EXPLOTAN, LOS MUNDOS CHOCAN, APENAS HAY SITIOS EN EL UNIVERSO DONDE LOS HUMANOS PUEDAN VTVIR SIN CONGELARSE NI FREÍRSE, Y SIN EMBARGO TÚ PIENSAS QUE UNA… UNA CAMA ES UNA COSA NORMAL. ES EL MÁS ASOMBROSO DE LOS TALENTOS.

—¿Un talento?

OH, SÍ. UN TIPO MUY ESPECIAL DE ESTUPIDEZ. CREÉIS QUE EL UNIVERSO ENTERO ESTÁ DENTRO DE VUESTRAS CABEZAS.

—Haces que parezcamos locos —dijo Susan. Una cama caliente y agradable…

NO. NECESITÁIS CREER EN COSAS QUE NO SON CIERTAS. SI NO, ¿CÓMO PUEDEN LLEGAR A SERLO? —dijo la Muerte ayudándola a montarse en Binky.

—Estas montañas —dijo Susan, mientras el caballo se elevaba—. ¿Son montañas de verdad, o bien alguna clase de sombras?

SÍ.

Susan sabía que aquello era todo lo que iba a sacarle.

—Esto… he perdido la espada. Está en alguna parte del país del Hada de los Dientes.

La Muerte se encogió de hombros.

PUEDO FABRICAR OTRA.

—¿Ah, sí?

OH, SÍ. ME DARÁ ALGO QUE HACER. NO TE PREOCUPES POR ESO.

* * *

El Prefecto Mayor se dedicó a silbar jovialmente para sí mismo mientras se pasaba un peine por la barba por segunda vez y se rociaba generosamente con lo que resultaría ser un preparado de extracto de comadreja para eliminar demonios en lugar de, tal como él había dado por sentado, una agradable esencia masculina.[21] Luego salió a su estudio.

—Lamento el retraso, pero… —empezó a decir.

Allí no había nadie. Solamente el sonido, muy a lo lejos, de alguien que se sonaba la nariz mezclado con el clinclinclinclín de la magia al desvanecerse.

* * *

La luz ya estaba tiñendo de dorado la cúspide de la Torre del Arte cuando Binky trotó hasta detenerse en medio del aire junto al balcón del cuarto de los niños. Susan se apeó sobre la nieve recién caída y se quedó de pie, vacilante, durante un momento. Cuando alguien te llevaba a casa aunque no le viniera de paso era una simple cuestión de cortesía el invitarle a entrar. Por otro lado…

¿TE GUSTARÍA VENIR A CASA PARA LA CENA DE LA VIGILIA DE LOS PUERCOS?, dijo la Muerte. Su voz sonaba esperanzada. ALBERT ESTÁ FRIENDO UN PUDÍN.

—¿Friendo un pudín?

ALBERT ENTIENDE EL CONCEPTO DE FREÍR. Y CREO QUE ESTÁ HACIENDO MERMELADA. CIERTAMENTE LO MENCIONABA CADA DOS POR TRES.

—Yo… ejem… de verdad que me necesitan aquí —dijo Susan—. Los Gaiter tienen muchas visitas. Amigos del trabajo de él. Probablemente todo el día va a ser… Más o menos voy a tener que cuidar de los niños…

ALGUIEN TIENE QUE HACERLO.

—Esto… ¿quieres tomar algo antes de irte? —se rindió Susan.

UNA TAZA DE CHOCOLATE SERÍA APROPIADA DADAS LAS CIRCUNSTANCIAS.

—Bien. Hay galletas en la lata de la repisa de la chimenea.

Susan se metió aliviada en la cocina diminuta.

La Muerte se sentó en la silla crujiente de mimbre, enterró los pies en la alfombra y miró a su alrededor con curiosidad. Oyó el repiqueteo de las tazas, después un ruido como de un grito ahogado y después el silencio.

La Muerte cogió una galleta de la lata. Había dos calcetines llenos colgando de la repisa de la chimenea. Los palpó con satisfacción profesional y luego volvió a sentarse y observó el papel de las paredes del cuarto de juegos. Parecía tener dibujos de conejos con chalecos, entre otra fauna. No le sorprendió. La Muerte se presentaba en persona de vez en cuando incluso para los conejos, simplemente para comprobar que el proceso funcionaba correctamente. Nunca había visto uno con chaleco. No esperaría encontrar ningún chaleco. Por lo menos no esperaría encontrar chalecos si no tuviera cierta experiencia con la forma en que los humanos retrataban el universo. Dadas las circunstancias, era una suerte que no les hubieran puesto también relojes de oro y sombreros de copa.

A los humanos también les gustaban los cerdos danzarines. Y los corderos con sombrero. Por lo que la Muerte sabía, la única razón que tenían los humanos para relacionarse con cerdos y corderos era como preludio a las chuletas y salchichas. La razón de que también los vistieran elegantemente en los papeles de pared para niños era un misterio. Hola, pequeñines, esto es lo que vais a comer… Tenía la impresión de que si pudiera encontrar la clave de aquello, sabría mucho más de los seres humanos.

Su mirada deambuló hasta la puerta. Allí estaban colgados el abrigo y el sombrero de institutriz de Susan. El abrigo era gris y también lo era el sombrero. Gris y redondo y soso. La Muerte no sabía muchas cosas de la psique humana, pero sí que reconocía la coloración protectora cuando la veía.

La sosez. Solamente los humanos podían haber inventado algo así. Menuda imaginación tenían.

La puerta se abrió.

Para su horror, la Muerte vio que una figura infantil de sexo indeterminable salía del dormitorio, cruzaba la sala con expresión soñolienta y descolgaba los calcetines de la repisa de la chimenea. Ya estaba a medio cruzar la sala de vuelta cuando lo vio a él, se detuvo y se limitó a mirarlo con cara pensativa.

Él sabía que los niños pequeños lo podían ver porque todavía no habían desarrollado esa ceguera selectiva y conveniente que viene con el presentimiento de la mortalidad personal. Se sentía un poco avergonzado.

—Susan tiene un atizador, ¿sabes? —dijo la criatura, como deseosa de ayudarlo.

VAYA, VAYA. HAY QUE VER. POBRE DE MÍ.

—Yo penzaba… pensaba que a estas alturas todos lo sabíais. La zemana… la semana pasada levantó a un hombre del saco por la nariz.

La Muerte intentó imaginarse aquello. Estaba seguro de que había entendido mal la frase, pero tampoco sonaba mucho mejor de ninguna forma en que reordenara las palabras.

—Voy a darle su calcetín a Gawain y luego vendré a mirar —dijo la criatura. Y salió con pasos silenciosos.

ESTO… ¿SUSAN?, dijo la Muerte, pidiendo refuerzos.

Susan salió de la cocina caminando hacia atrás, con un hervidor negro en la mano.

Detrás de ella había una figura. Bajo la penumbra la espada emitía un resplandor azul a lo largo de su hoja. El resplandor se reflejaba en un ojo de cristal.

—Vaya, vaya —dijo Teatime, en voz baja, mirando a la Muerte—. Esto sí que no me lo esperaba. ¿Un asunto de familia?

La espada zumbó hacia un lado y hacia otro.

—Me pregunto —dijo Teatime— si es posible matar a la Muerte. Esta debe de ser una espada muy especial, y está claro que aquí sí que funciona… —Se llevó una mano a la boca durante un momento y soltó una risita—. Y por supuesto, es posible que no se considere asesinato. Posiblemente sea un acto cívico. Sería, como se suele decir, la gorda. Póngase de pie, señor. Puede que tenga usted algún conocimiento personal de su propia vulnerabilidad, pero estoy casi convencido de que nuestra Susan moriría definitivamente, así que preferiría que no intentara usted ningún truco del último momento.

YO SOY EL ÚLTIMO MOMENTO, dijo la Muerte, poniéndose de pie.

Teatime dio un rodeo con cuidado en torno a él, con la punta de su espada trazando pequeñas curvas en el aire.

De la habitación de al lado vino el sonido de alguien intentando hacer sonar un silbato por lo bajo.

Susan miró a su abuelo.

—No recuerdo que pidieran nada que hiciera ruido —dijo.

OH, TIENE QUE HABER ALGO EN EL CALCETÍN QUE HAGA RUIDO, dijo la Muerte. SI NO, ¿PARA QUÉ SIRVEN LAS CUATRO Y MEDIA DE LA MADRUGADA?

—¿Hay niños? —dijo Teatime—. Ah, sí, claro. Llámalos.

—¡Por supuesto que no!

—Será instructivo —dijo Teatime—. Educativo. Y cuando tu adversario es la Muerte, es inevitable ser el bueno.

Señaló con la espada a Susan.

—He dicho que los llames.

Susan echó un vistazo esperanzado a su abuelo. Él asintió. Por un momento a Susan le pareció ver que el resplandor de una de sus cuencas se apagaba y se encendía, el equivalente de la Muerte a un guiño. «Tiene un plan. Puede detener el tiempo. Puede hacer lo que quiera. Tiene un plan.»

—¿Gawain? ¿Twyla?

En la habitación de al lado se detuvieron los ruidos amortiguados. Se oyeron pasos suaves y en la puerta aparecieron dos caras solemnes.

—Ah, entrad, entrad, chiquitines con ricitos —dijo Teatime en tono animado.

Gawain clavó en él una mirada de acero.

Un error más, pensó Susan. Si los hubiera llamado pequeños bastardos los habría tenido de su lado. Pero ellos se dan cuenta cuando les tomas el pelo.

—He atrapado a este hombre del saco —dijo Teatime—. ¿Qué hacemos con él?

Las dos caras se giraron hacia la Muerte. Twyla se metió el pulgar en la boca.

—Solo es un esqueleto —dijo Gawain en tono crítico.

Susan abrió la boca y la espada se balanceó hacia ella. Volvió a cerrar la boca.

—Sí, un esqueleto espantoso, horrible y feo —dijo Teatime—. Qué miedo, ¿eh?

Se oyó un «pop» flojito cuando Twyla se sacó el pulgar de la boca.

—Se está comiendo una cateta —dijo.

—Galleta —la corrigió Susan automáticamente. Empezó a balancear el hervidor con gesto distraído.

—¡Un hombre de hueso horripilante con una túnica negra! —dijo Teatime, consciente de que las cosas no estaban yendo del todo en la dirección correcta.

Se giró para mirar a Susan.

—Estás jugueteando con ese hervidor —dijo—. O sea que supongo que estás pensando en hacer algo creativo. Déjalo, por favor. Despacio.

Susan se arrodilló lentamente y dejó el hervidor en la chimenea.

—Ja, no da mucho miedo, son solo huesos —dijo Gawain en tono desdeñoso—. Y además Willie el mozo de los establos me ha prometido un cráneo de caballo de verdad. Y me voy a hacer un casco con él igual que el general Tacticus cuando quería asustar a la gente. Y además está ahí sin hacer nada. Ni siquiera hace: «uuuh uuuuh». Y además eres tú el que da miedo. Tienes un ojo raro.

—¿En serio? Pues vamos a ver cuánto miedo puedo dar —dijo Teatime. El fuego azul crepitó a lo largo de la espada mientras él la levantaba.

Susan cerró la mano en torno al atizador.

Teatime la vio cuando se empezaba a girar. Se colocó detrás de la Muerte con la espada en alto.

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