Echó un vistazo nervioso y expectante al asado de cerdo más cercano y se anudó la servilleta firmemente debajo de la barbilla.
—Esto, perdone, señor Stibbons —dijo con voz temblorosa—. ¿Sería tan amable de pasarme el tanque de la salsa de manzana…?
Se oyó un ruido como de tela tosca desgarrándose en el aire de delante del tesorero, seguido del estruendo de algo que aterrizaba encima del cerdo asado. El aire se llenó de patatas asadas y de salsa. La manzana que había estado en la boca del cerdo fue expulsada violentamente y golpeó al tesorero en la cabeza.
Éste parpadeó, bajó la vista y descubrió que estaba a punto de clavar el tenedor en una cabeza humana.
—Jajajá —murmuró, mientras se le empezaban a poner los ojos vidriosos.
Los magos apartaron a un lado los platos volcados y la vajilla rota.
—¡Ha aparecido en medio del aire!
—¿Es un Asesino del Gremio? No será una de las bromas de esos estudiantes, ¿verdad?
—¿Por qué tiene en la mano una espada sin la parte que corta?
—¿Está muerto?
—¡Yo creo que sí!
—¡Yo ni siquiera he podido probar esa mousse de salmón! Pero ¿han visto ustedes? ¡Ha metido el pie en ella! ¡La ha tirado por todos lados! ¿Quiere usted la suya?
Ponder Stibbons se abrió paso entre la multitud. Ya conocía a sus colegas más veteranos cuando estaban intentando ayudar. Eran como darle un vaso de agua a alguien que se estaba ahogando.
—¡Denle aire! —protestó.
—¿Cómo sabemos si lo necesita? —preguntó el decano. Ponder acercó el oído al pecho del joven caído.
—¡No respira!
—Conjuro de respiración, conjuro de respiración —murmuró el catedrático de Estudios Indefinidos—. Ejem… ¿Tal vez el Respirador Directo de Escorio? Creo que lo tengo apuntado en algún sitio…
Ridcully estiró un brazo por entre los magos y tiró de una pierna del hombre vestido de negro. Lo sostuvo cabeza abajo con su manaza y le dio unos cuantos mamporros en la espalda.
Vio que los demás lo miraban con asombro.
—Es algo que hacíamos en la granja —dijo—. Funciona que no veas con las cabras recién nacidas.
—Oh, venga, por favor —dijo el decano—. Yo no…
El cadáver hizo un ruido a medio camino entre un jadeo de asfixia y una tos.
—¡Haced sitio, amigos! —vociferó el archicanciller, y despejó una parte de la mesa con un barrido de su brazo libre.
—¡Eh, que yo todavía no había probado esas gambas Escoffé! —dijo el conferenciante de Runas Recientes.
—¡Yo ni siquiera sabía que las teníamos! —dijo el catedrático de Estudios Indefinidos—. Alguien, y no miro a nadie, decano, las ha escondido detrás de los cangrejos azules para no tener que compartirlas. A eso le llamo yo un truco barato.
Teatime abrió los ojos. Decía mucho a favor de su constitución el que sobreviviera a una imagen en primerísimo plano de la nariz de Ridcully, que llenaba el universo inmediato como si fuera un enorme planeta rosado.
—Perdone, perdone —dijo Ponder, acercándose con su cuaderno abierto—, pero esto es de una importancia vital para el progreso de la filosofía natural. ¿Ha visto usted luces brillantes? ¿Había un túnel resplandeciente? ¿Algún pariente muerto ha intentado hablar con usted? ¿Qué palabra describe mejor el…?
Ridcully lo apartó de en medio.
—¿Qué es todo eso, señor Stibbons?
—De verdad que tengo que hablar con él, señor. ¡Ha tenido una experiencia de proximidad a la muerte!
—Igual que todo el mundo. Se llama «vivir» —dijo escuetamente el archicanciller en tono escueto—. Póngale al pobre hombre un vaso de licor y aparte ese maldito lápiz.
—Eh… Esto debe de ser la Universidad Invisible —dijo Teatime—. ¿Y ustedes son todos magos?
—Ande, quédese quieto —dijo Ridcully. Pero Teatime ya se había incorporado apoyándose en los codos.
—Yo tenía una espada —murmuró.
—Oh, se ha caído al suelo —dijo el decano, agachándose para recogerla—. Pero parece que se le… ¿Yo he hecho esto?
Los magos miraron el trozo enorme y curvado de mesa que acababa de caerse. Algo lo había atravesado todo: madera, tela, platos, cubiertos, comida. El decano habría jurado que una llama de vela que había estado en la trayectoria de la hoja invisible de la espada se había convertido momentáneamente en media llama, hasta que la mecha se dio cuenta de que aquella no era forma de comportarse.
El decano levantó la mano. Los otros magos se dispersaron.
—Parece una línea azul y fina en el aire —dijo, sorprendido.
—Perdone, señor —dijo Teatime, cogiéndole la espada—. Tengo que irme.
Y salió corriendo del salón.
—No irá lejos —dijo el conferenciante de Runas Recientes—. Las puertas principales están cerradas a cal y canto de acuerdo con las reglas del archicanciller Spode.
—Ya no irá lejos con una espada que parece poder cortar cualquier cosa —dijo Ridcully, puntuando el sonido de la madera al caer al suelo.
—Me pregunto qué debe de estar pasando —dijo el catedrático de Estudios Indefinidos, y luego dirigió su atención a lo que quedaba del banquete—. En fin, por lo menos esta articulación ha quedado bien trinchada…
—Bu-bu-bu…
Todos se giraron. El tesorero tenía su mano delante de la cara. La superficie cortada de un tenedor resplandeció en dirección a los magos.
—Es bueno saber que su nuevo regalo le va a ir bien —dijo el decano—. La intención es lo que cuenta.
Debajo de la mesa, la Gallina Azul de la Felicidad hizo sus necesidades sobre el pie del tesorero.
* * *
HAY… ENEMIGOS, dijo la Muerte, mientras Binky galopaba sobre montañas heladas.
—Han muerto todos…
OTROS ENEMIGOS. SERÁ MEJOR QUE LO SEPAS. EN LOS REINOS MÁS PROFUNDOS DEL MAR, ALLÍ DONDE NO HAY LUZ, VIVE UN TIPO DE CRIATURA SIN CEREBRO Y SIN OJOS Y SIN BOCA. NO HACE NADA MÁS QUE VIVIR Y ECHAR PÉTALOS DE COLOR CARMESÍ PERFECTO EN UN SITIO DONDE NUNCA NADIE LOS VA A VER. NO ES MÁS QUE UN DIMINUTO SÍ EN LA NOCHE. Y SIN EMBARGO… Y SIN EMBARGO… TIENE ENEMIGOS QUE PROYECTAN SOBRE ELLA UNA MALICIA SALVAJE E INFLEXIBLE, QUE NO SOLAMENTE DESEAN QUE SU VIDA MINÚSCULA SE EXTINGA, SINO TAMBIÉN QUE NO HAYA EXISTIDO JAMÁS. ¿ME SIGUES HASTA AHORA?
—Bueno, sí, pero…
BIEN. AHORA, IMAGÍNATE QUÉ DEBEN PENSAR DE LA HUMANIDAD.
Susan se quedó asombrada. Nunca había oído a su abuelo hablar más que en tono tranquilo. Ahora sus palabras tenían un matiz de urgencia.
—¿Qué son? —dijo ella.
TENEMOS QUE DARNOS PRISA. NO HAY MUCHO TIEMPO.
—Yo creía que tú siempre tenías tiempo. O sea… sea lo que sea que quieres detener, siempre puedes retroceder en el tiempo y…
¿E INTERFERIR?
—Lo has hecho otras veces.
ESTA VEZ SON OTROS LOS QUE LO ESTÁN HACIENDO. Y ELLOS NO TIENEN DERECHO.
—¿Qué otros?
NO TIENEN NOMBRE. LLAMALOS LOS AUDITORES. DIRIGEN EL UNIVERSO. SE ENCARGAN DE QUE FUNCIONE LA GRAVEDAD Y DE QUE GIREN LOS ÁTOMOS, O LO QUE SEA QUE HAGAN LOS ÁTOMOS. Y ODIAN LA VIDA.
—¿Por qué?
PORQUE ES… IRREGULAR. ES ALGO QUE NUNCA ESTUVO PLANEADO. LES GUSTAN LAS PIEDRAS QUE SE MUEVEN CON TRAYECTORIAS CURVAS. Y ODIAN A LOS HUMANOS POR ENCIMA DE TODO.
La Muerte suspiró.
EN MUCHOS ASPECTOS, NO TIENEN SENTIDO DEL HUMOR.
—¿Por qué Papá Pu…?
LO QUE TE HACE HUMANO SON LAS COSAS EN QUE CREES. LAS COSAS BUENAS Y LAS MALAS, ES TODO LO MISMO.
Las nubes se apartaron. Ahora estaban rodeados de cimas abruptas e iluminadas por el resplandor de la nieve.
—Estas se parecen a las montañas donde estaba el Castillo de Huesos —dijo.
LO SON —dijo la Muerte.— EN CIERTO SENTIDO. ÉL HA REGRESADO A UN LUGAR QUE CONOCE. UN LUGAR ANTERIOR…
Binky iba al medio galope a poca distancia de la nieve.
—¿Y qué estamos buscando? —dijo Susan.
LO SABRÁS CUANDO LO VEAS.
—¿Nieve? ¿Arboles? O sea, ¿me das una pista? ¿Para qué estamos aquí?
YA TE LO HE DICHO. PARA ASEGURARNOS DE QUE SALGA EL SOL.
—¡Por supuesto que va a salir el sol!
NO.
—¡No existe magia que pueda impedir que salga el sol!
ME GUSTARÍA SER TAN LISTO COMO TÚ.
Susan bajó la vista de puro enfado y vio algo por debajo de ellos.
Unas figuras pequeñas y oscuras surcaban la blancura, corriendo como si estuvieran persiguiendo algo.
—Hay… una especie de persecución… —admitió—. Veo alguna clase de animales pero no veo qué están persiguiendo…
Entonces vio algo que se movía en la nieve, una forma borrosa y oscura que hacía eses y patinaba y que no se veía con claridad. Binky descendió hasta que sus cascos rozaron las copas de los pinos, que se doblaron detrás de él. Un retumbar lo iba siguiendo por el bosque, arrastrando tras de sí una nube de nieve y ramas rotas.
Ahora que estaban más abajo veía con claridad a los cazadores. Eran perros muy grandes. Su presa se veía borrosa, mientras avanzaba sorteando los montones de nieve y manteniéndose oculta entre los arbustos nevados…
Un montón estalló. Algo grande y largo de color negro azulado se elevó por entre la nieve voladora como una ballena saliendo a la superficie.
—¡Es un cerdo!
UN JABALÍ. LO ESTÁN CONDUCIENDO AL ACANTILADO. AHORA ESTÁN DESESPERADOS.
Ella oía los jadeos de la criatura. Los perros no hacían ningún ruido en absoluto.
La sangre se derramaba sobre la nieve procedente de las heridas que ya le habían conseguido infligir.
—Este… jabalí —dijo Susan-… Es…
Sí.
—Quieren matar a Papá Puer…
NO MATARLO. ÉL SABE CÓMO MORIR. OH, SÍ… CON ESA FORMA, SABE CÓMO MORIR. HA TENIDO MUCHA EXPERIENCIA. NO, LO QUE QUIEREN ES QUITARLE SU VIDA REAL, QUITARLE SU ALMA, QUITARLE TODO. NO HAY QUE PERMITIRLES QUE LO ABATAN.
—¡Bueno, pues detenlos!
TIENES QUE HACERLO TÚ. ES UNA COSA HUMANA.
Los perros se movían de forma extraña. No corrían sino que fluían, cruzando la nieve más deprisa de lo que sugería el simple movimiento de sus patas.
—No parecen perros de verdad…
NO.
—¿Qué puedo hacer yo?
La Muerte señaló con la cabeza hacia el jabalí. Ahora Binky se estaba poniendo a su altura, solamente a un par de metros de distancia.
Susan cayó en la cuenta.
—¡No me puedo montar en eso!
¿POR QUÉ NO? SE TE HA DADO UNA EDUCACIÓN.
—¡La suficiente para saber que los cerdos no dejan que la gente los monte!
LA MERA ACUMULACIÓN DE EVIDENCIAS DERIVADAS DE LA OBSERVACIÓN NO CONSTITUYE UNA PRUEBA.
Susan echó un vistazo hacia delante. El campo nevado parecía interrumpirse bruscamente.
TIENES QUE HACERLO —dijo la voz de su abuelo dentro de la cabeza de ella.— CUANDO LLEGUE AL BORDE ESTARÁ ACORRALADO. ESO NO PUEDE PASAR, ¿LO ENTIENDES? ESOS PERROS NO SON REALES. Si LO ATRAPAN NO SOLAMENTE MORIRÁ, SINO QUE… NUNCA HABRÁ EXISTIDO.
Susan saltó. Por un momento quedó flotando en el aire, con el vestido ondeando tras de sí y los brazos extendidos…
Aterrizar en el lomo del animal fue como chocar con una silla muy, muy firme. El jabalí dio un traspié momentáneo y luego se irguió otra vez.
Susan le agarró el cuello con los brazos y hundió la cara entre sus cerdas afiladas. Notaba el calor debajo de sí. Era como ir montada en un horno. Y apestaba a sudor, a sangre y a cerdo. A mucho cerdo.
Delante de ella había una ausencia de paisaje.
El jabalí abrió un surco en la nieve del borde del precipicio, a punto de lanzarla a ella por los aires, y se giró para enfrentarse con los perros.
Había muchos. Susan estaba familiarizada con los perros. Los habían tenido en casa igual que otras casas tenían alfombras. Y estos no eran como aquellos animales grandes y suaves.
Espoleó al cerdo con los talones y le agarró una oreja con cada mano. Fue como agarrar un par de palas peludas.
—¡Gira a la izquierda! —gritó, y dio un tirón.
Puso toda su energía en aquella orden. Era una orden que prometía lágrimas antes de irse a la cama si era desobedecida.
Para su asombro, el jabalí gruñó, dio un brinco al borde del precipicio y se alejó a la carrera, dejando atrás a los perros que tropezaban al intentar girar para seguirlo.
Estaban en una meseta. Desde allí parecía que todo era precipicio, sin más forma de bajar que la más sencilla y terminal.
Los perros ya volvían a volar tras los pasos del jabalí.
Susan miró a su alrededor a través del aire gris y sin luz. Tenía que haber algún lugar, algún camino…
Y lo había.
Era una tira de piedra, un enorme filo de cuchillo que conectaba aquel llano con las colinas de más allá. Era afilado y angosto, una fina línea de nieve con abismos helados a ambos lados.
Pero era mejor que nada. Era la nada con nieve encima.
El jabalí llegó al borde y vaciló. Susan bajó la cabeza y le volvió a clavar los talones.
Con el morro agachado y las patas moviéndose como pistones, la bestia se lanzó por el risco. La nieve salió despedida mientras sus pezuñas buscaban puntos de apoyo. Compensaba la falta de elegancia con el esfuerzo puro y enloquecido, y sus patas se movían como un bailarín de claque que intentara subir por una escalera que se movía hacia abajo.