Papá Puerco (Mundodisco, #20) – Terry Pratchett

—Ejem…

—Sí, ya puedes irte.

Susan se dio cuenta de que Sideney ni siquiera se molestó en recoger sus libros y herramientas, sino que echó a correr escalera abajo como si temiera que lo llamaran de vuelta y estuviera intentando correr más deprisa que el sonido.

—¿Es por eso solamente que estás aquí? —preguntó ella—. ¿Un robo? —El hombre iba vestido de Asesino, al fin y al cabo, y siempre había una forma de molestar a los Asesinos—. ¿Como un ladrón?

Teatime se revolvió, nervioso.

—¿Un ladrón? ¿Yo? No soy un ladrón, señora. Pero si lo fuera, sería de los que roban el fuego a los dioses.

—Ya tenemos el fuego.

—Seguro que ya existe una versión mejorada. No, estos caballeros sí que son ladrones. Ladronzuelos comunes. Unos tipos decentes, aunque no necesariamente querría usted verlos comer, por ejemplo. Ese es Dave el Normal, y la Prueba B es Banjo. Sabe hablar.

Dave el Normal saludó con la cabeza a Susan. Ella se fijó en su mirada. Tal vez había algo más que podía usar…

Porque algo iba a necesitar. Hasta su pelo estaba hecho un desastre. No podía esconderse detrás del tiempo, no podía fundirse con el escenario y ahora hasta su pelo la había abandonado.

Era una persona normal. En aquel lugar, era lo que siempre había querido ser.

Mierda, mierda, puta mierda.

* * *

Sideney rezó mientras bajaba corriendo las escaleras. No creía en ningún dios, porque la mayoría de los magos eran muy reticentes a darles alas a los dioses, pero aun así se dedicó a rezar las oraciones fervientes de un ateo que confía en equivocarse.

Pero nadie lo llamó para que volviera. Y nadie tampoco lo persiguió.

Así pues, como por debajo de su estado normal de miedo subcrítico tenía una mente de lo más serio, aminoró el paso para no perder pie.

Fue entonces cuando vio que los peldaños que estaba pisando no eran igual de blancos y lisos que en el resto del edificio, sino que eran losas muy grandes y picadas. Y la luz había cambiado, y de pronto ya no había escalera y se tropezó al encontrarse con un suelo plano allí donde debería haber habido escalones.

Su mano extendida rozó un ladrillo que se estaba desmigajando.

Y entonces entraron en tromba los fantasmas del pasado y supo dónde estaba. Estaba en el patio de la casa de la tutora privada Gammer Wimblestone. Su madre había querido que aprendiera letras y que se hiciera mago, pero también opinaba que el pelo largo y rizado le daba aspecto de listo a un niño de cinco años.

Aquel era el terreno de caza de Ronnie Jenks.

El recuerdo y la comprensión adultos le decían que Ronnie no era más que un niño tonto de siete años con la cabeza en forma de bala y músculos allí donde debería haber tenido el cerebro. La mirada infantil, mucho más precisa, lo temía como a una fuerza de la naturaleza semejante a un terremoto personalizado, con un orificio nasal taponado por los mocos, las dos rodillas llenas de costras, los dos puños fuertemente cerrados y todas las cinco neuronas concentradas en emitir una especie de gruñido cerebral.

Oh, dioses. Allí tenía el árbol detrás del que se solía esconder Ronnie. Parecía tan grande y amenazador como él lo recordaba.

Pero… si de alguna forma había acabado allí, y los dioses sabrían cómo, bueno, seguía siendo un poco flaco pero aun así sería mucho más grande que el maldito Ronnie Jenks. Dioses, sí, les iba a dar unas buenas patadas a aquellos pantaloncitos malignos…

Y de pronto, mientras una sombra eclipsaba el sol, se dio cuenta de que tenía rizos en la cabeza.

* * *

Teatime miró la puerta con cara pensativa.

—Supongo que tendría que abrirla —dijo—. Ya que he llegado hasta aquí…

—Estás controlando a los niños por medio de sus dientes —dijo Susan.

—Suena raro, ¿verdad?, explicado así —dijo Teatime—. Pero así es la magia empática. ¿Va a intentar rescatarla su abuelo, cree usted? Pero no… no creo que pueda. Aquí no, pienso yo. No creo que pueda venir aquí. Así que la ha mandado a usted, ¿no?

—¡Por supuesto que no! Él… —Susan se calló. Oh, sí que la había mandado, se dijo a sí misma, sintiéndose todavía más tonta. Ciertamente lo había hecho. Estaba aprendiendo cómo eran los humanos, vaya si no. Para ser un esqueleto andante podía ser bastante listo…

Pero… ¿cómo de listo era Teatime? Un poquito demasiado emocionado por su propia inteligencia como para darse cuenta de que si la Muerte… Trató de pisotear la idea, por si acaso Teatime podía leerla en sus ojos.

—No creo que vaya a intentarlo —dijo—. No es tan listo como usted, señor Teatime.

—Té-a-tí-me —Teatime corrigió la pronunciación sin pensarlo—. Es una lástima.

—¿Cree que va a salirse con la suya?

—Oh, cielos. ¿La gente dice eso realmente? —Y de pronto Teatime estaba mucho más cerca—. Ya me he salido con la mía. Ya no hay Papá Puerco. Y eso no es más que el comienzo. Seguiremos trayendo los dientes, por supuesto. Las posibilidades…

Se oyó un estruendo parecido a un alud, muy lejano. Banjo, que estaba durmiendo, acababa de despertarse, provocando temblores en sus faldas inferiores. Sus manos inmensas, que habían estado apoyadas en sus rodillas, empezaron a cerrarse en forma de puños.

—¿Qué es esto? —dijo.

Teatime se detuvo y por un momento pareció perplejo.

—¿Qué es el qué?

—Ha dicho que ya no hay Papá Puerco —dijo Banjo. Se puso de pie, como una cordillera elevándose suavemente en el espacio estrecho que quedaba entre continentes en colisión. Sus manos seguían estando en las inmediaciones de sus rodillas.

Teatime se lo quedó mirando y después echó un vistazo en dirección a Dave el Normal.

—Banjo ya sabe lo que hemos estado haciendo, ¿verdad? —dijo—. ¿No se lo has contado?

Dave el Normal se encogió de hombros.

—Papá Puerco ha de existir —dijo Banjo—. Papá Puerco existe siempre.

Susan bajó la vista. Por el mármol blanco pasaban manchas grises a toda velocidad. Ella estaba de pie sobre un manchón gris. Igual que Banjo. Y alrededor de Teatime los puntos rebotaban y se enroscaban como avispas alrededor de un bote de mermelada.

Buscando algo, pensó ella.

—No creerás en Papá Puerco, ¿verdad? —dijo Teatime—. Un chico tan grandullón como tú.

—Sí —dijo Banjo—. ¿Y qué es eso de que «ya no hay Papá Puerco»?

Teatime señaló a Susan.

—Ha sido ella —dijo—. Lo ha matado ella.

La pura desfachatez de patio de escuela de aquello escandalizó a Susan.

—Yo no he sido —dijo ella—. Él…

—¡Que sí!

—¡Que no!

—¡Que sí!

La cabeza enorme y calva de Banjo se volvió hacia ella.

—¿Qué pasa con Papá Puerco? —preguntó.

—No creo que esté muerto —dijo Susan—. Pero Teatime sí que lo ha dejado muy enfermo.

—¿A quién le importa? —dijo Teatime, alejándose con pasos danzarines—. Cuando esto se haya acabado, Banjo, tendrás todos los regalos que quieras. ¡Confía en mí!

—Papá Puerco ha de existir —dijo Banjo con voz atronadora—. Si no, no hay Vigilia de los Puercos.

—No es más que otra festividad solar —dijo Teatime—. Es…

Dave el Normal se puso de pie. Tenía la mano sobre la espada.

—Nos marchamos, Teatime —dijo—. Yo y Banjo nos vamos. Esto no me gusta nada. No me importa desvalijar, no me importa robar, pero esto no es honrado. ¿Banjo? ¡Tú te vienes conmigo ahora mismo!

—¿Qué es eso de que ya no hay Papá Puerco? —preguntó Banjo. Teatime señaló a Susan. —Agárrala, Banjo. ¡Todo es culpa de ella! Banjo dio un par de pasos torpes en dirección a Susan y luego se detuvo.

—Nuestra mamá nos decía que no se pega a las chicas —atronó—. Que no se les tira del pelo…

Teatime puso su ojo bueno en blanco. Alrededor de sus pies el color gris parecía estar hirviendo en la piedra, siguiendo a sus pies cada vez que se movían. Y también estaba alrededor de Banjo.

Está buscando, pensó Susan. Busca una forma de entrar.

—Creo que te conozco, Teatime —dijo ella, con tanta amabilidad como pudo por consideración a Banjo—. Tú eres el niño loco al que todos tienen miedo, ¿verdad?

—¿Banjo? —dijo Teatime en tono seco—. Te he dicho que la agarres…

—Nuestra mamá nos decía…

—Ese niño excitable de las risitas al que ni siquiera los matones tocaban nunca porque si lo hacían se volvía loco y daba patadas y mordía —dijo Susan—. Ese niño que no veía ninguna diferencia entre tirarle una piedra a un gato y pegarle fuego.

Para alegría de ella, él la miró con furia.

—Cállate —dijo.

—Apuesto a que nadie quería jugar contigo —dijo Susan—. Con el niño que no tenía amigos. Los niños conocen una mente como la tuya aunque les falten las palabras para describirla…

—¡He dicho que te calles! ¡A por ella, Banjo!

Ya estaba. Ella lo oyó en la voz de Teatime. Acababa de aparecer un toque de vibrato que no estaba antes.

—La clase de niño —dijo ella, mirándolo a la cara— que miraba por debajo de los vestidos de las muñecas…

—¿No es verdad!

Banjo parecía preocupado.

—Nuestra mamá dijo…

—¡Oh, a la mierda tu mamá! —le cortó Teatime.

Se oyó un susurro de acero cuando Dave el Normal desenvainó su espada.

—¿Qué has dicho de nuestra mamá? —susurró.

Ahora se ve obligado a concentrarse en tres personas, pensó Susan.

—Apuesto a que nadie jugó nunca contigo —dijo ella—. Apuesto a que había cosas que la gente tenía que silenciar, ¿eh?

—¡Banjo! ¡Haz lo que te digo! —gritó Teatime.

Ahora el hombre monstruoso estaba al lado de ella. Susan veía su cara retorcida en una agonía de indecisión. Abría y cerraba los enormes puños y movía los labios mientras alguna clase de discusión horrible bullía en su cabeza.

—Nuestra… nuestra mamá… nuestra mamá decía…

Las marcas grises fluyeron por el suelo y formaron un charco de sombra que creció y se volvió más y más oscuro a una velocidad asombrosa. Se elevó por encima de los tres hombres y empezó a adoptar una forma.

—¿Has sido un niño malo, pilludo?

La mujer inmensa se elevó por encima de los tres hombres. En una mano carnosa sostenía un haz de ramitas de abedul tan gruesas como el brazo de un hombre.

La cosa gruñó.

Dave el Normal miró la cara enorme de Ma Lilywhite. Cada uno de sus poros era una poza. Cada uno de sus dientes marrones era una lápida.

—Has estado dejando que se meta en líos, ¿verdad, Davey? Tengo razón, ¿verdad?

Él retrocedió.

—No, mamá… no, mamá…

—¿Necesitas una buena tunda, Banjo? ¿Has estado jugando otra vez con niñas?

Banjo cayó de rodillas, con lágrimas de angustia cayéndole por la cara.

—Lo siento mamá lo siento lo siento mamá nooooooooo mamá lo siento mamá lo siento lo siento…

Entonces la figura se volvió otra vez hacia Dave el Normal.

A Dave se le cayó la espada de la mano. Su cara pareció derretirse.

Dave el Normal se echó a llorar.

—No mamá no mamá no mamá nooooo mamá… —Soltó un gorgoteo y se desplomó, agarrándose el pecho. Y se desvaneció.

Teatime se echó a reír.

Susan le dio un golpecito en el hombro y, cuando él se giró, le golpeó tan fuerte como pudo en toda la cara.

O por lo menos, aquel era el plan. Pero la mano de él se movió más deprisa y le agarró la muñeca. Fue como golpear una barra de hierro.

—Oh, no —dijo él—. Me temo que no.

Con el rabillo del ojo Susan vio que Banjo se arrastraba por el suelo hasta el sitio donde acababa de desaparecer su hermano. Ma Lilywhite también había desaparecido.

—Este sitio afecta a la cabeza, ¿verdad? —dijo Teatime—. Se dedica a hurgar para ver cómo puede trastear contigo. Bueno, pues yo ya estoy en contacto con mi niño interior.

Extendió el otro brazo, le agarró el pelo y tiró de su cabeza hacia abajo.

Susan chilló.

—Y es mucho más divertido —susurró.

Susan notó que la mano que la tenía agarrada aflojaba su presa. Se oyó un ruido sordo y húmedo como de un bistec al golpear una losa y Teatime cayó a su lado, boca arriba.

—No se tira del pelo a las niñas —dijo Banjo con su voz de trueno—. Está mal.

Teatime rebotó hacia arriba como un acróbata y se agarró de la barandilla de la escalera para recobrar el equilibrio.

Luego desenvainó la espada.

La hoja era invisible bajo la luz brillante de la torre.

—Así que es verdad lo que dicen las historias —dijo—. Es tan fina que no se ve. Me lo voy a pasar bomba con ella. —Blandió el arma en dirección a ellos—. Qué ligera.

—No te atreverás a usarla. Mi abuelo iría a por ti —dijo Susan, caminando hacia él.

Ella vio que a él le temblaba el ojo.

—Tu abuelo va a por todo el mundo. Pero yo estaré listo para recibirle —dijo Teatime.

—Mi abuelo es muy obstinado —dijo Susan, acercándose.

—Ah, un varón según su corazón.

—Es posible, señor Hora del Té.

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