—¿Y sabes dónde está?
—¡No! ¡Nunca había estado aquí! ¡Cuando vinimos me taparon la cabeza con un saco! ¡Lo único que yo hacía era recoger dientes de debajo de las almohadas! —Violeta empezó a sollozar—. Te dan una lista y unos cinco minutos de formación y hasta te clavan diez centavos semanales por la escalera de mano. Y ya sé que cometí un error con el pequeño William Rubin, pero tendrían que habérmelo avisado, se supone que hay que llevarse cualquier diente que…
—Esto… ¿un error? —dijo Bilioso, intentando que ella se diera prisa.
—Solamente porque estaba durmiendo con la cabeza debajo de la almohada, pero es que te dan los alicates de todas maneras, y nadie me dijo que no había que…
Ya lo creo que tiene una voz agradable, se dijo a sí mismo Bilioso. Era solamente que en cierto sentido también rechinaba. Era como escuchar una flauta parlante.
—Creo que deberíamos salir —dijo—. Por si acaso nos oyen —lanzó la indirecta.
—¿Qué tipo de diosismo haces tú? —preguntó Violeta.
—Ejem… oh, yo… un poco de todo… yo… esto…
Bilioso intentó pensar a pesar del dolor de cabeza lacerante. Y entonces tuvo una de esas ideas, de esas que solamente suenan bien después de un montón de alcohol. Puede que fuera otro el que se hubiera bebido las copas, pero él fue quien consiguió pescar la idea.
—La verdad es que trabajo por mi cuenta —dijo, en el tono más jovial que pudo.
—¿Cómo puede un dios trabajar por su cuenta?
—Ah, bueno, mira, si algún otro dios quiere, por ejemplo, tomarse vacaciones o algo así, yo los sustituyo. Sí. Eso es lo que hago.
Con poca sabiduría, dadas las circunstancias, dejó que su propia inventiva lo impresionara.
—Oh, sí. Estoy muy ocupado. Voy que no paro. Siempre me están dando trabajo. No tienes ni idea. No se lo piensan dos veces antes de largarse durante un mes bajo la forma de un toro blanco enorme o de un cisne o algo así, y siempre me dicen: «Oh, Bilioso, colega, ¿puedes ocuparte de todo mientras yo no estoy? Contestar las oraciones y esas cosas». Apenas me queda tiempo para mí mismo pero, por supuesto, hoy en día no se puede rechazar el trabajo.
Violeta tenía los ojos como platos de pura fascinación.
—¿Y ahora mismo estás sustituyendo a alguien? —preguntó.
—Hum, pues sí… al Dios de las Resacas…
—¿Hay un dios de las resacas? ¡Qué horror!
Bilioso se miró la toga toda manchada y maltrecha.
—Supongo que lo es… —murmuró.
—No se te da muy bien.
—No hace falta que me lo digas.
—Tienes más planta para ser uno de los dioses importantes —dijo Violeta en tono de admiración—. Te imagino perfectamente como ío o como Sino o uno de esos.
Bilioso se la quedó mirando con la boca abierta.
—Ya me di cuenta enseguida de que estabas fuera de lugar —dijo ella—. No estás hecho para ser algún diosecillo horrible. Hasta podrías ser Offler, con esas pantorrillas.
—¿Podría? O sea… oh sí. A veces. Claro que me tengo que poner unos colmillos.
Y entonces vio que alguien le había puesto una espada en la garganta.
—¿Qué es esto? —preguntó Alambrera—. ¿La calle de los Enamorados?
—¡Eh, tú déjalo en paz! —gritó Violeta—. ¡Es un dios! ¡Te vas a arrepentir mucho!
Bilioso tragó saliva, pero muy suavemente. Era una espada afilada.
—Un dios, ¿eh? —dijo Alambrera—. ¿De qué?
Bilioso intentó tragar saliva otra vez.
—Oh, un poco de esto y un poco de aquello —balbuceó.
—¡Uau! —dijo Alambrera—. Vaya, estoy impresionado. Veo que voy a tener que andarme con mucho cuidado, ¿eh? No quiero que me fulmines con un rayo, ¿verdad? Esas cosas te acaban poniendo los pelos de punta…
Bilioso no se atrevía a mover la cabeza. Pero estaba seguro de estar viendo sombras con el rabillo del ojo que se movían muy deprisa por las paredes.
—Vaya, vaya, se nos han acabado los relámpagos, ¿eh? —dijo Alambrera con desdén—. ¿Pues sabes? Yo nunca… —Se oyó un crujido.
La cara de Alambrera estaba a pocos centímetros de Bilioso. El oh dios vio cómo cambiaba su expresión.
El hombre puso los ojos en blanco. Sus labios dijeron: «… nun…»
Bilioso se arriesgó a dar un paso atrás. La espada de Alambrera no se movió. Él se había quedado de pie allí, temblando un poco, como alguien que quiere girarse para ver qué tiene detrás pero no se atreve a hacerlo por si lo ve.
Por lo que respectaba a Bilioso, no había sido más que un crujido.
Levantó la vista y miró la cosa que había en el rellano de arriba.
—¿Quién ha puesto eso ahí? —dijo Violeta.
No era más que un armario ropero. De roble negro, con algunos adornos de madera pegados en un esfuerzo por disimular el hecho indisimulable de que era una simple caja puesta de pie. Era un armario.
—¿No habrás intentado, ya sabes, conjurar un relámpago y te has quedado corto con las letras? —continuó ella.
—¿Eh? —dijo Bilioso, mirando primero al hombre aterrado y luego al ropero. Era un objeto tan corriente que resultaba… extraño.
—O sea, relámpago empieza con erre y armario…
Los labios de Violeta se movieron en silencio. Una parte de Bilioso pensó: me siento atraído por una chica que necesita literalmente apagar todas las demás funciones cerebrales para poder pensar en el orden de las letras del alfabeto. Por otro lado, ella se siente atraída por alguien que lleva una toga con pinta de que una familia de comadrejas haya celebrado una fiesta encima, así que tal vez voy a abandonar este pensamiento aquí mismo.
Pero la parte principal de su cerebro pensó: ¿por qué está este tipo haciendo ruiditos borboteantes? Pero ¡si solo es un ropero, por mi propio amor!
—No, no —murmuró Alambrera—. ¡No quiero! La espada repicó en el suelo.
Retrocedió un peldaño escalera arriba, pero muy despacio, como si para hacerlo tuviera que vencer toda la fuerza de su propia musculatura.
—¿No quieres qué? —preguntó Violeta.
Alambrera se dio la vuelta. Bilioso nunca había visto nada parecido. Había gente que podía girarse deprisa, pero Alambrera había rotado sobre su eje como si le hubieran puesto una mano gigante en la cabeza y la hubieran girado ciento ochenta grados.
—No. No. No —gimoteó Alambrera—. No.
Subió tambaleándose por la escalera.
—Tenéis que ayudarme —susurró.
—¿Qué pasa? —preguntó Bilioso—. Solo es un armario, ¿verdad? Sirve para meter dentro toda tu ropa vieja y que así no quede sitio para tu ropa nueva.
Las puertas del ropero se abrieron de golpe.
Alambrera consiguió extender los brazos y agarrarse de los costados del mueble y, por un momento, consiguió mantenerse quieto.
Luego algo tiró de él hacia el interior del ropero con un movimiento brusco y las puertas se cerraron de golpe.
La llavecita metálica giró en la cerradura con un «clic».
—Tendríamos que sacarlo —dijo el oh dios, subiendo la escalera a todo correr.
—¿Por qué? —exigió saber Violeta—. ¡No son una gente muy amable! A ese lo conozco. Cuando me trajo comida me hizo… comentarios insinuantes.
—Sí, pero… —Bilioso nunca había visto una cara como aquella, salvo en el espejo. A Alambrera se le había puesto muy, muy mala cara.
Giró la llave y abrió las puertas.
—Oh cielos…
—¡No quiero verlo! ¡No quiero verlo! —dijo Violeta, mirando por encima del hombro de él.
Bilioso estiró el brazo y recogió un par de botas que había pulcramente colocadas en el medio del suelo del ropero.
Las volvió a dejar en su sitio con cuidado y caminó alrededor del armario. Era de contrachapado. En una esquina tenía estampadas las palabras «Carambón e Hijos, camino de Fedre, Ankh Morpork», con tinta desvaída.
—¿Es magia? —preguntó Violeta en tono nervioso.
—No sé si algo mágico llevaría el nombre del fabricante —respondió Bilioso.
—Existen los armarios mágicos —dijo Violeta nerviosamente—. Si entras en ellos, sales en un país mágico.
Bilioso volvió a mirar las botas.
—Hum… sí —dijo.
* * *
CREO QUE DEBO CONTAROS ALGO, dijo la Muerte.
—Sí, creo que deberías —dijo Ridcully—. Tengo el edificio lleno de diablillos correteando por todos sitios y comiendo calcetines y lápices, esta misma tarde hemos puesto sobrio a alguien que cree que es el Dios de las Resacas y la mitad de mis magos están intentando animar al Hada del Buen Humor. Se nos ha ocurrido que debe de haberle pasado algo a Papá Puerco. Y tenemos razón, ¿verdad?
—Hex tiene razón, archicanciller —le corrigió Ponder.
¿HEX? ¿QUÉ ES HEX?
—Esto… Hex piensa… es decir, calcula que ha habido un gran cambio en la naturaleza de la creencia hoy —dijo Ponder. Tenía la impresión, sin saber por qué, de que probablemente la Muerte no estuviera a favor de las cosas no vivas que pensaban.
EL SEÑOR HEX HA SIDO NOTABLEMENTE ASTUTO. PAPÁ PUERCO ESTÁ… —La Muerte hizo una pausa.— NO HAY NINGUNA PALABRA HUMANA SENSATA PARA DESCRIBIRLO. MUERTO, EN CIERTA MANERA, PERO NO ES EXACTO… A UN DIOS NO SE LO PUEDE MATAR. NUNCA DEL TODO. HA SIDO, POR LLAMARLO DE ALGUNA MANERA, GRAVEMENTE REDUCIDO.
—¡Por los dioses! —dijo Ridcully—. ¿Quién querría cargarse al viejo muchacho?
TIENE ENEMIGOS.
—¿Qué ha hecho? ¿Olvidarse una chimenea?
TODO LO QUE VIVE TIENE ENEMIGOS.
—¿Cómo, todo?
Sí, TODO. ENEMIGOS PODEROSOS. PERO ESTA VEZ HAN IDO DEMASIADO LEJOS. AHORA ESTÁN USANDO A LA GENTE.
—¿Quiénes son?
AQUELLOS QUE CREEN QUE EL UNIVERSO TENDRÍA QUE SER UN MONTÓN DE ROCAS MOVIÉNDOSE EN TRAYECTORIAS CURVADAS. ¿HA OÍDO HABLAR ALGUNA VEZ DE LOS AUDITORES?
—Supongo que es posible que el tesorero…
NO AUDITORES DE DINERO. AUDITORES DE LA REALIDAD. CONSIDERAN LA VIDA UNA MANCHA EN EL UNIVERSO. UNA PESTILENCIA. ALGO SUCIO. QUE ESTORBA.
—¿Que estorba para qué?
PARA QUE EL UNIVERSO FUNCIONE CON EFICACIA.
—Yo pensaba que funcionaba para nosotros… Bueno, en realidad para el profesor de Antropía Aplicada, pero que los demás teníamos permitido apuntarnos —dijo Ridcully. Se rascó la barbilla—. Y es verdad que yo podría dirigir una universidad estupenda aquí si no tuviéramos que tener a estos malditos estudiantes metiéndose por el medio todo el tiempo.
ALGO ASÍ.
—¿Y quieren deshacerse de nosotros?
QUIEREN QUE SEÁIS… MÁS… MALDICIÓN, ME HE OLVIDADO DE LA PALABRA… RESPETUOSOS CON LA VERDAD. Y PAPÁ PUERCO ES UN SÍMBOLO DE ESA… La Muerte chasqueó los dedos, arrancando ecos de las paredes, y añadió: TENDENCIA A LA MENTIRA NOSTÁLGICA.
—¿Respetuosos con la verdad? —dijo Ridcully—. ¿Yo? ¡Si soy tan sincero como largo es el día! Sí, ¿qué quiere ahora?
Ponder le había estado tirando de la manga y ahora le susurró algo al oído. Ridcully carraspeó.
—Me acaban de recordar que este es en realidad el día más corto del año —dijo—. No obstante, esto no invalida lo que acabo de decir, aunque le doy gracias a mi colega por su apoyo inestimable y su constante disposición a corregir errores menores, o incluso directamente triviales. Soy un hombre notablemente sincero, caballero. Las cosas que se dicen en las reuniones del claustro de la universidad no cuentan.
HABLO DE LA HUMANIDAD EN GENERAL. EJEM… DEL ACTO DE DECIRLE AL UNIVERSO QUE ES UNA COSA QUE NO ES.
—Ahí sí que me has pillado —dijo Ridcully—. En todo caso, ¿por qué estás tú haciendo el trabajo?
ALGUIEN TIENE QUE HACERLO. ES DE UNA IMPORTANCIA VITAL. HAY QUE HACER QUE LOS VEAN Y QUE CREAN EN ELLOS. ANTES DE QUE AMANEZCA TIENE QUE HABER SUFICIENTE CREENCIA EN PAPÁ PUERCO.
—¿Por qué? —preguntó Ridcully.
PARA QUE SALGA EL SOL.
Los dos magos se lo quedaron mirando boquiabiertos.
CASI NUNCA HAGO BROMAS, dijo la Muerte.
Y en aquel punto se oyó un grito aterrorizado.
—Es la voz del tesorero —dijo Ridcully—. Con lo bien que le estaba yendo hasta ahora.
* * *
La razón del grito del tesorero estaba en el suelo de su dormitorio.
Era un hombre. Estaba muerto. Nadie vivo tenía una expresión como aquella.
Algunos de los demás magos había llegado allí primero. Ridcully se abrió paso entre la muchedumbre.
—Por los dioses —dijo—. ¡Vaya cara! ¡Parece que se haya muerto de miedo! ¿Qué ha pasado?
—Bueno —dijo el decano—, por lo que tengo entendido, el tesorero ha abierto su armario ropero y se ha encontrado al tipo dentro.
—¿De veras? Yo no habría pensado que el viejo tesorero pudiera dar tanto miedo.
—No, archicanciller. El cadáver le ha caído encima.
El tesorero estaba de pie en el rincón, con su vieja y familiar expresión de conmoción cerebral risueña en la cara.
—¿Te encuentras bien, amigo? —preguntó Ridcully—. ¿Cuál es el once por ciento de mil doscientos setenta y seis?
—Ciento cuarenta coma treinta y seis —respondió el tesorero rápidamente.