Papá Puerco (Mundodisco, #20) – Terry Pratchett

—¿Ojo de cristal?

—Va vestido como un Asesino. Se llama Teatime. Creo que están intentando robar algo… Se han pasado una eternidad sacando los dientes con carretillas. Dientecitos por todas partes… ¡Ha sido horrible! Gracias —añadió dirigiéndose al oh dios, que la acababa de ayudar a ponerse de pie.

—Los han amontonado dentro de un círculo mágico abajo —dijo Susan.

Los ojos y la boca de Violeta formaron tres letras O. Era como mirar una bola de bolera de color rosado.

—¿Para qué?

—Creo que los están usando para controlar a los niños. Por medio de la magia.

La boca de Violeta se abrió todavía más.

—Eso es horripilante.

Horrible, pensó Susan. La palabra es «horrible». «Horripilante» es una palabra infantiloide seleccionada para impresionar a los varones cercanos con la propia fragilidad, si sé algo de esto. Susan sabía que era poco amable y contraproducente por su parte el pensar así. Y sabía también que probablemente fuera una observación precisa, lo cual solamente hacía que fuera peor.

—Sí —dijo.

—¡Y había un mago! ¡Tenía un sombrero puntiagudo!

—Creo que deberíamos sacarla de aquí —dijo el oh dios, en un tono de voz que a Susan le pareció un poco demasiado dramático.

—Buena idea —admitió—. Vámonos.

* * *

Las botas de Ojo de Gato tenían los cordones partidos. Daba la impresión de que algo había tirado de él hacia arriba tan deprisa que las botas simplemente se habían quedado atrás.

Aquello preocupaba a Dave el Normal. Igual que el olor. El resto de la torre no olía a nada, pero justo allí había un olor persistente a setas.

Se le arrugó la frente. Dave el Normal era un ladrón y un homicida y por tanto tenía un sentido de la ética muy desarrollado. Prefería no robar a los pobres, y no solamente porque nunca tuvieran nada valioso que robarles. Si era necesario hacer daño a alguien, intentaba dejar heridas que se curaran. Y cuando en el curso de sus actividades tenía que matar a alguien hacía cierto esfuerzo por cuidarse de que no sufrieran mucho o por lo menos de que hicieran el menor ruido posible.

Todo aquel asunto le estaba poniendo de los nervios. Normalmente ni siquiera se daba cuenta de que los tenía. Todo lo que le rodeaba tenía algo erróneo que le rechinaba en los huesos.

Y lo único que quedaba del viejo Ojo de Gato era un par de botas.

Desenvainó su espada.

Por encima de él, las sombras movedizas se alejaron fluyendo.

* * *

Susan se acercó con sigilo a la entrada de las escaleras y escrutó a su alrededor hasta encontrar la punta de una ballesta.

—Muy bien, salid todos a donde pueda veros —dijo Bombón como quien pregunta la hora—. Y no toque esa espada, señorita. Probablemente se haría daño.

Susan intentó volverse invisible y no lo consiguió. Normalmente era tan fácil que le salía de forma automática, casi siempre con resultados embarazosos. Podía estar leyendo un libro tranquilamente mientras la gente la buscaba en la habitación. Pero allí, a pesar de todos sus esfuerzos, parecía seguir siendo obstinadamente visible.

—Tú no eres el dueño de este sitio —dijo ella, dando un paso atrás.

—No, pero ¿ves esta ballesta? Soy el dueño de esta ballesta. Así que tú camina delante de mí, ¿vale?, y nos iremos todos a ver al señor Teatime.

—Perdone, solamente quiero comprobar algo —dijo Bilioso. Para gran asombro de Susan, se inclinó hacia delante y tocó la punta de la flecha.

—¡Eh! ¿Por qué has hecho eso? —preguntó Bombón, dando un paso atrás.

—Lo he sentido, pero por supuesto cierto grado de sensación de dolor sería parte de una reacción sensorial normal —dijo el oh dios—. Le aviso, hay una posibilidad bastante grande de que yo sea inmortal.

—Sí, pero es probable que nosotras no —dijo Susan.

—Inmortal, ¿eh? —dijo Bombón—. Así que si te disparara en la cabeza, ¿no te morirías?

—Supongo que si lo plantea así… Sé que sí siento dolor.

—Eso es. Pues entonces sigue moviéndote.

—Cuando pase algo —dijo Susan, con la comisura de la boca—, vosotros dos intentad bajar la escalera y salir de aquí, ¿de acuerdo? Si llega a pasar lo peor, el caballo os sacará de aquí.

—Si pasa algo —susurró el oh dios.

—Cuando —dijo Susan.

Detrás de ellos, Bombón miró a su alrededor. Sabía que se sentiría mucho mejor cuando apareciera alguno de los otros. Era casi un alivio tener prisioneros.

Con el rabillo del ojo Susan vio que algo se movía por la escalera del otro lado del hueco. Por un momento le pareció ver varios destellos como de cuchillas metálicas reflejando la luz.

Oyó un grito ahogado tras ella.

El hombre de la ballesta estaba muy quieto y tenía la vista fija en la escalera de delante.

—Oh, noooo —murmuró entre dientes.

—¿Qué pasa? —preguntó Susan.

Él le lanzó una mirada.

—¿Tú también lo ves?

—¿Eso que es como un montón de cuchillas rechinando entre ellas? —dijo Susan.

—Oh, noooo…

—Solamente ha estado ahí un momento —dijo Susan—. Ya se ha ido —dijo—. A algún sitio —añadió.

—Es el Hombre de las Tijeras…

—¿Y ese quién es? —preguntó el oh dios.

—¡Nadie! —levantó la voz de Bombón, intentando recobrar la compostura—. El Hombre de las Tijeras no existe, ¿vale?

—Ah… ya. Cuando eras pequeño, ¿te chupabas el dedo gordo? —dijo Susan—. Porque el único Hombre de las Tijeras que conozco es el que la gente usaba para asustar a los niños. Se decía que aparecía y…

—¡Callacallacallacalla! —gritó Bombón, pinchándola con la punta de la ballesta—. ¡Los niños se creen cualquier mierda que les digan! Pero ya soy mayor, ¿vale?, y puedo abrir botellas de cerveza con los dientes de otra gente y… oh, dios.

Susan oyó el «snip snip». Ahora sonaba muy cerca.

Bombón tenía los ojos cerrados.

—¿Hay algo detrás de mí? —preguntó temblequeando. Susan empujó a los otros a un lado y les hizo señas frenéticas en dirección a la base de las escaleras.

—No —dijo, mientras los otros dos se iban corriendo.

—¿Hay alguien, cualquiera, en las escaleras?

—No.

—¡Vale! ¡Si ves a ese hijoputa tuerto dile que se puede quedar con el dinero!

Dio media vuelta y echó a correr.

Cuando Susan se giró para subir la escalera el Hombre de las Tijeras estaba allí.

No tenía forma de hombre. Se parecía más bien a un avestruz, o a un lagarto erguido sobre las patas traseras, pero estaba hecho casi en su totalidad a base de cuchillas. Cada vez que se movía, un millar de filos hacían «snip snip».

Su cuello largo y plateado se curvó y una cabeza hecha de tijeras de podar bajó la mirada hasta ella.

—No es a mí a quien buscas —dijo ella—. No eres mi pesadilla.

Las cuchillas se inclinaron a un lado y a otro. El Hombre de las Tijeras estaba intentando pensar.

—Me acuerdo de cuando viniste a por Twyla —dijo Susan, dando un paso adelante—. Aquella maldita institutriz le había contado lo que les pasaba a las niñas que se chupaban el pulgar, ¿te acuerdas? ¿Te acuerdas del atizador? Apuesto a que necesitaste un afilado de narices después de aquello…

La criatura bajó la cabeza, pasó con cuidado a su lado, tan respetuosamente como pudo, y bajó por la escalera con gran estrépito en persecución de Bombón.

Susan reanudó a zancadas su ascenso hacia la cima de la torre.

* * *

Sideney puso un filtro verde sobre su linterna y presionó hacia abajo con una varilla plateada que tenía una esmeralda engarzada en la punta. Una pieza de la cerradura se movió. Hubo un zumbido procedente del interior de la puerta y algo hizo «clic».

Se destensó, aliviado. Se decía que la idea de ser ahorcado ayudaba a concentrar la mente de maravilla, pero era como el Valium comparado a que te observara el señor Teatime.

—Yo, ejem, creo que esa es la tercera cerradura —dijo—. Lo que la abre es la luz verde. Me acuerdo de la cerradura fabulosa de la casa de Murgle, que solamente podía abrirse con viento del Eje, aunque aquello fue…

—Mis respetos a tu pericia —dijo Teatime—. ¿Y las otras cuatro?

Sideney levantó la vista nerviosamente hacia la mole silenciosa de Banjo y se pasó la lengua por los labios.

—Bueno, por supuesto, si estoy en lo cierto y las cerraduras dependen de ciertas condiciones, bien, podríamos pasarnos años aquí… —se aventuró a decir—. Pongamos por caso que solamente las puede abrir, por ejemplo, un niño pequeño y rubio con un ratón en la mano… En martes. Bajo la lluvia.

—¿Puedes averiguar cuál es la naturaleza del hechizo? —solicitó Teatime.

—Sí, sí claro, sí. —Sideney agitó las manos, ansioso—. Así es como he resuelto esta. Taumaturgia inversa, sí, ciertamente. Ejem. Con tiempo.

—Tenemos mucho tiempo —dijo Teatime.

—Tal vez un poco más de tiempo que eso —dijo Sideney con voz temblorosa—. Los procesos son muy, muy, muy… difíciles.

—Oh, cielos. Si es demasiado para ti, solamente tienes que decirlo —dijo Teatime.

—¡No! —gimoteó Sideney, y luego consiguió reunir algo de autocontrol—. No. No. No. Puedo… estoy seguro de que los resolveré pronto…

—De maravilla —dijo Teatime.

El estudiante de mago bajó la vista. Por entre las puertas rezumaban volutas de vapor.

—¿Sabe usted qué hay aquí dentro, señor Teatime?

—No.

—Ah. Bien. —Sideney fijó su mirada abatida en la cuarta cerradura. Era asombroso cuánto era capaz de recordar uno cuando estaba presente alguien como Teatime.

Le dedicó una mirada nerviosa.

—No va a haber más muertes violentas, ¿verdad? —dijo—. ¡Es que no soporto ver muertes violentas!

Teatime le rodeó los hombros con un brazo para reconfortarlo.

—No te preocupes —dijo—. Yo estoy de tu lado. Una muerte violenta es la última cosa que te sucederá.

—¿Señor Teatime?

Teatime se giró. Dave el Normal alcanzó el rellano de las escaleras.

—Hay alguien más en la torre —dijo—. Han cogido a Ojo de Gato. No sé cómo. He puesto a Bombón a vigilar las escaleras y no estoy seguro de dónde está Alambrera.

Teatime volvió a mirar a Sideney, que se puso a hurgar de nuevo en la cuarta cerradura en un intento febril por conservar la vida.

—¿Por qué me lo cuentas a mí? Yo creí que estaba pagando un montón de dinero a unos hombres fuertes como vosotros para que os encargarais de esta clase de cosas.

Los labios de Dave el Normal articularon en silencio una serie de palabras, pero cuando habló, lo que dijo fue:

—Vale, pero ¿a qué nos estamos enfrentando? ¿Eh? ¿A Old Man Trouble o al hombre del saco o qué?

Teatime suspiró.

—Supongo que a algunos de los empleados del Hada de los Dientes —dijo.

—Pero no como los que encontramos aquí —dijo Dave el Normal—. Los de aquí eran civiles del montón. Y parece que el suelo se haya abierto y se haya tragado a Ojo de Gato. —Pensó en aquello—. O mejor dicho, el techo —se corrigió a sí mismo. Acababa de pasarle una imagen horrible por su poco explotada imaginación.

Teatime caminó hasta el hueco de la escalera y miró hacia abajo. Muy por debajo de él, el montón de dientes parecía un círculo blanco.

—Y la chica ha desaparecido —dijo Dave el Normal.

—¿En serio? Creí haber dicho que había que matarla.

Dave el Normal vaciló. Ma Lilywhite había criado a sus chicos para que fueran respetuosos con las chicas, que eran criaturas delicadas y frágiles, y si el radar increíblemente sensible de Ma percibía tendencias poco respetuosas les daba una buena paliza. Y de verdad que era increíblemente sensible. Ma podía oír lo que uno estaba haciendo a tres habitaciones de distancia, algo terrible para un chaval en pleno crecimiento.

Aquella clase de cosas dejaban huella. Ciertamente Ma Lilywhite podía dejarla. En cuanto a los demás, en la práctica no tenían reparos en deshacerse de cualquiera que se interpusiera entre ellos y una gran suma de dinero, pero existía entre ellos un tácito rechazo general que Teatime les ordenara matar a la gente solamente porque ya no le servían para nada. No es que fuera poco profesional. Solo los Asesinos pensaban así. Era únicamente que había ciertas cosas que se hacían y otras que no. Y esta era de esas cosas que no se hacían.

—Pensamos… bueno, nunca se sabe…

—No era necesaria —dijo Teatime—. Muy poca gente lo es.

Sideney hojeó sus cuadernos a toda prisa.

—Además, este sitio es un laberinto… —dijo Dave el Normal.

—Por desgracia, lo es —dijo Teatime—. Pero estoy seguro de que podrán encontrarnos. Probablemente sería demasiado pedir que tengan pensado hacer algo heroico.

* * *

Violeta y el oh dios bajaban corriendo la escalera.

—¿Tú sabes cómo volver? —preguntó Violeta.

—¿Tú no?

—Creo que hay… una especie de lugar blando. Si caminas hasta él sabiendo que está ahí, entonces cruzas.

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