Papá Puerco (Mundodisco, #20) – Terry Pratchett

—Sí, pero es que botas viejas…

—Los enanos comen ratas —dijo el encargado—. Y los trolls comen piedras. Hay gente en Howondalandia que come insectos y gente en el Continente Contrapeso que come sopa hecha a base de escupitajos de pájaro. Por lo menos las botas han estado en una vaca.

—¿Y el barro? —preguntó el abatido jefe de camareros.

—¿Acaso no hay un viejo proverbio que dice que el hombre tiene que morder una fanega de polvo antes de morir?

—Sí, pero no toda de una vez.

—¿Bill? —dijo el encargado, con amabilidad, cogiendo una espátula.

—¿Sí, jefe?

—Quítate esas malditas botas ahora mismo, ¿quieres?

* * *

Cuando Alambrera llegó al pie de la torre estaba temblando, y no solamente del esfuerzo. Se fue directo hacia la puerta hasta que Dave el Normal lo agarró.

—¡Suéltame! ¡Viene a por mí!

—Mírale la cara que trae —dijo Ojo de Gato—. ¡Parece que haya visto un fantasma!

—Sí, bueno, pues no es un fantasma —murmuró Alambrera—. Es peor que un fantasma…

Dave el Normal le abofeteó la cara.

—¡Ponte en tu sitio! ¡Mira a tu alrededor! ¡No hay nada persiguiéndote! Además, tampoco es que sepamos defendernos, ¿verdad?

El terror había tenido tiempo de desvanecerse un poco. Alambrera volvió a mirar hacia las escaleras. Allí no había nada.

—Bien —dijo Dave el Normal, mirándole a la cara—. Ahora dime… ¿qué ha pasado?

Alambrera se miró los pies.

—Pensaba que era el armario de la ropa —murmuró—. Venga, reíros…

Nadie se rió.

—¿Qué armario de la ropa? —preguntó Ojo de Gato.

—Oh, cuando yo era niño… —Alambrera hizo un gesto vago con los brazos—. Teníamos un armario enorme para la ropa, si tanto os interesa. De roble. Y tenía un… un… en la puerta había una… especie de… cara. —Miró a las caras de los demás, que también parecían haberse vuelto de madera—. O sea, no una cara de verdad, sino que estaba… toda aquella… decoración alrededor de la cerradura, como flores y hojas y cosas de esas, pero si la mirabas de… cierta manera… era una cara. Y lo pusieron en mi cuarto, porque era muy grande, y por la noche… por la noche… por la noche…

Eran hombres adultos, o por lo menos habían vivido varias décadas, lo cual se considera equivalente en muchas sociedades. Pero era impresionante ver a un hombre tan arrugado por el terror.

—¿Sí? —dijo Ojo de Gato con voz ronca.

—… Susurraba cosas —dijo Alambrera, con una vocecilla apagada, como un ratoncillo en una mazmorra.

Se miraron entre ellos.

—¿Qué cosas? —quiso saber Dave el Normal.

—¡No lo sé! ¡Siempre metía la cabeza debajo de la almohada! Además, es solamente algo de cuando yo era niño, ¿vale? Mi padre acabó deshaciéndose de él. Lo quemó. Y yo me quedé a mirar.

Los demás guiñaron los ojos mentalmente, como hace la gente cuando sus mentes vuelven a salir a la luz.

—Es como lo mío con la oscuridad —dijo Ojo de Gato.

—Venga, no empieces —dijo Dave el Normal—. Además, a ti no te da miedo la oscuridad. Eres famoso por eso. He trabajado contigo en toda clase de sótanos y sitios. Quiero decir, de ahí te viene el nombre. Ojo de Gato. Porque ves como un gato.

—Sí, bueno… uno intenta superar las cosas, ¿no? —dijo Ojo de Gato—. Porque cuando eres mayor sabes que solo son sombras y cosas. Además, no es como la oscuridad que teníamos en nuestro sótano.

—Ah, ya, cuando eras chaval tenían una oscuridad especial, ¿verdad? —dijo Dave el Normal—. Ya no se encuentra oscuridad como aquella hoy en día, ¿eh?

El sarcasmo no funcionó.

—No —dijo Ojo de Gato, simplemente—. Ya no. La de nuestro sótano era distinta.

—Nuestra madre nos daba una buena tunda si bajábamos al sótano —dijo Dave el Normal—. Era donde tenía su alambique.

—¿Ah, sí? —dijo Ojo de Gato, desde algún lugar lejano—. Bueno, pues mi padre nos daba una buena tunda si intentábamos salir. Y ya basta de hablar del tema.

Llegaron al pie de la escalera.

Allí abajo no había ni un alma. Y tampoco ni un cuerpo.

—No puede ser que haya sobrevivido a eso, ¿verdad? —dijo Dave el Normal.

—Yo lo vi al pasar —dijo Ojo de Gato—. Los cuellos no se pueden doblar de esa forma…

Miró hacia arriba con los ojos guiñados.

—¿Quiénes son esos que van por ahí arriba?

—¿Cómo se les mueven los cuellos? —tembló Alambrera.

—¡Separaos! —dijo Dave el Normal—. Y esta vez coged cada uno una escalera distinta. ¡Así no podrán volver a bajar!

—¿Quiénes son? ¿Por qué están aquí?

—¿Por qué estamos aquí nosotros? —dijo Bombón. Empezó a moverse y miró tras de sí.

—¿Qué quieren, quitarnos nuestro dinero? ¿Después de pasarnos el día aguantándolo a él?

—Eso… —dijo Bombón distraídamente, siguiendo a los demás—. Esto… ¿habéis oído ese ruido ahora mismo?

—¿Qué ruido?

—Una especie de tijeretazo, como al desenvainar…

—No.

—No.

—No. Te lo habrás imaginado.

Bombón asintió con aire miserable.

Mientras subía la escalera, unas sombras pequeñas siguieron sus pasos a través de la piedra.

* * *

Susan se alejó corriendo de la escalera y arrastró al oh dios por un pasillo en el que se alineaban unas puertas blancas.

—Creo que nos han visto —dijo ella—. Y si son hadas de los dientes entonces es que ha habido una política realmente idiota de igualdad de oportunidades…

Abrió una de las puertas.

La sala no tenía ventanas, pero estaba perfectamente iluminada por las mismas paredes. En el centro de la sala había algo parecido a una vitrina, con la tapa abierta. El suelo estaba lleno de trozos de cartulina.

Recogió uno del suelo y leyó: «Thomas Agüe, cuatro años y casi tres cuartos, paseo del Castillo 9, Sto Lat». La caligrafía era meticulosa y redonda.

Cruzó el pasillo hasta otra sala, donde se encontró la misma escena de devastación.

—Ya sabemos de dónde vienen los dientes —dijo—. Deben de haberlos sacado de las habitaciones y llevado hasta abajo.

—¿Para qué?

Ella suspiró.

—Es una magia tan antigua que ni siquiera es magia ya —repuso—. Si tienes un mechón de pelo de alguien, o un trozo de uña cortada, o un diente… puedes controlar a esa persona.

El oh dios intentó concentrarse.

—¿Ese montón está controlando a millones de niños?

—Sí. Y a esas alturas, también a adultos.

—¿Y se puede… se les puede obligar a pensar cosas y hacer cosas?

Ella asintió.

—Sí.

—¿Se podría hacer que abran la cartera de papá y envíen su contenido a alguna dirección?

—Bueno, eso no se me había ocurrido, pero sí, supongo que se podría…

—¿ O que vayan a la sala de estar y rompan todas las botellas del mueble bar y prometan que nunca beberán ni una gota cuando crezcan?

—¿De qué estás hablando?

—A ti ni te va ni te viene. Tú no te despiertas todas las mañanas y ves potar tu vida entera ante tus ojos.

* * *

Dave el Normal y Ojo de Gato echaron a correr por el pasillo y se detuvieron en la bifurcación.

—Tú ve por ahí y yo…

—¿Por qué no seguimos juntos? —propuso Ojo de Gato.

—Pero ¿qué le pasa a todo el mundo? ¡Yo te vi arrancar la garganta de un bocado a un par de perros guardianes cuando hicimos aquel trabajo en Quirm! ¿Quieres que te coja la manita? Comprueba las puertas de ahí, yo comprobaré las de aquí.

Y se alejó.

Ojo de Gato escudriñó el otro pasillo.

No había muchas puertas por ahí. No era un pasillo muy largo. Y tal como había dicho Teatime, en aquel lugar no había nada peligroso que no hubieran llevado allí con ellos.

Oyó voces procedentes de detrás de una puerta y dejó caer los hombros, aliviado.

Con los seres humanos sabía cómo tratar.

Mientras se acercaba, un sonido le hizo girar la cabeza.

Por el pasillo que tenía a su espalda se acercaban sombras veloces. Descendían en cascada por las paredes y fluían por el techo.

Allí donde las sombras se juntaban se volvían más oscuras. Y más oscuras.

Y se alzaron. Y saltaron.

* * *

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Susan.

—Ha sonado como el principio de un grito —dijo Bilioso.

Susan abrió la puerta de golpe.

Afuera no había nadie.

Pero sí había movimiento. Vio que una mancha de oscuridad se encogía en la esquina de una pared y desaparecía, y que otra sombra se deslizaba por el recodo del pasillo.

Y había un par de botas en el medio del pasillo.

No recordaba haber visto ninguna bota allí antes.

Olisqueó. El aire sabía a ratas, a humedad y a moho.

—Salgamos de aquí —dijo.

—¿Cómo vamos a encontrar a esa Violeta con tantas habitaciones?

—No lo sé. Yo tendría que poder… sentirla, pero no puedo. —Susan echó un vistazo al final del pasillo. Podía oír voces de hombres gritando a cierta distancia de allí.

Regresaron con sigilo a la escalera y recorrieron otro tramo.

Allí había más habitaciones, y en cada una de ellas un armario desvalijado.

Había sombras moviéndose en los rincones. Daba la impresión de que alguna fuente de luz invisible se estaba desplazando suavemente.

—Esto me recuerda mucho a tu… ejem… a la casa de tu abuelo —dijo el oh dios.

—Ya lo sé —dijo Susan—. No hay reglas salvo las que él se va inventando sobre la marcha. No creo que él se pusiera muy contento si alguien entrara y empezara a destrozar la biblioteca…

Se detuvo. Cuando volvió a hablar, su voz tenía un tono distinto.

—Este es un lugar de niños —dijo—. Las reglas son las que los niños creen.

—Pues es un alivio.

—¿Eso crees? Las cosas no van a funcionar como deben. En el país del Pato del Pastel del Alma los patos ponen huevos de chocolate, igual que el país de la Muerte es negro y sombrío porque es eso lo que cree la gente. Él es muy convencional para esas cosas. Lo tiene todo decorado con huesos y calaveras. Y en este lugar…

—Flores bonitas y un cielo raro.

—Creo que va a ser mucho peor que eso. Y también muy raro.

—¿Más raro de lo que ya es?

—No creo que sea posible morir aquí.

—Ese hombre que se ha caído por las escaleras a mí me parecía bastante muerto.

—Oh, te mueres. Pero no aquí. Te… vamos a ver… sí… te vas a otra parte. Lejos. Simplemente ya no se te vuelve a ver. Eso es lo único que los niños entienden a los tres años. El abuelo me contó que hace cincuenta años no era así. Me dijo que a menudo no se podía ver la cama de tanta gente que había alrededor llorando a moco tendido. Ahora simplemente le dicen al niño que el abuelo se ha marchado. Twyla se pasó tres semanas convencida de que a su tío lo habían enterrado en la parcela de detrás del cobertizo junto con Nervioso y Manchitas y los tres Saltarines.

—¿Tres Saltarines?

—Jerbos. Se mueren cada dos por tres —dijo Susan—. El truco es reemplazarlos cuando ella no mira. Es verdad que no sabes nada, ¿eh?

—Esto… ¿hola?

La voz llegaba desde el pasillo.

Dieron la vuelta hasta la siguiente habitación.

Allí, sentada en el suelo y atada a la pata de una vitrina blanca, estaba Violeta. Levantó la vista con aprensión, luego con perplejidad y por fin con una creciente expresión de reconocimiento.

—¿Tú no eres…?

—Sí, sí, nos vemos a veces en El Otro Barrio, y cuando viniste a por el último diente de Twyla te quedaste tan pasmada de que pudiera verte que tuve que darte una copa para que te tranquilizaras —dijo Susan, forcejeando con las cuerdas—. Me parece que no tenemos mucho tiempo.

—¿Y quién es él?

El oh dios intentó colocarse el pelo lacio en su sitio.

—Oh, es solo un dios —dijo Susan—. Se llama Bilioso.

—¿Tú bebes? —preguntó el oh dios.

—¿Qué clase de preg…?

—Necesita saberlo para decidir si te odia o no —dijo Susan—. Es una cosa de dioses.

—No, no bebo —dijo Violeta—. Parece mentira. ¡Llevo la cinta azul!

El oh dios miró a Susan con las cejas enarcadas.

—Eso quiere decir que es miembro de la Liga Offleriana de la Abstinencia —dijo Susan—. Firman un juramento de no tocar el alcohol. No tengo ni idea de por qué. Aunque claro, Offler es un cocodrilo. Los cocodrilos no frecuentan mucho los bares. Lo suyo es el agua.

—¿No tocan nunca el alcohol? —preguntó el oh dios.

—¡Nunca! —dijo Violeta—. ¡Mi padre es muy estricto con esas cosas!

Al cabo de un momento Susan se vio forzada a pasar una mano por entre sus miradas enlazadas.

—¿Podemos continuar? —dijo ella—. Bien. ¿Quién te ha traído aquí, Violeta?

—¡No lo sé! Yo estaba haciendo la recogida como de costumbre y me pareció oír que alguien me seguía, luego todo se volvió oscuro y cuando me desperté estábamos… ¿Has visto cómo es esto por fuera?

—Sí.

—Bueno, pues estábamos ahí. El más grande me llevaba a cuestas. El que llaman Banjo. No es malo, solamente un poco… raro. Como… lento. Él solo me mira. Los otros son unos maleantes. Tened cuidado con el que tiene un ojo de cristal. Los demás le tienen todos miedo. Menos Banjo.

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